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Sor Verónica y el coronavirus: «¿Realmente sólo esperamos que pase la pandemia y vivir como antes?»

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Desde el inicio de la pandemia una lluvia de llamadas cayó sobre nuestra casa. Creyentes y no creyentes expresaban todo tipo de dudas, dolor, lágrimas, impotencia, rabia, esperanza, petición de oraciones… Todas traspasaban nuestro corazón y, como Iglesia orante, eran presentadas ante nuestro Señor.

Todos necesitamos una palabra de consuelo en este tiempo de desconcierto, de sufrimiento, dolor y miedo. Nuestra tierra ha sido zarandeada, nos sentimos desarmados, expuestos sin defensa a lo que parece ser una gran pesadilla.

El dolor alcanza al hombre en el centro de su persona. Cuando nos enfrentamos a la muerte y a la separación de un ser querido, cuando hacemos la experiencia del dolor punzante frente a lo que nos sentimos impotentes, tenemos necesidad de gritar a alguien que ayude a nuestro corazón turbado y desesperanzado, porque somos incapaces de dar paz a nuestro corazón. Nos creíamos dueños de la vida, pero estos días más que nunca ponen en crisis nuestras actitudes autosuficientes. No tenemos en nuestras manos nuestra existencia ni la de los demás.

Desde el inicio de la pandemia una lluvia de llamadas —cientos, créanme— cayó sobre nuestra casa. Creyentes y no creyentes expresaban todo tipo de dudas, dolor, lágrimas, impotencia, rabia, esperanza, petición de oraciones… y hasta preguntas a veces heladoras… Todas traspasaban nuestro corazón y, como Iglesia orante, eran presentadas ante nuestro Señor.

Trato de agrupar las distintas llamadas que escucho:

Dolor y fe

—Recen, por favor, sabemos que estamos en las Manos de Dios, pero necesitamos ser sostenidos en esta hora en que todos creemos desfallecer.

—Orad, hermanas, mi padre agoniza en soledad, sin poder ni despedirnos de él…

Cuando el creyente pregunta: «¿Por qué, Señor…?», tras este interrogante se esconde la búsqueda de sentido. La respuesta solo puede proceder de Dios, que no nos consuela con profundos discursos sobre el mal, sino que dice: «Yo estoy con vosotros, mío es vuestro sufrimiento».

 

Entre esas llamadas también percibíamos miradas de poco alcance

—Espero no contagiarme y poder seguir con los planes que tenía proyectados, por los que llevo luchando tanto tiempo; que este enemigo no tire por tierra mis esperanzas.

—Con un poco de suerte, pasará pronto. Con tal que no me toque a mí ni a nadie de mi familia… Es un mal momento, pero todo volverá a ser como antes.

—¿Por qué tengo que sufrir yo, precisamente yo, y ahora?

Cuando el hombre se repliega, se hace un ovillo y le resulta imposible levantar la mirada de sí. Ante la frustración que siente, protesta con agresividad, porque su dolor cae en el vacío, sin respuesta, y le invade el pensamiento de no tener salida. Cristo no es simplemente, en el horizonte del designio salvífico, como un mago para nuestros casos de avería, emergencia o accidente.

 

Las quejas heladoras…

—No cabe tener fe… ¿por qué Dios permite tanto sufrimiento, si es un Dios bueno y omnipotente?

El hombre, en su prepotencia, dice en ocasiones no tener fe, pero en el dolor le pide a Dios explicaciones; se siente víctima, sin comprender que en medio del dolor Dios nos está amando, y el verdadero amor corrige, educa y guía. La vida es un don de Dios, no una prueba imposible a la que Dios nos somete. Tantas veces el hombre acusa a Dios en vez de ver su necesidad de conversión. Al abandonar a Dios, la criatura queda oscurecida.

 

Acerca de la creación

—Si Dios es el creador del cielo y de la tierra, ¿acaso es un Dios impotente que no puede dominar lo creado?

La creación también anhela su plenitud, su pascua. El universo sufre dolores de parto hasta que Cristo sea todo en todos[1]. La libertad del hombre tampoco resulta inofensiva para el cosmos; cuando la creación es manipulada, a veces se violenta y se rebela.

Escribió san Agustín: «El Dios omnipotente […], como es sumamente bueno, no permitiría jamás la existencia de ningún mal en sus obras si no fuera tan poderoso y tan bueno como para lograr sacar del mal mismo el bien».

 

Y finalmente, las llamadas más sorprendentes y repetidas:

—Alguien tenía que parar la marcha destructiva que llevábamos, el 'todo vale', pero… ¡no todo vale! El mundo se precipitaba vertiginosamente a un abismo de dolor sin fondo. ¿Quién podría salvarnos del desastre final al que puede llevarnos una vida sin dirección?

Comprendo el dolor de tanta gente y, sin duda, también sería el mío si no encontrara respuestas que puedan darnos sólida esperanza. Reconozco como don incomparable tener fe en Jesucristo resucitado. En esta hora, el apoyo inmutable es su Palabra para el camino y la gracia del Espíritu Santo, que nos precede para recorrerlo sin un miedo paralizante: «Solo debemos a Jesucristo no tener miedo a nada», escribía la Hnita. Magdeleine.

Su Palabra nunca pasa[2] y es la que da sentido y conforta nuestra vida, también hoy. Ante la visión de un mundo que sufre y agoniza, amenazado desde tantos frentes, nos mantiene en pie la verdad tejida en nuestra entraña que confesamos con san Pedro: «¿A quién vamos a acudir? Solo Tú tienes palabras de vida eterna»[3]. Solo Él tiene las respuestas verdaderas que dan respiro a nuestro corazón, creado a su imagen y para ser formado a semejanza de su amor. Solo la esperanza bien fundada en Él nos libra del miedo opresor.

El Maestro dijo: «No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en Mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas»[4]. Precisamente Jesús dice estas palabras a sus discípulos como consuelo en el momento en que se encontrarán frente a la muerte de su Maestro. Jesús les revela el secreto de la paz de su propio corazón: abandonarse en Dios Padre con la certeza de que la vida no cae en el vacío, ni siquiera en la muerte, sino en Dios mismo; que la vida es una larga vuelta, un retorno a la casa del Padre; y que la muerte viene a ser la última puerta que se abre para concedernos vivir eternamente en el Amor, en el Padre, que es nuestra morada definitiva.

El dolor de Cristo

Escribía el beato Isaac: «El Esposo ha dado todo lo suyo a la esposa y la esposa dio todo lo suyo al Esposo. Participa Él en la debilidad y en el llanto de su esposa, todo resulta común entre el Esposo y la esposa».

Descubro en la mirada del Esposo un inmenso dolor: «Yo no he venido para condenar sino para salvar al mundo»[5].

Aún tengo ante mí el romper a llorar de Cristo el Domingo de Ramos, al ver a su ciudad amada, la niña de sus ojos, en ruinas, deshabitada, zarandeada por el enemigo, desolada… Él no tenía ese designio de aflicción sobre nosotros y expresó el motivo de su llanto: «Yo quise estrecharte contra Mí, que entraras en el amor y reuniros en unidad, pero tú no has querido. Ojalá comprendieras hoy el camino que conduce a la paz y al descanso»[6].

Verdaderamente el dolor es el precio del amor; y Él nos amó hasta el extremo[7]. Él no abandona jamás a su criatura, la obra de sus manos. No puede tolerar lo que en su criatura atenta contra la plenitud para la que fue creada; ha querido hacernos partícipes de su bien, de su bondad, de su belleza y verdad.

Ante su dolor, solo puedo enmudecer y, como aquella mujer, María de Betania[8], seis días antes de la Pasión, postrarme ante Él y adorar… El dolor y el sufrimiento no es una realidad que afecte solamente al hombre, sino que ha afectado a Dios mismo: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único»[9]. Y hoy, después de siglos, aún permanece la desconfianza en torno a Jesús, las redes de muerte, la dureza de corazón, tramar ocultarle de la vista…

Como escribía el entonces Card. Ratzinger: «¿No comienza nuestro siglo a ser un gran Sábado Santo, día de la sepultura de Dios, al vivir un eclipse del sentido de Dios, de amnesia voluntaria? El hombre queda con un vacío helador en el corazón, que se hace cada vez más grande…».

El mayor sufrimiento y pobreza del hombre de hoy es no reconocer la ausencia de Dios como ausencia. Escribía Teilhard de Chardin: «El mayor peligro que puede temer la humanidad de hoy no es una catástrofe que le venga de fuera, ni siquiera la peste; la más terrible de las calamidades es la pérdida del gusto de vivir». El verdadero peligro que se cierne sobre la vida no es la amenaza de muerte, sino la posibilidad de vivir sin sentido, vivir sin tender a una plenitud mayor que la vida y la salud.

¿Para qué queremos la salud, por qué vivimos? Lo más bello e importante que le sucedió al ciego de nacimiento[10] no fue el hecho de recuperar la visión de sus ojos, ya que sus ojos, pronto o tarde, se apagarían otra vez por la enfermedad, vejez o muerte. El momento más conmovedor de este episodio evangélico no es la curación sino el hecho de ver a Jesús. Y encontró y reconoció al Hijo de Dios cuando vio su rostro, escuchó su voz y lo dejó entrar en su vida. Entonces dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante Él.

El hombre que no se encuentra con el Resucitado es para sí mismo un enigma sin resolver, porque no conoce su identidad ni encuentra el sentido ni el valor de la vida, ni la respuesta a la sed más profunda del corazón.

Al menos esta ha sido mi experiencia. Hoy podría decir que mi mayor sufrimiento fueron los años de ausencia de Cristo, el no afrontar la vida y la muerte de frente. Mi desorientación estaba en no buscar el centro que anima la vida hasta la meta, no abrazar el corazón que da sentido a cada uno de los pasos y paradas que se precisen y sobrevengan. Pero no podía acallar mi sed más honda. Así, en los momentos en que todo parecía sonreírme, una voz en mi interior me inquietaba: «¿Y en verdad esto te basta? ¿Y si hoy te quedaran tres días de vida?, ¿podrías afirmar: 'Mi vida es una vida cumplida'?». Entendí que la gravedad de la vida no es cometer más o menos errores, sino errar una vida entera.

Solo cuando me dejé alcanzar por Cristo resucitado y empecé a latir en su corazón, comencé a gustar la vida, el gozo de vivir. Y la verdad es que me apasiona vivir; la vida me parece un don único, sagrado. Con san Ireneo, esta es la verdad que puedo afirmar: «La vida del hombre es ver a Dios».

Pero… ¿íbamos viento en popa?

Decimos estar inmersos en una guerra total, amenazados por un enemigo letal que quiere invadirnos y arrebatar nuestra salud y nuestras vidas. Pero… ¿íbamos viento en popa? Creo que no. Todos reconocemos y sufrimos que vivíamos antes de 'este enemigo' tiempos grises que amenazaban con atardecer y acabar en noche cerrada.

Vivimos sobreviviendo a las emergencias, de sobresalto en sobresalto, buscando la resolución del peligro inminente, pero con el gran miedo de que siempre habrá una nueva emergencia al acecho que vuelva a poner a prueba todas nuestras medidas temporales.

Este golpe nos parece el de mayor sufrimiento, pero… ¿quizá es que nunca antes nos había tocado directamente a nosotros?

Una vez más, la tormenta pasará, muchos sobreviviremos con la herida de un gran golpe. Pero ¿realmente solo esperamos a que pase esta pandemia y seguir viviendo como estábamos? ¿Acaso no estábamos envueltos, como muchos afirman, en una cultura de muerte? Una mirada breve a nuestro mundo roto: sufrimiento en las familias, ¿nuestros niños tienen un entorno para crecer sanos?, ¿vemos orientados y felices los rostros de los jóvenes?, tantas veces sacamos a nuestros mayores de nuestra vida y los confinamos a una profunda soledad, tratamos de ocultar de la vista lo que evidencia nuestros límites: la enfermedad, la muerte…

Sinceramente creo que el enemigo letal no es el microorganismo, sino la falta de sentido de toda nuestra vida.

El Evangelio narra la historia de un joven rico[11] que se acercó a preguntar a Jesús: «Maestro, ¿qué me falta para tener vida eterna?», consciente de que era imposible para él. Jesús le responde: «Rinde todo lo tuyo y sígueme, ¿qué te falta? Te falto Yo. Yo soy la Resurrección y la Vida». Y la historia cuenta que aquel joven rico se marchó consigo mismo, acompañado así de su tristeza y abatimiento.

La promesa de Cristo no es solo sobrevivir sino resucitar. Vivir para sobre-vivir en el fondo es una elección de muerte, de miedo, que nos hace perder la alegría y el gusto de vivir el presente como un instante consagrado donde el Dios eterno quiere que participemos de la comunión con su ser, que es amor.

La historia del Titanic ¿se vuelve a repetir?

Quiero dar unas pinceladas sobre un hecho real, cuyo aniversario acabamos de recordar y que me resulta muy elocuente. Se trata de la historia del gran Titanic. ¿Se vuelve a repetir?

  • Su nombre: Titanic, por considerarse titánico, insumergible.
  • Su singular lema: «Ni Dios lo hunde».
  • Construido con el optimismo propio de una época de decadencia. Considerado un palacio flotante. Diseñado para hacer la competencia a las compañías de transatlánticos rivales.
  • Entre sus más de 3.000 pasajeros, se encontraban millonarios, nobles, artistas famosos… y también una multitud de inmigrantes rumbo a Estados Unidos a hacer fortuna.
  • Durante los dos días anteriores al naufragio recibieron varias alertas, pero no hicieron caso; ni siquiera disminuyeron la velocidad ante un posible peligro.
  • Pero he aquí lo impensable: que un iceberg este día también venía a gran velocidad hacia el transatlántico; uno contra el otro.
  • El vigía no divisó el iceberg hasta que lo tuvieron encima.
  • El choque produjo una grieta en un lateral y comenzó a inundar el barco. Al no ser un choque frontal evidente, no se alarmaron.
  • Pero el navío estaba mortalmente herido.
  • Nadie era consciente de la gravedad. En medio de su gran fiesta comentaban: «Esto es un exceso de precaución».
  • Solo llevaban botes salvavidas para la mitad de los pasajeros, y ni siquiera salían llenos porque… 'no se iba a hundir'.
  • Los pasajeros de 1ª clase no podían mezclarse con los de 2ª y 3ª. Les cerraron puertas, muchos quedaron atrapados.
  • Cuando pidieron auxilio, ya era demasiado tarde. Nadie fue en su ayuda.
  • El navío entra en agonía.
  • Para que no cundiera el pánico, se ordena a la orquesta que toque música alegre. Las últimas canciones fueron: «Cerca de ti, Señor, quiero estar» y «Otoño: Dios de piedad y de misericordia, inclínate».
  • Se estaba abocando a la muerte a cientos de personas al compás de los acordes de la orquesta.
  • El barco se partió en dos y se hundió en el corto plazo de 2 horas y media. Solo realizó su viaje inaugural, el primero y el último, 4 días de vida.
  • No quedó nada de un barco que debía navegar sobre sueños.

El hombre, al olvidar a Dios, acaba magnificándose a sí mismo y vive en la mentira de creer y hacer creer a todos que somos capaces de hacerlo todo sin Él. El río que se separa de su fuente podrá continuar viviendo algún tiempo, pero terminará secándose. Un árbol privado de sus raíces sufrirá el mismo destino.

Escribía Benedicto XVI: «El hombre es una criatura de Dios. Hoy esta palabra, 'criatura', parece casi pasada de moda. Se prefiere pensar en el hombre como en un ser realizado en sí mismo y artífice absoluto de su propio destino. La consideración del hombre como criatura resulta incómoda, porque implica una relación esencial y ontológica con el Creador.

El hombre no quiere recibir de Dios su existencia y la plenitud de su vida. Prefiere contar únicamente con el conocimiento que le confiere el poder. Más que el amor, busca el poder, con el que quiere dirigir de modo autónomo su vida». Vuelto hacia sí, se hunde en el vacío, en la desesperanza y la muerte. Quien utiliza su libertad contra Dios y se idolatra a sí mismo se convierte en causa de dolor para los demás.

¿Puede ser esta la imagen del hombre-iceberg? Se congela lo más verdadero de él y se hace de hielo, se encripta lo mejor del hombre: su corazón.

El hombre-iceberg, al margen de su Creador, movido más por el poder que por el amor, construye 'Titanic', una obra hecha en delirios de grandeza que acaba colisionando contra él mismo y contra la vida de otros. La propia obra del hombre se vuelve contra él.

El hombre sale del paraíso de Dios y se crea su paraíso artificial. Quiere sobrevolar los límites como si no existieran y saltar los obstáculos ante los que es impotente.

Cuando el hombre elimina a Dios de su horizonte, ¿es verdaderamente más feliz, se hace más libre, más poderoso? Al final el hombre se encuentra más solo en un entorno más dividido y confundido.

Solo si el hombre deja a Dios que sea Dios en su vida, no caminará de temor en temor, de sobresalto en sobresalto.

Para creyentes y no creyentes, ¿no podría ser una alerta de gracia y no solo un enemigo demoledor? ¿Podría ser una alerta de esperanza para crear por fin un mundo nuevo de verdad?

Pienso que el microorganismo que ha tirado por tierra todas nuestras potentes armas y seguridades podría ser tan solo la punta de un iceberg. Y una vez más destruimos la punta y creemos que nos hemos liberado del iceberg entero. Pero no es así. La punta del iceberg esconde un universo oculto; solo es visible una octava parte de su tamaño. En lo profundo de nuestro océano hay entrañados problemas vivos y palpitantes, y el mayor peligro es cerrar los ojos y no querer mirar. Lo que se congela no queda resuelto.

Gastamos nuestro tiempo y energías en vano cuando nos movemos solo en la superficie y maquillamos solo lo visible, la apariencia. «Tranquilos, todo está bien», nos decimos.

La punta del iceberg nos golpea y despierta; nos invita a adentrarnos en lo más hondo de nosotros mismos para no volver a construir nuestra casa sobre arena, sino sobre la roca firme[12]. Todas nuestras costosas seguridades y apoyos han sido puestos a prueba y hemos comprobado que nuestros cimientos no son estables. Nos creíamos muy seguros y, de golpe, todo amenaza con derrumbarse.

Pero hay esperanza… ningún hombre es un iceberg a la deriva en el océano de la historia. Debajo del hielo hay vida, pero se necesita el fuego, el calor del Espíritu para que el hielo se rompa y se haga visible la vida. Sabemos bien que ser salvado no es escapar del peligro inminente, es ser liberado del mal más oculto.

Hoy puede ser el momento de ver nuestra verdad; la Vida, la esperanza sale a nuestro encuentro. Nuestra esperanza es una persona: Cristo resucitado. Su Espíritu de fuego quiere traspasarnos. Un témpano, por más grande y compacto que sea, puede derretirse con una fuente de calor potente. El hielo se deshace con calor y con tiempo, pero se deshará solo si mantenemos activa y permanente la fuente de calor.

¿No se aprende nada del dolor, no hay nada que aprender? ¿No tienen nada que decirnos las alertas y sufrimientos del pasado? Una superviviente del Titanic dijo: «El desastre me abrió los ojos. Yo pienso que la muerte de tanta gente no fue en vano». Si el hombre no vuelve con todo su corazón a Dios, todo volverá a ser como antes y el camino hacia el abismo será ineludible.

Venga a nosotros tu Reino

En este tiempo de Pascua de resurrección nos detenemos en un evangelio de Juan: «La aparición a los discípulos»[13].

El primer día de la semana…

Hoy es un día nuevo… 'el primer día de la semana', el día hecho por el Señor para nosotros, para devolver al mundo herido y sufriente su belleza y su inocencia inicial, el paraíso perdido, radiante aún más de nuevo esplendor.

La salvación de Cristo no es solamente una ayuda que nos arranca de un peligro, como alguien que se lanza al mar para llevar a la orilla al que se está ahogando. La salvación en Cristo es hacer una criatura nueva[14].

Verdaderamente dramático sería que, recibiendo sin falta la visita del Sol que nace de lo alto, cerremos los ojos para permanecer en tinieblas y en sombra de muerte[15].

Encerrados por miedo

El recuerdo de la muerte tan atroz de su Maestro caía sobre ellos como una losa y les había hecho encerrarse en casa y cerrar las puertas. Las puertas bien cerradas son su defensa.

Atardecía, pero 'la noche' ya había entrado en el corazón de aquellos hombres. Había entrado la duda, la dispersión y la desunión, el desencanto y la desesperanza, el miedo…

Juan admite que la razón principal de su 'estar juntos' era el miedo. A lo mejor pensaban que juntos serían más fuertes para defenderse. El miedo a veces puede crear unidad.

Como los discípulos, unos a otros no podemos darnos coraje, valentía, respuestas… Al corazón de todo sufrimiento y de toda angustia solo alcanza el consuelo de Dios, que es más fuerte que toda tentación de desánimo: «Dios Padre nos consuela en toda tribulación hasta el punto de poder nosotros consolar a los que están en cualquier lucha mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios»[16].

Sin Él nosotros mismos sufrimos el encierro de un sepulcro… «Ojalá tengamos hoy la audacia de José de Arimatea que tuvo la feliz inspiración de ofrecer su tumba a Cristo. ¡Cuántos sepulcros, cuántas cosas muertas hay dentro de nosotros! Ofensas, heridas, rencores, venganza, tantas cosas no perdonadas que nos hacen vivir una vida triste… Abramos a Cristo de par en par nuestras puertas, dejemos que entre en nuestro sepulcro Aquel que tiene las llaves de la muerte y del abismo, que puede superar todos los obstáculos, atravesar barreras, abrir cerrojos, ahuyentar tinieblas, y comencemos a gustar y disfrutar de su Salud»[17]. Para abrirle la puerta es necesario comprender que sin Cristo no podemos hacer nada y que estamos perdidos en medio de la tormenta.

Y se sitúa Jesús en medio de ellos…

Esta situación de angustia de los discípulos cambia radicalmente con la llegada del Resucitado. Entra a pesar de estar con las puertas cerradas.

Hoy, en nuestra casa, Él tiene una cita con nosotros. Su Presencia quiere traernos la salvación. Cristo vuelve victorioso y quiere llegarse a nosotros y entrar en lo más íntimo de cada uno, templo de Dios, para habitar nuestro interior: «Vendremos a él y haremos morada en él»[18]. Está a la puerta y llama, pero no forzará la entrada… Bastaría un tímido 'acuérdate de nosotros'. Parece pedirnos todo cuando, en realidad, viene a nuestra casa a ofrecerse totalmente a Sí mismo.

… y les dijo: «Paz a vosotros»

La paz de Jesús entró definitivamente en los Once: «Paz a vosotros».

Un saludo pascual. Palabra que toca lo más profundo de sus corazones y produce un cambio interior, una victoria mansa y redentora sobre su miedo. Paz que trae salvación a su casa.

Shâlom, comunión íntima e inseparable con el Señor vivo; Él tiene las llaves de la muerte y de todo abismo.

Trae la paz verdadera, la paz que no se acaba, no la que da el mundo; la paz fruto de la entrega, fruto de la gran victoria sobre el pecado y la muerte lograda a precio de su sangre. «He resucitado, vuestra es mi victoria».

Si Cristo no hubiera resucitado, no solo sería vana nuestra fe, sino también nuestra esperanza, porque el mal, la muerte nos tendría como rehenes.

Dicho esto, les mostró las manos y el costado

Ahora Jesús les invita a contemplar su Cuerpo: muestra a los discípulos las llagas de las manos y del costado. La Humanidad gloriosa permanece 'herida'.

«Cristo conserva en su cuerpo resucitado las señales de las heridas de la cruz en sus manos, en sus pies y en el costado. A través de la resurrección manifiesta la fuerza victoriosa del sufrimiento, y quiere infundir la convicción de esta fuerza en el corazón de los que escogió como sus apóstoles y de todos aquellos que continuamente elige y envía»[19].

Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor

La alegría que nace en su corazón deriva de ver al Señor. Primero sentían miedo, después, cuando Jesús se pone en medio de ellos, sorpresa, incredulidad y, al fin, alegría. Es más, la incredulidad y la alegría van juntas. No se trata de creer solo que Jesús es el Resucitado; se trata de conocer y experimentar el poder de la resurrección. ¡Resucitó de veras mi esperanza!

Y aunque otra vez hoy atentara un viento contrario que tratara de obstaculizar un nuevo camino abierto ya, si se hace borrascoso el océano de la historia, ¡que nadie ceda al desaliento ni a la desconfianza!

¿La alegría es una utopía en situaciones de sufrimiento? La alegría es lo más necesario en los momentos difíciles. Los Hechos de los apóstoles dicen que los discípulos llenaban las ciudades de alegría[20], de una alegría honda, serena y contagiosa.

Una forma sibilina de no acoger el don, tiñéndolo de caridad, sería no transmitir la esperanza ni la confianza de la fe, alegando que no es solidario estar alegres cuando tantos sufren. La alegría del cristiano es saber que nada podrá separarnos de su amor[21].

El Papa Benedicto XVI afirmaba tan osadamente: «Si nos fijamos, observaremos que ahora la alegría espontánea, sincera, escasea cada vez más. Cuando nos alegramos de algo es como si temiéramos faltar a la solidaridad con los que sufren e incluso pensamos: 'No debo alegrarme tanto con tantas necesidades y tanta injusticia como hay en el mundo'.

Esa conclusión es un error, porque con la pérdida de la alegría no mejora el mundo. Al revés, no alegrarse en aras del sufrimiento no ayuda nada a los que padecen. Este mundo necesita muchos hombres y mujeres que descubran la alegría sana que trae el Resucitado.

Una serenidad que se basara en no querer enterarse de los grandes males de la historia no sería tal serenidad; hay que dirigir la mirada con esa luz que nos da la fe y ver que el bien también está ahí.

Conviene no caer en un moralismo sombrío y taciturno incapaz de alegrarse con nada; por el contrario, hemos de mirar toda la belleza que hay a nuestro alrededor y oponer una fuerte resistencia a lo que destruye la alegría».

«Como el Padre me envió, también Yo os envío. Recibid el Espíritu…»

«Recibid el Espíritu, acoged mi salvación y salid, os envío como testigos de mi resurrección». De temerosos y con las puertas cerradas a testigos de la resurrección, de una nueva alianza sellada en la Sangre de Cristo. Testigos de que el amor es más fuerte que la muerte[22], que nuestras tensiones, conflictos, esclavitudes del maligno; más fuerte y victorioso que la tristeza y el dolor.

El fuego del Espíritu está entre nosotros, con su soplo derrite nuestro hielo y nos infunde un corazón nuevo.

Nuestro Papa Francisco nos alertaba: «Muchos prometen períodos de cambio, nuevos comienzos, renovaciones portentosas, pero la experiencia enseña que ningún esfuerzo terreno por cambiar las cosas satisface plenamente el corazón del hombre. El cambio del Espíritu es diferente: no revoluciona la vida a nuestro alrededor, pero cambia nuestro corazón; no nos libera de repente de los problemas, pero nos hace libres por dentro para afrontarlos; no nos da todo inmediatamente, sino que nos hace caminar con confianza, haciendo que no nos cansemos jamás de la vida».

Entrar en el sueño de Dios

A veces una se atreve a entrar en el sueño de Dios sobre nosotros. ¿Qué sería un mundo que dejara reinar a Jesucristo resucitado? Es decir, ¿qué sería un mundo en el que reinase el amor, la justicia, la bondad, la comunión, la verdad, la belleza? El hombre podría desplegar sin reserva su inmensa capacidad de amar y de pasar haciendo el bien.

El cristianismo es la revolución del amor. ¿A quién no le fascina encontrarse con esas personas sabias que irradian y transmiten la mirada de lo eterno sobre la realidad? Saben estar en la vida, tan presentes y entregadas; hacen lo que conviene hacer y saben dejar a otros hacer cuando así conviene. Personas sencillas, humildes, a veces gravemente extenuadas, que nos hacen presente la bondad y belleza del rostro del Amor que las habita.

Vivir de la fe no significa estar sin más y no hacer nada, o soñar con los ojos abiertos, sino que es hacerlo todo animados por el Espíritu de amor, con ternura y mansedumbre, con la certeza inquebrantable de que Dios es providente y puede lo imposible para el hombre.

El libro de los Hechos de los apóstoles nos describe las comunidades de los primeros cristianos: vivían unidos, repartían sus bienes según la necesidad de cada uno, oraban juntos con perseverancia y con un mismo espíritu. Vivían ya en esta tierra en la paz de saberse a salvo, vivían en el descanso de que Dios-Amor es el único dueño y salvador de nuestra vida y de nuestra historia, ahora y por siempre[23].

Es el Espíritu de Cristo resucitado derramado en nosotros quien hace posible la victoria de su amor: «El amor es paciente, es servicial, no tiene envidia, no presume, no se engríe, no es orgulloso; no es maleducado, no busca su interés, no se irrita; no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, goza con la verdad. Todo lo perdona. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. El amor disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no acaba nunca»[24].

No es una utopía. El cristiano está llamado a encarnar el Evangelio con una entrega siempre en camino de conversión. Conscientes de nuestra fragilidad, pero con la experiencia de ser amados y perdonados, «hemos conocido el amor y hemos creído en él»[25]. Puedo afirmar, llena de agradecimiento, que uno de los mayores privilegios que Dios me ha concedido es vivir en una comunidad cristiana de mujeres consagradas.

Testigos de esperanza

El hombre, obra de las Manos de Dios, en momentos de dolor, cuando ocurre una emergencia, descubre en su interior un depósito oculto de confianza y de compasión y amistad, y se apresura a ayudarse mutuamente. ¿Por qué no vivir siempre así, con la humildad propia de ser criatura, con esa gran sensibilidad al drama de la vida de los demás, responsables unos de otros para el bien y para el mal, conscientes de la gravedad de nuestras elecciones y de nuestros comportamientos —que nunca son insignificantes—, con gran sensibilidad a la compasión hasta exponer la vida unos por otros?

Me roba el corazón ver cristianos que aman de verdad, que viven con sobrecogedora dignidad la prosperidad y la adversidad, la salud y la enfermedad, en definitiva, todos los avatares y los momentos de la existencia, incluso la temida vejez y la muerte, abiertos al don del Espíritu de Cristo resucitado que les permite vivir la cruz no desde la rebeldía y la desesperanza sino desde la fecundidad de la obediencia, confiados en la misericordia de su Señor, que les ha prometido vivir eternamente con Él.

Quiero traer aquí un testimonio vivido en mi propia comunidad. Estoy tan agradecida por esas personas creyentes que Dios me ha regalado en mi peregrinar…

El sufrimiento ha llamado también a la puerta de nuestra casa. He visto lágrimas de dolor y esperanza en el rostro de mis hermanas; algunas hermanas que han perdido padre o madre, incluso algún hermano joven, y algunos aún se debaten en la UVI entre la vida y la muerte. Cuando yo trataba de consolarlas, recibía de ellas consuelo.

Mientras los suyos agonizaban sin la presencia física de sus seres queridos, ellas me decían: «Madre, qué dicha tener fe. Gracias por haberme enseñado a vivir y a afrontar incluso las situaciones más dolorosas y dramáticas que yo, por mí misma, jamás hubiera podido encajar, y mi respuesta solo habría sido la rebeldía y el victimismo. Pero hoy, por gracia, tengo dentro de mí, en comunión con vosotras, el sí de Cristo al designio del Padre que le ama y solo Él sabe lo que nos conviene. No puedo dudar que la vida de mi padre, de mi madre, de mi hermano descansa en sus Manos amorosas, porque somos suyos; en la vida y en la muerte somos del Señor».

Le he pedido permiso a una de mis hijas para compartir con vosotros el impacto recibido al leer el testamento que su padre, un gran creyente, ha dejado a su hija:

«Si estás leyendo esta carta es señal de que he subido al Padre y ya no estaré más entre vosotros. Pero no estés triste, porque lo que vais a enterrar es solo mi cuerpo, ya que mi alma estará gozando del rostro de Dios; y digo eso no porque haya sido mejor o peor que otros, sino porque confío plenamente en la misericordia del Señor.

A veces me pregunto: ¿Qué hemos hecho para obtener tantas bendiciones de Dios?, ¿por qué ha escogido a una de mis hijas para ser su esposa? Como verás, toda nuestra vida ha sido una clara manifestación del inmenso amor que Dios nos tiene.

Así pues, no estés triste, reza por mí, tú que estás tan cerca del Señor, para que me perdone todas mis culpas y, como dice el cántico: 'Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor'.

Ojalá que el Señor te conceda seguir adelante en tu vocación y crecer en la fe junto a tus hermanas. Sin duda, has escogido lo mejor.

Te quiero pedir un favor: Cuida la fe de tus hermanos y permaneced siempre unidos, y si tu madre vive aún, no te olvides de ella, que se quedará muy sola. Reza para que el Señor la sostenga cada día.

Perdona a todas aquellas personas que nos hicieron daño, reza por ellas todos los días y lograrás un gran alivio en tu interior. No olvides que nadie es inocente frente a Él.

Busca al Señor todos los días de tu vida, espera la llegada del Esposo y serás dichosa.

Cuidaos mucho todas.

Te quiere con locura tu padre

J.L.».

Quien mira la vida con fe no muere y, si muere, será para entrar en la vida eterna. «Acuérdate, Señor, de tus hijos que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz»[26].

Mirar la vida desde la meta

Es gran sabiduría aprender a mirar la vida desde la meta. Lo que no tiene valor al final de la vida no lo tiene ahora.

Ojalá haya un después en nuestras vidas, un vivir con la conciencia de que cada momento de nuestra vida sea el primer momento, el único momento y el último momento.

Permitidme para finalizar leer un testimonio de santa Isabel de la Trinidad, carmelita de 26 años, acerca de la grandeza de la fe que puede traspasar un joven corazón en la víspera de pasar a la casa del Padre:

«Se aproxima la hora en que voy a pasar de este mundo a mi Padre, y antes de partir quiero enviarte una palabra salida de mi corazón, un testamento de mi alma. Jamás el corazón del Maestro estuvo tan desbordante de amor como en el instante supremo en que iba a separarse de los suyos. Me parece que algo parecido pasa en el corazón de su pequeña esposa en el ocaso de su vida y siento como una oleada de amor que va de mi corazón al tuyo.

A la luz de lo eterno el alma ve las cosas en su verdad. Todo lo que no ha sido hecho por Dios y con Dios está vacío. Os lo ruego, marcad todo con el sello del amor, solo esto permanece.

La vida es cosa seria y cada minuto se nos da para enraizarnos más en Dios, para asemejarnos a nuestro Maestro con más evidencia, con una unión más íntima.

Y para realizar este plan que es el plan de Dios he aquí el secreto: olvidarse de una misma, despojarse, no tener cuenta de sí, mirar al Maestro, no mirar sino a Él y recibir igualmente como venidos directamente de su amor la alegría o el dolor; esto coloca al alma en las más serenas cumbres…

Te constituyo depositaria de mi fe en la presencia de Dios, del Dios todo amor que habita en nosotros. Quiero comunicarte mi secreto: esta intimidad con Él en el santuario de mi corazón ha sido el hermoso sol que ha iluminado mi vida convirtiéndola en un cielo anticipado. Es lo único que me sostiene hoy en medio del sufrimiento.

No me infunde miedo mi debilidad, antes bien mi confianza brota de ella porque el Fuerte está en mí y su energía es omnipotente. Ella obra mucho más de lo que yo podía esperar. Todo pasa, todo pasa, en la tarde de la vida solo queda el amor».

Esta es nuestra esperanza: la luz radiante de Pascua, la victoria del Resucitado en su criatura amada.

Estáis en nuestra oración siempre.

Vuestras hermanas de Iesu Communio

 

[1] Cf. Rm 8, 22.

[2] Cf. Mt 24, 35.

[3] Jn 6, 68.

[4] Jn 14, 1-2.

[5] Jn 12, 47.

[6] Cf. Lc 19, 41-42.

[7] Cf. Jn 13, 1.

[8] Cf. Jn 12, 1-8.

[9] Jn 3, 16.

[10] Cf. Jn 9.

[11] Cf. Mt 19, 16-22.

[12] Cf. Mt 7, 24-27.

[13] Jn 20, 19-23.

[14] Cf. Ap 21.

[15] Cf. Lc 1, 78-79.

[16] 2Co 1, 3-4.

[17] M. I. Rupnik.

[18] Jn 14, 23.

[19] San Juan Pablo II.

[20] Cf. Hch 8, 8.

[21] Cf. Rm 8, 35.37-39: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada? En todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni lo presente ni lo futuro ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro».

[22] Cf. Ct 8, 6.

[23] Cf. Hch 2, 44-47.

[24] 1Co 13, 4-8.

[25] 1Jn 4, 16.

[26] Plegaria eucarística I.


Domingo de Santo Tomás, primer doctor de la Facultad de Teología de la Universidad de San Marcos

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Fray Domingo de Santo Tomás será el primero en graduarse en sus aulas, el primer doctor y su primer catedrático de Prima Teología. Es el autor de la primera gramática en quechua. Al final de la obra y como muestra redacta un compendio de la doctrina cristiana sumamente interesante. Les comparto la interesante semblanza del Diccionario de la RAE, así como el texto del compendio de la doctrina cristiana y confesión general de la mano de dos maestros lingüistas, G. Taylor y R. Cerrón 


I. BIOGRAFÍA: Domingo de Santo Tomás http://dbe.rah.es/biografias/15346/domingo-de-santo-tomas

 Domingo de Santo Tomás. ¿Sevilla?, 1499 – Lima (Perú), 1570. Misionero, dominico (OP), autor de la primera gramática quechua.

Nació probablemente en Sevilla. Llegó al Perú en 1540 (aprox.). Se preocupó por estudiar la lengua quechua como instrumento para la evangelización de los indios del Perú. Compuso una gramática para facilitar a los conquistadores sus primeros contactos con los naturales. Se imprimió en Valladolid en 1560 y fray Domingo de Santo Tomás la llevó al Perú en julio de 1561. Fue quien informó a Cieza de León sobre la vida y costumbres antiguas de los indios peruanos.

La Provincia Dominica del Perú se estableció el 4 de enero de 1540, siendo su primer provincial fray Tomás de San Martín quien inició verdaderamente el adoctrinamiento de los indios en todo el Perú. Precisamente, fray Tomás de San Martín envía a fray Domingo de Santo Tomás a Trujillo junto con otros dominicos para que empezaran a evangelizar las regiones próximas.

Dice Pedro Cieza de León sobre fray Domingo de Santo Tomás: "Es uno de los que más sabe la lengua y ha estado mucho tiempo entre estos indios y doctrinándolos en las cosas de nuestra Santa fe Católica; así que por lo que yo vi y comprendí el tiempo que anduve por aquellos valles y por la relación que tengo de fray Domingo de Santo Tomás". En 1545 fue nombrado prior del Convento de Lima. En el año 1548 pasó a Cuzco para asistir, donde entre otras cosas se acordó crear un Estudio General que antecede a la Universidad de San Marcos de Lima. Luego se le encomendó la catequización de los indios de las calles de Chicama, Aucallama y Chancay. El mismo año de 1545 fue elegido prior del Convento de Lima.

En 1548 fundó un Convento en Chincha auspiciado por La Gasca. En su viaje de 1548 a Cuzco se encontró con La Gasca en Jauja y lo acompañó al Capítulo de Cuzco. En este Capítulo fue nombrado lector en Lima y se dedicó a la enseñanza. En el mismo Capítulo se creó la primera cátedra de quechua en la Universidad de San Marcos, pensada para la correcta traducción de la experiencia de la fe cristiana a la lengua indígena. Ya el arzobispo Loayza había llamado la atención sobre la necesidad de la instrucción en quechua (1545). La Cátedra sería la base académica para que los doctrineros y catequistas obtuvieron el grado de "Doctor de los indios", después de haber llevado el curso en el mismo Capítulo, se redistribuyó a los religiosos dominicos, fray Domingo de Santo Tomás fue a visitar algunas encomiendas de Lima. Según Isacio Pérez Fernández el primer esfuerzo para evangelizar en lengua quechua a los indios de Perú fue de los Dominicos y puede fecharse entre 1541 y 1545, haciendo referencia a unas cartillas para la catequesis, escrita en quechua, por varios autores en esos años.

Isacio Pérez Fernández cree que uno de esos autores fue fray Domingo de Santo Tomás pues entonces ya estaba reuniendo material para su Lexicón y su Gramática.

A pesar de la resistencia del alto clero al adoctrinamiento en quechua, y gracias al auspicio del arzobispo Loayza (1545-1551) las cartillas dispersas se reunieron en una sola, continuándose con la evangelización en lengua india. En su memorial a su sucesor La Gasca ordena que fray Domingo de Santo Tomás continúe con la tasación del tributo indígena, nombrándolo miembro de la comisión del segundo repartimiento de encomiendas junto a Andrés de Cianca y el arzobispo Loayza. Por experiencia creía que la idea de los obispos de imponer diezmos a los indios retardaría su conversión. Así lo expresó en una carta al Rey del 1 de julio de 1550. Se queja de las restricciones que tenían los religiosos en la administración de los sacramentos. Dando inicio a la discusión sobre la competencia y jurisdicción de los religiosos respecto a los obispos. Hasta ese momento los religiosos llevaron la instrucción y la conversión de los naturales, pero al llegar a sus nuevas diócesis, los obispos reclaman la administración de los sacramentos y la obediencia de los religiosos. Las Órdenes mendicantes rechazaron someterse a los obispos porque consideraban el asunto una intromisión de la jerarquía eclesiástica, lo cual provocó que éstos solicitaran proveer sus parroquias con curas diocesanos y diezmaran no sólo los españoles sino también los indígenas. La carta de fray Domingo de Santo Tomás es también una descripción de la situación indígena desde el descubrimiento del Perú hasta la pacificación de La Gasca.

Resalta la importancia de la tasación encomendada por La Gasca para la protección de los indígenas, pues antes de la tasación "A esta pobre gente les pedía mil, mil habían de dar […] y sobre esto quemaban a los caciques y los echaban a perros y otros muchos malos tratamientos y les quitaban el señorío y el mando se lo daban a quien les parecía buen verdugo de los pobres indios para cumplir su voluntad y codicia desordenada".

Sobre el trabajo de los naturales en las minas dice que "no sólo hay mal en quitarles la libertad y echarles a morir y para su perdición […] es en suma lo mucho del desorden y daño que acerca destas minas hay y doy fe a vuestra alteza como cristiano, que si no se pone orden muy en breve se destruirá la tierra".

Finalmente se muestra partidario de la restitución lascasiana de los dineros mal habidos de las encomiendas e intervino en las gestiones para que se restituya en las provincias más necesitadas y disipadas de la tierra en obras de Republica de ellas […] en pro de los naturales de cuya vida y sangre ha salido esa plata y oro que a vuestra alteza le llevan".

Fray Domingo de Santo Tomás intervino indirectamente en la divulgación de la Real Provisión que autorizaba a Cebrián de Caritate la "exclusividad" de llevar camellos al Perú. Se pensaba que la fuerza de los camellos servía para alivianar las cargas que sobre los hombros agobiaban a los sufridos indígenas.

Según Isacio Pérez Fernández fue una manera estrafalaria de recordar a los miembros de la Audiencia el Auto de suspensión del trabajo indígena, dado por La Gasca al partir del Perú ( 22 de febrero de 1542), y de ofrecerles una salida cambiando camellos por trabajo personal. La Provisión llegó en abril de 1552 y los oidores pensaron en divulgar la Real Cedula de supresión del servicio personal de los indios, pero la provisión sobre la importación de camellos les hizo reflexionar sobre la conveniencia de tal divulgación.

Temían que se produjeran desmanes entre los encomenderos por la idea de remplazar indios con camellos.

En ese momento fray Domingo de Santo Tomás mostró una carta a los oidores donde el obispo de Chiapas, fray Bartolomé de las Casas, se asombraba de que los oidores no hubieran ejecutado la Cédula de supresión del servicio personal de indios, incluso precisa que eso era responsabilidad de la Audiencia y el virrey y no del Consejo de Indias. Ésta sería la primera prueba del contacto epistolar entre Las Casas y fray Domingo de Santo Tomás. Su primer contacto personal se produciría en el otoño de 1556, cuando fray Domingo de Santo Tomás visitaba Valladolid.

La defensa de los indios que pregonaba fray Domingo de Santo Tomás se basaba en el reconocimiento de la autoridad del Rey y en rechazo de las atribuciones de los encomenderos. Alguna vez el oidor Pedro de Mercado de Peñalosa en presencia de fray Domingo de Santo Tomás aprovechó una conversación sobre los derechos de Carlos I al reino de Nápoles para cuestionar los derechos reales a las Indias: "¿es el rey pariente de Guaynacaba (Huayna Capac) o cómo tiene esta tierra?". El fiscal Juan Fernández y fray Domingo de Santo Tomás reprendieron su actitud con la dureza de su indiferencia. Su trabajo evangelizador tiene especial valor porque fue le primero en estudiar y difundir entre los predicadores los conocimientos sobre las lenguas del Perú. Su pertenencía a la Orden Dominica y su competencia académica le dieron un papel preponderante en los primeros años lascasianos de la Universidad de San Marcos en el siglo XVI. Se encargó del dictado de los primeros cursos del Estudio General del noviciado y luego en la Universidad de San Marcos. Además fue él quien solicitó la Bula Pontificia de confirmación (1571). Asimismo se doctoró en la Universidad de San Marcos de Lima, donde se encargó de dictar las cátedras de Retórica, Gramática, Artes y Teología. En los primeros años de conquista participó en la fundación de conventos, la enseñanza a los indios y la pacificación de las guerras civiles entre los conquistadores. En 1545 fue prior de su convento en la ciudad de Lima y visitador de la Provincia en 1551. En 1553 fue predicador general y lector de Teología. En 1551, el general de la Orden Dominica le designó vicario general. En Lima, el arzobispo Loayza le ordenó empadronar y tasar el tributo indígena, ganándose la enemistad de los encomenderos.

Pertenece al grupo de dominicos lascasistas que no se limitaron a denunciar y condenar el abuso encomendero contra los indígenas, sino que, a través de la elaboración de memoriales y asesoría legal en juicios, enseñaron a los indios a defenderse con los mecanismo legales de la época. Precisamente el 19 de julio de 1559, los caciques indios, reunidos en la Ciudad de los Reyes, nombraron procuradores al padre Las Casas (en España), fray Domingo de Santo Tomás (Perú) y fray Alonso Méndez, para contrarrestar un Memorial de los encomenderos peruleros, donde ofrecen a Felipe II siete o nueve millones de ducados por la perpetuidad de la encomienda. El padre Las Casas y fray Domingo de Santo Tomás ofrecieron como contraoferta y en representación de los caciques indios del Perú dos millones más de los propuestos por los encomenderos, para impedir que se concediera la perpetuidad. Ambas partes sabían que no podían pagar los millones ofrecidos. El objetivo de ambas partes era ganar tiempo y la voluntad del Rey.

Fray Domingo de Santo Tomás impidió la perpetuidad de la encomienda. Lo contrario hubiera significado una forma de feudalismo en el marco de una "teoría organicista" de la sociedad. En un memorial de los encomenderos se decía que ellos eran los huesos que sustentan la república o la comunidad" o sea el grupo dominante. Por esto debían estar fortalecidos con la perpetuidad de la encomienda más la jurisdicción civil y criminal sobre los indios. Delegar el poder en particular era inaceptable en una monarquía absoluta, que, al contrario, concentraba el poder en el Rey. La coordinación de la contraoferta de los caciques de Lima se logró en el primer encuentro personal entre el padre Las Casas y fray Domingo de Santo Tomás en 1556. Fray Domingo de Santo Tomás logró del papa Paulo IV un jubileo plenísimo para el Hospital de Santa Ana a petición del arzobispo Loayza.

Volvió al Perú en 1561 y al año siguiente recibió la bula que lo nombraba obispo de Charcas. Fue consagrado en la Iglesia de Santo Domingo de Lima, por el arzobispo Loayza. A su regreso muere atacado por una enfermedad. Sus restos descansan en la Catedral del Obispado de Charcas. En opinión de Raúl Porras Barrenechea, la Gramática de fray Domingo de Santo Tomás recoge los primeros conocimientos de la lengua índica peruana, que hasta entonces los españoles habían logrado compilar de manera desordenada. Estos datos aumentaban progresivamente conforme se ampliaba su labor evangelizadora, ya que no sólo estuvo en el Cuzco sino que viajó también por la costa peruana.

La riqueza histórica del Vocabulario es haber sido preparado en una época muy cercana al incario. Precisamente en sus páginas encontramos las instituciones Incas más antiguas, así como los nombres de sus "administrativos" y sus funciones específicas. Raúl Porras Barrenechea opina que fray Domingo de Santo Tomás es el iniciador de los estudios quechuísticos y que bautizó con el nombre de Quechua la conocido Runa Simi o Lengua General Inca. González Holguín usó la palabra quechua tomando como referencia a fray Domingo de Santo Tomás. En 1616 Alonso de Huerta también usó el término quechua. Más tarde los estudiosos republicanos del quechua recogieron este nombre tradicional de Pacheco Zegarra, quien divulgó la denominación en el siglo xix. Otros autores acompañan a fray Domingo de Santo Tomás en los primeros estudios de las lenguas índicas. Fray Benito de Jarandia se ocupó de la lengua Yunga y la de los indios chicamas, fray Pedro de Aparicio compuso un arte de la lengua chimú y el presbítero Roque de Cejuela elaboró un Catecismo en lengua yunga y castellana del Perú escrita antes de 1585.

Desde el siglo xvi se inició un debate sobre la política lingüística a seguir en la catequesis. Unos propugnaban la castellanización. Uno de los argumentos se basaba en el ejemplo del Imperio Romano que impuso con éxito el latín. Los de esta opinión recordaban el texto de Antonio de Lebrija en su Gramática: "La lengua va con el Imperio". Otros quechuistas optaron por el bilingüismo. Al publicar Grammatica y el Lexicón, fray Domingo de Santo Tomás optó por el quechua, sin desestimar el castellano. El quechuismo, que aún perdura en el Perú es heredera de la obra de fray Domingo de Santo Tomás. Por diversas iniciativas el quechua se convirtió en el idioma oficial de la Iglesia. En el debate intervino Felipe II, quien mandó dejarlos en su lengua. En este contexto general se crearon las cátedras de Lengua en las universidades de México y Lima. Como reacción a la revolución de Tupac Amaru II el visitador Antonio de Areche cerró la cátedra en San Marcos (1784); fue reabierta en 1936. El lingüista Rodolfo Cerrón Palomino cree que el quechua se originó principalmente en la costa.

Esa variedad fue la que oficializaron los Incas. El quechua cuzqueño viene a ser, entonces, un desarrollo posterior de la variante quinchay suyo con influencia aymara. Sus investigaciones lo han llevado a plantear que el quechua del que se ocupó Domingo de Santo Tomás desapareció a mediados del siglo XVII.

Así, el único testimonio que queda del quinchay suyo es el Lexicón y la Grammatica.

 

Obras de ~: Gramática o Arte de la Lengua General de los Indios de los Reinos del Perú. Nuevamente compuesta por el maestro Fray Domingo morador en los dichos reinos, Valladolid, 1560 (Lima, 1951); Lexicón o Vocabulario de la lengua general del Perú llamada quichua, Valladolid, 1560.

 

Bibl.: M. de Mendiburu, Diccionario Histórico-biográfico del Perú, Lima, Biblioteca Nacional del Perú, 1805-1885; R. Porras, "Fray Domingo de Santo Tomás fundador de la Universidad y descubridor del Quechua", en El Comercio (Lima), 12 y 14 de mayo de 1955; E. Romero de Valle, Diccionario manual de literatura peruana y materias afines, Lima, ed. Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1966; F. de Solano, Documentos sobre política lingüística en Hispanoamérica (1492-1800), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1999; I. Pérez Fernández, Bartolomé de las Casas en el Perú, Cuzco, Ed. CBC, 1988; R. Cerrón Palomino, Lingüística Quechua, Cuzco, Centro Bartolomé de las Casas, 2003; R. Cerrón Palomino, "La piedra donde se posó la lechuza. Historia de un nombre", en Lexis (Revista de Lingüística y Literatura), PUCP (2006).

 

Yovani Soto Villanueva


NOTA DE INTERÉS: https://www.religionenlibertad.com/blog/36985/del-autor-de-la-primera-gramatica-del-quechua-fray-domingo-de.html  

II. La platica de fray Domingo de Santo tomás (1560)

La platica de fray Domingo de Santo Tomás (1560) Gerald Taylor p. 427-453 https://doi.org/10.4000/bifea.7039

Platica para to/dos los Indios

Hermanos & hijos mios, a / todos vosotros os amo y / quiero mucho, como a mis / proprios hijos, por tanto os / quiero dezir los ma(n)damien-/tos d(e) dios, para q(ue) seays sus hi/jos y amigos suyos. Por esso / estad atentos, y oydme bien / esto que os quiero dezir. Noso-/tros todos los ho(m)bres, no so-/mos como los cauallos, ni co/mo las ouejas, ni como los / leones, ni como las demas co/sas biuas, Porq(ue) los cauallos, / los leones, y todas las otras cosas / que biue(n), quando mue/ren, el cuerpo y el anima // todo juntamente muere, pe-/ro nosotros los ho(m)bres no so/mos assi, q(ue) qua(n)do morimos, / nosotros, y vamos deste mu(n)-/do, solame(n)te muere n(ues)tro cuer/po. Mas nuestra anima y [e]spi-/ritu, este hombre nuestro in-/terior (q(ue) aca de(n)tro tenemos,) / nu(n)ca muere, para siempre ja-/mas biue. Y los que son hi-/jos de Dios (por sus sacrame(n)/tos) y son buenos y guardan / sus mandamientos, van alla / al cielo (que es la morada de / Dios) a donde estarán con el / en muy gran gozo, gloria y / alegria, descanso, y recrea-/cion para siempre jamas. Los / que fueren peccadores y ma-//los y no obedece(n) ni guardan / sus ma(n)damie(n)tos, qua(n)do mue/re(n), sus a(n)i(m)as ira(n) al infierno (q(ue) / es la casa y morada d(e) los d(e)mo/nios) y alli estaran para sie(m)pre / pena(n)do. Y pues ha de ser assi, / que las animas d(e) los buenos, / despues que mueren, han de / yr al cielo, a tener gran glo-/ria con dios, y las de los ma-/los co(n) el demonio al infierno / co(n) pena para sie(m)pre. Oydme / bie(n) esto q(ue) os quiero dezir, pa/ra q(ue) vays al cielo, escapando/os del infierno. Primero mu/cho tiempo ha, no auia cie-/lo, ni sol, ni luna, ni estrellas, / ni auia este mundo inferior, / ni en el auia ouejas, ni vena-/dos, ni zorras, ni aues, ni mar, // ni pexes, ni arboles, ni otra / cosa alguna. Solamente en-/tonces auia Dios, que jamas / tuuo, ni tiene principio , ni te(n)/dra fin. Y quando le plugo, / y fue seruido, hizo y crio el / cielo, la tierra, y todo lo de-/mas que ay en ellos. Hizo el / cielo, para casa y morada de / los Angeles, y de los buenos / hombres. Hizo el sol para / dar resplandor y alumbrar el / dia. Ta(m)bien crio la luna, ju(n)ta-/ mente con las estrellas, para a/lu(m)brar la noche, y darle clari-/dad. Hizo este mundo, para / que nosotros los hombres bi/uiessemos, anduuiessemos y / morassemos en el. Hizo el / ayre, para que respirassemos. // las aues, los pexes, y todo lo / demas que ay criado, todo lo / hizo y crio para nosotros los / hombres. Algunas cosas de-/llas crio, para q(ue) nosotros co-/miessemos. Otros para q(ue) nos / ayudassen y siruiessen en nue/stras necessidades. Otras pa-/ra que nos gozassemos y hol/gassemos en verlas. Crio as-/si mismo alla en el cielo muy / gra(n) cantidad y muchos cria-/dos suyos, que llamamos ange-/les. Los quales ni tiene(n) car/ne, ni huesso, no tienen cuer-/po, son [e]spiritus puros como / nuestras animas. Estos ange-/les que digo, no son como los / ho(m)bres, son de otro genero, / y [e]specie que nosotros. Destos // angeles q(ue) os he dicho, algu-/nos fuero(n) buenos y guarda-/ro(n) y obedesciero(n) los manda-/mie(n)tos d(e) dios, cu(m)plie(n)do su vo/lu(n)tad. Y estos agora esta(n) con / el en el cielo, y son bie(n) aue(n)tu-/rados, estando en gran conte(n)-/to y gloria, sin faltarles cosa / ninguna de las que dessean, / Y a estos llamamos Angeles / buenos. Otros fueron muy / malos, no obedesciero(n) a dios, / ni guardaron sus mandamie(n)/tos cu(m)pliendo su volu(n)tad, an-/tes peccaro(n) y enojaro(n) mucho / a dios n(uest)ro señor. Y a estos por / sus peccados, los echo Dios / del cielo, y desterro aca baxo / de la tierra, al infierno en gra(n) / fuego, y obscuridad, y hedor // Do(n)de hasta agora esta(n), y esta-/ra(n) para sie(m)pre encerrados, pa-/descie(n)do por sus peccados. Y / estos son los q(ue) en v(uest)ra lengua/ llamays (mana alli çupay.) Y / nosotros en la nuestra, les lla-/mamos diablos. Despues q(ue) / dios ouo hecho y criado to-/das estas cosas q(ue) os he dicho. / Crio en este mu(n)do vn ho(m)bre / llamado Adam, y vna muger / llamada Eua. Y d(e)ste ho(m)bre, y / d(e)sta muger, nosotros los chri/stianos, y vosotros los indios, / y todos los negros, y los in-/dios d(e) Mexico, y los indios q(ue) / esta(n) en los mo(n)tes, y todos q(uan)/ tos ho(m)bres ay derramados y / diuididos del vn cabo d(e)l mu(n)/do hasta el otro, todos d(e) ellos // p(ro)cedemos. Y nacemos. Y este / ho(m)bre llamado Adam, y esta / muger llamada Eua, son n(uest)ro / principio, y de do(n)de procede/mos. Y dellos, n(uest)ros antepassa/dos p(ro)cediero(n), y se fuero(n) a mo/rar a España, donde nosotros / biuimos. Y v(uest)ros antepassados / (d(e) quie(n)[es] vosotros venis) vinie/ro(n) a biuira esta t(ie)rra, do(n)de ago/ra estays. Y los antepassados / d(e) los negros se fuero(n) a sus tier/ras. Y los antepassados de los Mexicanos, y assi mismo los / de todos los ho(m)bres q(ue) esta(n) di/uididos por todo el mu(n)do, se / diuidiero(n) por diuersas t(ie)rras. / Aueys d(e) saber q(ue) aq(ue)llos demo/nios q(ue) os dixe, te(n)taro(n) a n(uest)ros p(ri)/meros padres, y diero(n) ocasio(n) // tentandolos para que pecas/sen, y assi peccaro(n). Y estos de/monios son los q(ue) a nosotros / cada día nos aco(n)sejan el pec-/car, engañandonos y persua-/diendonos lo malo, y a voso-/tros (aunque no los veys) os / pone(n) en vuestros coraçones / malos pe(n)samientos, os dize(n), / Adorad al sol, a la luna, a las / piedras, a los ydolos. Y, por / esto, aueys enojado co(n) v(uest)ros pe/cados mucho a dios n(uest)ro se-/ñor. Por esso auisad de aqui a/delante, y no lo hagays assi / como hasta agora, sino de a-/qui adela(n)te eme(n)daos de vue-/stros peccados, y co(n) vuestros / coraçones y pensamientos a-/llegaos a dios nuestro señor, // diziendo, O señor mio, vos soys mi señor y cria-/dor. Hasta agora no os he conoscido, y assi (adora(n)do los ydolos) os he mucho enojado. De aqui ad/elante me emendare, y nunca mas peccare. Y a / vos solo adorare y amare, mas que a todas las co=/sas. Biuiendo assi, y siendo christianos, quando / murieredes, vuestras animas yra(n) al cielo co(n) Dios / para siempre jamas. Amen.

Plática para todos los indios:

"Hermanos, hijos míos, a todos vosotros os amo y quiero mucho, como a mis propios hijos; por tanto os quiero decir los mandamientos de Dios, para que seáis sus hijos y amigos suyos. Por eso estad atentos, y oídme bien esto que os quiero decir. Nosotros todos los hombre no somos como los caballos ni como las ovejas ni como los leones ni como las demás cosas vivas. Porque los caballos, los leones y todas las otras cosas que viven, cuando mueren, el cuerpo y el ánima todo juntamente muere, pero nosotros los hombres no somos así: que cuando morimos nosotros y vamos de este mundo solamente muere nuestro cuerpo. Mas nuestra ánima y espíritu este hombre nuestro interior (que acá dentro tenemos) nunca muere: para siempre jamás vive. Y los que son hijos de Dios (por sus sacramentos) y son buenos y guardan sus mandamientos, van allá al cielo (que es la morada de Dios) adonde estarán con Él, en muy gran gozo, gloria y alegría, descanso y recreación para siempre jamás. Los que fueren pecadores y malos y no obedecen ni guardan sus mandamientos, cuando mueren, sus almas irán al infierno (que es la casa y morada de los demonios), y allí estarán para siempre penando. Y pues ha de ser así, que las ánimas de los buenos, después que mueren, han de ir al cielo, a tener gran gloria con Dios y las de los malos con el demonio al infierno con pena para siempre. Oídme bien esto que os quiero decir para que vais al cielo, escapándoos del infierno. Primero, mucho tiempo ha no había cielo, ni sol, ni luna, ni estrellas, ni había este mundo inferior, ni en él había ovejas, ni venados, ni zorras, ni aves ni mar, ni pejes, ni árboles ni otra cosa alguna. Solamente entonces había Dios, que jamás tuvo ni tiene principio ni tendrá fin. Y cuando le plugo y fue servido, hizo y crió el cielo, la tierra y todo lo demás que hay en ellos. Hizo el cielo para casa y morada de los ángeles y de los buenos hombres. Hizo el sol para dar resplandor y alumbrar el día. También crió la luna, juntamente con las estrellas, para alumbrar la noche y darle claridad. hizo este mundo para que nosotros los hombres viviésemos, anduviésemos y morásemos en él. Hizo el aire para que respirásemos, las aves, los peces y todo lo demás que hay criado, todo lo hizo y crió para nosotros los hombres. Algunas cosas de ellas crió para que nosotros comiésemos. Otras para que nos ayudasen y sirviesen en nuestras necesidades. Otras para que nos gozásemos y holgásemos en verlas. Crió así mismo allá en el cielo muy gran cantidad y muchos criados suyos que llamamos ángeles. Los cuales ni tienen carne ni hueso, no tienen cuerpo; son espíritus puros como nuestras ánimas. Estos ángeles que digo no son como los hombres; son de otro género y especie que nosotros. De estos ángeles que os he dicho, algunos fueron buenos y guardaron y obedecieron los mandamientos de Dios, cumpliendo su voluntad. Y éstos ahora están con el en el cielo y son bienaventurados, estando en gran contento y gloria, sin faltarles cosa ninguna de las que desean. Y a estos llamamos ángeles buenos. Otros fueron muy malos, no obedecieron a Dios, ni guardaron sus mandamientos cumpliendo su voluntad, antes pecaron y enojaron mucho a Dios nuestro Señor. Y a éstos, por sus pecados, los echó Dios del cielo y desterró acá abajo de la tierra al infierno, en gran fuego y obscuridad y hedor, donde hasta ahora están y estarán para siempre encerrados, padeciendo por sus pecados. Y éstos son lo que en vuestra lengua llamáis mana allí Çupay. Y nosotros, en la nuestra, les llamamos diablos. Después que Dios hubo hecho y criado todas estas cosas que os he dicho, crió en este mundo un hombre, llamado Adán, y una mujer llamada Eva. Y de este hombre y de esta mujer nosotros los cristianos y vosotros los indios y todos los negros y los indios de México y los indios que están en los montes y todos cuantos hombres hay derramados y divididos del un cabo del mundo hasta el otro, todos de ellos procedemos y nacemos. Y este hombre llamado Adán y esta mujer llamada Eva son nuestros principio y de donde procedemos. Y de ellos nuestros antepasados procedieron y se fueron a morar a España donde nosotros vivimos. Y vuestros antepasados (de quien vosotros venís) vinieron a vivir a esta tierra, donde ahora estáis. Y los antepasados de los negros se fueron a sus tierras  y los antepasados de los mexicanos y así mismo los de todos los hombres que están divididos por todo el mundo, se dividieron por diversas tierras. Habéis de saber que aquellos demonios, que os dije, tentaron a nuestros primeros padres y dieron ocasión, tratándolos para que pecasen y así pecaron. Y vuestros demonios son los que a nosotros cada día nos aconsejan el pecar, engañándonos y persuadiéndonos lo malo y a vosotros (aunque no lo veis) os ponen en vuestros corazones malos pensamientos, os dicen adorad al sol, a la luna, a las piedras, a los ídolos. Y por esto habéis enojado con vuestros pecados mucho a Dios nuestro señor. Por eso avisad de aquí adelante y no lo hagáis así como hasta ahora, sino de aquí adelante enmendaos de vuestros pecados y con vuestros corazones y pensamientos allegados a Dios Nuestro Señor diciendo:  "O, señor mío, vos sois mi señor y criador, hasta ahora no os he conocido y así (adorando los ídolos) os he mucho enojado. De aquí adelante me enmendaré y nunca más pecaré. Y a vos solo adoraré y amaré, más que a todas las cosa". Viviendo así, y siendo cristianos, cuando muriéredes, vuestras ánimas irán al cielo, con Dios para siempre jamás. Amén. (Grammatica o arte de la Lengua General de los Indios de los Reynos del Perú. Estudio introductorio y notas por Rodolfo Cerrón-Palomino, CBC, Cuzco 1995 LXVI+179 pp) 

LA CONFESSION GENERAL

Yo muy gran peccador me co(n)fesso, y di/go todos mis peccados a Dios, y a san/ cta Maria, y a sancto Domingo, y a to=/dos los sanctos, y a vos padre, que he pecca/do mucho en mal pensar, en mal hablar, ha=/blando en vano, comiendo y beuiendo de=/ masiado mal obrando riyendo hazie(n)do bur/la de otros, andando en balde, jugando, jura(n)/do sie(n)do negligente y perezoso en bie(n) obrar. / Por tanto, de todos ellos mis peccados me / pesa y me eme(n)dare dellos, y no boluere mas / a peccar. Y ruego a señora sancta Maria vir/gen, y madre de Dios, y a todos los sanctos / Rueguen a Dios por mi, y a vos padre ro=/gueys a Dios por mi, y en su nombre me ab=/soluare dellos. Amen.

EL LIBERTADOR SANMARTÍN, EL HÉROE SERENO (Jorge Basadre)

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EL LIBERTADOR SAN MARTÍN, EL HÉROE SERENO (Jorge Basadre)

 

En estos tiempos de  coronavirus, de zozobra y de inquietud, en que lo más seguro es que "quién sabe", me encuentro leyendo a Santa Teresa de Jesús y a Jorge Basadre. La primera como alimento espiritual, el segundo para mis cursos de historia. De la primera rescato su vivencia mística, la amistad plenificante del Dios que "solo basta" y su gozosa paz; del segundo el maestro profundo que mira lejos y nos brinda lecciones desde su investigación, nada que ver con el actual "recorta y pega". Y, como siempre me gusta tender puentes, crear lazos, veo algo convergente en la egregia figura del libertador José de San Martín, magistralmente ponderada por Basadre y la copla teresiana "la paciencia todo lo alcanza". Don Jorge Basadre acuña el término "heroísmo sereno" para caraterizar a San Martín. Entre sus miles de páginas hay auténticas perlas como la que les comparto.

Me ha gustado saber que los padres del libertador del Perú, aunque casados en Argentina, donde le nacen sus cincos hijos, son palentinos, el padre, Juan de San Martín, de Cervatos de la Cueza, y la madre, Gregoria Matorras,de Paredes de Nava. La santa de Ávila decía de los palentinos que eran de muy "buena masa" y en los progenitores del protectorado del Perú se evidencian. Conmueve pensar que tan significativo personaje se dedicase en la última etapa de su vida –ya en Europa- a la educación de su única hija para la que escribió un tratado con prudentes máximas para "humanizar el carácter, inspirarle amor a la verdad y odio a la mentira., caridad con los pobres., sentimientos de indulgencia hacia todas las religiones., dulzura con los criados, pobres y viejos., amor por la Patria y por la Libertad."

Entre la numerosa bibliografía les comparto:

http://dbe.rah.es/biografias/14659/jose-de-san-martin

https://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_de_San_Mart%C3%ADn#

PUENTE, J. de la, San Martín y el Perú: Planteamiento doctrinario. Lima: Nueva Mayoría Editorial, 2000.

Conversación entre Antonio Zapata y Cristina Mazzeo sobre José de San Martínhttps://www.facebook.com/HistoriaPUCP/videos/515181542510490/

 

 

BASADRE, Jorge Historia de la República del Perú 1822-1933, "La retirada de San Martín", Tomo 1, 8ª Ed. La República, Lima, p.6

 

Para una generación como la nuestra, que ha aprendido a creer en todo el mundo y en tantos órdenes de la vida, que la prisa es una necesidad, lo utilitario una virtud, la figuración un sinónimo del valer, el grito y el anuncio una fuerza más importante que la razón, puede ser muy útil reflexionar lo que significa la aptitud para saber ser un hombre libre, un individuo capaz de decidir por sí mismo, de acuerdo con las más altas normas éticas, cuándo es un deber actuar, llevando entonces esa acción hasta sus últimas consecuencias, y cuándo es un deber no actuar, aunque en ese caso sea menester aceptar los más dolorosos renunciamientos. Fue sencillamente eso, ni más ni menos, lo que San Martín hizo. Implica el suyo un bello ejemplo de cómo en esa cosa llena de fango y de luz que es la vida, en la que tan pocas son las recetas infalibles, caso lo único verdaderamente reconfortante es que el ser humano, a pesar de todas las pruebas, pueda ser capaz de conservar su lucidez y su dignidad.

La confusión, la algarabía, el gregarismo, la arbitrariedad, parecen originarse en un curioso fenómeno de atolondramiento o de confusión. Y tal vez la más profunda lección de San Martín para nuestro tiempo, fuera de América y en América, sea precisamente una lección de serenidad. De serenidad entendida con algo muy distinto de la calma, el reposo o la tranquilidad, porque emerge del dolor, de la cólera o de la incertidumbre, para dominarlas a la luz de la conciencia de estar procediendo bien.

El más alto sentido de lo heroico en el mundo actual, es el del heroísmo sereno. No hay que buscar hoy al héroe más notable, como en épocas lejanas, en el aventurero que se lanza a los mares lejanos o a las tierras ignotas, sino en el hombre a solas frente a las sectas, frente a los dogmas y frente a los despotismos. Lo que más urgentemente necesitamos todos es no desmoralizarnos. La más insidiosa tentación ahora es la tentación de la cobardía frente a la mentira, frente a la falsificación de valores, frente al mercado negro en lo espiritual. Lo peor que puede pasar a la generación nueva en el mundo es la prostitución. Y San Martín, independientemente de sus errores y deficiencias, que no corresponde a este libro enjuiciar, encarna el heroísmo sereno del hombre a solas que no se prostituye. 

UNAMUNO Y SU DEVOCIÓN A MARÍA

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Pocos pensadores españoles han ejercido tanto influjo en las generaciones jóvenes como Don Miguel de Unamuno. Literato, filólogo, filósofo, político... sobre todo hombre de una pieza. Su vida será un drama continuo, un "sentimiento trágico" de vivir desviviéndose, de desesperación esperanzada, de soñar despierto, de morir resucitando... Una vida rica en experiencias, sedienta de verdad, anárquica y mística... Una terrible lucha entre el ser y el querer ser que asume desde la aventura quijotesca al drama interno de Segismundo... Todo menos estar con los brazos cruzados. Don Miguel no puede callar, no puede contener su fértil vida interior y agitará ruidosamente las mentes de sus contemporáneos. Todo su ser está saturado de lo religioso, del más allá.

El drama de su vivir encarna como pocos el de la presente generación. Don Miguel perteneció en su juventud a la Congregación Mariana de los Luises, de la que fue Secretario. En algún momento llegó a pensar hacerse sacerdote. La Universidad arrancará de cuajo sus creencias y le llevará a una situación pendular entre el creer y el no-creer: "Soy hereje de todas las herejías". Por ello, quien se acerca a él buscando respuestas saldrá defraudado. Su fuerte responsabilidad era un buzón gigante de preguntas, de interrogantes: "os quiero inquietos de no estar inquietos".

Ya en Salamanca, después de haberse confesado ateo, republicano, socialista, sigue con sus inquietudes. Charla con el célebre dominico P. Arintero... Una noche no puede dormir: ha escuchado penetrante la voz del Salmo: ¡Si hoy escucháis su voz (de Dios), no endurezcáis vuestro corazón! ¿Endureció Don Miguel su corazón? Quizás en ocasiones.

Lo que nos acerca a la intimidad de su persona es su Diario íntimo, donde confiesa en silencio y a solas. En un arranque de sinceridad, nos hace la confidencia siguiente:

He llegado hasta el ateísmo intelectual, hasta imaginar un mundo sin Dios, pero ahora veo que siempre conservé una oculta fe en la Virgen María. En momentos de apuro, se me escapa maquinalmente esta exclamación: "María, Madre de Misericordia, favoréceme". Llegué a imaginar un poemita de un hijo pródigo, que abandona la religión materna. Al dejar este hogar del espíritu sale hasta el umbral la Virgen y allí le despide llorosa, dándole instrucciones para el camino. De cuando en cuando vuelve el pródigo su vista y allá, en el fondo del largo y polvoriento camino que por un lado se pierde en el horizonte ve a la Virgen, de pie en el umbral, viendo marchar al hijo. Y cuando al cabo vuelve cansado y deshecho encuentra que le está esperando en el umbral del viejo hogar y le abre los brazos, para entrarle en él y presentarla al Padre.

María es de todos los misterios, el más dulce. La mujer es la base de la tradición en las sociedades, es la calma en la agitación, el reposo en las luchas. La Virgen es la sencillez, la ternura.

De mujer nació el Hombre Dios, de la calma de la humanidad, de su sencillez.

Se oye blasfemar de Dios y de Cristo y mezclarlos a sucias expresiones, de la Virgen no se oye blasfemar. Dijo Cristo que los pecados contra Él se perdonarían, pero no los pecados contra el Espíritu Santo, y pecado de los mayores contra el Espíritu Santo es insultar a su Esposa y blasfemar de ella.

 Sedes sapientiae. Así, sapientiae, no scientiae. Asiento de la sabiduría. María, misterio de humildad y de amor, es el asiento de toda sabiduría. Pasan imperios, teorías, doctrinas, glorias, mundos enteros y quedan en pie la eterna calma, la eterna virginidad, y la eterna maternidad, el misterio de la pureza y el misterio de la fecundidad. Sedes sapientiae; ora pro nobis...

Cristo está aun muy alto; aparece a los débiles casi inasequible. A Él se va por María, la humilde y obediente.

La eterna Sabiduría, el Verbo, el Verbo que era en el principio de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, la Razón divina que presidió a la Creación, encarnó en una mujer, en una simple mujer, en María. Su mérito fue la humildad, la perfecta humildad, la obediencia, ecce ancilla Domini.

Vemos a María acercando corazones a Dios. Unamuno se consagró a ella de joven, la Virgen se consagró a él pese a su abandono y le ayudará en todos los momentos difíciles, como Don Miguel mismo nos confiesa.

 

Al pasar por el santuario de la Virgen del Camino, en León, le dedicó este poema:

 

Oh alma sin hogar, alma andariega,

que duermes al hostigo a cielo raso,

trillando los senderos al acaso,

bajo la fe de una esperanza ciega.

Ese cielo, tu padre que te niega

paz y reposo, bríndate al ocaso

roja torre de nubes, en que el vaso

que ha de aplacar tu sed al fin te entrega.

 

Una noche, al pasar, en una ermita

te acogiste a dormir; sueño divino

bajó a tus ojos desde la bendita

sonrisa de la Virgen del Camino,

y ese sueño es la estrella en que está escrita

la cifra en que se encierra tu destino.

 

FAZIO, Mario El Papa Francisco: Claves de su pensamiento, su visión apostólica y su afán de diálogo con el mundo.

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 FAZIO, Mario El Papa Francisco: Claves de su pensamiento, su visión apostólica y su afán de diálogo con el mundo. Rialp, Madrid, 2013, 112 pp)

Da gusto leer un libro lleno de vida, bien escrito y que alimenta y tonifica tu alma. Y, además, te deja con las ganas de volver a leerlo. Se convierte en tu amigo, a quien sabes que debes volver a consultar y tratar.

Gracias don Mariano Fazio por este feliz trabajo que tanto ayuda a conocer de verdad al Papa Francisco, las claves de su vida, de su pensamiento, de su acción.

El hecho de que su autor sea argentino, que le haya tratado de cerca en varios momentos –como Aparecida-; su calidad intelectual, espiritual y su facilidad para escribir, me parece que da la pauta para entender su gran valor a pesar de tan pocas páginas.

Es interesante saber que varios de sus libros –Cristianos en la encrucijada, Historia de las ideas contemporáneas– han sido leídos y recomendados por el Papa Francisco en diversas ocasiones.

Les comparto índice, presentación y una página en la que valora la importancia de la "memoria" y la religiosidad popular, mencionando "el catecismo de Santo Toribio".

Ánimo y gocen con su lectura


MARIANO FAZIO (Buenos Aires, 1960) es historiador y filósofo, y Profesor de Historia de las Doctrinas Políticas en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, vicario general del Opus Dei desde 2014.

INTRODUCCIÓN

I.             MISERANDO ATQUE ELIGENDO 1. La vocación 2. Trabajo, familia, dolor 3. De novicio a cardenal de Buenos Aires

II.           DESDE LA CONTEMPLACIÓN DE JESUCRISTO 1. La perspectiva de la fe 2. Vida espiritual cristocéntrica en la Iglesia 3. Primacía de los medios sobrenaturales

III.         SALIR HACIA LAS PERIFERIAS EXISTENCIALES 1. Discípulos del Maestro 2. Salir al encuentro de la gente 3. Evangelizar la periferia

IV.         HACER MEMORIA 1. La memoria de las misericordias de Dios 2. Una fe que se hace cultura 3. La religiosidad popular

V.           DIALOGAR 1. La Iglesia dialoga. El ejemplo del beato Juan Pablo II 2. Diálogos con un rabino 3. Diálogo en la evangelización 4. En busca de una sociedad del diálogo y del encuentro

VI.         UN TESTIMONIO PERSONAL EPÍLOGO PARA ESPAÑOLES Y LATINOAMERICANOS APÉNDICE

 "En su intervención en las congregaciones generales previas al Cónclave, el cardenal Jorge Mario Bergoglio trazó en breves frases la necesidad de evangelizar el mundo — razón de ser de la Iglesia— evitando una posible actitud autorreferencial y mundana, para salir al encuentro de las almas. Hizo referencia a que es el mismo Jesucristo quien, desde dentro, nos impulsa. «En el Apocalipsis Jesús dice que está a la puerta y llama. Evidentemente el texto se refiere a que golpea desde fuera la puerta para entrar... Pero pienso en las veces en que Jesús golpea desde dentro para que le dejemos salir. La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir». En los apuntes de su intervención, que fueron publicados con autorización del Papa por el cardenal de La Habana, Jaime Lucas Ortega, Bergoglio concluye: «Pensando en el próximo Papa: un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de "la dulce y confortadora alegría de evangelizar"». El 13 de marzo de 2013, movidos por el Espíritu Santo, los cardenales reunidos en Cónclave después de la sorpresiva noticia de la renuncia de Benedicto XVI, eligieron a Jorge Mario Bergoglio como 265 sucesor de San Pedro, el hombre que a sus ojos reunía más condiciones para llevar a la Iglesia a las periferias existenciales. Él mismo se definió como el Papa venido del fin del mundo, y cada vez es más conocida su labor pastoral en Buenos Aires a favor precisamente de las personas que —desde una perspectiva mundana— son considerados sobrantes, periféricos.

* * *

El libro que el lector tiene en sus manos está escrito todavía con la sorpresa que suscitó en mí el anuncio del cardenal Tauran. Fue escrito rápidamente —la fecha de publicación está muy cercana a ese 13 de marzo de 2013— pero con seriedad y con un convencimiento personal de la necesidad de hacer conocer las raíces espirituales del Papa Francisco. Espero contribuir con estas breves páginas a un mayor conocimiento de su personalidad, que ayude a los católicos a unirnos más afectiva y efectivamente a la persona del Romano Pontífice. Que sea una realidad para todos aquellos anhelos de un santo de nuestro tiempo, san Josemaría Escrivá de Balaguer: «Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam! —que todos, bien unidos al Papa, vayamos a Jesús por María» [1]. Tuve la fortuna de tratar al cardenal Bergoglio con bastante asiduidad desde el año 2000. Compartí con él y otros obispos argentinos la experiencia inolvidable de la Vª Asamblea General del Episcopado de América Latina y el Caribe, que tuvo lugar del 13 al 31 de mayo de 2007 en Aparecida, Brasil. Vivíamos en el mismo hotel, y el convivir diario me hizo profundizar en su conocimiento. A mi regreso a Argentina en el 2008, después de 27 años de ausencia, seguimos tratándonos frecuentemente. Actualmente soy el Vicario Regional de la Prelatura del Opus Dei en Argentina, y en razón de esta tarea el trato se intensificó. Conservo cartas suyas, el recuerdo de llamadas telefónicas familiares y cercanas, preocupaciones comunes. Las páginas que siguen no serán principalmente testimoniales. Se basan sobre todo en sus escritos y sus declaraciones. El esquema es sencillo. En el primer capítulo abordamos su biografía esencial, desde la perspectiva de su vocación en la Iglesia Después, trataremos de describir algunos rasgos de su vida espiritual, para a continuación abocarnos a las distintas manifestaciones de su fervor apostólico: salir en busca de las almas, implementar una pastoral anclada en la memoria de los bienes que el Señor nos ha hecho —a la humanidad, a cada pueblo, a cada persona—, dialogar con todos —cristianos, judíos, creyentes de otras religiones, ateos— para llegar a la verdad de Aquel que dijo de sí mismo: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6). El libro termina con un testimonio personal y un apéndice con un texto del cardenal Bergoglio a los sacerdotes de Buenos Aires del año 2007, muy manifestativo de su talante espiritual y apostólico". (pp.7-8)

"Era el catecismo de santo Toribio de Mogrovejo" p.28

Hay un texto del entonces arzobispo de Buenos Aires que deseo traer a colación, porque se refiere a esa identidad latinoamericana, mestiza y cristiana, que compartimos desde México hasta Tierra del Fuego: «Los pueblos tienen memoria, como las personas. La humanidad también tiene su memoria común. En la cara del mataco está la memoria viva de una raza sufrida. En la voz del riojano está san Nicolás. Mons. Tavella contaba que en un pueblo de su diócesis encontró a un indio rezando tremendamente concentrado. Estuvo mucho tiempo así, al obispo le llamó la atención y le preguntó qué rezaba. «El catecismo» contestó el indio. Era el catecismo de santo Toribio de Mogrovejo. La memoria de los pueblos no es una computadora sino un corazón. Los pueblos, como María, guardan las cosas en su corazón. La alianza del pueblo de Salta con el Señor del Milagro, el Tincunaco, en fin, todas las manifestaciones religiosas del pueblo fiel, son una eclosión espontánea de su memoria colectiva. Allí está todo: el español y el indio, el misionero y el conquistador, el poblamiento español y el mestizaje. Lo mismo pasa aquí en Buenos Aires. A Luján va la gente del interior que vino a buscar trabajo, va el inmigrante que vino a hacer la América... pero el punto de unión es siempre el mismo: la Virgencita, símbolo de la unidad espiritual de nuestra nación, anclada en la memoria de nuestro pueblo» (Mente abierta, p. 88) [1].

Nota: Los matacos son un pueblo indígena del Chaco argentino. San Nicolás es Patrono de la ciudad de La Rioja. Mons. Tavella fue un obispo de Salta, ciudad en la que se venera al Señor del Milagro. Todos los años, desde 1692, el pueblo renueva su alianza con el Señor en una ceremonia emocionante y en la que participan cientos de miles de personas. El Tincunaco es una celebración religiosa y popular de La Rioja, que recuerda la concordia entre indígenas y españoles gracias a la labor paciente de san Francisco Solano, evangelizador de esas tierras en el siglo XVI. Todos los primeros de enero se entroniza una figura de Jesús, el Niño Alcalde, que une a los distintos pueblos.

CUANDO LA HISTORIA ES VIDA. Mensaje del Papa en la 54 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales

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http://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/communications/documents/papa-francesco_20200124_messaggio-comunicazioni-sociali.html;

https://www.youtube.com/watch?v=W_IobYsfI6A&feature=youtu.be

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA 54 JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

 

Para que puedas contar y grabar en la memoria (cf. Ex 10,2)
La vida se hace historia

 

Quiero dedicar el Mensaje de este año al tema de la narración, porque creo que para no perdernos necesitamos respirar la verdad de las buenas historias: historias que construyan, no que destruyan; historias que ayuden a reencontrar las raíces y la fuerza para avanzar juntos. En medio de la confusión de las voces y de los mensajes que nos rodean, necesitamos una narración humana, que nos hable de nosotros y de la belleza que poseemos. Una narración que sepa mirar al mundo y a los acontecimientos con ternura; que cuente que somos parte de un tejido vivo; que revele el entretejido de los hilos con los que estamos unidos unos con otros.

1. Tejer historias

El hombre es un ser narrador. Desde la infancia tenemos hambre de historias como tenemos hambre de alimentos. Ya sean en forma de cuentos, de novelas, de películas, de canciones, de noticias…, las historias influyen en nuestra vida, aunque no seamos conscientes de ello. A menudo decidimos lo que está bien o mal hacer basándonos en los personajes y en las historias que hemos asimilado. Los relatos nos enseñan; plasman nuestras convicciones y nuestros comportamientos; nos pueden ayudar a entender y a decir quiénes somos.

El hombre no es solamente el único ser que necesita vestirse para cubrir su vulnerabilidad (cf. Gn 3,21), sino que también es el único ser que necesita "revestirse" de historias para custodiar su propia vida. No tejemos sólo ropas, sino también relatos: de hecho, la capacidad humana de "tejer" implica tanto a los tejidos como a los textos. Las historias de cada época tienen un "telar" común: la estructura prevé "héroes", también actuales, que para llevar a cabo un sueño se enfrentan a situaciones difíciles, luchan contra el mal empujados por una fuerza que les da valentía, la del amor. Sumergiéndonos en las historias, podemos encontrar motivaciones heroicas para enfrentar los retos de la vida.

El hombre es un ser narrador porque es un ser en realización, que se descubre y se enriquece en las tramas de sus días. Pero, desde el principio, nuestro relato se ve amenazado: en la historia serpentea el mal.

2. No todas las historias son buenas

«El día en que comáis de él, […] seréis como Dios» (cf. Gn 3,5). La tentación de la serpiente introduce en la trama de la historia un nudo difícil de deshacer. "Si posees, te convertirás, alcanzarás...", susurra todavía hoy quien se sirve del llamado storytelling con fines instrumentales. Cuántas historias nos narcotizan, convenciéndonos de que necesitamos continuamente tener, poseer, consumir para ser felices. Casi no nos damos cuenta de cómo nos volvemos ávidos de chismes y de habladurías, de cuánta violencia y falsedad consumimos. A menudo, en los telares de la comunicación, en lugar de relatos constructivos, que son un aglutinante de los lazos sociales y del tejido cultural, se fabrican historias destructivas y provocadoras, que desgastan y rompen los hilos frágiles de la convivencia. Recopilando información no contrastada, repitiendo discursos triviales y falsamente persuasivos, hostigando con proclamas de odio, no se teje la historia humana, sino que se despoja al hombre de la dignidad.

Pero mientras que las historias utilizadas con fines instrumentales y de poder tienen una vida breve, una buena historia es capaz de trascender los límites del espacio y del tiempo. A distancia de siglos sigue siendo actual, porque alimenta la vida. En una época en la que la falsificación es cada vez más sofisticada y alcanza niveles exponenciales (el deepfake), necesitamos sabiduría para recibir y crear relatos bellos, verdaderos y buenos. Necesitamos valor para rechazar los que son falsos y malvados. Necesitamos paciencia y discernimiento para redescubrir historias que nos ayuden a no perder el hilo entre las muchas laceraciones de hoy; historias que saquen a la luz la verdad de lo que somos, incluso en la heroicidad ignorada de la vida cotidiana.

3. La Historia de las historias

La Sagrada Escritura es una Historia de historias. ¡Cuántas vivencias, pueblos, personas nos presenta! Nos muestra desde el principio a un Dios que es creador y narrador al mismo tiempo. En efecto, pronuncia su Palabra y las cosas existen (cf. Gn 1). A través de su narración Dios llama a las cosas a la vida y, como colofón, crea al hombre y a la mujer como sus interlocutores libres, generadores de historia junto a Él. En un salmo, la criatura le dice al Creador: «Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias porque son admirables tus obras […], no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra» (139,13-15). No nacemos realizados, sino que necesitamos constantemente ser "tejidos" y "bordados". La vida nos fue dada para invitarnos a seguir tejiendo esa "obra admirable" que somos.

En este sentido, la Biblia es la gran historia de amor entre Dios y la humanidad. En el centro está Jesús: su historia lleva al cumplimiento el amor de Dios por el hombre y, al mismo tiempo, la historia de amor del hombre por Dios. El hombre será llamado así, de generación en generación, a contar y a grabar en su memoria los episodios más significativos de esta Historia de historias, los que puedan comunicar el sentido de lo sucedido.

El título de este Mensaje está tomado del libro del Éxodo, relato bíblico fundamental, en el que Dios interviene en la historia de su pueblo. De hecho, cuando los hijos de Israel estaban esclavizados clamaron a Dios, Él los escuchó y rememoró: «Dios se acordó de su alianza con Abrahán, Isaac y Jacob. Dios se fijó en los hijos de Israel y se les apareció» (Ex 2, 24-25). De la memoria de Dios brota la liberación de la opresión, que tiene lugar a través de signos y prodigios. Es entonces cuando el Señor revela a Moisés el sentido de todos estos signos: «Para que puedas contar [y grabar en la memoria] de tus hijos y nietos […] los signos que realicé en medio de ellos. Así sabréis que yo soy el Señor» (Ex 10,2). La experiencia del Éxodo nos enseña que el conocimiento de Dios se transmite sobre todo contando, de generación en generación, cómo Él sigue haciéndose presente. El Dios de la vida se comunica contando la vida.

El mismo Jesús hablaba de Dios no con discursos abstractos, sino con parábolas, narraciones breves, tomadas de la vida cotidiana. Aquí la vida se hace historia y luego, para el que la escucha, la historia se hace vida: esa narración entra en la vida de quien la escucha y la transforma.

No es casualidad que también los Evangelios sean relatos. Mientras nos informan sobre Jesús, nos "performan"[1] a Jesús, nos conforman a Él: el Evangelio pide al lector que participe en la misma fe para compartir la misma vida. El Evangelio de Juan nos dice que el Narrador por excelencia —el Verbo, la Palabra— se hizo narración: «El Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado» (cf. Jn 1,18). He usado el término "contado" porque el original exeghésato puede traducirse sea como "revelado" que como "contado". Dios se ha entretejido personalmente en nuestra humanidad, dándonos así una nueva forma de tejer nuestras historias.

4. Una historia que se renueva

La historia de Cristo no es patrimonio del pasado, es nuestra historia, siempre actual.Nos muestra que a Dios le importa tanto el hombre, nuestra carne, nuestra historia, hasta el punto de hacerse hombre, carne e historia. También nos dice que no hay historias humanas insignificantes o pequeñas. Después de que Dios se hizo historia, toda historia humana es, de alguna manera, historia divina. En la historia de cada hombre, el Padre vuelve a ver la historia de su Hijo que bajó a la tierra. Toda historia humana tiene una dignidad que no puede suprimirse. Por lo tanto, la humanidad se merece relatos que estén a su altura, a esa altura vertiginosa y fascinante a la que Jesús la elevó.

Escribía san Pablo: «Sois carta de Cristo […] escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de corazones de carne» (2 Co 3,3). El Espíritu Santo, el amor de Dios, escribe en nosotros. Y, al escribir dentro, graba en nosotros el bien, nos lo recuerda. Re-cordar significa efectivamente llevar al corazón, "escribir" en el corazón. Por obra del Espíritu Santo cada historia, incluso la más olvidada, incluso la que parece estar escrita con los renglones más torcidos, puede volverse inspirada, puede renacer como una obra maestra, convirtiéndose en un apéndice del Evangelio.

1 Como las Confesiones de Agustín.

2 Como El Relato del Peregrino de Ignacio.

3. Como la Historia de un alma de Teresita del Niño Jesús.

4 Como Los Novios, como 

5 Los Hermanos Karamazov.

Como tantas innumerables historias que han escenificado admirablemente el encuentro entre la libertad de Dios y la del hombre. Cada uno de nosotros conoce diferentes historias que huelen a Evangelio, que han dado testimonio del Amor que transforma la vida. Estas historias requieren que se las comparta, se las cuente y se las haga vivir en todas las épocas, con todos los lenguajes y por todos los medios.

5. Una historia que nos renueva

En todo gran relato entra en juego el nuestro. Mientras leemos la Escritura, las historias de los santos, y también esos textos que han sabido leer el alma del hombre y sacar a la luz su belleza, el Espíritu Santo es libre de escribir en nuestro corazón, renovando en nosotros la memoria de lo que somos a los ojos de Dios. Cuando rememoramos el amor que nos creó y nos salvó, cuando ponemos amor en nuestras historias diarias, cuando tejemos de misericordia las tramas de nuestros días, entonces pasamos página. Ya no estamos anudados a los recuerdos y a las tristezas, enlazados a una memoria enferma que nos aprisiona el corazón, sino que abriéndonos a los demás, nos abrimos a la visión misma del Narrador. Contarle a Dios nuestra historia nunca es inútil; aunque la crónica de los acontecimientos permanezca inalterada, cambian el sentido y la perspectiva. Contarse al Señor es entrar en su mirada de amor compasivo hacia nosotros y hacia los demás. A Él podemos narrarle las historias que vivimos, llevarle a las personas, confiarle las situaciones. Con Él podemos anudar el tejido de la vida, remendando los rotos y los jirones. ¡Cuánto lo necesitamos todos!

Con la mirada del Narrador —el único que tiene el punto de vista final— nos acercamos luego a los protagonistas, a nuestros hermanos y hermanas, actores a nuestro lado de la historia de hoy. Sí, porque nadie es un extra en el escenario del mundo y la historia de cada uno está abierta a la posibilidad de cambiar. Incluso cuando contamos el mal podemos aprender a dejar espacio a la redención, podemos reconocer en medio del mal el dinamismo del bien y hacerle sitio.

No se trata, pues, de seguir la lógica del storytelling, ni de hacer o hacerse publicidad, sino de rememorar lo que somos a los ojos de Dios, de dar testimonio de lo que el Espíritu escribe en los corazones, de revelar a cada uno que su historia contiene obras maravillosas. Para ello, nos encomendamos a una mujer que tejió la humanidad de Dios en su seno y —dice el Evangelio— entretejió todo lo que le sucedía. La Virgen María lo guardaba todo, meditándolo en su corazón (cf. Lc 2,19). Pidamos ayuda a aquella que supo deshacer los nudos de la vida con la fuerza suave del amor:

Oh María, mujer y madre, tú tejiste en tu seno la Palabra divina, tú narraste con tu vida las obras magníficas de Dios. Escucha nuestras historias, guárdalas en tu corazón y haz tuyas esas historias que nadie quiere escuchar. Enséñanos a reconocer el hilo bueno que guía la historia. Mira el cúmulo de nudos en que se ha enredado nuestra vida, paralizando nuestra memoria. Tus manos delicadas pueden deshacer cualquier nudo. Mujer del Espíritu, madre de la confianza, inspíranos también a nosotros. Ayúdanos a construir historias de paz, historias de futuro. Y muéstranos el camino para recorrerlas juntos.

Roma, junto a San Juan de Letrán, 24 de enero de 2020, fiesta de san Francisco de Sales.

 

Franciscus


[1] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Spe salvi, 2: «El mensaje cristiano no era sólo "informativo", sino "performativo". Eso significa que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida».

 

EL SENTIDO APOSTÓLICO DE LA ADORACIÓN. Dª. Nurya Martínez-Gayol Fernández, ACI.

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EL SENTIDO APOSTÓLICO DE LA ADORACIÓN

Dª. Nurya Martínez-Gayol Fernández, ACI. "La dimensión apostólica de la adoración." Aula de Espiritualidad Pedro Fabro. 21/12/2017[1]

 

INTRODUCCION:

La adoración, hablar de la adoración hoy es complicad. La adoración pertenece a ese conjunto de términos, que a mí me gusta denominar, de términos difíciles, porque comprender su esencia y la realidad que palpita debajo de ello se ha convertido en algo complejo que nos exige taladrar muy hondo, ¿pero taladrar qué?

·         En primer lugar, las apariencias. En las apariencias lo que hay es una custodia, más o menos bella estéticamente, más o menos cara.

·         Taladrar también la realidad del grupo humano que está adorando que a veces nos puede atraer, podemos sintonizar con él, en otras ocasiones puede provocarnos rechazo.

·         También taladrar nuestro prejuicio, los que se deben a nuestra cultura, a nuestra experiencia personal, eclesial, la de cada uno, a las cosas que medio sabemos, o que medio sospechamos

·         Y, por fin, taladrar la historia para conocer el origen de esta palabra, para conocer cuál es la realidad a la que se refería originariamente, cuales son las vicisitudes históricas por la que esa realidad atravesó …y que fueron cambiándola y sin embargo seguimos utilizando la misma palabra para referirnos a ella.

El término adoración -y más el termino adoración referido a la eucaristía de la adoración eucarística- es uno de esos vocablos que tienen mucho que taladrar.

Vamos a rescatar una dimensión de esta realidad que posiblemente es una de las dimensiones que hayan sido más marginadas y más olvidadas a lo largo de la historia, incluso hoy y en los ámbitos donde se está intentando reactivar esta praxis de la adoración.

La idea de adoración en general nos habla de oración, de silencio, de reverencia, de reconocimiento de la presencia del misterio en medio de nosotros, en medio del mundo, encuentro con Jesús Eucaristía, como vivió el Beato Pedro Fabro que da nombre al aula.

Pero resulta más extraño reconocer en la adoración eucarística una dimensión apostólica; más bien asociamos naturalmente la adoración a la contemplación y además lo hacemos justamente como contrapunto de la acción, como contra cara de la acción apostólica. Una cosa seria la adoración -contemplación y otra cosa seria la acción apostólica.

Pues bien, el punto de partida que nos permite clarificar el por qué   la adoración tiene una dimensión constitutivamente apostólica es justamente el vínculo de dependencia que une adoración y eucaristía. Si algo es la adoración es   que es prolongación de la eucaristía. Obviamente prolongación de la celebración, pero no sólo prolongación de la celebración, nos quedaríamos muy cortos si cuando pronunciamos   la palabra eucaristía pensamos simplemente en la celebración, en ese ratito en el que celebramos la eucaristía. Por eso, la adoración prolonga la celebración eucarística, pero prolonga también el dinamismo eucarístico que brota de esta celebración, y que va mucho más allá de ella y que permanece en el tiempo y en el espacio, y que permanece en aquellos que habiendo comulgado a Cristo se insertan en ese dinamismo de su presencia y de su entrega eucarística.

Desde los comienzos del cristianismo se hace incontestable la presencia de una dimensión apostólica, de una dimensión social cuando hablamos de la Eucaristía Si la adoración es prolongación de la eucaristía necesariamente esa dimensión social de la eucaristía tiene que estar presente también en la adoración, puesto que la adoración la continúa.

Esto lo vemos desde los orígenes de la Iglesia. Pablo escribiendo a la Comunidad de Corintio, Pablo se pronuncia con claridad acerca de lo lógico de la pretensión de celebrar la cena del Señor estableciendo diferencias, marginando personas, generando divisiones, marcando desigualdades sociales o desde actitudes de discordia, desavenencia o rencor. Y, por otra parte, toda la tradición eclesial ha reconocido con profundidad que sin la comunión no habría amor a los demás. Cada comunión debería hacernos crecer en el amor a los otros. "El otro"decía S. Agustín debería ser nuestra Hostia diaria.

La Eucaristía debería crear en nosotras la decisión consciente de salir hacia los otros y de entregarnos a ellos porque en definitiva eso es lo que es la Eucaristía: entrega, entrega personal por amor y entrega hasta el extremo, y quien participa en la Eucaristía dejando que se apodere de él este dinamismo eucarístico, entonces participa de este dinamismo de entrega.

Por eso, nuestras eucaristías se tornan un escarnio que degrada la memoria de Jesús, cuando de ellas no surgen la solidaridad con los pobres, cuando de ellas no surge la pasión por la justicia, la pasión por la fraternidad, cuando de ellas no salimos con unas entrañas de misericordia mayores que con las que entramos, cuando no surge de ellas un compromiso claro con la salud de nuestros hermanos y hermanas. Es decir, si nuestras eucaristías no son espacios de fraternidad y de inclusión.

Pablo diría que, si esto no se da, entonces ya no es comer la cena del Señor, ya no estamos hablando de la Eucaristía. Pero, la Eucaristía también es falseada cuando olvidas que es el memorial de nuestra reconciliación y la celebramos con el corazón contrariado o enfadado con nuestros hermanos. Los textos aquí son muy claros. El evangelio de Mateo nos recuerda aquello de que, si vas a llevar tu ofrenda al altar y tiene algo contra tu hermano, deja la ofrenda, vete a reconciliarte con tu hermano y vuelve.

La Eucaristía es sacramento de comunión entre hermanos y hermanas que aceptan reconciliarse con Cristo-. Y todo esto se prolonga en la Adoración, se prolonga esta dimensión social, se prolonga esta necesaria justicia, se prolonga esta dimensión de reconciliación

¿Qué ha pasado? Que a  lo largo de la historia de la Iglesia, la devoción al cuerpo de Cristo  ha estado demasiado y peligrosamente  vinculada  a hechos históricos, políticos y sociales  que provocaron por una parte la separación de esta devoción, de la celebración  eucarística, la acentuación exagerada o casi unilateral de lo que es la relación  individual de la persona con Cristo eucaristía, el olvido de que la adoración al  cuerpo de Cristo al  prolongar la eucaristía  celebra la entrega de Cristo por todos, y tiene esa significación fuerte de entrega universal.

Como consecuencia de esto, el culto al cuerpo de Cristo, el culto eucarístico, termina convirtiéndose en una especie de arma arrojadiza o de instrumento de ataque contra otros, ¿contra qué otros? Contra todos aquellos que no reconocen la presencia real de Cristo en la Eucaristía, y esto son los cátaros -por decir, los herejes de la Edad Media o, en el siglo XVI, son los protestantes.

Al convertir la eucaristía en un elemento de diferenciación  o en  un alma arrojadiza contra los otros , contra los que son distintos , hacemos que la adoración pierda su significación reconciliadora, y se convierte en un signo de identidad fuerte, pero  en un signo de identidad  que termina siendo a veces agresivo, incluso en ocasiones violento .De hecho  el repunte  de la adoración en la historia de la Iglesia se va a dar en momentos en los que la Iglesia está viviendo un momento de crisis o de dificultad fuerte; esto le va a dar una identidad muy grande a la adoración, pero tristemente cada vez más separada de la eucaristía por una parte y más vinculada a este deseo de defender la identidad, pero no por defender la identidad en sí, sino por defender la identidad contra otros, contra otros que no tienen esa identidad. La consecuencia es que la adoración deja de aparecer como un instrumento de comunión, como un vínculo de unión y se convierte en un dato de afirmación de la propia identidad religiosa y con ella como un rito diferenciador de confesiones y un rito generador de divisiones.

No obstante, la dimensión apostólica básica de la adoración va a permanecer a lo largo de los siglos en algunos elementos propios que sí se conservaron, como es el elemento de la intercesión: la adoración sea un espacio de oración por los otros (aunque esos otros sean pecadores, herejes) distintos, pero tienen esta referencia a los otros. Otro elemento es el de suplencia: suplencia por los que no están, por los que no adoran, que también a pesar de ese tono crítico no ha dejado de ser nunca un dato constitutivo de la adoración. Pero lo que podíamos llamar las dimensiones apostólicas más profundas de la adoración se van desdibujando y se van perdiendo. Por otra parte, la adoración lleva en sí misma una exigencia profunda de fe, de alguna manera podríamos decir que la adoración es un acto de fe, o es, fe en actos. Adorar no es más que reconocer la presencia del Dios infinito, del Dios absoluto, del Dios indisponible en lo finito, en lo perentorio, en lo caduco, en lo disponible de un pequeño trozo de pan.

Por esta razón, hablar de adoración es hablar de un acto de fe y hablar de un acto de fe como que espontáneamente nos lleva a acentuar con más fuerza la dimensión de relación personal, de encuentro con Dios en Cristo Eucaristía, aunque olvidamos que hablar de fe es hablar también de Iglesia, de Comunidad. El sujeto de fe es la comunidad creyente, es la   comunidad eclesial y olvidamos también que hablar de fe es hablar de algo que si es real se hace operoso por el amor.

No obstante, la dimensión apostólica de la adoración va a ser el centro de esta charla, como dimensión clave a la hora de entender qué es la adoración. Voy a tener como referencia algunos textos de Santa María Rafaela, cordobesa, fundadora de las Esclavas del Sagrado Corazón, del siglo XIX.  El carisma que ella recibe la va a conducir a acentuar este rasgo de la adoración, que a diferencia de otras formas de vivir la adoración y de entenderlas más volcadas en el aspecto de interioridad, o de relación personal con Cristo, ella va a poner de relieve esta dimensión apostólica. Este rasgo particular podría resumirse en esa expresión "Poner a Cristo a la adoración de los Pueblos".  Se trata de una potente invitación de llevar a los otros la experiencia de fe que es la adoración y de presencia que es el objeto de la misma, pero también se trata de que este encuentro y de que esta presencia nos lance hacia al mundo y nos lance hacia los otros, es como un elemento aglutinador que nos puede ayudar a conectar con este elemento constitutivo de la misma adoración

I.- ¿CÓMO Y POR QUÉ LA ADORACIÓN ES APOSTÓLICA?

La primera razón es que la adoración prolonga el dinamismo eucarístico y al prolongarlo prolonga todas sus dimensiones:  - Prolonga la dimensión de alabanza como liturgia, prolonga la dimensión de acción de gracias, la dimensión sacrificial, la dimensión de presencia, la dimensión de banquete y también esta dimensión social, esta dimensión   apostólica que es propia de la eucaristía. Pero, además, la adoración también la tenemos que entender como parte integrante de la misma eucaristía. Hay adoración en la propia celebración eucarística, la hay en la consagración (momento más evidente como reconocimiento reverente de esa presencia de Dios entre nosotros, en Cristo Eucaristía) y la hay también en la comunión.

Podríamos decir que la eucaristía es en sí misma el mayor acto de adoración de la Iglesia. Y el primer acto de la adoración es la comunión, porque adorar etimológicamente es "llevar a la boca", y este comer nos habla de comerlo y esto requiere un proceso, comerlo significa dejar que el Señor entre en mí, que yo sea transformada y me abra a ese gran nosotros de manera que lleguemos a ser uno solo con El y con todos los que participan. La comunión con Cristo, se nos da en la hostia, es un encuentro con el hijo de Dios y por eso comulgar, es adorar, y es reconocer quien es Dios y quien soy yo en referencia a ese Dios

Este reconocimiento reverente, está muy lejos de ser un mero gesto pasivo, implica en primer lugar consentimiento a ser transformado y habitado por ese dinamismo de entrega.

Dice S. Agustín: "Nadie come esta carne sin antes adorarla", como decía también con gran fuerza "esto es un alimento distinto, tú no debes asimilarte a mí, sino que debe ser asimilado por mí, "es decir: la comunión del cuerpo de Cristo no es una experiencia por la que asimilamos a Cristo, sino es la gran experiencia de dejarnos introducir dentro de Cristo y de introducirnos en su dinamismo de entrega, y esto dentro de la celebración eucarística.

¿Pero qué pasa cuando termina la celebración eucarística? ¿Qué pasa fuera de la Eucaristía? En primer lugar, no tendríamos adoración como prolongación de la eucaristía sin la reserva eucarística, y ahí en la reserva eucarística ya apunta con claridad esa dimensión apostólica propia de la adoración porque la razón y la finalidad de la primera reserva en los orígenes del cristianismo era aproximar la eucaristía a aquellos que no podían participar de la celebración: enfermos, presos, moribundos, etc  

La eucaristía se reserva como viático, este es el fin de la reserva eucarística : ser alimento que fortalece, ser alimento que sana, que cura, que perdona, que  libera , que  une, generando comunión  con los que no están …y esto quiere decir que desde sus inicios la reserva tenía una dimensión apostólica., y esto quiere decir que no se trata fundamentalmente de reservar las especies eucarísticas para conservar la presencia, es decir no se trata de retener esa presencia para tenerla a nuestra disposición, se trata justamente  de lo contrario, de dejarla salir, de significar que él se queda entre nosotros sobre todo como esa fuerza , reparadora sanadora, curativa  que alcanzan a los que no están y que alcanzan fundamentalmente a los más débiles, que cura al enfermo, que libera al oprimido, que reestablece al herido. De ahí que debamos decir que la dimensión apostólica de la eucaristía fuera de la celebración está presente desde los orígenes del cristianismo.

¿Qué pasó? Con el paso del tiempo se empezó a venerar este pan reservado, y no solo venerado, sino que se empezó a colocarlo en lugares cada vez más principales e importantes dentro de los templos y dentro de la Iglesia y así poco a poco el uso de la reserva eucarística se va ampliando a la praxis de la adoración explícita y la adoración explicita con dos formas expresivas, por una parte, la procesión y por otra la exposición eucarística.

La eucaristía sale del templo y hemos dicho que la reserva eucarística no tiene como finalidad primera quedarse dentro del tabernáculo, sino justamente lo contrario, este salir de Cristo hacia los que no están, a los que están lejos… Las procesiones de alguna manera acentúan también estos rasgos.

En la historia de la Iglesia sobre todo en la Edad Media la devoción eucarística trata de extenderse a través de una fiesta dedicada a la presencia eucarística de Jesús que se explicita en una procesión, que es la fiesta del Corpus Christi, la fiesta del Cuerpo de Cristo.

Al comienzo del siglo XIII va a ser Juliana de Mont Cornillon (Lieja, Bélgica), monja agustina, abadesa de la Abadía de Cornillon, la que va a ser favorecida con una visión, lo que ella ve, es la iglesia en forma de Luna llena, y esa luna tiene una mancha y la lectura que ella hace de esta visión es que esa mancha está hablando de algo que le falta a la iglesia, y eso que le falta a la iglesia, es una fiesta dedicada al Cuerpo de Cristo. Ella empieza a dedicarle tiempo a intentar que esta idea o visión que ha tenido se acoja, con la idea de establecer dentro de la iglesia una fiesta dedicada a la veneración del cuerpo de Cristo. Esta idea, al principio, encuentra mucha oposición, pero casualmente se topa con el obispo Mons. Roberto de Thorete, obispo de Lieja y con Jacques Pantaleòn, archidiacono de Lieja. Juliana comunicó estas apariciones a Mons. Roberto de Thorete, el entonces obispo de Lieja, también al doctor Dominico Hugh, más tarde cardenal legado de los Países Bajos y a Jacques Pantaleón, en ese tiempo archidiácono de Lieja, más tarde Papa Urbano IV y conectan con esta idea, primero se  establece la fiesta en esta diócesis y luego por estas cosas del destino , el que era  archidiácono de Lieja es nombrado Papa, con el nombre de Urbano IV, y es en 1264 mediante la bula  "Transiturus", proclama esta fiesta para la Iglesia universal del Corpus  Christi.

Donde me gustaría detenerme y lo que me gustaría poner de relieve de esta fiesta tiene que ver fundamentalmente con la procesión y con la adoración eucarística

En primer lugar, me gustaría señalar cómo en esta procesión es Jesús Eucaristía es quien toma la iniciativa y sale por las calles para decirnos que está en medio de nosotros, en medio de nuestra vida, en medio de nuestra realidad, en medio de las casas, lugares, lugares de paseo. Es El el que sale a nuestro encuentro.

Con la procesión de esta fiesta, la eucaristía sale del templo, la eucaristía se acerca al que está lejos, sale para buscar a los hombres. La eucaristía no solamente es una celebración en la que hay una mesa inclusiva, que acoge a todos, sino que también se extiende, rompe los muros, rompe las fronteras, y sale. Y en esta procesión también la celebración eucarística se prolonga y lo que pone de relieve esta prolongación es que parece que no bastan el espacio, ni el tiempo reducido de la celebración para alabar y dar gracias, que es necesario que este espacio se amplíe a todo lugar y tiempo. Además, también se pone de relieve en la procesión que Cristo se entregó por todos, no sólo por los que acuden a la Iglesia, no solo por los que le buscan, sino por todos, por la humanidad entera, y entonces también por los que están en sus casas, los que están en las calles y no salieron a la procesión, no salieron a buscarle

Esta idea debería animarnos a cambiar un poco nuestras formas, para que nuestras procesiones fueran un signo más elocuente de todo esto, para que transparentaran mejor que es Cristo el que quiere acercarse a nosotros, que no sale para ser aclamado, sino que sale para buscarnos. Esto es una invitación a sustituir expresiones y formas que suenan más a poder y a realeza por otras que transmitan esta proximidad, esta cercanía, este interés, esta invitación de Cristo al encuentro y que pongan también de relieve más esta dimensión universalista que nos recuerda que en nuestra cotidianidad nos visita el Sol que nace de lo alto y nos visita a todos.

En la procesión el Señor se sumerge en la cotidianidad de nuestra vida porque es allí donde Él quiere estar para caminar por donde nosotros caminamos, y para vivir por donde nosotros vivimos. Durante la procesión miramos esa hostia consagrada y lo que vemos es la simplificación sufrida por ese pan consagrado que ha quedado reducido a esa forma circular y que tal vez no ayuda mucho a hacer las conexiones con el pan que nos alimenta, con el pan de la última cena, con el pan eucarístico. Pero en esta forma externa actual que tiene la Eucaristía al menos podemos reconocer dos valores:

          Por un lado, la simplicidad: se trata de una forma extremadamente sencilla de pan y de alimento hecha de harina y un poco de agua y

Por otro lado, la universalidad: la Última Cena que contemplamos como primera eucaristía tiene lugar en un país, en una cultura  para la que el pan era  un alimento fundamental, básico y sencillo para el pueblo, pero cuando el cristianismo comienza a extenderse a otros países, a otras culturas la eucaristía comienza a celebrarse en otros lugares, donde el pan no es el alimento fundamental, sino donde el pan puede llegar a verse como un alimento extraño(ejemplo en Asia, América Latina donde sería el sustituto del pan seria el arroz, y en África por el Fu-fu). Esta deformación de la forma externa del pan actual puede verse como una oportunidad de utilizar un signo que es más universal, más polivalente, que todos podamos reconocer de algún modo ese signo del alimento que se entrega y se da para ser comido. En el fondo esa presencia santa de quien se queda con nosotros en una realidad pequeña, realidad humilde y finita que es el pan.

Al lado de esto, la Eucaristía pone ante nosotros una dimensión ecológica, que es importante no perder de vista. La Iglesia durante la liturgia de la misa, entrega este pan y lo presenta como fruto de la tierra y del trabajo de los hombres. De alguna manera en él queda recogido el cansancio humano, el trabajo cotidiano de quien cultiva la tierra, de quien siembra, de quien cosecha, de quien finalmente prepara el pan, pero también todos nuestros trabajos, cansancios, todo el esfuerzo, la dureza que sufren tantos hombres y mujeres para llevar alimento a su casa y familias. Sin embargo, el pan no es solo un producto nuestro, no es solamente algo que nosotros hacemos, es también fruto de la tierra y, por lo tanto, es también un don, porque nosotros no somos capaces de fecundar la tierra. Por eso podríamos ampliar esta oración de la  Iglesia  diciendo que el pan es fruto de la tierra y, al mismo tiempo, es fruto también del cielo, es decir que presupone esa sinergia entre las fuerzas de la tierra y los dones de lo alto., del sol, de la lluvia del agua, del agua  de la  que tenemos necesidad para preparar el pan y que tampoco podemos producir nosotros, en un momento en el que se habla tanto de la desertización  de la tierra, en el que escuchamos  cómo tantos hombres, tantos animales mueren por falta de agua, el peligro de que estas zonas sean cada vez más amplios, podemos darnos cuenta de la grandeza de este don del agua, que no nos  lo podemos proporcionar por nosotros mismos pero tenemos que darnos cuenta de la responsabilidad de este don para que este don sea cuidado y compartido de tal manera que llegue a todo.

Entonces, al contemplar más de cerca este pedazo de pan, el pan de los pobres se nos presenta de alguna manera como síntesis de la total creación y comenzamos a comprender por qué el Seño escoge un pedazo de pan como su signo

El cuerpo de CRISTO que adoramos reclama una mirada que tiene que extenderse a la totalidad de la creación y de ahí su dimensión ecológica y requiere también nuestra responsabilidad para con nuestros hermanos; de ahí también la dimensión de solidaridad que le es propia.

En la procesión seguimos este signo del pan y siguiendo este signo del pan, seguimos al Señor mismo, pero la procesión aparece también como una invitación implícita a una llamada silenciosa para que otros le descubran y le sigan, para que se sientan convocados por su presencia y de nuevo tenemos aquí la dimensión apostólica y evangelizadora de ese Cuerpo de Cristo adorado. Este seguir en la procesión es también en un caminar detrás del cuerpo eucarístico de Cristo, caminar detrás del cuerpo de Cristo resucitado. Y son los propios relatos de la resurrección los que nos dan una pista para entender que significa este ir detrás.

En todas las apariciones los ángeles dicen a los apóstoles: "El irá delante de vosotros a Galilea y allí le veréis". En Israel Galilea era considerada como la puerta al mundo de los paganos, de los no creyentes y en Galilea va a ser donde antes de la ascensión, el Señor envía a los suyos a hacer discípulos a todas las gentes. Por eso seguir al que adoramos nos envía a las gentes. La adoración del Señor reaparece con su carácter inseparable y fuertemente unido a la misión evangelizadora.

II.  DIMENSIONES APOSTÓLICAS DE LA ADORACIÓN

El sentido apostólico de la adoración brota en primer lugar del hecho de reconocer que la Eucaristía es el corazón pulsante de la misión, esto quiere decir que la eucaristía es fuente, cumbre de toda vida cristiana, el Vaticano II lo dijo con claridad en la Lumen Gentium 11 y así lo repite la Iglesia desde entonces.

Rafaela María lo entendió y da un paso más y destaca de esta afirmación de la LG11, no que la Eucaristía esté solo en el centro de nuestra vida, sino que también está en el centro de nuestra misión, y desde esta perspectiva la dimensión apostólica de la adoración emerge como un rasgo connatural también de la Eucaristía. Rafaela supo hacer de toda su existencia eucarística   el centro de su modo de vivir la misión y se transparentaba no solo en la vivencia de la adoración explicita, sino en un modo de existir que es adorante, y adorando va configurando su misión.

Por tanto, la centralidad de la Eucaristía en la vida se tiene que explicitar en una existencia eucarística y es esta existencia eucarística la que impregna la misión y la centralidad de la Adoración de igual modo se explicita en un modo de estar en el mundo adorando que necesariamente también impregna la misión.

Desde este presupuesto se comprende la afirmación que da título a este epígrafe: la eucaristía es el corazón pulsante de la misión. Esta es una afirmación que se vincula a una antigua tradición cristiana que contempla no solamente  la eucaristía brotando del corazón traspasado de  Cristo y que se convierte en el corazón del mundo y de nuestra misión apostólica, sino también  otra tradición que contempla en la eucaristía el corazón de cristo y que  arrastra detrás de seguir una  tradición de ritos eucarísticos , que más bien se   desarrollan en la Iglesia oriental por la cual en la eucaristía  no solamente se corta la parte derecha de la forma sino que se atraviesa  la propia forma en su centro intentando recordar este momento de la lanzada del corazón de Cristo en la cruz

La eucaristía es corazón en su condición de fuente, de origen y eso le posibilita ser el centro y el motor de la misión apostólica, pero es un corazón pulsante: un centro vital abierto, propulsor, dinámico  que al mismo tiempo dinamiza y lo que dinamiza es la misión, misión que se concentra en unos deseos: deseo de hacernos con Cristo pan que se entrega y vino que se ofrece por la redención del mundo : es el deseo de hacernos a  nosotros también eucaristía y este hacernos eucaristía de nuevo  pasa por incorporarnos a la entrega de Cristo, recibiendo de la propia Eucaristía la gracia que  hace esto posible. A esto se aprende en la Adoración: contemplando a Jesús eucaristía como el corazón pulsante de toda misión: EL nos centra, nos atrae, nos reúne, nos unifica, y al mismo tiempo nos expulsa, no envía fuera, nos hace salir para hacernos nuevamente retornar con otros.

Este es el dinamismo eucarístico que debería regir en nuestra vida de hombres y mujeres que adoran, y que reciben el impulso de este corazón que es el centro de nuestra vida y nuestra misión.

 Se nos apunta a la identificación del Jesús histórico y el Jesús eucaristía, quiere decir que tanto en cuanto actuamos según Jesús de Nazaret como si actuamos según Jesús eucaristía, lo que repetimos, en lo que nos incorporamos es en ese dinamismo de entrega, esa entrega que en el Jesús histórico se percibe en una vida que es toda ella existencia por los demás, dándose a los demás, y en esa presencia eucarística que en donde adoramos, contemplamos ese cuerpo de Cristo que se entrega. Contemplar a uno es contemplar al otro, la entrega a la que somos invitadas se realiza de igual manera en la acción histórica que en la contemplación eucarística.

Dos consecuencias surgen de aquí:

1.- La primera es que acción y contemplación constituyen un mismo movimiento. Constituyen el corazón de nuestra vida, y eso quiere decir que verdadera acción apostólica es aquella que brota de un desbordamiento, del desbordamiento de un amor que recibimos y que lo recibimos estando con Cristo en la intimidad de la Adoración. En esa intimidad comienzan a sentirse y a vivirse como propios los intereses de su corazón y por eso no hay verdadera acción apostólica fuera de la que nace de este desbordamiento, no hay verdadera acción apostólica si esa acción apostólica no nace de ese amor que previamente hemos recibido y en ese sentido podemos afirmar que la adoración es su fuente

2.- se sigue que la misión apostólica deba de ser adorante: es decir somos llamadas a ser contemplativas en la acción, no excluye el ser contemplativos en la adoración.

Cómo ser apostólicos en la adoración:

La santa de Córdoba (Sta. Rafaela) nos da otro texto que da   pistas "poner a Cristo a la adoración de los pueblos", para hacer que todos le conozcan y le amen"

Lo importante para nosotras es que se trata de dar a conocer el Amor de Dios, manifestado en la Eucaristía: llevar a los hombres a reconocer este amor, a sentirse rehechos, resanados, recreados por El. De ahí que todo su interés esté en llevar a Cristo a otros, a poner a la humanidad rota, herida con esta realidad, siendo fuente de vida y de luz

La Adoración es entonces un verdadero foco que alumbra en todas las direcciones los caminos que recorremos hacia el mundo, pero no menos es un centro de atracción que posibilita el encuentro personal de la Humanidad con Cristo.

Adorar no es solamente un acto privado de encuentro personal con el Señor en la Eucaristía, sino es situarnos en ese centro que nos convoca para extender esa presencia en el mundo y para atraer a todos a esa presencia.

Ser adorador es sentirse responsable de transmitir este don y no solamente de transmitirlo, sino de encarnarlo y de hacerlo historia concreta en nuestro hoy.

La Adoración es por eso ese corazón pulsante de la misión. La Adoración es un ritmo cardiaco que nos atrae hacia ella como centro y nos lanza hacia la misión en un armonioso ritmo que precisa de ambos movimientos que son indispensables e inseparables para dejar que fluya la vida que brota de ella: movimiento sístole y diástole, contracción, movimiento de expansión, movimiento de atracción, de inclusión, de convergencia hacia el centro y movimiento también de dilatación, de extensión, de universalización hacia afuera. Este es el deseo que Dios había sembrado en el corazón de Santa Rafaela como interés de su propio corazón.

Por eso la adoración nos invita a:

1.- Poner a Cristo en la adoración de los pueblos, invitación, a salir, acoger la palabra de Jesús que nos invita a darle vosotros de comer, a llevar a Cristo aquellos   y no lo conocen a sacar la Eucaristía fuera de nuestros templos y espacios sagrados, cada nuevo rincón del mundo, cada nuevo espacio donde se adore   será un pulso más en este movimiento de extensión y dilatación, de esta diástole, de este corazón pulsante, estaremos poniendo a Cristo a la adoración de los pueblos.

Pero este movimiento de dilatación, de extensión también es posible llevarlo a cabo con nuestra propia presencia, es decir haciendo de nuestras vidas una presencia y una existencia eucarística, acogiendo esa invitación a hacernos nosotros también un cuerpo que se entrega.

2.- Significa también el ser capaces de atraer al mundo hacia Él, de generar espacios donde se posibilite la experiencia de Dios, el encuentro de ese señor que se queda con nosotros, como compañero de camino, se trata de saber señalar a otros hacia ese centro: de ser testigos adorando delo que hemos visto, oído, de lo que, nuestras manos han tocado de por la causa por la que por nuestro corazón ha ardido. Se trata ahora de ese movimiento de concentración, de reducción de todo, a lo único necesario. de inclusión, del mundo de este corazón que es Cristo eucaristía.

3.- Nos habla de un modo peculiar de Adorar: de vivir adorando, de hacer de la Adoración un modo de existencia. Adorar a Cristo presente en cada ser humano que es su imagen, adorar a Cristo en los pobres, adorarlo en los marginados, en la humanidad sufriente, en sus   preferidos, en sus predilectos, encontrarlo ahí  , en los márgenes, en las fronteras de todo tipo, encontrarlo en las zonas de exclusión, donde están los que no cuentan y ahí adorarlo, y tras este movimiento de diástole, de extensión, tornar al origen en una nueva sístole, llevando nuestro corazón  lleno de rostros, de nombres, retornar a la presencia de aquel que dio su vida por ellos. Y entonces sí: Adorar con todos, adorar por todos y adorar para todos.

Recuperamos aquí este elemento de la suplencia que es tan típico de la Adoración y que nos pone ante unos de los mayores misterios y secreto de la dimensión apostólica de esta adoración.

En la Eucaristía que adoramos Dios se hace presente al mundo en una cercanía extrema: Dios se pone al alcance de nuestra mano, se pone al alcance de la mano del mundo y nosotros somos invitados a poner el mundo al alcance de su corazón.

Somos retados a asumir como nuestra, esta dimensión apostólica del dinamismo eucarístico, de la entrega de la propia vida por los otros, somos invitadas en fin a llegar a la adoración diciendo: "este es mi cuerpo, mi cuerpo cansado, fatigado, roto por el reino, lleno de situaciones dolorosas, de problemas, ante los que me siento impotente, de desesperanza, de debilidad, de pecado, de frustración, tantas veces de miedo propios y ajenos. Este es mi cuerpo cargado de mundo, cargado de rostros, cargado de pueblos, este es mi cuerpo que viene a ti para que tú lo moldéis, y lo acojas en ese tu cuerpo que se entrega.

En la cercanía del tiempo de Navidad, se nos hace más patente esta proximidad del Hijo de Dios que se hace carne débil en el niño de Belén, que se expone ante nosotros, invitándonos a adorarle, pero también invitándonos a ir a contar y a cantar esa buena noticia al Mundo, este nacimiento es la condición de posibilidad para que este hijo de Dios venga a nosotros nuevamente vulnerable, ahora ya no en la carne sino en un frágil trozo de pan. También Él se expone, también nos envía al Mundo, también nos envía a hacerlo presente como alimento que cura, que fortalece, que repara y recrea para que lo pongamos en la ADORACION DE LOS PUEBLOS.

La Virgen del Rocío del Perú (La Blanca Paloma). P. Alfonso Francia

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La Virgen del Rocío del Perú

(La Blanca Paloma)

 

P. Alfonso Francia, sdb

 

La Virgen del Rocío se celebra en Pentecostés, se le llama también La Divina Pastora, La Blanca Paloma---); "almonteña" por ser del pueblo de Almonte, donde está el Santuario; las Marismas, tierras pantanosas que rodean al Santuario). El Rocío está a unos 70 kms. de Sevilla, cerca del Atlántico. Estos poemillas los hice sobre todo para Lima donde resido actualmente.

 

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La Virgen del Rocío ya es ciudadana,

a un tiempo española y peruana.

Es guapa y morena, con aire de costa,

de sierra y selva, y vive muy cerca

de santa Rosa, Rosa de Lima,

A la gente alegra que seanvecinas.

La gente limeña le canta y reza,

igual que lecanta la gente almonteña,

es que las Marismas son la Iglesia nueva,

que preside María en radiante espera,

de la nueva energía que traerá el Espíritu,

en forma de lenguas, en lenguas de fuego,

Que cantan y rezan, y griten al mundo

que Cristo está vivo, Cumplió supromesa.

 

Virgen del Rocío, Divina Pastora,

haz que siempre y todos desprendamos aromas,

aromas de vida, de paz y esperanza,

de amor y alegría, de fiesta y depascua.

Tus hijos de España, tus hijos de Lima,

formamos la tuna que canta entusiasta

que eres Madre, Virgen pura, que eres vida,

eres dulzura, eres la llena de gracia,

Eres la puertasegura, la puerta en que nos aguarda

el DivinoPastorcillo que llevaste en tus entrañas,

y educaste como hijo: ¡que su Madre es la que manda!.

Mira a tus hijos de Lima, venimos asaludarte,

Y con tan solo mirarte, desbordamos de alegría.

Y con voz atronadora, todos juntos, y a porfía,

al unísonogritamos: ¡Viva la Blanca Paloma,

la Reina de las Marismas, Nuestra Divina Pastora,

que ha puesto su casa en Lima y bendice a todas horas!

¡Viva, viva, viva, viva, Viva la Blanca paloma!

La Virgen que me enamora la Virgen del Rocío es la Señora,

La que más entusiasma, la que más enamora,

lo mismito en Perú, que en su tierra española.

Quiero que sepas, quiero que sepas, mi Blanca Paloma,

que Perú te recibe como a su novia,

y que llenas de gracia y suavísimo aroma

al Perú de laselva, al Perú de la costa, al Perú de la sierra.

Y yo aquí, Señora, te rezo y tecanto lo mejor de mi copla,

lo que ahora más siento, lo que más siento ahora:

Que tú eres mi encanto, que mi almatoda vibra por dentro.

 

Quisiera, Señora, tenerte a mi lado, siempre a mi vera,

para decirte guapa, y cantarte rocieras,

igual que las cantan, en Sevilla yHuelva.

Y quisiera gritarte a toditas lashoras:

"¡Que viva el Rocío y la Blanca Paloma!

Peruana ylimeña, la Reina y Señora,

la llena de gracia, que pone su casa,

y se hace vecina de Santa Rosa, Rosa de Lima.

Es pura y bella, siempre esperanza;

carne morena de peruana, que baila y canta,

igual marineras, que sevillanas, que rocieras,

Que el Rocío está siempre, donde estáella.

Las aves del cielo forman latuna,

Que canta a la madre que nos acuna,

que nos hace familia, que nos llena de gracia y de alegría.


Madre María Manuela de la Ascensión Ripa (1754-1824),OP oráculo místico dela resistencia realista en Arequipa

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Madre María Manuela de la Ascensión Ripa (1754-1824),OP oráculo místico de la resistencia realista en Arequipa[1]

José Antonio Benito

En el face de la comunidad dominica de Santa Catalina de Arequipa se habla de ella y se presenta como "venerable" a quien se le reza y pide favores: "Monja Dominica de Arequipa, de virtudes notables de la cual se tienen cartas que escribió a su confesor., el R.P Fray Elías Passarell escribió la obra titulada "Vida y doctrina de la venerable madre sor María Manuela de la Ascensión Ripa y de otras religiosas que florecieron en el monasterio de Santa Catalina de la ciudad de Arequipa". De esta religiosa se conservan en el monasterio, dos pinturas de su rostro. Quiera Dios que pronto la honremos en los altares a una verdadera religiosa que siguiendo el ejemplo de la beata Ana de los Ángeles en procurar la observancia del monasterio y rezar por toda la humanidad".

La imagen que presentamos está tomada del retrato post mortem que figura en sala De Profundis con el rótulo "berdadero retrato de la madre sor Maria Manuela de la Asención y Ripa. Murió el dia 4 de junio de 1824".

Si el sacerdote P. Mateo Cosío encarna al doctrinario fidelista y José Gabriel Moscoso al militar defensor de la Corona en el campo de batalla, la madre María Manuela de la Ascensión Ripa, representa a la mística profética que sacraliza el discurso político-realista arequipeño con la coherencia y fama de su vida. A tanto llegó que aun a fines del siglo XX se corría como leyenda que en tiempos de la Independencia ella se enteraba de los resultados de los combates antes de que llegasen los correos. Ella misma nos dejó un epistolario y algunos escritos espirituales, donde plasmó sus visiones extáticas, así como algunos juicios históricos y políticos.

A pesar de su popularidad, a la fecha sólo se cuenta con lo aportado por Pedro José Rada y el P. Elías del Carmen Passarell (1839-1921), quien, en una nota a pie de página de su biografía de sor Ana de los Ángeles Monteagudo, confiesa haber "extractado" sus escritos y preparado una biografía de la madre María Ripa, que anhelaba ver publicada. "extractando las noticias de las cartas de la Madre Ripa a su confesor: empleando cuatro años; y esta es la obra que más trabajo nos ha costado, por ser mala letra, por estar los originales muy deteriorados y llenos de errores ortográficos. La obra no deja de ser muy curiosa e interesante y digna de ser leída. ¡Quiera Dios que se imprima cuanto antes!"

María Manuela Ripa y del Rivero nació el 22 de junio de 1754, en San Pedro de Aplao, en el valle de Majes, doctrina perteneciente entonces al obispado de Arequipa. Fueron sus padres Antonio Ripa y Juana del Rivero; sus hermanos: María Valeriana Ripa, Manuela Joseph, Augustina Castro Rivero (hermanastra de la Madre, nacida diez años antes que ella) y Juan Antonio Luis (nacido en 1759 y que posiblemente no sobreviviera).

Tomó hábito, ya con su nombre de religión María Manuela de la Ascensión, el 29 de julio de 1781 (cuarenta años exactos antes de la proclamación sanmartiniana de la independencia del Perú en Lima) y profesó al año siguiente, el 6 de octubre de 1782. Había renunciado a su herencia en favor de sus hermanas Valeriana Ripa y Augustina Castro un día antes.

Fue priora del monasterio de Santa Catalina de Arequipa, monja de velo negro, y murió el 4 de junio de 1824 poco antes del rezo del ángelus de mediodía, viernes. En la tradición conventual se guarda la memoria de haber tenido gran espíritu de oración y contemplación. Sus cartas hablan de gran e intensa unión mística y espiritual con Dios, su gran devoción a la Virgen Santísima y a los Santos Ángeles. Con toda su comunidad, prometió solemnemente por escrito en el año 1822 trabajar por la causa beatificación y canonización de la madre Monteagudo, a quien le tenía mucha devoción y quería verla honrada en los altares

El historiador Pedro Rada y Gamio en su biografía sobre Melgar[2] refiere algunos conceptos referidos en sus cartas acerca de la agitación entre los criollos a favor de la independencia y los múltiples argumentos con los que pretendían defenderla. Parece ser que de todo esto se enteraba la madre "en el locutorio [donde] mantenía conversaciones pertinentes con diversos sujetos". Las razones van desde la teoría de la usurpación del reino por parte de España y de la prescripción de esta usurpación, pasando por la supuesta religiosidad de los insurgentes de Buenos Aires y Chile, hasta profecías y visiones misteriosas de santa Rosa sobre la restauración de América por mano de los rebeldes. Hay también descalificaciones a los españoles, por su afán por enriquecerse y el hecho de que ellos mismos acabaron por traer la "herejía" separatista a América. De sus juicios místico políticos cabe resaltar su temor a que los patriotas traigan "un Emperador como Bonaparte y que se pierda la fe. Critica a los peninsulares y americanos que solo pensaban en adquirir honores y que se desentrañaban como la araña para subir de un puesto a otro. En visión intelectual, afirma, vio al Rey de España cerca del corazón de Dios y oyó que le decía: 'Hazte niño para entrar en mi reino'. Lo vio al Monarca, rodeado de buenos y malos consejeros y le anunció enviarle una carta de una indiana que quiere liberarlo de muchos males. En la carta anuncia al Rey el estado en que se halla su reino, le pinta su pobreza, anota que Dios descargaba sobre aquél [sic]; invoca la unión de los que luchan, obedeciendo al Monarca como legítimo gobierno para poner fin a la guerra. Los patriotas alegan derechos naturales, escribe, y esperan que Dios les ha de conceder el gozar del propio reino del Inca. Estima el caso oscuro, clama a Dios, que remedie la turbación de los entendimientos. He visto en la luz de Dios, exclama la sapiente Monja, amenazas de un borrascoso porvenir. Tiene luego una visión de gloria, la iglesia canta ese día el hosanna al que viene en nombre del Señor: contempló al Hombre-Dios repartiendo gracias desde Roma a toda la cristiandad, tuvo esperanza de que vendría[n] los arbitrios necesarios, de orden espiritual, para remediar el estado presente. En esa situación dilemática, entre seguir al Rey o seguir a los patriotas, la Madre Ripa se inclina a la causa del primero, a quien cree legítimo soberano. Se lamenta de la guerra, quiere la unión y la paz; teme, ante todo, por la fe católica, se desahoga en cartas con su director espiritual y espera en Dios". Narrar la procesión penitencial de la Virgen de la Asunción, patrona de Arequipa, a pedido suyo y con la ayuda del P. Mateo Joaquín de Cosío y otros eclesiásticos, en las angustiosas horas posteriores a la derrota del ejército del intendente José Moscoso y previas a la toma de la ciudad por parte del insurgente Pumacahua el 10 de noviembre de 1814. Acerca de su tendencia política dice que fue "goda resuelta, pero no empapó su pluma en la hiel de la injuria para los patriotas. Su alta preocupación era salvar la fe católica en el naufragio de las instituciones políticas […]. Han pasado los tiempos y en el templo de la reconciliación por la historia, Bolívar brilla en nuestro cielo por su genio incomparable y la Madre Ripa por sus excelentes virtudes".

Llama mucho la atención un dato que Pedro Rada y Gamio pone al finalizar su recuento En 2006 aparecieron algunos de los textos del epistolario de la madre María Ripa en un libro consagrado a estudiar manuscritos virreinales de religiosas[3]. Son tres cartas de la madre a su director espiritual, el padre Talavera, del 9 de mayo de 1821, del 12 de septiembre de 1822 y del 10 de agosto de 1822; la carta a Fernando VII que escribiera entre el 17 y el 19 de febrero de 1822 y, finalmente, un comentario del padre Elías Passarell sobre el anuncio de la madre de un castigo divino sobre España.

Rescatamos el parecer de la Madre que nos habla también del ambiente cultural que se vivía en los claustros, en particular su juicio sobre José de San Martín a quien consideraba como un nuevo Herodes, otro Atila:

"Ya están alucinando a las monjas haciéndolas creer que lo seguro es seguir a San Martín. Y que en España ya se descubre la herejía. Apenas hay cuatro monjas que quieran ir a España. ¿De dónde proviene esto? De que sujetos de letras están viniendo directamente a los locutorios y a las puertas a explicar mundanamente cuantos puntos heréticos traen las gacetas y cómo están comprendidos los principales sujetos de la clerecía, temiendo que les quiten las rentas. Todos defienden en público y sin temor lo cual hace que en los claustros esté ya la secta extendida. Unas mencionan a tal o cual sujeto, otras sin mentarlos dicen su parecer. Ayer se llegaron a mi cama, que está en el dormitorio y me dijeron: 'don fulano dice que San Martín tiene a su favor cincuenta mil hombres de los más principales, este sujeto es muy amigo de … es seglar'. No pude menos que contestarles, 'sí los tendrá, pero San Martín es un azote de Dios'".

Ante las posiciones de sacerdotes simpatizantes de los insurgentes, que se congratulan con la toma de Lima por los patriotas, la madre María Ripa, escribirá que "San Martín, como otro Herodes, heredó de ese espíritu, piensa derrocar al monarca y como no es de familia real, solo hace la ostentación de ser americano y con este delirio trae a muchos en su seguimiento. Los entendimientos más agudos se hallan hoy confundidos entre las noticias de la España gobernada por la Junta, nuestro católico monarca precisado a ir con sus dictámenes por una prudencia que le inspira evitar mayores males […]".

Denuncia, por tanto, la ilegitimidad, la alianza con los ingleses y la "desmedida ambición" de una política liberal orientada meramente al crecimiento económico como contrarias a la justicia y, por tanto, incapaces de traer auténtico bienestar a las naciones americanas. Un temor frecuente en sus escritos es el "descubrirse la herejía en España", representada por la legislación anticlerical del Trienio Liberal y la agitación de tintes ilustrados, regalistas y jansenistas en ciertos sectores del clero. La desgracia principal de estas tendencias era tender a enmascarar la revolución y hacerla ver a la opinión pública criolla como protectora de la Iglesia: "Hoy les parece a todas que la fe está siguiendo a San Martín". Como se ve, la Madre no tiene pelos en la lengua a la hora de caracterizar a los patriotas; si a San Martín lo considera "otro Herodes" y un "azote de Dios", del otro gran libertador dirá: "sé de un hombre feroz llamado Bolívar".

Con todo, su gran preocupación es la Iglesia, y considera que el objetivo de la embestida revolucionaria es su destrucción y, a la vez, castigo y medicina para la humanidad: "Los hombres han olvidado a este gran Dios. Se hicieron merecedores de este diluvio de trabajos con que está castigando desde la prisión del sumo Pontífice, de la familia real de Francia y la de nuestro monarca el rey de España. Todos lo hemos visto cumplido con lo que la Santa Iglesia pidió a Dios diciéndole: Aquí quema, aquí corta, como no nos quites la fe como a otros reinos, no desampares a nuestros países".

De esta dimensión mística de la lucha contrarrevolucionaria nos habla la carta a Fernando VII del 19 de febrero de 1822, en la que, tras narrar la visión que tiene sobre su cautiverio y la invasión de España, varios años antes de que sucediese, describe su propia oblación: "El día de la Purificación de Nuestra Señora fui al coro y me dijo el Señor: Ayúdame a padecer por la Iglesia. Contesté que sí y al punto di un grito y caí en tierra. Me llevaron a la celda y esto fue mi prisión porque mandó la prelada que no volviese al coro para no perturbar el Oficio Divino".

Su vida y doctrina constituyen un testimonio de las connotaciones religiosas y místicas que revistió la guerra entre realistas e independentistas. Su mención a los "sujetos de letras" que en los locutorios del convento explican "mundanamente cuantos puntos heréticos traen las gacetas" revela el grado al que el debate político había llegado en los ámbitos urbanos del virreinato, penetrando, incluso, en la clausura de los monasterios y levantado allí también los ánimos. La cultura política y el discurso sagrado se entrecruzan, asimismo, con su gran temor: la herejía. Las alianzas inglesas de José de San Martín y el énfasis comercial y cosmopolita de los independentistas también parecen sublevar el espíritu tradicionalista de la religiosa.

Pero lo que más le angustia es la posibilidad de que la Iglesia sea perseguida y aniquilada en medio de las guerras revolucionarias como de hecho pensaban realistas católicos de la década de 1820. Así lo consideraban los iquichanos y el obispo José Sebastián de Goyeneche -único obispo que, junto al de Popayán, para 1825 permanecía en su diócesis en la Sudamérica hispánica- la defensa del Rey y la lucha anti insurgente estaban vinculadas de manera inextricable con la supervivencia y defensa de la religión.



[1]Los datos se basan en el face de la Comunidad dominica https://www.facebook.com/permalink.php?id=311173609469394&story_fbid=418608808725873y en la obra de SÁNCHEZ-MARTÍNEZ, César Félix "En pos de una cultura política olvidada: El discurso sagrado de los realistas de Arequipa (1815-1824)" Historia (Santiago) vol.52 no.1 Santiago jun. 2019; https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0717-71942019000100217#fn76

 

[2]Pedro José Rada y Gamio, Mariano Melgar y apuntes para la historia de Arequipa, Lima, Imprenta de la Casa Nacional de Moneda, 1950

 

[3]Asunción Lavrin y Rosalva Loreto (eds.), Diálogos espirituales. Manuscritos femeninos hispanoamericanos. Siglos xvi-xix, Puebla, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, 2006.

P.JUAN GARCÍA BLANCO (Salamanca 1933-Colonia 1962) DIO SU VIDA POR LOS EMIGRANTES Y UNO DE ELLOSLO ASESINÓElmartirio olvidado del primer capellán de la Misión de Remschei

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P. JUAN GARCÍA BLANCO (Salamanca 1933-Colonia 1962)

 DIO SU VIDA POR LOS EMIGRANTES Y UNO DE ELLOS LO ASESINÓ

El martirio olvidado del primer capellán de la Misión de Remscheid 

 

La brutal guadaña del Covid-19 que ha segado la vida de miles de hermanos sin apenas un adiós y en muchos casos sin digna sepultura, con el agravante en muchos casos del olvido, me ha motivado a rescatar el bello testimonio de este sacerdote, capellán de emigrantes en Alemania y que murió acuchillado precisamente por un emigrante. Agradezco a mi prima Lola García Benito, su sobrina, quien me ha facilitado parte del material. Queda pendiente su semblanza y la publicación de su diario de 1952. Les adelanto una de las perlas escritas: "Yo no sé por qué, Señor, me parece moriré joven. Lo que tenga que hacer en esta vida, he de hacerlo pronto para gozar de Dios. Me edifica el estilo del sacerdote francés de comunidad, de caridad. Unido al trabajador alemán. Maravilloso, Señor" (Jueves, 14 de marzo, 1962).

Les presento algunos datos generales, la mención del Archivo de TVE, y el entrañable artículo de don Lamberto Echeverría

Natural de Calzada de don Diego (Salamanca), 23 de febrero de 1933, murió el 5 de abril de 1962. Fue ordenado sacerdote el 16 de abril 1960 en Salamanca. Apoyó la naciente obra de don Juan Trujillano en Armenteros. Por invitación de su Sr. Obispo, en noviembre de 1961, tomó a su cargo la dirección pastoral de sus compatriotas residentes en el Arciprestazgo de Remscheid, Archidiócesis de Colonia (Alemania).

 

Del Archivo de Televisión Española:https://www.rtve.es/television/20150525/alemania-tan-lejos-tan-cerca/1150180.shtml

Alemania Federal, diezmada por la Segunda Guerra Mundial, necesitaba mano de obra extranjera para reconstruir sus ciudades y trabajar en sus fábricas. Viendo una oportunidad para mejorar sus precarias condiciones de vida miles de españoles hicieron las maletas y emigraron a Alemania. Los emigrantes jugaron un papel importante en el llamado "milagro alemán". La Iglesia española envío sacerdotes para  atender espiritualmente a los emigrantes y la Iglesia católica alemana los acogió y puso a su disposición iglesias y locales para que pudieran llevar a cabo su Misión. Así nacieron las Capellanías Españolas en Europa que más tarde pasaron a llamarse Misiones Católicas de Lengua Española para que tuvieran cabida los emigrantes que llegaban de Hispanoamérica. 

Visitamos la Misión de Remscheid que se abrió en 1961. Su primer capellán fue el salmantino Juan García Blanco y todos se entregaron en cuerpo y alma al servicio de los emigrantes. Entre ellos el navarro  José Antonio Arzoz que lleva 48 años en Alemania,  los últimos 15  desempeñando el cargo de delegado nacional de las Misiones Católicas de Lengua Española. 

En Bonn tiene su sede la Delegación Nacional de las Misiones Católicas de Lengua Española y la Academia Española de Formación cuyo director ejecutivo es el asturiano Vicente Riesgo. La Academia, que inició su andadura en 1984, tiene programas para personas mayores, segunda y tercera generación y nuevos emigrantes. Más de 25.000 personas han recibido formación en la Academia. Regresamos a Colonia una ciudad con algo más de un millón de habitantes de ellos 120.000 extranjeros. 4.000 son españoles y más de 5.000 latinos. El número de hispanohablantes aumenta de año en año. Al frente de la Misión Católica de Lengua Española en Colonia  está el vasco Juan María García, religioso "amigoniano" que lleva 35 años en Alemania.  Nos ha dicho que en torno a los mil emigrantes hispano-hablantes  participan en las celebraciones y actividades de la Misión. Son de distintos países  pero todos hablando una misma lengua.

 

 

El bello y difícil oficio de capellán de emigrantes

(Meditación ante el cadáver de don Juan García Blanco) Lamberto de Echevarría,El Adelanto, sábado 14 de abril de 1962

A las doce de la noche del 2 de abril arrancaba yo de la estación de Colonia, bien lejos de pensar que, unos pocos días después, un sacerdote de esta diócesis de Salamanca iba a regar con su sangre aquella tierra de la de Colonia que ya venía regando con su sudor. La admiración que, en cualquier contacto con los españoles del extranjero, se concibe hacia los capellanes que les atienden, se iba a hacer en esta ocasión más inmensa, más inexplicable, al ver rematarse con el martirio los trabajos habituales en su vida.

¡Bella y difícil vida la del capellán de emigrantes! Ante todo, por lo que hacen. Don Juan ha hecho algo muy hermoso: morir mártir de su minsterio. Pero antes había hecho otras cosas no menos hermosas. Aceptar esa vida dura, de permanente tensión, de constante cansancio que es la vida del capellán de emigrantes. Diez, once, doce... hasta quince o dieciséis horas de trabajo. Acosados constantemente por unas necesidades que crecen de manera inexorable. Atendiendo, oyendo, consolando, remediando, desviviéndose. Esta es la palabra: desvivirse. La muerte espectacular, trágica, ha sido mucho. Pero ¡ojo! Que es necesario que sea solo llamamiento a atender a la dureza inexorable y tremenda de la vida de constante sacrificio que lleva el capellán de emigrantes.

Difícil también, aunque bella, por lo que no hacen, por lo que no pueden hacer. El gran sufrimiento del capellán es ver constantemente tragedias a las que no puede alcanzar, males a los que no 'puede poner remedio. Es su gran dolor. Llaman los pobres españoles a su puerta creyendo en su omnipotencia, pensando que él se lo ha de remediar todo. Y él no puede. Son muchos, son tremendos sus problemas, es mínima su cultura y su preparación. No puede. Es suficiente un rato de conversación con cualquiera de ellos para darse cuenta de este constante dolor. El emigrante no comprende, no quiere entender, le resulta demasiado doloroso hacerse cargo de la imposibilidad en que el capellán se encuentra. Y él, después de haber hecho mil favores, después de haberse desvivido, tropieza al fin con la ingratitud más dura. Fue vano que buscara colocación, que encontrara un albergue, que sirviera de intermediario para aplacar una sanción, que facilitara la solución de un problema familiar... El emigrante, al no encontrar una cosa más que pedía, se volvió ingrato. Y el capellán, que no podía hacer aquello, experimenta ese gran dolor de su impotencia y de la ingrata incomprensión con que son acogidas sus explicaciones.

Difícil también, aunque bella, la vida del capellán, al pensar en lo que tiene que hacer. Eso que tan admirablemente entendió nuestro querido don Juan García Blanco. Que la fe, las costumbres, la vida familiar de millares y millares de españoles se está jugando a la hora de su marcha al extranjero. Que esos millares de españoles pueden ser, como supieron ser los irlandeses, fermento de una vida católica y firme soporte para una iglesia floreciente. Que pueden llegar a ser mensajeros de un prestigio conquistado por ellos para su patria lejana. Que todo exige la presencia del sacerdote, presencia sólo posible a trueque de grandes sacrificios. Como los que hizo don Juan al dejar su querida Salamanca, y al irse a vivir, bajo cielo extraño, triste, plomizo, en país de lengua difícil y de costumbres tan diversas. Pero es que era mucho lo que estaba por medio...

Uno de los mejores sacerdotes salmantinos ha muerto. Con muerte hermosísima, en pleno ejercicio de su ministerio sacerdotal. Ha muerto en el corazón de Europa, lejos de su patria y de los suyos. Ha muerto al servicio de los españoles más necesitados. Ha muerto con muerte violenta, mártir en el más pleno sentido de la palabra, al testificar con su sangre la verdad de lo que unos momentos antes había predicado desde el púlpito. Ha muerto con la más hermosa de las muertes que puede apetecer un sacerdote.

Dejar su muerte reducida a una anécdota trágica pero efímera, sería traicionarla. Creo que importa percibir toda su amplia dimensión Esa muerte ha de ser aldabonazo. A unos, con las rudas y hermosas tareas de los capellanes de emigrantes. A otros invitándoles a pensar en la existencia de un problema gigantesco en el que ellos apenas habían reflexionado. A sus hermanos en el sacerdocio, invitándoles a la imitación en el desprendimiento y la entrega. A todos en el deseo de percibir lo que de ejemplaridad, humana, cristiana y sacerdotal hay en ese episodio.

Y junto a estas consideraciones trascendentales justo será también abrir el ánimo a otras, no por menores menos justas. Un pensamiento de sentida condolencia hacia sus familiares. Un recuerdo para su seminario y su diócesis. Y, aunque piadosamente pensemos, y hasta podamos estar seguros de que ya está intercediendo por nosotros, una oración por su alma y por... el arrepentimiento y el bien espiritual de su asesino.

 

NOTA DE "EL Adelanto" (14 de abril de 1962)

Esta mañana, en la iglesia del Arrabal, se celebrará el funeral por el alma del sacerdote asesinado en Alemania. Los restos del Padre García Blanco llegaron ayer a Salamanca.

Procedente de Francfort llegaron a Barajas los restos del Padre asesinado el día 5.

Allí se encontraban el director general de Emigración don Clemente Cerdá, vicesecretario de Obras Sociales, Sr. Galán. Los restos mortales fueron colocados en una ambulancia para ser trasladado a Beleña. En el templo del Corazón de María se celebró una Misa presidida por Monseñor Fernando Ferril. Participaron el Dr. Gral. de Emigración, vicesecretario de Obras Sociales y sus cinco hermanos. En la tarde del viernes 13, a las 7, llegaron los restos a Salamanca.

La Organización Sindical agradece a todos los participantes para honrar al que fue becario de la Organización y más tarde "llevado de su afán social y su celo apostólico, llegó hasta las lejanas tierras de emigración.

 

P. JOSÉ MATEO AGUILAR (1794-1862), SABIO Y SANTO

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P. JOSÉ MATEO AGUILAR (1794-1862), SABIO Y SANTO[1]

 

Nació el 21 de septiembre de 1794 en Ica, de Andrés Aguilar y María Isabel Donayre y, siendo bautizado el 19 de junio de 1795 en la iglesia matriz de San Jerónimo, por el P. José del Río, quien también ofició de padrino.

Su adolescencia transcurrió en Lima, donde se matriculó en el Convictorio de San Carlos en 1808, en tiempos de Toribio Rodríguez de Mendoza, (1750-1825) y José Faustino Sánchez Carrión (1787-1825) y adoptando "doctrinas peligrosas e impías".

Ordenado sacerdote, se le confió la enseñanza de matemáticas y filosofía en los colegios de San Carlos y Santo Toribio, y en vísperas de la Independencia, el 16 de marzo de 1821, fue nombrado examinador de matemáticas y física, en calidad de pasante, en la hasta entonces Real Universidad de San Marcos. Como el Seminario de Santo Toribio había sido clausurado, Aguilar se sumergió en la biblioteca de esa institución para preparar las clases que impartía en el Convictorio carolino. A partir de 1824, José Mateo Aguilar residió en el Seminario de Santo Toribio, y desde 1837, y hasta su deceso, en la casa de la congregación del Oratorio de San Felipe Neri. Tres años más tarde, y hasta el día de su muerte, cumpliría con el cargo de examinador sinodal del arzobispado, por especial pedido de Francisco de Sades Arrieta, quien lo apodaría "Timoteo" por estar dispuesto siempre a cooperar.

En esta segunda etapa de su vida se le pudo ver absolutamente consagrado al prójimo y a la oración. Justamente, los pobres, especialmente las mujeres, constituían una de sus principales preocupaciones y así en mayo de 1853, financió la compra de una casa en la calle de "Llanos", conocida también como la del "Monasterio de Santa Rosa", destinada a damas y doncellas pobres. El P. Mateo vivirá con gran austeridad y se dedicará de lleno al trabajo apostólico con sus sermones y el socorro al necesitado.

Aguilar era naturalmente serio por carácter, sin embargo, en el trato familiar con sus amigos era afable, bondadoso, jovial y hasta festivo en sus conversaciones privadas.

En 1824 tuvo lugar la reapertura del Seminario, nombrándole regente de estudios del mismo. De igual modo se le asigna la dirección y capellanía de la Casa de Ejercicios de San Ignacio de Loyola, conocida también como la del Sagrado Corazón, misión en la que logró numerosas conversiones, contando con el apoyo de los celosos sacerdotes Pedro José Tordoya (1813-1883), Juan Ambrosio Huerta (1823-1897) y Jacinto Amador Sotomayor, y las damas caritativas María de las Mercedes Flores, Josefa Coz y Tiburcia Conde. También en la iglesia de San Pedro, el tercer domingo de cada mes, organizaba retiros para la cofradía de San Luis Gonzaga, fundada en 1824, en el monasterio de Las Trinitarias de Lima, en compañía del P. Juan de Dios Cortés (1788-1843), capellán del convento.

Consciente de los ataques doctrinales del liberalismo supo contrarrestar sus ideas a través de impresos independientes, el diario El Comercio y el Redactor eclesiástico. Son célebres las  controversias con Manuel Lorenzo de Vidaurre y Encalada, Francisco Javier Mariátegui y José Gregorio Paz Soldán y Ureta .

En tiempos del presidente Manuel Ignacio de Vivanco en abril de 1843, fue propuesto para consejero do Estado pero prefirió combatir la injusticia social libre de compromisos políticos. Así lo hizo contra de la usura o "préstamo a interés", contemplada en el artículo 1,265 que venía del Código Civil del Estado Nor Peruano de la Confederación del mariscal Andrés de Santa Cruz, y que se había practicado de forma desmedida en el país.

Lleno de méritos, el Colegio de Abogados de Lima lo incluyó entre sus miembros honorarios, y el 15 de agosto de 1843 la Universidad de San Marcos le otorgó un doctorado en sagrada teología, dándole la cátedra de Nona. Propuesto como obispo en 1855, declinó, aunque el Papa Pío IX no dejó de nombrarlo misionero apostólico y le concedió bendiciones y privilegios espirituales a las obras piadosas que él dirigía.

A fines de 1861, va cayendo su salud por una afección pulmonar y un notorio escorbuto, empezaba a manifestarse y anunciaba el final que tuvo lugar el lunes 28 de abril de 1862.

Ya en el siglo XX, Rubén Vargas Ugarte, S.J. (1886-1975), diría del religioso iqueño que: "Su palabra siempre cálida y penetrante, su caridad inagotable y la austeridad de su vida hicieron de él un nuevo Juan de Ávila"[2]. Su biógrafo, Rafael Sánchez-Concha, le califica como hiciese su discípulo José Antonio Roca y Boloña el san "Jerónimo del Perú".



[1]Basado en el artículo "JERÓNIMO DEL PERU": APUNTES SOBRE LA VIDA Y OBRA DEL DOCTOR JOSÉ MATEO AGUILAR (1794-1862) RPHE, 11, 2011 pp.175-203, Rafael Sánchez-Concha Barrio

[2] VARGAS UGARTE, S.J., Rubén. Historia de la Iglesia en el Perú. Burgos, Imprenta de Aldecoa, 1962, tomo V, p. 348.

EL CARITATIVO CURA CABRERA “DESCUBRIDOR” del pacovicuña

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EL CARITATIVO CURA CABRERA "DESCUBRIDOR" del pacovicuña

 

El francés Paul Marcoy[1] nos brinda un entrañable relato de un ejemplar sacerdote de Puno, el canónigo, Juan Pablo Cabrera, cura interino de ... Macusani. Este poblado concentra y aún mantiene la diversidad genética de las dos razas de alpacas (huacaya y suri) y sus bióticos, convirtiéndose en el centro del primer cruce dirigido entre alpaca y vicuña, de donde se obtuvo el "Pacovicuña -en pleno periodo independentista de 1824 a 1845- hecho que valió que el gobierno de Ramón Castilla expidiera un decreto de ley el 29 de agosto de 1854 a favor del citado presbítero. Con esta experiencia se logró obtener una mayor y más fina fibra.

Tiene sus orígenes en un premio que le concedió el Congreso de la Republica, al cura de Macusani, Padre Cabrera, allá por 1850, por haber cruzado la vicuña con la alpaca y "haber creado una nueva raza de abundosa y fina fibra: el Paco-vicuña". Hacendados exportadores que tenían licencia para exportar fibra de vicuña, introducían a sus rebaños de vicuñas, algunas alpacas para producir el cruce y obtener especímenes de mayor producción de fibra. Por ejemplo, en la Raya en la década del 60, se encontró un rebaño de Paco-vicuñas de todos los colores y de diversas producciones, herencia de la ex-Granja Modelo de Auquénidos de la Raya del Ministerio de Agricultura. Según los entendidos; a la fecha, si bien el cruce es viable, siendo dominante el color y el temperamento de la vicuña, su producción no es rentable.

Lo que nos importa es rescatar la entrañable y celosa figura sacerdotal descrita por nuestro inquieto y grato viajero. Dios quiera que alguien le dedique un libro a nuestro querido y olvidado cura Cabrera. Al menos, gocémonos con el presente delicioso texto.

 

El intrépido viajero se encontró en el museo de Lima, en un rincón de la sala donde se halla el árbol genealógico de los incas, un retrato del cura de Macusani, don Juan Pablo Cabrera, y declara que "aquella relación de una vida tan laboriosa y santa" le conmovió de tal modo que se prometió no dejar América sin haber "conocido al hombre venerable pintado en el retrato".  Cuando llegó hasta Cabaña el anciano sacerdote, ciego, con el rosario en la mano, le acoge con una gran ternura y le narra su vida:

"He nacido en Canima, una aldeíta de Puno y no en Macusani, como dicen mis biógrafos. A veinte y cinco años era sacerdote y cura párroco en la provincia de Carabaya. Mis dos hermanas Verónica y Epifanía que se quedaron solas después de la muerte de nuestros padres vinieron a vivir conmigo. Penetrado de la grandes de mi ministerio, emprendí la obra de sacar del embrutecimiento en que se hallaban sumergidos a los infelices indios que me había dado Dios a título de rebaño. Abrir los ojos de su espíritu a la luz verdadera, hacer de ellos los hermanos en Jesucristo, indisolublemente unidos por los lazos del cariño, tal fue mi ilusión antes de tomar las órdenes y tal la idea a que resolví consagrar mi vida una vez que había entrado en el sacerdocio.

Al cabo de un año que pasé desempeñando mis funciones y en cuyo tiempo reedifiqué a mi costa la iglesia de Macusani que se caía en ruinas, comprendí toda la dificultad de mi misión apostólica […]

Durante largo tiempo estudié a aquellos seres degradados por los males y por el miedo, buscando un punto vulnerable por donde pudiera penetrar la palabra evangélica, pero me cansé de tal estudio una vez reconocida su inutilidad: aquellas almas endurecidas habrían necesitado uno de esos prodigios particulares en cuya virtud Dios comunica los tesoros de su gracia a los pecadores que quiere convertir.

Cuando me hallaba en el colmo del abatimiento porque veía perdidas todas mis ilusiones, estalló la revolución de 1824 que nos trajo la república. Grandes instituciones se hundieron en un día, los escombros se amontonaron por todas partes y un momento creí que este trastorno político y social resultaría algo grande y útil que comenzaría una era afortunada para nuestras poblaciones, pero mi esperanza no duró mucho: la forma de las cosas cambió, el fondo continuó siendo el mismo. La palabra libertad inscrita en el estandarte de simón Bolívar no fue más que un letrero engañoso colocado sobre el nuevo poder; a los virreyes sucedieron los presidentes y el pueblo no salió de su ignorancia y de su miseria y lo que es peor, se mostró satisfecho de su condición o se consoló de sus males bebiendo.

De ahí la parte de mi ida que no figura en la biografía que acompaña a mi retrato, por la razón de que la han ignorado los hombres; y si yo he querido ocultársela como una llaga secreta, ha sido porque no habría despertado en ellos más que la incredulidad, la indiferencia o la burla, en vez de las simpatías que entre otros habría merecido.

Ahora voy al hecho que me ha valido el honor de figurar en el museo de Lima como uno de los fomentadores de la industria peruana. Un día que erraba yo por la parte montañosa que media entre Macusani y los primeros valles de Carabaya, encontré en el hueco de un peñasco una alpaca macho que había nacido la víspera y cuya madre huyó al verme. Tomé el pequeñuelo en mi sotana y le traje a mi casa confiándole al cuidado de mis hermanos y la alpaca creció en compañía de una vicuña que teníamos. Ahora bien, al cabo de quince meses estos animales nos dieron un vástago cuya lana era admirable y habiendo enviado una muestra de ella a comerciantes de la provincia, llamó en tal alto grado su atención que mis hermanas vieron en el cruzamiento de las razas pachoca y vicuña un medio de rehacer la fortunita que San Martín y los independientes nos habían quitado. Yo las ayudé en la ejecución de su proyecto y después de muchas correrías por las montañas logramos reunir algunos animales de ambas razas que a los siete años componían un rebaño de setenta cabezas. Pero ¡cuánto no nos costó este resultado!"

[Todo ello le valió una condecoración por parte del Congreso de la República, se acuñó una moneda en su honor y que eligieses en el departamento de Cuzco la parroquia que más le conviniera. Por modestia y celo, y por el cariño que a la gente le tenía tras sus 30 años de dedicación pastoral, no quiso salir. Sin embargo, la envidia y maledicencia hizo que envenenaran a sus animales y les obligasen a salir hasta llegar a Cabaña, donde a los dos años se quedó ciego. El obispo debió reemplazarlo nombrando cura párroco en Cabañilla. Al carecer de recursos, sus hermanas se dedicaron a la labranza, criaron gallinas y lechoncillos, hilaron para personas caritativas de Lampa]

"Cuatro años hace ya que llevamos los lazos de nuestro cariño a medida que nos acercamos al término en que la muerte viene a desunirlos". El cura cesó de hablar y su cabeza se inclinó lentamente como agobiada con el peso de un pensamiento secreto. Verónica continuaba hilando, impasible.

Había llegado la hora de recogerse. Yo me quedé solo con el cura, quien después de haberme dado las buenas noches se volvió a la pared y durante un momento le oí rezar en voz baja, mezclando algunos suspiros con sus oraciones".

[Al día siguiente, al despedirse, le ofreció interceder por él ante sus influyentes amigos de Arequipa y Lima y si quería algo. El buen padre le contestó]:

-Absolutamente nada, me respondió. Me quedan muy pocos días que pasar en la tierra para que la protección de los hombres me sea útil ya. Que Dios os guíe, hijo mío; las oraciones del anciano a quien habéis venido a ver de tan lejos no os faltarán mientras viva.

Y el venerable cura me estrechó en sus brazo y Verónica y Epifanía me estrecharon la mano como a un antiguo amigo".

 




[1]MARCOY, Paul. Segunda etapa. De Arequipa a Lampa In : Viaje a través de América del Sur. Tomo I: Del Océano Pacífico al Océano Atlántico [en ligne]. Lima: Instituto français d'études andines, 2001 (généré le 20 juin 2020). Disponible sur Internet: <http://books.openedition.org/ifea/1218>. ISBN: 9782821826670. DOI : https://doi.org/10.4000/books.ifea.1218.

ANTE UN MUNDO APESTADO ¡UN MUNDO ENSANTADO!

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ANTE UN MUNDO APESTADO ¡UN MUNDO ENSANTADO!

Felicito al portal "Religión y Libertad" por su campaña "Oración de urgencia" en la que invita a escribir a "personalidades católicas relevantes" [quienes] pedirán a Jesucristo, a la Santísima Virgen o a los santos de su elección que nos protejan de estos males y nos ayuden a ponerles fin para que el mundo cumpla la finalidad para la que fue creado: dar gloria a Dios, en vez de arrebatársela".https://www.religionenlibertad.com/mundo/655573732/desconcierto-mundo-religion-en-libertad-campana-oracion-urgencia.html

Me han encantado las contribuciones de Miguel Ángel Velasco, J.M. Cotelo, Olaizola, Vallejo Nájera y desde el Perú colaboro con mi granito de arena.

Estoy convencido con Donoso Cortés que "hacen más por el mundo los que oran que los que pelean", así que oremos, en público y privado, a título corporativo y personal, en familia global planetaria y en la de nuestro hogar, porque aquí también tiene razón el P. Peyton "familia que reza unida permanece unida".

Si el mal de la pandemia nos ha unido de modo misterioso pero real, la lucha para vencerlo debe encadenarnos con un arma clara y mucho más letal, la enseñada por el mismo dador de vida y que se proclamó como la misma Vida, Jesús, el rostro de Dios hecho hombre y el rostro del hombre Dios; basta con recordar su lección: "Padre nuestro…venga a nosotros tu reino".

Si vivimos en un planeta apestado, oremos para que se convierta en un mundo ensantado. ¿Qué hicieron los santos ante las pandemias?

En la tierra ensantada del Perú los cinco santos oraron y actuaron. Así lo declaran los testimonios de su proceso de beatificación.

De Toribio Mogrovejo, segundo prelado limeño y patrono de todos los obispos de América, se lee que- "en el tiempo de las viruelas, que fue peste general en aquel Reino, proveyó de botica y médico y barbero a todos los pobres  y al hospital de san Lázaro, de todo lo necesario; En especial, en el tiempo de las viruelas y peste general que hubo en este reino, que por estar todos los indios en sus casas caídos con la dicha enfermedad, se andaba el dicho señor Arzobispo de casa en casa, a confirmarlos, sufriendo el hedor pestilencial y materia de la dicha enfermedad".

Martín de Porres convirtió el convento en hospital. "Y en este tiempo hubo una peste en esta ciudad de una enfermedad que llaman alfombrilla o sarampión en la cual tuvo este testigo en su enfermería sesenta enfermos, los más de ellos mancebos novicios. Esta enfermedad daba crueles calenturas que se subían a la cabeza… El siervo de Dios estuvo sin parar de día y de noche, acudiendo a dichos enfermos con ayudas, defensas cordiales, unturas, llevándoles también a medianoche azúcar, panal de rosa, calabaza y agua para refrescar a dichos enfermos.

Francisco Solano, cuando en 1604 Arequipa se vio afectada por la peste del vómito negro, predicó contra los pecados capitales, llenándose las iglesias; cientos de personas hicieron penitencia y pidieron a gritos que se expusiese el Santísimo. Un año después, en diciembre de 1605, abandonando su retiro y con un crucifijo en la mano, salió por calles y plazas exhortando a todos a la penitencia por sus pecados. "La vista de aquel fraile, espejo de la penitencia, el ardor de su mirada y el fuego de sus palabras, conmueve a sus oyentes; le siguen hasta la plaza mayor y allí el gentío se hace cada vez más numeroso de tal manera que deben dejar abiertas las iglesias por petición popular de la confesión".

Juan Macías visitaba a los pobres de los hospitales: "les daba los dulces y las flores; y les untaba las manos con el agua de olor para que se recreasen; les amonestaba a la paciencia en su pobreza y achaques, y les aconsejaba el amor de Dios y mudanza de sus vidas". Rosa de Lima "curaba a todos los que podía y para este efecto, los traía a su casa doliéndose de sus enfermedades, sin reparar que fuesen negros o indios, ni de enfermedades asquerosas"

 

Culmino invitándoles a orar como hiciese nuestro Papa Francisco ante las reliquias de los cinco santos peruanos en la Catedral limeña

Dios y Padre nuestro,
que por medio de Jesucristo
has instituido tu Iglesia
sobre la roca de los Apóstoles,
para que guiada por el Espíritu Santo
sea en el mundo signo e instrumento
de tu amor y misericordia,
te damos gracias por los dones
que has obrado en nuestra Iglesia en Lima.

Te agradecemos de manera especial
la santidad florecida en nuestra tierra.
Nuestra Iglesia arquidiocesana,
fecundada por el trabajo apostólico
de santo Toribio de Mogrovejo;
engrandecida por la oración,
penitencia y caridad de santa Rosa de Lima
y san Martín de Porres;
adornada por el celo misionero
de san Francisco Solano
y el servicio humilde de san Juan Macías;
bendecida por el testimonio de vida cristiana
de otros hermanos fieles al Evangelio,
agradece tu acción en nuestra historia
y te suplica ser fiel a la herencia recibida.

Ayúdanos a ser Iglesia en salida,
acercándonos a todos,
en especial a los menos favorecidos;
enséñanos a ser discípulos misioneros
de Jesucristo, el Señor de los Milagros,
viviendo el amor, buscando la unidad
y practicando la misericordia
para que, protegidos por la intercesión
de Nuestra Señora de la Evangelización,
vivamos y anunciemos al mundo
el gozo del Evangelio.

JOSÉ MANUEL BERMÚDEZ (1764-1830), Canónigo

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 Escribió el libro "Anales de la Catedral de Lima", considerado como historia más completa y auténtica de la Catedral Limense durante la época virreinal, ya que recoge año a año los relatos de los actos de los diecisiete arzobispos de Lima "con llaneza de estilo y minuciosidad".

Nacido en Tarma en 1764, educado en el Seminario de Santo Toribio, del cual fue profesor, desempeñó por muchos años el curato de Huánuco, obteniendo en 1803 su traslación al coro de Lima en la condición de medio-racionero.

En 1806 ocupó la silla de racionero, a la vez que se le nombró Secretario del Cabildo, cargo que sirvió hasta 1814, en que obtuvo la dignidad de Magistral. Fue en esta época cuando el doctor Bermúdez registró archivos, compulsó documentos y acopió los datos que utilizara más tarde para redactar los interesantes Anales de la Catedral.

Como orador, merecieron caluroso encomio sus oraciones fúnebres en memoria del obispo Gorrichategui, del conde de la Unión, del arzobispo La Reguera y del Presidente de las Cortes de Cádiz Morales y Duárez, natural de Lima.

Como escritor, son sus producciones más notables: una Vida de Santa Rosa, (impresa en 1827), y tres opúsculos sobre   materias eclesiásticas, siendo muy elogiado el que consagró a la defensa de la Bula de Pío VI, sobre diezmos y rentas. Fue uno de los colaboradores del famoso Mercurio Peruano.

Gran conocedor de la lengua quechua compuso una gramática y un vocabulario, condenando el gravísimo error de los conquistadores el haber pretendido extinguir aquella lengua que no cede a otra alguna en energía, majestad, precisión, abundancia y dulzura.

Fue electo diputado por Tarma en las elecciones para las Juntas de Cádiz. También fue uno de los vocales que compusieron la junta de pacificación nombrada por el virrey La Serna, para pactar un armisticio con los patriotas y discutir sobre la manera de poner término a la guerra ante el comisario regio Abreu en 1821.

Murió el canónigo Bermúdez en 1830, desempeñando la alta dignidad de Chantre en el coro de Lima, a la edad de 66 años.Ver Mendiburu, Diccionario Histórico Biográfico del Perú, III, pp. 37-39.

MONSEÑOR ORACIO FERRUCCIO CEOL B., OFM OBISPO EMERITO DE KICHOW (HUPEH, CHINA) FUNDADOR DEL COLEGIO PERUANO-CHINO "JUANXXIII"

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MONSEÑOR ORACIO FERRUCCIO CEOL B., OFM OBISPO EMERITO DE KICHOW (HUPEH, CHINA) FUNDADOR DEL COLEGIO PERUANO-CHINO "JUAN XXIII" (26-VII-1911 * 23-VI-1990)

P. Fortunato Mattivi, ofm[1]

Era muy fácil hablar de Mons. Ferruccio, cuando se trataba de su vida de Misionero. Muy pocos eran los detalles sobre su niñez en el pueblecito en que había nacido, y él los recordaba con simplicidad, sobre todo las travesuras; y se quedaba como sorprendido de la vivacidad que caracterizó su vida de jovencito, animada por su espíritu de aventura; que preanunciaba un propósito de vida que irá madurando después en el Seminario, para convertirse en espíritu misionero. El mismo lo sintetizó en un mensaje escrito con ocasión del XXV aniversario de fundación del Colegio Juan XXIII: "El propósito inicial y forma de mi vida fue dedicar todas mis fuerzas al Reino de Cristo y logré hacerlo realidad desde el año 1934 en la misión de China".

Hombre activo, tenaz, decidido y generoso. Nacido en el pueblecito de Daiano en el Valle de Fiemme, entre las montañas Dolomitas (los Alpes de Trento-Italia) el 26 de Julio de 1911; respiró el aire de sus montañas y recibió de la familia y de la comunidad parroquial, el ejemplo y la fuerza de una fe cristiana que sería duramente probada durante su itinerario misionero en China y en el Perú. Sus padres, muy pobres de bienes materiales pero ricos en la fe cristiana, le educaron con mucho amor a las virtudes, y se sintieron privilegiados y bendecidos por Dios cuando a los 11 años pidió ingresar al Seminario Menor Franciscano de Trento para cursar allí los estudios secundarios (que no había en su pueblo). Pronto moriría el papá, Marino Ceol, y su mamá, Anna Bozzetta, luchará con fe en la Providencia para criar y educar sola a cuatro hijos. Mientras tanto, el joven Horacio, terminados brillantemente esos estudios, obtuvo de ingresar al Noviciado Franciscano y, en 1932, emitía sus votos solemnes y perpetuos de pobreza, obediencia y castidad en la Orden Franciscana (Provincia de Trento); tomando el nombre de fray Ferruccio.

Tenía poco más de 22 años y medio cuando fue consagrado Sacerdote y pudo celebrar su primera Santa Misa en la pequeña y hermosa iglesia de su pueblo natal, habiendo completado sus estudios en Trento y en Roma (Universidad Antoniana). Ya la mamá y los hermanos sabían de su secreto propósito de ir misionero a China, en donde trabajaban otros frailes de Trento. Tres meses después de su ordenación sacerdotal, el p. Ferruccio toma el barco hacia China. Una vez llegado, inicia los estudios del idioma chino. Era el año 1934. Muy pronto el territorio de la diócesis de Kichow (Hupeh) se convierte en tierra de guerras sin fin: grupos guerrilleros enfrentan en guerra civil a los soldados del Gobierno y los campesinos y la gente de los pueblos sufren todo tipo de presiones e injusticias. P. Ferruccio, que vive con ellos, es buscado, pero se esconde y escapa; sin embargo, no deja solos a sus cristianos a quienes conforta, ayuda y defiende. Pronto cesará la guerra civil, porque un nuevo enemigo, Japón, está invadiendo y ocupando China.

Frente a los innumerables peligros, el Obispo llama a p. Ferruccio de su misión lejana a la ciudad, Kichow. Son muy numerosas las personas que huyen de los invasores; los heridos y los enfermos que llegan a la iglesia en busca de ayuda son miles. "No podemos dejarlos morir así" dice p. Ferruccio. Abre, entonces, una posta médica que pronto se convertirá en un hospital, donde él con otro franciscano serán los primeros médicos, enfermeros, consejeros y evangelizadores. Su obra humanitaria es reconocida por todos al punto que todos respetan el pequeño hospital y la iglesia y todos (la gente, los soldados japoneses, los soldados chinos, los escondidos de noche) acuden a él que a todos atiende.

En 1945 termina la segunda guerra mundial con la derrota de Japón y su retiro; pero, muy pronto, reinicia la guerra civil entre comunistas y nacionalistas. El 28 de junio de 1948 llega la noticia que el Papa le ha nombrado Obispo de Kichow para suceder al anciano obispo que yo no puede hacer frente a los peligros y dificultades de ser Pastor en ese momento y en tales circunstancias. Consagrado obispo, tomará posesión de su diócesis el 3 de octubre de 1948. Tenía 37 años y era el obispo más joven del mundo católico.

En el poco tiempo de paz, después de la II guerra mundial, el trabajo misionero era prometedor, y la iglesia florecía. Pero pronto llegará una hora negra y dolorosa, con una situación que fue destruyendo todas las expectativas. Entonces me acordé que el lema de mi escudo de obispo era "Per Crucem ad Lucem", "sólo se llega a la luz a través de la cruz, el sufrimiento y hasta la muerte por Dios".

En 1949, ya las fuerzas comunistas han conquistado todo el poder sobre China, proclamando la República Popular. La política del nuevo gobierno decide la supresión de todas las religiones, inspirándose en el marxismo ateo; así como obliga al retiro a la casi totalidad de extranjeros (que no sean del bloque comunista). Para Mons. Ferruccio se inicia un calvario que durará varios años, mientras que sus católicos (Sacerdotes, Religiosos y Laicos) son dispersados o sufren diferentes condenas. Monseñor estará primero bajo custodia, sufrirá cárcel y torturas. Muchas veces es visitado por la policía, llevado a la comisaría y objeto de largos interrogatorios. Pero ninguna acusación contra él se sostiene, se revela como un pretexto para poder hacerle perder el cariño y el respeto del pueblo; las amenazas quieren mermar su coraje y su salud. Pero, Dios está con Monseñor que resiste, hasta que en 1951 sufre un juicio popular y es condenado a muerte. Se quedará un año más hasta que la pena será conmutada en expulsión de por vida y el 27 de diciembre de 1952, acompañado por los soldados hasta el puente de Lo Wu (Hong Kong), va hacia la libertad.

Se cerraba así una etapa de su vida misionera marcada por la Cruz: "La hora del Calvario, amarga y dolorosa, convulsionó todas nuestras expectativas. El sufrimiento, la persecución y el martirio físico y espiritual que tuve que soportar, junto con la preocupación por mi Iglesia de Kichow, en donde quedan sacerdotes, catequistas, cristianos, religiosas y catecúmenos solos, indefensos y sin Pastor, me acompañan en todo momento de mi vida". Repetirá constantemente Monseñor.

Nueva Esperanza en Dios. Monseñor retorna a su tierra donde se reencuentra con su anciana madre. Han pasado 19 años desde que la dejó para seguir su vocación misionera; retorna a ella ya hecho Obispo y con las marcas de la persecución. El cariño de los suyos y los aires puros de sus montañas restablecerán prontamente la salud a Monseñor, aun cuando le queda grabado para siempre el recuerdo de la tragedia vivida y de sus cristianos que han quedado solos en la persecución. "Enfrentada y superada con la ayuda de Dios la durísima prueba de la persecución y de la expulsión de China, el Señor me abrió otro camino para hacer el bien entre los chinos emigrados al Perú".

En 1955 la Santa Sede ofrece a Mons. Ferruccio el encargo de ayudar a los Pastores de la Iglesia del Perú en el cuidado espiritual de los chinos residentes en ese país. Desde mediados del siglo XIX muchos chinos dejaron su patria, sumergida en tantas guerras y dificultades, buscando trabajo y residencia en Lima y en el Perú. En el siglo XX este éxodo continuó, porque la situación en la China lejos de mejorar fue haciéndose más y más difícil.

Al ofrecimiento del Papa, Monseñor responde: "Soy feliz de dedicar lo que queda de mi vida a este querido pueblo que vive tan lejos de su patria". Monseñor reinicia pues su camino misionero dando todas sus fuerzas para la evangelización de la familia china del Perú, dispuesto a toda clase de sacrificios y con un gran espíritu de fe y oración. Pronto descubre la necesidad de fundar un Colegio, para que la Colonia tenga una escuela católica que ofrezca esta opción educativa. Mientras tanto, en la Iglesia ha habido grandes cambios. A la muerte del Papa Pío XII, es elegido Papa el Cardenal Angelo Giuseppe Roncalli (1958), quien iniciará una gran reforma en la Iglesia. Pronto convocará a todos los Obispos a Concilio, y también Monseñor participará en el Concilio Vaticano II. Tendrá así la oportunidad de encontrarse varias veces con el Papa, que le escuchará y alentará en sus proyectos.

Una de las grandes preocupaciones del Papa es la situación de la Iglesia Católica en la China. Aprovechando la presencia de todos los Obispos en el Concilio, convocará a los Obispos de China y Mons. Ferruccio será el llamado a exponer ante el Papa el informe que los obispos han preparado. Nace entonces una buena amistad entre el Papa y Monseñor, quien un día le confía su deseo de fundar un colegio católico de la Colonia China, como instrumento de apostolado, educación e integración. El Papa le alienta en su decisión, bendice el proyecto y despide a Monseñor con una frase que es casi un testamento: "Regresa al Perú; trabaja en el nombre de Dios y en el mío y todo será un suceso". Acompañará estas palabras con el importe de 25,000 dólares que será el primer fondo para la construcción del colegio.

"Fortalecido por las palabras y las oraciones del Papa Juan XXIII, entre muchas dificultades, pasando por momentos de entusiasmo y otros de preocupación, pero siempre con la mente fija en hacer realidad mis ideales, pude iniciar casi desde cero la obra que ahora viene creciendo con la bendición del Señor". Escribirá Monseñor. El programa que se había planteado en su labor religiosa y social con esta obra es ambicioso, es importante y profético. El quiere lograr:

  • Que se produzca una sana integración de los niños y jóvenes de ascendencia china con los de ascendencia peruana a través de una sana coeducación.
  • Que las familias orientales conservando sus grandes valores originales de fidelidad, laboriosidad y amor a las tradiciones morales de los ancestros los enriquezcan con la cultura y formación cristianas del Perú.
  • Que se instaure la relación hogar-escuela, escuela-hogar, como base y cimiento de una verdadera educación.

Así nació el Colegio Juan XXIII que abrió sus puertas en abril de 1962 con tan sólo 63 alumnos en una casita alquilada y hoy alberga a casi 2000 alumnos en unas instalaciones que están al día con los mejores requerimientos pedagógicos.
No se tiene los recursos suficientes para construir el Colegio y, entonces, Monseñor Ferruccio se hace mendigo solicitando la generosidad de muchos: la Universidad Católica que le cede el terreno, la gente de la Colonia China que le da su colaboración, pero sobre todo, en los Católicos de Estados Unidos, Alemania e Italia y en los Franciscanos de Trento, que año tras año se acuerdan del obispo "Chino" y le envían los recursos necesarios.

Monseñor Ferruccio fue siempre muy profundamente hombre de Iglesia. Cada vez que podía amaba hacer casi como un peregrinaje a Roma, a visitar al Papa, como lo había hecho Francisco de Asís. A la muerte del Papa Juan XXIII, expondrá su obra al nuevo Papa, Pablo VI, quien tendrá para él palabras de aprecio y estímulo y lo apoyará económicamente. La misma devoción y el mismo cariño tendrá también en su relación con el Papa actual, Juan Pablo II quien se sentía particularmente ligado a Monseñor por compartir ambos la experiencia de la persecución por causa de la fe.

Ya los primeros alumnos son Padres de Familia y recuerdan a su querido "Tío Monse" quien fue para ellos un padre, un amigo, un sacerdote y el más grande bienhechor de la Comunidad China del Perú.

En 1983, Mons. Ferruccio se retiraba silenciosamente. Su obra ya es grande y sólida y está en buenas manos: de los Padres Franciscanos de Trento y de los Padres de Familia, quienes siguen el ejemplo de Monseñor trabajando con amor al Colegio y fe en la Providencia, para los ideales que inspirara el nacimiento de esta Gran Obra. Monseñor quiso que nadie supiera cuando se iba porque "no habría soportado" el sufrimiento de la separación. Como humilde fraile, lo dejó todo y no pidió nada para sí: con el dinero de la venta de la casa en que había vivido, se levantó -en su colegio- la primera parte de un edificio que acoge todos los servicios educativos. Se retiró a la casa para los Hermanos ancianos y enfermos de los Franciscanos de Trento, de donde por unos años salía para colaborar en el trabajo pastoral que el Arzobispo de Trento le solicitara. Pero su salud decaía constantemente y fue retirándose siempre más en oración y silencio, ofreciendo al Señor toda su vida con preocupación y afecto siempre vivos hacia aquellas almas que le fueron encomendadas y las obras que, con la ayuda de la Providencia, él había realizado.

Rodeado por el cariño y la atención de los hermanos, los médicos y amigos, fue apagándose hasta que a las 14.45 del día 23 de junio descansaba en el Señor, después de haber recibido los Sacramentos. Ahora su cuerpo descansa en el pequeño cementerio de los frailes de Trento, compartiendo la paz y la oración de los justos, junto con tantos frailes que como él dieron su vida para el Evangelio.

"Nunca el cristiano está solo, siempre está unido al hermano. Podemos ser misioneros también quedándonos en nuestra patria, con la oración, con el buen ejemplo, con la ayuda. Si así llegamos a salvar un alma, seremos bienaventurados porque esa alma vale Cristo". (Mons. Ferruccio).

 



[1]Semanario Diocesano de Trento, 25-VI-1990


FRAY RAMÓN ROJAS (P. GUATEMALA), APÓSTOL DE ICA (1775-1839), OFM

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Su nombre completo fue José Ramón Rojas de Jesús María, natural de Quetzaltenango (Guatemala). Fueron sus padres Lázaro Rojas, un funcionario público, y Felipa Morales. Tuvo siete hermanos, lo que, con los bajos ingresos recibidos por sueldo del padre, obligó a la familia a vivir en extrema austeridad. Esa vida con tanta limitación, aunada a la gran religiosidad de los padres, facilitó el que cinco de los ocho hijos optaran por la vida religiosa.

Su educación escolar la cursó con los frailes franciscanos, mostrando grandes aptitudes para la literatura, el dibujo y la música, artes estas que desarrolló durante toda su vida.

Una vez concluidos sus estudios elementales, se fue al convento, siendo aceptado como novicio a la edad de 18 años (en el año 1794) en el convento de los recoletos de "Cristo Crucificado" de Guatemala, ordenándose como sacerdote en 1798 en la orden seráfica de San Francisco de Asís. Más tarde ingresa a la Universidad de San Carlos, donde estudia Filosofía, Historia, Derecho y Teología, al tiempo que aprende varias de las lenguas indígenas. Esta rica formación le lleva a compartirla en las misiones de Centroamérica; allí será celoso misionero entre infieles por tierras de Nicaragua, Honduras y Costa Rica.

En 1822 estalla la guerra civil en Guatemala y es perseguido y encarcelado por defender los derechos de la Iglesia. En concreto, el partido vencedor, sin permiso de la Santa Sede, erigió en 1824 una nueva diócesis, San Salvador, y nombró obispo al cura Delgado, quien dejándose llevar de la vana carrera eclesiástica tomó posesión del gobierno eclesiástico. Frente a tal atropello y a la nueva constitución liberal de su patria, protesta junto a su arzobispo ante el Papa León XII. Esto le llevó a la cárcel en un calabozo durante dos meses y a punto de ser fusilado. En tales circunstancias, en enero de 1831, se dirigió a Puerto Trujillo en la Bahía de Honduras, consolando y evangelizando a grupos de pobres negros. Viendo que su vida corría peligro, tuvo que salir a media noche del 10 de abril sin poder salvar nada más que su breviario. Con rumbo incierto, se embarcó en la fragata francesa "Mariana Isabel, logrando anclar un 22 de junio de 1831 en el Callao.

Al estar sin documentos que acreditaran su condición de sacerdote y religioso, dirige sus pasos hasta el Convento de los Descalzos de Lima, donde le acogen fraternalmente. Aquí, obtenidas las licencias sacerdotales para predicar y confesar, se lanza por las calles de Lima y Callao, promoviendo el culto y devoción al Santísimo Sacramento y a la Virgen de Guadalupe, imagen que siempre llevaba consigo y que también pintaba; en unión del virtuoso lego Fray José M. Prieto, construye en el puerto del Callao con las limosnas recogidas una capilla dedicada la Virgen de Guadalupe y un pequeño hospital. En el Jubileo Santo de 1834 predicó a los presos, repara la capilla del Hospital de San Andrés. Al ver su preparación y celo, el arzobispo de Lima, Don Jorge Benavente, con quien tuvo una estrecha amistad, le encarga buscar la reforma de la población y de las órdenes religiosas, como efectivamente lo logró.

 

Su gran vocación misionera le llevó a las tierras de Cañete, Chincha y Pisco, culminando en Ica, donde se centró apostólicamente. Allá llevó una imagen de Nuestra Señora de Guadalupe y promovió intensamente su culto. En esta ciudad levantó el hospital de Guadalupe de Pisco, donde se cuenta que hizo brotar agua en medio del arenal, en el lugar conocido hoy como Pozo Santo.

Su fervoroso apostolado le lleva a edificar y restaurar iglesias y capillas, fundar hospitales y levantar casas de ejercicios espirituales. Su vida de abnegación y de entrega total a los demás produjo abundantes frutos espirituales entre el pueblo y los religiosos; nombrado visitador de éstos -franciscanos, agustinos y hermanos de san Juan de Dios-, renovando sus vidas, mediante el establecimiento de la disciplina y el cuidado del culto.  

El presidente del Perú General Felipe Santiago Salaverry, a su paso por Ica, quedó admirado del fervoroso misionero y le propuso como obispo de Maynas, fray Ramón declinó por dedicarse de lleno a su apostolado iqueño. La tradición oral es muy viva al recordarle como propulsor y asiduo peregrino del Templo de la Virgen de Yauca. De igual modo, está viva en la memoria de los fieles numerosas gracias debidas a su intercesión. A él se le atribuye la calma del otrora amenazador volcán de Cerro Prieto.

Debilitado por los trabajos y mortificaciones, moría el 23 de julio de 1839, a los 63 años de una pleuresía causada por salir una noche de mucho frío y, estando enfermo, atender a la niña Presentación Mantillas en artículo de muerte, a quien consoló y cuya salud recuperó. Al entierro del Padre Guatemala asistió una multitud de más de 5 mil personas, en la antigua iglesia de la Merced –hoy catedral de Ica. Sus restos fueron sepultados en la capilla contigua y también levantada por él con la advocación de Jesús María, en la calle Cajamarca (Ica).

Como escribirá el historiador y hermano de su Orden, P. Julián Heras "a pesar de no haber permanecido sino cuatro años en Ica, la memoria del P. Guatemala no se ha borrado de los corazones de sus habitantes. Y todavía, después del siglo y medio de su muerte, perdura la fama de santidad de este humilde siervo de Dios".  

Dada la popular veneración por parte de los fieles de Ica, en 1871 se inició el proceso de su beatificación, y Dios quiera pronto sea elevado a los altares.

Con motivo del centenario de la muerte de fray José Ramón, el diario el Imparcial de Guatemala le dedicó una edición especial el día 22 de julio de 1932, y la Sociedad de Geografía e Historia le rindió un homenaje póstumo.

Monseñor Pedro Gutiérrez de Cos(1750-1833), el piurano obispo de Ayacucho en tiempos de la Independencia, luegoobispo de Puerto Rico

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Monseñor Pedro Gutiérrez de Cos (1750-1833), el piurano obispo de Ayacucho en tiempos de la Independencia, luego obispo de Puerto Rico

 Nació en la ciudad de Piura, al norte del Perú, el año 1750, de padre español, Tomás Gutiérrez de Cos y Terán, y madre limeña. Los dos hijos varones, Francisco y Pedro, llegaron a ser sacerdotes. Francisco fue cura de la doctrina de Santo Tomás en la provincia de Chachapoyas. Pedro inició los estudios de filosofía y teología en el seminario de Trujillo donde fue primero pasante en Artes, ocupando luego la cátedra de Latinidad y llegando a ser vicerrector. Obtuvo el grado de Doctor en Cánones en la Universidad de San Marcos y fue abogado de la Audiencia de Lima.

Se ordenó sacerdote en 1784 y sirvió en dos doctrinas del obispado de Lima hasta el año 1798. Fue comisario del tribunal de la Inquisición y vicario juez eclesiástico de ese arzobispado. Desde 1798 participa como canónigo en la catedral de Lima. A finales de 1810, el cabildo de Piura, lo propuso como candidato para representarlo en las Cortes de Cádiz.

El año 1814 obtuvo el puesto de chantre, y por último en 1817, tras el fallecimiento de José de Silva y Olave, fue nombrado obispo de Huamanga. Sus primeros escritos como obispo tuvieron como temática las providencias tomadas para evitar que circulasen papeles subversivos en su jurisdicción. Durante dos años, de 1818 a 1820, administró el obispado sin contratiempo, no obstante, las noticias alarmantes del triunfo de los insurgentes de Buenos Aires cerca de las costas peruanas. Sin embargo, las tropas patriotas del comandante José Álvarez de Arenales penetraron en la sierra central el año 1820, acelerando la escisión política. Gutiérrez fue testigo de excepción de todo este momento de tránsito.

El prelado no se hallaba en la capital cuando el ejército de Arenales se encaminaba a su diócesis, ya que estaba realizando la visita a su obispado. Al tener noticias de que Arenales había destacado un piquete de treinta hombres para prenderle y obligarle a reconocer y jurar la independencia, se dio a la fuga, dirigiéndose a Lima «por caminos extraviados entre nieves y desfiladeros». Cuando, poco después Arenales fue derrotado y desalojado de Huamanga, Gutiérrez de Cos intentó regresar al obispado, mas fue imposible porque los caminos estaban inundados de soldados enemigos, «conocidos con el nombre de montoneras», y de salteadores y asesinos. Ante esta situación, permaneció refugiado tras las murallas de Lima. Mientras, el obispado de Huamanga estaba acéfalo. La misma situación se repetía en Cusco. Los dos lugares tenían gran importancia en este contexto por ser el centro de la resistencia española hasta el final de la guerra. Los obispos se hallaban lejos de su feligresía en momentos en que el poder real se tambaleaba y más necesaria se hacía su prédica entre los fieles. El brigadier español Ricafort y el virrey Pezuela solicitaron el pronto retorno de ambos prelados. La situación no podía ser más desalentadora. A inicios de julio de 1821, el virrey La Serna dio a conocer su decisión de abandonar la capital para dirigirse a la sierra a recomponer el ejército y marchó el 6 de julio. La Serna huía así de una ciudad cercada en los caminos, bloqueada por mar, empobrecida y extenuada, de la que poco más se podía esperar para defender la causa real. A partir del 7 de julio, como es sabido, Lima fue un caos. En ese momento se produjeron las mayores adhesiones al bando patriota: «abandonados» por el virrey, los vecinos limeños vieron a San Martín como su salvador frente a la revolución social que se vivió en las calles de la capital durante aquellas cuarenta y ocho horas. Una junta de vecinos ilustres se dirigió al cuartel general del libertador a solicitarle su pronta entrada en Lima y la pacificación. San Martín aceptó y el 12 de julio, luego de haber restituido el orden, ingresó triunfalmente en la Ciudad de los Reyes.

Cuando el virrey salió de Lima, se enteró casi al mismo tiempo que se anunciaba el hecho, y también intentó huir, pero no lo pudo hacer «porque no había mulas ni cabalgaduras a causa de haberlas tomado ambos ejércitos». Sin embargo, no se unió a las filas patriotas como otros miembros de la elite limeña. La capital se tornó insegura para aquellos que no profesaban estar del lado de la «patria» o del protectorado inaugurado por San Martín. Aun así, asumió el riesgo que suponía no firmar el acta de independencia, ni participar de ninguno de los actos de la proclamación y jura de ésta ni del Estatuto Provisional: «Yo no asistí a estos actos, ni a ninguna función de celebridad; vivía retirado.» Gutiérrez de Cos se enteró de que el libertador «se había resentido» por su decisión de permanecer al margen del nuevo gobierno. Ello motivó un primer intercambio de pareceres, en el que el obispo le reafirmó al propio San Martín su monarquismo, bajo el eufemismo de que correría la suerte de su diócesis, que en ese momento aún estaba bajo el dominio español. Sus palabras son elocuentes: «...le expuse [a San Martín] que mi diócesis de Guamanga permanecía sujeta a la dominación española y que yo no podía prescindir de la suerte de ella, que en el territorio en que me hallaba le obedecería en lo temporal, sin atentar contra su persona y providencias. Al parecer quedó convencido con mi exposición». Gutiérrez estaba reconociendo que iba a respetar y acatar las disposiciones del nuevo gobierno en Lima, quizá por ello San Martín lo dejó en paz durante un tiempo; pero en el fondo, en su alegato el obispo mantenía su adhesión a los realistas, quienes tenían en Huamanga uno de sus principales centros de operaciones. Se podría inferir que Pedro Gutiérrez abrigaba la esperanza de que el orden nuevo fuera efímero. Pero tal y como se sucedieron los hechos en la capital, esta contraposición de lealtades se tornó inadmisible para el gobierno protectoral.

San Martín insistió a Gutiérrez de Cos que jurase la independencia del Perú, «y que al mismo tiempo dirigiese a Guamanga una Pastoral para que allí se hiciese lo mismo... De manera que no pudiendo San Martín ocupar a Guamanga por la fuerza, intentaba revolucionarla por medio de mi Pastoral... neguéme con firmeza.» Esta vez San Martín no fue condescendiente y determinó que el obispo fuese expatriado. Por intermedio del ministro tucumano Bernardo de Monteagudo, el decreto de expulsión del Perú se le dio a conocer el 9 de noviembre de 1821. Gutiérrez de Cos solicitó al gobierno le permitiesen disponer de un mes para poder retirarse del Perú; San Martín no aceptó, reafirmando que el plazo era de ocho días. A pesar de esta orden imperiosa, el obispo retrasó su salida hasta inicios de diciembre de 1821 porque, durante esas semanas, no encontró ningún navío que lo pudiese llevar a otro destino. El último oficio intimidatorio fue redactado el 3 de diciembre, en el que Monteagudo sentenció haberse excedido el plazo para salir del Perú, urgiéndole lo realizase a fin de evitar se tomase otra providencia. Se le dio pasaporte para la península. Gutiérrez se dirigió entonces al puerto del Callao; se presentó la fragata inglesa Harleston, procedente de Calcuta, con cuyo capitán consiguió negociar para que le dejase en Panamá. La persecución contra los anti-patriotas era grande. Temiendo que la «otra providencia» del libertador fuese la prisión en los castillos del Real Felipe mientras esperaba partiese la fragata, como se había hecho con el obispo de Trujillo, Carrión y Marfil, se embarcó en el navío el 4 de diciembre, dos días antes de que zarpase del Callao.

Antes de partir, nombró al deán Tomás López de Ubillús, también piurano, como gobernador eclesiástico del obispado de Huamanga. López de Ubillús, posiblemente pariente lejano suyo, también monárquico. El propio virrey La Serna presentó a Tomás ante la metrópoli como uno de sus más importantes colaboradores en la preservación del Perú para la causa real.

Su salida fue aprovechada por el gobierno realista que se estableció a partir de julio de 1821 en el Cusco, bajo la dirección del virrey La Serna, para convencer a la población de las contradicciones de quienes supuestamente representaban «la libertad». En el viaje llega a México, siendo nombrado como autoridad eclesiástica al lado del reciente proclamado emperador Iturbide. La actitud del clero hacia Iturbide podía deberse al recelo que le inspiraba la insurgencia, y al deseo de alejar de ella a los americanos si la jerarquía eclesiástica tomaba la iniciativa. Esa fue la situación que Gutiérrez de Cos encontró en México, y, por lo que se advierte, no le fue difícil adaptarse a ella. No obstante, las muestras de complacencia y respeto en México, Gutiérrez vivía económicamente limitado. Como su salida de Huamanga fue intempestiva y los caminos de Lima estaban cortados, nunca pudo recibir socorros de su obispado; en la capital vivió «de prestado», y cuando salió del Perú tuvo el apoyo económico de amistades que le proporcionaron pequeñas cantidades de dinero con las que se mantenía. Intentará desde el año 1822, de viajar a La Habana, «o a otro puerto de la dominación española».

 Su incertidumbre era grande, además, porque para el año 1822 la guerra por la independencia en el Perú se hallaba en uno de sus momentos más delicados: la opción realista se tornaba nuevamente asequible y el gobierno protectoral estaba demostrando bastante ineficacia política. Cabía, por tanto, la posibilidad de que las provincias del Perú volviesen al dominio español, con el consiguiente retorno de las autoridades civiles y eclesiásticas. De ahí que tampoco se decidiera a alejarse más del Perú, por si tuviese que volver a Huamanga. Por ello afirmaba: «me hallo en la mayor confusión, porque si las Provincias de Trujillo y Lima ocupadas por el enemigo vuelven a la dominación española, como lo espero, me veré en la obligación de regresar al Obispado, y mientras más me aleje, me será más difícil y penoso el viaje...». Solicitó que la metrópoli le franquease el pasaje a la península con cargo de reintegro, para así encontrarse en lugar seguro desde el cual partir hacia Perú, hecho que, como vemos, por las circunstancias, lo consideraba más que probable. Pero Gutiérrez no viajó nunca a España. Parece ser que la caída de Iturbide y el triunfo de la primera república liberal en México aceleraron la salida del país de nuestro obispo, al que vemos residiendo en La Habana como emigrado en 1825.

En esta isla se desempeñó como gobernador eclesiástico. Luego de cuatro años de solicitudes y desconcierto, Fernando VII lo nombró obispo de Puerto Rico el 9 de junio de 1825. La corona quiso premiar su lealtad durante la revolución de la independencia otorgándole una condecoración especial: un mes antes de desembarcar en Puerto Rico, el 9 de junio de 1826, se le concedió la Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica. Mientras tanto, el gobierno peruano desde 1822 le había levantado el decreto de exilio. En la sesión del Congreso del 25 de septiembre de 1822, el diputado José Faustino Sánchez Carrión afirmaba que había que facilitar el retorno de Gutiérrez de Cos: «...que se halla en México y está pronto a jurar la independencia». Consecuencia de esa solicitud, al mes siguiente la Junta Gubernativa determinó que Gutiérrez podía regresar al Perú, encargándose el gobierno de brindarle todos los auxilios que necesitase para tal efecto.

Cuando salió del Perú, Gutiérrez contaba con 71 años de edad. De emigrado se convirtió en obispo de una de las provincias de ultramar que aún se mantenían ligadas a la península. De su acción pastoral caben destacar sus prédicas siempre de tono fidelistas, la visita pastoral y la creación del Seminario Conciliar. Hacía muchos años que no se realizaba la prevista visita pastoral, por lo que la de 1829 constituyó un hecho relevante para la diócesis. Tuvo como objetivo fiscalizar la actuación del clero regular y secular en el desempeño de sus funciones (licencias para confesar, predicar y celebrar), estado material de los templos y la corrección de las costumbres. Un segundo objetivo se centró en evitar la proliferación de ideas subversivas. Finalmente, como era tradición en estas visitas, administró el sacramento de la confirmación en 55 pueblos y a 153.158 habitantes, «incluso los negros africanos y los criollos que hay en las haciendas de los respectivos distritos».

El 7 de abril de 1833 enfermó gravemente y fallece el 9, a los 82 años.

Como concluye su biógrafa Elizabeth Hernández, nuestro protagonista es un claro ejemplo de aquella privilegiada sociedad piurana y peruana que, hasta el último momento, hizo cuanto pudo por mantener su adhesión a una corona de la que tanto dependía. Su formación eclesiástica consolidaba los principios jurídico-políticos adquiridos, de tal manera que, cuando la amenaza de la revolución se hizo presente, fue vista esta como un extravío. La mayoría de obispos en Hispanoamérica rechazó la independencia porque la identificó como herejía o rebeldía frente a una autoridad política consagrada por la divinidad como evidenció en la homilía de 1826 y en el informe de 1829.

José Antonio Benito

Foto facilitada por el P. Martín Laurente del óleo de la sacristía de la Basílica Catedral de Huamanga

ALTAR MAYOR DE LA CATEDRAL DE LIMA, OBRA DE MATÍAS MAESTRO

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El Altar Mayor de la Catedral preside con belleza y majestad la fastuosa edificación de la basílica mayor y central de la arquidiócesis de Lima. Su canónigo y cronista José Manuel Bermúdez nos lo describe con todo lujo de detalles al recordar al arzobispo promotor de la obra Monseñor Juan Domingo González de la Reguera. Su autor fue el célebre presbítero, culto y solidario, Matías Maestro.

 

Allí brillan á porfía el gusto más fino y delicado, la mejor distribución de sus partes, la riqueza, el artificio, los más exquisitos adornos que hacen mirar con razón esta obra como que excede a las demás de esta santa iglesia. Tiene todas las proporciones y bellezas, que pueden apetecer los ministros del santuario. Sus dos frentes se presentan con tal novedad a la vista que por todos los lados descubren un perfil que les da la más hermosa variedad. Todo tan ajustado a los límites del sitio y objetos que contiene que mueve a creer, que en su ejecución no se halló embarazo el ingenio; sino que todo vino adecuado a la idea. Mostrándose allí con tanta profusión la magnificencia, aun parece quedar excedida del artificio singular que se admira. Sin que en este caso se tenga por exageración poética, sin por realidad el "materiam superat opus" de Ovidio.

El frente principal está forrado en plata, sus capiteles y molduras taladas y sus adornos dorados. Su planta se formó de un círculo de quatro y media varas, unido a dos triángulos por los costados que extienden su ancho hasta ocho y media varas con la altura de diez y siete. Un zócalo de vara y cuarta recibe la obra y sigue recto hasta las pilastras del presbiterio, dejando dos escalas, a cuyos lados están dos hermosos ángeles con faroles de plata alumbrando el Sacramento. Por su espalda cierra una graciosa baranda, cuyo medio vuela sobre repisa para dejar una mesa de altar. La que mira al frente principal es de dos bellos jaspes cuyas gracias hacen resaltar su base, cornisa, y costados guarnecidos de plata, con un escudo y festones de lo mismo de un estilo serio y magnífico que se hermanan agradablemente para avivar su fondo y aumentar su hermosura.

En este zócalo descansan los pedestales con preciosos relieves, dejando dos puertas a los lados para el manejo de las del sagrario y en su altura se manifiestan tres grandiosas urnas forradas por de fuera exquisitamente del propio metal, y exornadas por de dentro con otros preciosos jaspes. En la del medio se ha depositado una cruz inestimable de oro y Vedreña, presea que fue del Señor Doctor Don Joseph Antonio Cevallos uno de los prelados de esta santa iglesia, en que se deberá colocar el sagrado fragmento del madero de nuestra redención: dádiva apreciabilísima de la santidad de Urbano VIII, que hace nuestro mayor tesoro. Las otras dos urnas de los lados son destinadas a contener las insignes reliquias del santo arzobispo Don Toribio Alfonso Mogrovejo y de Santa Rosa de Lima.

Sobre este fundamento se eleva el tabernáculo sostenido en doce columnas de quatro varas: las seis delanteras forradas de plata de orden compuesto, que forman en el centro un círculo con quatro arcos recibidos de ocho columnas menores, donde se ve el sagrario de plata, en que está la custodia de vara y media. Al pie de este sagrario se gravaron con letras de oro las siguientes palabras del Salvador: Ecce ego vobiscum sum. Y a la verdad que aun cuando así no nos lo enseñase la fe del misterio eucarístico, nos lo haría creer la imagen de Jesucristo maravillosamente bordada en el viso que cubre el Sacramento y los portentos del pincel que nos representan por el frente y la testera, ya al mismo Salvador apareciéndose resucitado a sus apóstoles, o ya conversando con ellos en Meaux. En los dos triángulos laterales se ven las efigies del titular de la iglesia San Juan Evangelista y de Santa Rosa patrona de las Américas y Lima.

Encima de la cornisa del primer cuerpo, rodeada de una baranda e greca se elevan ocho columnas que pisan sobre las pilastras del sagrario y reciben con otra baranda tambien de greca a la altura del pedestal: sirviendo de remate una copa calada con asiento sobre que descansan dos ángeles con una corona. De modo que este cuerpo labrado por dentro y fuera sirve de trono a la hermosa imagen de Nuestra Señora enviada por el emperador Carlos V, y a su espalda el apóstol Santiago. A los lados de este segundo cuerpo y sobre las columnas que sostienen los triángulos cóncavos se levantan dos pedestales redondos con dos jarrones en forma de hachero, que cada uno arroja doce luces y de su cuello cuelgan tres festones o cintas en tulipanes que reciben en triángulo tres ángeles parados sobre las columnas y jarrones sobre las otras.

 

(José Manuel Bermúdez Fama póstuma del Excelentísimo e Ilustrísimo Señor Doctor Don Juan Domingo González de la Reguera., Lima 1805, LXXXVI-XCI).

(Foto de Tomás Sobek)

PERFIL DEL OBISPO EN TIEMPOS DE LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ EL DECÁLOGO PROPUESTO POR EL ARZOBISPO DE LIMA MONSEÑOR BARTOLOMÉ DE LAS HERAS AL PAPA PÍO VII, 3-XII-1822

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[1. Conocimiento de la realidad nacional y diplomático]

 

"Era preciso estar dotado de unos conocimientos extensos y profundos en la política diplomática, de una penetración viva y perspicaz y de un talento y acertada previsión del estado a que será reducido el reino del Perú, de resultas de la vicisitudes que padece, para poder con acierto señalar el modo y medios de restablecer los abusos y desórdenes introducidos en la religión católica y su Iglesia, según las variaciones que en el día se advierten en aquel país; no hay en él un sistema de gobierno fijo y estable; tan pronto lo dominan los jefes de la independencia, como vuelen las armas españolas a recobrare su posición; cada partido que lo obtiene, muda el orden de su dirección, expidiendo distintos autos y decretos, en que se trastorna el medio de los negocios seculares y eclesiásticos; el íntimo enlace que tiene la autoridad eclesiástica con la secular, exige la mutua cooperación y auxilio que deben prestarse la una a otra…De aquí se infiere que, si el citado reino queda en poder de la España, es necesario elegir arbitrios y recursos diferentes a los que deben tomarse si queda en la independencia, para reponer los excesos y males indicados […]

Apuntaré, sin embargo, un arbitrio y modo que me parece capaz de que, a cualquiera de los dos partidos a que la América del Sur quede sujeta, pueda irse poco a poco extinguiendo los abusos y desórdenes, y recobrando su pureza y sus derechos la religión, la moral evangélica y la disciplina de la Iglesia. Consiste, pues, este recurso en poner un sumo cuidado y vigilancia en la elección de los obispos que se han de destinar para aquellos territorios: si éstos son buenos y se hallan revestidos de las prendas convenientes para practicar la reforma que se desea, seguramente que ellos sólo son los que podrán verificarla y desahogar la cuidadosa espiritual solicitud sobre aquellas diócesis.

 

[2. Buen teólogo y canonista]

Son muchas las calidades y requisitos que deben concurrir en la persona de un obispo que en las presentes circunstancias ha de ir a gobernar en aquel país:

- en primer lugar, es preciso que esté bastante instruido en la teología dogmática-moral y en los cánones sagrados, a fin de que conozca y advierta los extravíos en la creencia, en las costumbres y en la disciplina de la Iglesia;

 

[3. Sólida virtud]

- con esta ciencia debe juntar una sólida virtud para que le impela a extinguir todo desorden, según la obligación que le impone su elevado ministerio;

 

[4. Firmeza de carácter]

- es necesario que agregue a la virtud y a la ciencia una gran firmeza en el espíritu: de nada servirá que conozca los excesos y su deber indispensable de evitarlos, si no tiene resolución para ejecutarlo, especialmente cuando se le opongan poderosas promesas o amenazas de sujetos que no gustan que les turben sus abusos; esto es muy frecuente en aquel país, por lo que necesitan los prelados estar revestidos de un firme celo, si han de superar estos obstáculos.

 

[5. Prudencia]

-La prudencia es una calidad muy precisa, pues un obispo que va de la península acostumbrado a ver en ella decoro y orden en las iglesias, circunspección y compostura en los eclesiásticos y exterior moderación en los seculares; y de pronto advierte en su diócesis de América un total trastorno en todo esto, como si el vicio hubiese perdido toda su afrenta, sobresaltado su espíritu, quiere inmediatamente abolir estos excesos y se vale de las providencias más severas fija edictos riguroso, prende clérigos y se dirige contra toda clase de personas, aún mas más condecoradas, pretendiendo ejecutar en un momento una completa reforma; en este modo de proceder no consideran que la virtud tiene sus grados y que es preciso irlos subiendo hasta llegar a ser perfecto, pues no es posible pasar en un instante de vicioso y criminal a la santidad perfecta; por esto muchos sabios y virtuoso europeos que han ido allí de prelados, han probado mal y se han concitado la general animadversión, verificándose el axioma de que pastor aborrecido, ganado perdido

 

[6. Complexión robusta]

-Además de las partidas insinuadas, de que ha de estar adornado un obispo del Perú, debe ser también de una complexión robusta y de edad no muy avanzada, a fin de que pueda formalizar la visita de todo su territorio, diligencia conveniente al provecho espiritual de los feligreses; como son tan dilatadas las diócesis y los caminos tan fragosos, si no tienen el vigor y fuerza que es precisa, no es fácil vencer estas dificultades.

 

[7. Discreción en el trato]

-El trato frecuente y familiar con los individuos del país, aunque sean muy distinguidos, es sumamente perjudicial, ya porque despierta una especie de celos en los demás, ya porque le mezclan en los asuntos favorables o adversos de la persona su amiga, ya porque se pierde el tiempo que se necesita aprovechar, ya porque en la comunicación frecuente se descubren ciertas imperfecciones y flaquezas, de aquí adolecemos todos y de ello se siguen gravísimos inconvenientes.

 

[8. Afabilidad y dulzura]

- Sin embargo, en aquella comunicación que sea precisa ha de manejarse con afabilidad y dulzura, mostrándoles a todos buenos semblantes y procurando reprimir los ímpetus de la ira o del enojo, aun cuando tenga un motivo justo; pues aquellas gentes son de un genio tímido y apocado y se exasperan demasiado cuando se les trata con aspereza.

 

[9. No dejarse sobornar con regalos y halagos]

 

- Últimamente, ha de evitar un obispo de la América el recibir obsequios ni regalos, ni aun los que allí se practican con título de sainecitos: en el instante que les conozcan inclinación a estas cosas, ya les parece que han conseguido un gran triunfo. Luego que llega un prelado a aquel país, y lo mismo cualquiera jefe secular, se ponen todos en expectación a fin de averiguar cuál es la pasión que le domina, como las más frecuentes son el placer sensual o la codicia, así que la descubren, ellos mismos le proporcionan los medios de fomentarla, lisonjeándose de que ya lo tienen sujeto para que no pueda ofenderles y en entera libertad de hacer cada uno lo que guste; por otra parte, tiene tanta jactancia y vanagloria que si se les admite un sainecitos, que se compone de dulces o de frutas, suponen recibe obsequios de la mayor entidad:

 

[10. Generoso con los pobres]

- es preciso, pues, que si el prelado ha de conservar su buena reputación y hay de ejercer con libertad y fruto su ministerio, que no sólo se abstenga de admitir la menor dádiva, sino que antes bien sea franco y generoso con toda clase de personas, principalmente con los pobres; pues, si da limosna con abundancia y socorre las indigencias del afligido, no sólo llenará los deberes en la distribución de su rentas a los ojos de Dios, sino también a los de los hombres, sus feligreses le amarán de corazón y le obedecerán con gusto en cuanto mande.

Dejo expuesto con extensión y el arbitrio y medio que creo más eficaz para restablecer en el Perú la decadencia que han padecido las costumbres con la introducción del nuevo gobierno y opiniones del sofístico filosofismo, es decir, la acertada elección de los obispos. Si estos están dotados de las prerrogativas referidas, ciertamente volverán a hacer brillar el expelen de la sana doctrina, de la moral y de la disciplina de la Iglesia. Quedan igualmente evacuadas las respuestas a las preguntas que se han propuesto.

Madrid, 3 de diciembre de 1822

PERFIL DEL OBISPO EN TIEMPOS DE LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ EL DECÁLOGO PROPUESTO POR EL ARZOBISPO DE LIMA MONSEÑOR BARTOLOMÉ DE LAS HERAS AL PAPA PÍO VII, 3-XII-1822

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[1. Conocimiento de la realidad nacional y diplomático]

 

"Era preciso estar dotado de unos conocimientos extensos y profundos en la política diplomática, de una penetración viva y perspicaz y de un talento y acertada previsión del estado a que será reducido el reino del Perú, de resultas de la vicisitudes que padece, para poder con acierto señalar el modo y medios de restablecer los abusos y desórdenes introducidos en la religión católica y su Iglesia, según las variaciones que en el día se advierten en aquel país; no hay en él un sistema de gobierno fijo y estable; tan pronto lo dominan los jefes de la independencia, como vuelen las armas españolas a recobrare su posición; cada partido que lo obtiene, muda el orden de su dirección, expidiendo distintos autos y decretos, en que se trastorna el medio de los negocios seculares y eclesiásticos; el íntimo enlace que tiene la autoridad eclesiástica con la secular, exige la mutua cooperación y auxilio que deben prestarse la una a otra…De aquí se infiere que, si el citado reino queda en poder de la España, es necesario elegir arbitrios y recursos diferentes a los que deben tomarse si queda en la independencia, para reponer los excesos y males indicados […]

Apuntaré, sin embargo, un arbitrio y modo que me parece capaz de que, a cualquiera de los dos partidos a que la América del Sur quede sujeta, pueda irse poco a poco extinguiendo los abusos y desórdenes, y recobrando su pureza y sus derechos la religión, la moral evangélica y la disciplina de la Iglesia. Consiste, pues, este recurso en poner un sumo cuidado y vigilancia en la elección de los obispos que se han de destinar para aquellos territorios: si éstos son buenos y se hallan revestidos de las prendas convenientes para practicar la reforma que se desea, seguramente que ellos sólo son los que podrán verificarla y desahogar la cuidadosa espiritual solicitud sobre aquellas diócesis.

 

[2. Buen teólogo y canonista]

Son muchas las calidades y requisitos que deben concurrir en la persona de un obispo que en las presentes circunstancias ha de ir a gobernar en aquel país:

- en primer lugar, es preciso que esté bastante instruido en la teología dogmática-moral y en los cánones sagrados, a fin de que conozca y advierta los extravíos en la creencia, en las costumbres y en la disciplina de la Iglesia;

 

[3. Sólida virtud]

- con esta ciencia debe juntar una sólida virtud para que le impela a extinguir todo desorden, según la obligación que le impone su elevado ministerio;

 

[4. Firmeza de carácter]

- es necesario que agregue a la virtud y a la ciencia una gran firmeza en el espíritu: de nada servirá que conozca los excesos y su deber indispensable de evitarlos, si no tiene resolución para ejecutarlo, especialmente cuando se le opongan poderosas promesas o amenazas de sujetos que no gustan que les turben sus abusos; esto es muy frecuente en aquel país, por lo que necesitan los prelados estar revestidos de un firme celo, si han de superar estos obstáculos.

 

[5. Prudencia]

-La prudencia es una calidad muy precisa, pues un obispo que va de la península acostumbrado a ver en ella decoro y orden en las iglesias, circunspección y compostura en los eclesiásticos y exterior moderación en los seculares; y de pronto advierte en su diócesis de América un total trastorno en todo esto, como si el vicio hubiese perdido toda su afrenta, sobresaltado su espíritu, quiere inmediatamente abolir estos excesos y se vale de las providencias más severas fija edictos riguroso, prende clérigos y se dirige contra toda clase de personas, aún mas más condecoradas, pretendiendo ejecutar en un momento una completa reforma; en este modo de proceder no consideran que la virtud tiene sus grados y que es preciso irlos subiendo hasta llegar a ser perfecto, pues no es posible pasar en un instante de vicioso y criminal a la santidad perfecta; por esto muchos sabios y virtuoso europeos que han ido allí de prelados, han probado mal y se han concitado la general animadversión, verificándose el axioma de que pastor aborrecido, ganado perdido

 

[6. Complexión robusta]

-Además de las partidas insinuadas, de que ha de estar adornado un obispo del Perú, debe ser también de una complexión robusta y de edad no muy avanzada, a fin de que pueda formalizar la visita de todo su territorio, diligencia conveniente al provecho espiritual de los feligreses; como son tan dilatadas las diócesis y los caminos tan fragosos, si no tienen el vigor y fuerza que es precisa, no es fácil vencer estas dificultades.

 

[7. Discreción en el trato]

-El trato frecuente y familiar con los individuos del país, aunque sean muy distinguidos, es sumamente perjudicial, ya porque despierta una especie de celos en los demás, ya porque le mezclan en los asuntos favorables o adversos de la persona su amiga, ya porque se pierde el tiempo que se necesita aprovechar, ya porque en la comunicación frecuente se descubren ciertas imperfecciones y flaquezas, de aquí adolecemos todos y de ello se siguen gravísimos inconvenientes.

 

[8. Afabilidad y dulzura]

- Sin embargo, en aquella comunicación que sea precisa ha de manejarse con afabilidad y dulzura, mostrándoles a todos buenos semblantes y procurando reprimir los ímpetus de la ira o del enojo, aun cuando tenga un motivo justo; pues aquellas gentes son de un genio tímido y apocado y se exasperan demasiado cuando se les trata con aspereza.

 

[9. No dejarse sobornar con regalos y halagos]

 

- Últimamente, ha de evitar un obispo de la América el recibir obsequios ni regalos, ni aun los que allí se practican con título de sainecitos: en el instante que les conozcan inclinación a estas cosas, ya les parece que han conseguido un gran triunfo. Luego que llega un prelado a aquel país, y lo mismo cualquiera jefe secular, se ponen todos en expectación a fin de averiguar cuál es la pasión que le domina, como las más frecuentes son el placer sensual o la codicia, así que la descubren, ellos mismos le proporcionan los medios de fomentarla, lisonjeándose de que ya lo tienen sujeto para que no pueda ofenderles y en entera libertad de hacer cada uno lo que guste; por otra parte, tiene tanta jactancia y vanagloria que si se les admite un sainecitos, que se compone de dulces o de frutas, suponen recibe obsequios de la mayor entidad:

 

[10. Generoso con los pobres]

- es preciso, pues, que si el prelado ha de conservar su buena reputación y hay de ejercer con libertad y fruto su ministerio, que no sólo se abstenga de admitir la menor dádiva, sino que antes bien sea franco y generoso con toda clase de personas, principalmente con los pobres; pues, si da limosna con abundancia y socorre las indigencias del afligido, no sólo llenará los deberes en la distribución de su rentas a los ojos de Dios, sino también a los de los hombres, sus feligreses le amarán de corazón y le obedecerán con gusto en cuanto mande.

Dejo expuesto con extensión y el arbitrio y medio que creo más eficaz para restablecer en el Perú la decadencia que han padecido las costumbres con la introducción del nuevo gobierno y opiniones del sofístico filosofismo, es decir, la acertada elección de los obispos. Si estos están dotados de las prerrogativas referidas, ciertamente volverán a hacer brillar el expelen de la sana doctrina, de la moral y de la disciplina de la Iglesia. Quedan igualmente evacuadas las respuestas a las preguntas que se han propuesto.

Madrid, 3 de diciembre de 1822

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