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Raíces y desafíos en la celebración de los 50 años de la Arquidiócesis de Ayacucho

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Amigos, les comparto los apuntes preparados para la ponencia en el marco de unas jornadas maravillosas. Vean el face https://www.facebook.com/arzobispado.deayacucho?fref=photo


Raíces y desafíos en la celebración de los 50 años de la Arquidiócesis de Ayacucho

 

      ¡Apuyaya Jesucristo, alabado sea Jesucristo! por permitirnos celebrar este jubileo. Como reza el estribillo del himno: 50 años en el corazón de nuestro pueblo, misionera con valor, misericordiosa como el Buen Pastor. Gracias, querido Monseñor Salvador Piñeiro, por su invitación; gracias a los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, parroquias, movimientos, a todos, gracias y les ruego que oren como están haciendo las Carmelitas y Clarisas para que el E.Santo actúe en esta noche.

 

Antes de entrar propiamente en el tema, comienzo con una bella descripción de Huamanga por parte de uno de sus hijos más preclaros, LJO (Luis Jerónimo Oré): "Huamanga es de más excelente temple y cielo de todos los que hay en este reino del Perú y trata de mantenimiento, porque encierran todos los años más de cincuenta mil fanegas de trigo, abundante de todas las frutas de Castilla y de la tierra, y de muchas estancias de ganados de vacas, ovejas y cabras. Cógese vino lo que basta y tiene en su comarca ricas minas de azogue y plata, donde deparó Dios a Antonio de Oré, mi padre, vecino que fue de esta ciudad una misteriosa mina en los pueblos de indios en su repartimiento y encomienda, de la cual sacó toda la plata necesaria para la fundación del monasterio de Santa Clara, el cual edificó desde los cimientos a su costa o por mejor decir a la que Dios le librara en esta mina, la cual dio siempre fruto mientras duró la obra, y acabado el monasterio ceso la mina y se acabo el metal…De esta ciudad que es el medio, yema y corazón de la sierra y de todo este reino"

 

Como San Juan Pablo II nos dejó en la carta NMI: "¡Duc in altum! Esta palabra resuena también hoy para nosotros y nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro: «Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre» (Hb 13,8)" (1-1-2001)

 

 

I.       JUBILEO, TIEMPO PARA AGRADECER, PEDIR PERDÓN, EVALUAR, CELEBRAR, PROGRAMAR.

 

1.Tiempo propicio. El Jubileo es un tiempo de júbilo, de alegría, en el que la Iglesia invita a todos a la alegría y se esfuerza por crear las condiciones para que la salvación pueda llegar a todos. En el Antiguo Testamento era un tiempo dedicado particularmente a Dios, cada 7 años (año sabático) y cada 50 (año jubilar), en el que se dejaba reposar la tierra, se liberaban los esclavos y cada uno recobraba su propiedad y regresaba con su familia. Era, por tanto, un año de júbilo y gozo porque volvía a implantarse la justicia para todos y la misericordia para los débiles.

En la Historia de la Iglesia, el Jubileo ha sido un año de gracia, de perdón de la culpa y la pena por los pecados, año de reconciliación entre los adversarios y de múltiples conversiones, y, sobre, todo de obtener la indulgencia plenaria. A lo largo de todos los tiempos, la humanidad ha sentido la necesidad de "comenzar de nuevo", de cortar con "el hombre viejo" y comenzar "el hombre nuevo". Lo vivió con intensidad el cristianismo primitivo, fiel a la gran "novedad de vida" por la que cada bautizado, muere al pecado y resucita -en Cristo- a la vida de la gracia (Rom 6, 4). El drástico abandono de la vida pasada y el comienzo de una vida nueva será vivenciado especialmente por los monjes del Desierto desde el siglo IV, al finalizar la era de los mártires (año 313). El PRIMER JUBILEO. 1300 Tradición peregrinante a Roma (romeros), Santiago de Compostela (jacobeos) y, sobre todo, a Jerusalén (palmeros, pues regresaban con una palma, símbolo de santidad) para buscar las huellas del Señor. La resonancia fue impresionante y movió a miles de peregrinos a acudir a Roma por el sólo deseo de ganar la indulgencia plenaria y de quedarse limpio de toda culpa. El Papa encauzó el entusiasmo popular, establecido que en los centenarios se podrían ganar la indulgencia plenaria mediante la confesión y la visita a las basílicas de San Pedro y San Pablo. El propio papa organizó el hospedaje y abastecimiento, abriendo una nueva puerta en las murallas e imponiendo direcciones únicas en el puente S. Angelo, paso obligado para atravesar el Tíber,

A partir de la fecha se convocarán los jubileos mayores, ordinarios (Año Santo) cada 50, 33 0 25 años y los menores o extraordinarios, concedidos por algún motivo o circunstancia, fuera de la periodicidad marcada. Existen además los jubileos particulares, concedidos a alguna localidad, santuario u orden religiosa, o con ocasión de eventos tales como congresos eucarísticos, efemérides (centenario de la presencia de una institución en un lugar...).

 De singular importancia es el Jacobeo, en Santiago de Compostela, desde 1122, siempre que la fiesta del apóstol Santiago el Mayor -25 de julio- coincida con el domingo. El de 1999 fue el número 117.

JUBILEOS PARTICULARES:. Jacobeo, en Santiago de Compostela, desde 1122, siempre que la fiesta del apóstol Santiago el Mayor -25 de julio- coincida con el domingo. El de 1999 fue el número 117.. Lebaniego (Santander), desde 1512, por una semana, siempre que la fiesta de Santo Toribio de Liébana caiga en domingo. En el monasterio se conserva una reliquia del "Lignum Crucis". Desde 1967, con Pablo VI, se amplía la semana jubilar a todos los días del año, contando desde el 16 de abril, hasta el siguiente. . Con ocasión de eventos tales como congresos eucarísticos, efemérides (centenario de la presencia de una institución en un lugar...).

Espectacular fue el JUBILEO DEL 2000 El propio símbolo del jubileo nos habla claramente de su significado. El círculo azul indica el globo terrestre abrazado por la cruz. Las cinco palomas, con diverso color, representan los cinco continentes. Del centro de la cruz irradia la luz de Cristo, ayer, hoy y siempre.

 

2.Estamos viviendo elJubileo del Año de la Misericordia. Les recuerdo tan solo el logo tan lleno de sentido en el que se entrelazan el hombre viejo –Adán- el que nos contagió el pecado original y el hombre nuevo –Cristo- quien nos redimió, salvó; asume las parábolas del buen samaritano y el buen pastor. Con motivo de los 50 años de la clausura del Vaticano II. También Ayacucho vive estas bodas de oro, este jubileo: Escuchemos lo que escribió Mons. Otoniel en la primera pastoral, de 20 de julio de 1966:

 

"Con legítimo orgullo el pueblo ayacuchano está de plácemes. Desde la Roma milenaria, centro del cristianismo, ha resonado la voz augusta de nuestro Santo Padre el Papa Paulo VI. Y su voz de Padre amante, echada a todo el mundo, nos trae a los hijos del corazón de los Andes milenarios, un gratísimo regalo que vivirá para siempre en las gloriosas páginas de la Historia de Ayacucho y en el corazón agradecido de todos sus hijos…Sea esto también motivo para que todos los ayacuchanos sin distinción de clases ni de política nos estrechemos más y más en un mutuo amor de caridad porque donde está el amor allí está el verdadero Dios… Al dirigir esta carta lo hago con el propósito de hacer cada vez más viva la realidad  de unir nuestras fuerzas. Juntos debemos evangelizar esta porción querida que tiene problemas tan diversos y complejos…Entreguémonos sin reserva para que la gran hora de Dios suene en nuestra Patria"

 

La Iglesia de Ayacucho, como la del Perú, como la Iglesia entera, es una roca, pero una roca que navega. Firme, resistente, pero no está quieta, camina, navega...Como antaño los cruzados medievales al grito de ¡Dios lo quiere!, o los navegantes misioneros ¡avanti y Dios nos valga!, los fieles cristianos del tercer milenio, todos nosotros, pueblo de Dios en camino, cuerpo de Cristo prolongado, nos sentimos lanzados a la gran misión continental tras la campanada de Aparecida. Dos mil años de rica historia nos sostienen, una realidad presente dramática nos cuestiona, una esperanzadora meta nos estimula con nuevo ardor. Juan Pablo II, al comenzar el Nuevo Milenio, formuló un deseo que les propongo como objetivo prioritario en el presente curso de historia de la Iglesia, en TMA:

3.El tesoro de la fe. Miremos nuestras raíces, nuestro patrimonio, y vemos por doquier el tesoro de la fe. Como muy bien dice el sínodo "Ecclesia in America""el mayor don que América ha recibido del Señor es la fe, que ha ido forjando su identidad cristiana. Hace ya más de quinientos años que el nombre de Cristo comenzó a ser anunciado en el Continente. Fruto de la evangelización, que ha acompañado los movimientos migratorios desde Europa, es la fisonomía religiosa americana, impregnada de los valores morales que, si bien no siempre se han vivido coherentemente y en ocasiones se han puesto en discusión, pueden considerarse en cierto modo patrimonio de todos los habitantes de (Ayacucho, del Perú), de América, incluso de quienes no se identifican con ellos" (n.14). ¿Qué sucedería si quitásemos todos los referentes culturales cristianos en América? ¿Su arte (arquitectura, escultura, pintura, joyería), música, literatura? Sencillamente que América desaparecería, no sería.

No he encontrado nada más completo y bello para caracterizar esta nueva realidad de la América cristiana, evangelizada que las Palabras del Papa Benedicto XVI en la sesión inaugural de la V Conferencia el pasado mayo del 2007

La fe en Dios ha animado la vida y la cultura de estos pueblos durante más de cinco siglos. Del encuentro de esa fe con las etnias originarias ha nacido la rica cultura cristiana de este Continente expresada en el arte, la música, la literatura y, sobre todo, en las tradiciones religiosas y en la idiosincrasia de sus gentes, unidas por una misma historia y un mismo credo, y formando una gran sintonía en la diversidad de culturas y de lenguas. En la actualidad, esa misma fe ha de afrontar serios retos, pues están en juego el desarrollo armónico de la sociedad y la identidad católica de sus pueblos.

Creo que aquí está la síntesis que me ha pedido Monseñor Salvador: fijarnos en el encuentro de la fe con las etnias culturales de Ayacucho y valorar la rica cultura para agradecer, vivir, celebrar, afrontar desafíos.

Y sigue el Papa: A este respecto, la V Conferencia General va a reflexionar sobre esta situación para ayudar a los fieles cristianos a vivir su fe con alegría y coherencia, a tomar conciencia de ser discípulos y misioneros de Cristo, enviados por Él al mundo para anunciar y dar testimonio de nuestra fe y amor.

Pero, ¿qué ha significado la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de América Latina y del Caribe? Para ellos ha significado conocer y acoger a Cristo, el Dios desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en sus ricas tradiciones religiosas. Cristo era el Salvador que anhelaban silenciosamente. Ha significado también haber recibido, con las aguas del bautismo, la vida divina que los hizo hijos de Dios por adopción; haber recibido, además, el Espíritu Santo que ha venido a fecundar sus culturas, purificándolas y desarrollando los numerosos gérmenes y semillas que el Verbo encarnado había puesto en ellas, orientándolas así por los caminos del Evangelio…La utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso. En realidad sería una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado. La sabiduría de los pueblos originarios les llevó afortunadamente a formar una síntesis entre sus culturas y la fe cristiana que los misioneros les ofrecían.

4.Síntesis cultural mestiza. Religiosidad popular. De allí ha nacido la rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos:

1- El amor a Cristo sufriente, el Dios de la compasión, del perdón y de la reconciliación; el Dios que nos ha amado hasta entregarse por nosotros;

2- El amor al Señor presente en la Eucaristía, el Dios encarnado, muerto y resucitado para ser Pan de Vida;

3- El Dios cercano a los pobres y a los que sufren;

4- La profunda devoción a la Santísima Virgen de Guadalupe, de Aparecida o de las diversas advocaciones nacionales y locales. Cuando la Virgen de Guadalupe se apareció al indio san Juan Diego le dijo estas significativas palabras: "¿No estoy yo aquí que soy tu madre?, ¿no estás bajo mi sombra y resguardo?, ¿no soy yo la fuente de tu alegría?, ¿no estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?" (Nican Mopohua, nn. 118-119 ).

5. Esta religiosidad se expresa también en la devoción a los santos con sus fiestas patronales, en el amor al Papa y a los demás Pastores, en el amor a la Iglesia universal como gran familia de Dios que nunca puede ni debe dejar solos o en la miseria a sus propios hijos. Todo ello forma el gran mosaico de la religiosidad popular que es el precioso tesoro de la Iglesia católica en América Latina, y que ella debe proteger, promover y, en lo que fuera necesario, también purificar.

II. VEAMOS NUESTRAS RAÍCES EN ALGUNAS DE LASHUELLAS DE LA PRIMERA EVANGELIZACIÓN EN PERÚ CON MENCIÓN ESPECIAL A AYACUCHO

1.      Religión precristiana. Civilizaciones como Caral, santuarios ceremoniales como el de Toro Muerto (Arequipa), Chavín, Pachacámac, Ampato (vid. Proyecto Santuarios de alturas de la UCSM)... nos hablan de la profunda religiosidad de nuestro pueblo que sorprendió positivamente a los primeros evangelizadores. Podemos verlo aquí en el Dios del Agua que -en su versión Tiahuanaco- fue copiada infinitas veces en la iconografía de la cultura Wari, que se incubó en Ayacucho y propagó extensamente por el Perú antiguo, sobre todo durante la segunda mitad del primer milenio. Wari es una réplica de la imagen más encumbrada de Tiahuanaco, por lo que Federico Kauffmann Doig utiliza el término de Tiahuanaco-Wari (Tiwanaku-Wari) en vez de simplemente Wari, para denominar esta cultura. Considera que de este modo es resaltado el ingrediente cultural principal que hizo que aflorase Wari, fenómeno que es demostrado elocuentemente por la identidad de las imágenes del Dios del Agua en las culturas Tiahuanaco y Wari.

LJO nos comparte en el SCI una bella oración atribuida a Cápac Yupanqui dirigida al sol:

¡Oh Hacedor, que estás desde los cimientos y principio del mundo hasta en los fines de él; poderoso, rico, misericordioso, que diste ser y valor a los hombres y con decir "sea este hombre y ésta sea mujer, hiciste, formaste y pintaste a los hombres y a las mujeres. A todos éstos que hiciste y diste ser, guárdalos y vivan sanos y salvos, sin peligro y en paz"

 

2.      Acta de la fundación de las ciudades. Lima, por ejemplo, es La Ciudad de los Reyes por ser fundada en esa fiesta del 6 de enero. El nombre original será San Juan de la Frontera de Huamanga fundada por Francisco Pizarro el 29 de enero de 1539 acompañado de Illán Suárez de Carvajal y el clérigo Garci Díaz, futuro obispo de Quito, 24vecinos y 40 moradores, dejando como teniente de gobernador a Francisco de Cárdenas aunque se diese luego a Vasco de Guevara. El primer cabildo se formó con Garci Martínez de Castañeda y Francisco de Balboa como alcaldes ordinarios, Pedro Díaz y Francisco de Cárdenas como regidores; Juan de Espinoza, escribano, reemplazado por Pedro de Saavedra, procurador  Martín de Garay, fiel ejecutor Francisco de Cárdenas, pregonero Rodrigo d Retamoso, primer clérigo Pedro Sánchez.

3.      Escudo Las leyes españolas, que consideraban los vastos dominios coloniales como una prolongación del territorio de la metrópoli, permitieron que en todos ellos se establecieran ayuntamientos o cabildos, instituciones comunales, equivalentes en parte a las municipalidades republicanas. Una de las concesiones que gozaban los Cabildos, era el uso de un escudo de armas distinto al de España, que simbolizaba la ciudad.13 El escudo de armas de Huamanga fue concedido por Felipe II en mérito de la solicitud que dirigiera en 1564 don Juan Pantiel de Salinas, XVI Corregidor de su ayuntamiento.

" Sobre el escudo y en medio de nubes aparece el Agnus Dei, echado sobre el libro de siete sellos y llevando una bandera roja de dos puntas, con cruz de plata como es costumbre pintarlo, él alude indudablemente al simbólico cordero de San Juan Bautista, cuyo nombre se dio a la ciudad"[1]

 

4.      Doctrinas. Lugares específicos de evangelización de los naturales de América... Hay en el S.XVII más de 300 doctrinas que se convierten en pueblos con parroquias. Se comprueba en la toponimia que ha incorporado nombres evangélicos, marianos, santos...

Nos ayudará a constatar la trascendencia de las mismas ver cómo las diferentes Órdenes van estableciéndolas. Por ej. El P. G. Álvarez nos indica que las dominicas se forman en torno a las encomiendas y que la Orden tuvo a fines del XVI y comienzos del XVII 52 doctrinas en el Perú, nueve en Parinacochas (Pausa, Chumbi, Pararca, Coracora, Lampa, Paca, Sancos, Pullo y Chala); en Huamanga, Magdalena y en Huanta, Tambillo. ES bueno sabe r que los estos nombres también son "cabeza de doctrina" y cada una de las cuales tenía bajo su jurisdicción pueblos anexos y haciendas. Por ejemplo, entre 1770 y 1772 el dominico Fr. Francisco Méndez y Zúñiga, como cura de indios de la doctrina de la Magdalena (Huamanga)  al entregar los libros de bautismos y entierros al juez nombrado por el gobierno del reino para hacer la revisita menciona 29 anexos que son los poblados:

Ayllu de loa Bendita Magdalena

Barrio y parcialidad de la Amargura

Ayllu y parcialidad de Concopata

Barrio y parcialidad de San Juan Bautista… cuya población ascendía a un total de 5440 entre hombres, mujeres, originarios, tributarios y reservados. L frente estaban los padres doctrineros dedicados con ahínco al quehacer pastoral, vigilando no cayesen en la idolatría, luchando contra los encomenderos y hacendados que les desarraigaban de su pueblo o doctrina, haciéndoles ir a trabajar en otros remotos lugares y latitudes, denfe3nidéndoles de malos tratos y hasta exigir el pago de sus jornales, comida…

 

5.      Monasterios y conventos. Son centros selectos de formación y evangelización en los que tan importante como la iglesia es la escuela, la biblioteca y hasta la chacra, como estudió Pablo Macera para las haciendas jesuíticas del Siglo XVIII. Aquí se realizaron en la región en la década de 1580, establecerán su convento a inicios del XVII y a partir de él levantará la empresa religiosa-económica más importante de la región, hasta su expulsión en 1767.

Cabe imaginar la sinfonía de campanarios en la época colonial, obra de alarifes, artesanos y pintores, indígenas y españoles. El notable arquitecto Héctor Velarde señaló: "las influencias costeñas venidas de Lima, las serranas traídas de Cusco, formaron una arquitectura señorial con mucho de lo plástico y morisco de la costa y mucho de lo austero y pétreo de la sierra". Ayacucho en su época de opulencia competía por poseer entre las mejores y más bellas iglesias del Perú, es por ello, que hoy también esta ciudad, tiene ganado el nombre de "la ciudad de las iglesias".

Huamanga comenzó con una iglesia mayor en 1540, de la que dependían tres parroquias: la del Sagrario, que era de españoles, y las de Santa Ana o Hanan Parroquia, y Santa María Magdalena o Uray Parroquia (parroquia de arriba y de abajo, respectivamente) que eran de naturales.

Después de éstas se instalaron y edificaron templos de los mercedarios que llegaron con la fundación de la ciudad en 1541, y disponían de ocho capellanías en 1586.

Iglesia y Convento de San Francisco de Asís
Iglesia y Convento de San Agustín

Los dominicos se establecieron en 1548 y contaron también con seis capellanías en 1586.

Por último, los franciscanos, operaron desde 1552, y administraron cinco capellanías en 1586.

Santa Teresa, expresión física del capital acumulado por el rico minero Amador de Cabrera.

Santa Clara, fundado el 16 de mayo de 1568, por el Corregidor de Huamanga don Antonio de Oré y esposa Luisa Díaz de Rojas, ellos edificaron tanto el templo como el monasterio. Construida en el Siglo XVI, Joseph de Barreto y Juan de Dios, hicieron los trabajos de ampliación del convento y la construcción de la torre, entre 1705 a 1711. La fundadora fue la M. Leonor de la Trinidad que fue desde Cuzco para formar a las cuatro fundadoras. Cuenta Mons. Fidel Olivas Escudero en "Flores de santidad en el jardín ameno de Huamanga": "cuatro de ellas (hijas de los Oré) encendidas en el amor de la castidad, deseaban afectuosamente, que su padre las encerrase en algún Monasterio, para mejor servir a Dios y como éste no le hubiese en Huamanga, pidieron a su padre dispusiese su entrada en el Monasterio de monjas de la Concepción de Lima (pues entonces no había de Santa Clara); la quinta hija ingresaría años más tarde con el nombre de María de Oré de la Purificación". Cuenta el Acta de la Fundación que fue en la "dominica cuarta después de Pascua de Resurrección, 16 de mayo de 1568…con el P. Fr. Francisco de Zamora, guardián del convento e SF de H, puesta por advocación de Santa Clara de la Concepción y se puso en ella el SS, celebrados los oficios divinos dio el dicho padre guardián en presencia del dicho pueblo, el hábito para monas de la dicha Orden a las muy Rvda. Señoras: doña Ana del ES Serpa  (20 años, con tres trienios de abadesa), doña Leonor de Jesús Tejeda (5 trienios), doña maría Rojas de la Concepción (2 trienios de ab), doña Inés de la Encarnación Oré (3 veces). Hijas legítimas de los dichos señores patrones y luego el día siguiente, el dicho Padre guardián dio el hábito de la dicha Orden a la señora Isabel de Mercado". Profesión, día de Pentecostés, 29 de mayo 1569. Les dio la profesión el P. Diego de Medellín provincial de la orden. Después de 20 años, en 1586, fueron enviadas como fundadoras del Mon. Santa maría de Gracia la Real de Trujillo, doña Isabel Arias de Bobadilla, doña de Carrillo de la Concepción, doña Catalina de los Ángeles (las dos últimas, eran hermanas). Las clarisas de Guamanga. Tradiciones peruanas - Octava serie: « ¡Feliz vientre de madre!» era a fines del siglo XVI exclamación general en el Perú, al hablarse de doña Luisa Díaz de Oré, esposa del acaudalado minero don Antonio Oré, español que en 1571 fue corregidor de Guamanga. Don Antonio inició a sus hijos en lenguas clásicas y órgano, y los cuatro frailes salieron "diestros en el canto llano y tañedores de tecla" y hábiles y suficientes en lenguas, predicadores de indios y españoles; las hermanas resultaron también "muy diestras en el canto llano y de órgano y tocaban tecla y en la lengua latina eran elegantes". Fue maestro en la virtud, en leer, escribir, cantar, tocar y la lengua latina. Escribe de él el P. Diego de Córdoba y Salinas "Crónica" (Libro V, p.836-7): "Cuéntase deste devotísimo varón, que cuando comenzó a edificar el Monasterio, iba a S. Francisco y asistía a las misas mayores, a vísperas y a las demás horas del Oficio Divino, notaba todas las ceremonias que hacían los religiosos en el coro y altar, y luego volvía a su casa y se las enseñaba a sus hijas, porque las supiesen hacer cuando fuesen religiosas". En aquella casa nació el mariscal Don Andrés Avelino Cáceres. Narran las crónicas del monasterio que tras una vida llena de trabajos y virtud padeció una larga enfermedad que llevó con mucha paciencia, perdió el habla y a todo lo que le preguntaban contestaba: "Dominus tecum" (El Señor esté contigo. A su entierro –en 1571- acudió toda la ciudad, con sus cuatro hijos sacerdotes y las hijas en el coro. Su esposa doña Luisa Díaz de Rojas, a la muerte de su esposo, vistió sayal franciscano y cilicio riguroso. Eu ocio era acudir a la iglesia, que atendía ante cualquier desaliño. Como su marido, ocho meses antes de morir, perdió el habla y sólo respondía "Ave María". A su muerte, como con su marido, el concurso fue general.  

6.      Concilios, Juntas, Sínodos. Pensemos en el Tercer Concilio Limense de 1583 cuya luz llega hasta 1899 y del que brotó la legislación canónica para toda América del Sur. Pensemos que los catecismos emanados del concilio son los primeros libros impresos en Perú. El manual de Oré es lo más cercano a un manual peruano oficial, ya que su uso fue aprobado por el obispado de Huamanga en sus sínodos de 1629 y 1671 

Constituciones sinodales del Obispado de Guamanga (Perú). 1629 | CIDOC Fuentes: Sínodos diocesanos  Verdugo, Francisco, Obispo. En él se restringió la celebración euarística, al igual que el exceso de cofradías.

Godoy convocó los sínodos de 1653 y 1656

Castilla y Zamora celebró un sínodo en 26 de abril de 1672. Afirma que lo convoca para "prever las constituciones sinodales antiguas, y volver a su debida observancia las que hubieren quebrantado, reformar y mudar las que por la variedad de los tiempos y nuevos casos tuvieron necesidad determinado lo conveniente en los nuevos casos que cada día ocurren". Se refiere a la pertinencia del sínodo "mayormente por haber visitado por nuestra persona todo este obispado y tener noticia del estado en que se halla". Incorpora oraciones en quechua. Acerca de las idolatrías, se constata la existencia de hechiceros y que se los lleva presos a Huamanga. Se prohíben los bailes, cantares y taquíes antiguos.

 

7.      Obispados

La primera diócesis propuesta fue en el remoto Túmbez: 1529 (Capitulaciones de Toledo) Hernando Luque

. Cuzco: 1538, P. Valverde

. Lima: 1540-1 Loaisa, 1546 metrópoli

S. XVII: Arequipa, 1609, Huamanga, Trujillo. Hoy 45 en total.

 

8.      Catedral y cabildo catedralicio. Microcosmos celeste, corazón de la Iglesia; arte, liturgia, ilustres canónigos. Basta con acercarse a nuestra Catedral para valorar la riqueza cultural, humana, espiritual que alberga. Titular de la Catedral: Nuestra Señora de las Nieves. Su dedicación se remonta al 19 de Mayo de 1972. Su Santidad Juan XXIII con Breve Apostólico del 15 de Enero de 1980, concedió a la Catedral de Ayacucho la dignidad y el título de Basílica Menor. Destacan los retablos de la Virgen de la Asunción, de la Virgen de la Concepción, así como los retablos del Niño Llorón y el del Señor de Burgos. Retablos de madera tallada y revestidos de pan de oro, de estilo churrigueresco. Las imágenes de santos y las obras pictóricas en su interior son joyas invaluables.

9.      Santuarios Célebres: El Señor de la Exaltación (Canaria); El Señor de Untuna (Aucará); La Virgen de Cocharcas en Pachas (Socos Vinchos); La Inmaculada en Huambalpa; El Señor de Quinuapata (Huamanga); El Señor Nazareno en Huamanga; El Señor de Maynay en Huanta. Templo de San Cristóbal
Ubicado en el Jirón 28 de Julio, cuadra 6. No posee el valor arquitectónico ni artístico de las otras iglesias ayacuchanas, pero resalta por
ser la primera iglesia construida por los españoles en 1540. En su interior descansan los restos de conquistadores españoles que murieron la batalla de Chupas (1542).

10.  Misioneros. Desde el protomártir Fray Diego de Ortiz en Vilcabamba hasta los mártires recientes de Chimbote; miles de misioneros acá en las tres regiones. Pensemos en centros de vanguardia que formaban misioneros para la Amazonía como el convento de Ocopa o para los Andes como la Recoleta franciscana de Arequipa. Fray Luis Jerónimo de Oré y Rojas (Huamanga, Perú, 1554 - Concepción, 1630) misionero franciscano, teólogo, pastor, obispo en Chile.

11.  Jerarquía: Obispos, Superiores de Órdenes, Nuncios. Recorrer la galería de los obispos de Lima, todos ellos con la idea de imitar al Santo Arzobispo Mogrovejo.

Diócesis de Huamanga fue creada el 20 de Julio de 1609, con parte del territorio del Obispado del Cuzco y como sufragánea de la metropolitana de Lima.

La presencia de la Iglesia en Ayacucho es importante, sobre todo a partir de 1609, donde se crea el obispado de Huamanga, desmembrádose de la jurisdicción del Cusco. En 1615, asume el obispado Fray Agustín de Carvajal, quien fue el primer obispo de Huamanga; veinte años después, en 1632, asume el obispado Francisco Verdugo, quien inició la construcción de la Catedral,

Fr. Gabriel de Zarate, OP. Preconizado el1 de setiembre de 1637. Murió en 1638.
Antonio Conderino, OSA. Trasladado de Santa Marta el 20 de mayo de 1642 y tomó posesión en 1645.
Andrés García de Zurita. Preconizado el 10 de febrero de 1647. Obispo Coadjutor el 11 de julio de 1649. Después Obispo propio, trasladado a Trujillo el 4 de enero de 1650. 
Francisco de Godoy, Preconizado el 11 de junio de 1679. Trasladado a Trujillo en 1659.
Fr. Cipriano de Medina. Preconizado el 16 de febrero de 1660. Murió en 1664.
Vasco López de Contreras. Trasladado de Popayán el 7 de julio de 1666.
Cristóbal de Castilla y Zamora. Preconizado el 11 de junio de 1678. Promovido a La Plata el 08 de noviembre de 1678.
Sancho Pardo de Andrade. Preconizado el 12 de junio de 1679. Trasladado a Quito en 1678
Luís Bruno Río. Electo en 1687. No se hizo cargo.
Mateo Delgado. Preconizado e! 12 de diciembre de 1689. Murió en 1695.
Diego Ladrón de Guevara. Promovido en 1698. Trasladado a Quito en 1703. 
Francisco de la Puebla de González, 1703. No se hizo cargo.
Francisco de Deza y Ulloa. Preconizado el 17 de febrero de 1706. Murió el 22 de abril de 1722. 
Alfonso López Roldan, 30 de agosto de 1723. Murió en 1740.
Bernardo de la Fuete y Rojas, 7 de agosto de 1741. No se hizo cargo. 
Francisco Gutiérrez Galeano. 21 de enero de 1745. Murió en 1751
Felipe Manrique de Lara 1751. Murió en
Fr. Luís de Lila y Moreno, 29 de agosto de 1766. Murió en 1769.
Miguel Moreno y Ollo, 1779. Murió en 1780.
Francisco López Sánchez. Preconizado 1781. Murió en 1790.
Bartolomé Fabro de Palacios, 1791. Murió en 1795.
Francisco Matienzo Bravo de Rivero, 1796. Murió en 1800.
José Martínez Atduente, 1805. Trasladado a Santiago de Chile en 1810,
José Vicente Silva y Olave. Preconizado en 1812. Murió en 1816.
Pedro Gutiérrez de Cox. 1818. Se retiró a España en 1821. Trasladado a Puerto Rico en 1826. Murió en 1833. 
Santiago José 0'Phelan. Preconizado en 1841. Murió en 1857.
José Francisco Ezequiel Moreyra. Preconizado en 1865. Murió en 1874. 
Juan José de Polo. Preconizado el 19 de enero de 1893. Renunció en 1899. Obispo titular de Tremitonte. Murió en 1904.
Fidel Olivas Escudero- Preconizado el 19 de abril de 1900. Murió el 11 de abril de 1935.
Fr. Francisco Solano Muente, OFM. Preconizado en 1936. Trasladado a la sede titular de Rhasso en 1939. Murió en 1951.
Víctor Álvarez Huapaya, SDB. Preconizado el 15 de diciembre de 1940. Murió el 02 de abril de 1958.

Con este prelado, recibió el nombre de Ayacucho y en 1943 fue vinculada a la nueva Arquidiócesis metropolitana del Cusco.


1. Otoniel Alcedo Culquicondor, SDB. Nombrado Primer Arzobispo de Ayacucho en 1966. Fue aceptada su renuncia en noviembre de 1979. Murió el 20 de junio de 1997. Espléndidas pastorales

2. Federico Richter Fernández-Prada. Nombrado Arzobispo de Ayacucho el 20 de setiembre de 1975. Renunció el 23 de abril de de 1991.
Cabe señalar que Monseñor Federico Richter, como arzobispo de Ayacucho,  sufrió en carne propia los duros años de la violencia terrorista, y como cabeza de la Iglesia en una de las zonas más golpeadas por la subversión fue uno de los más visibles críticos. En  1983 publicó una Carta pastoral –aprobada el 28 de octubre de aquel año, de cuya lectura se concluye que el sacerdote franciscano no sé calló ante el terror: "Sentimos hondamente y nos preocupa el actual estado de cosas que vivimos en nuestro país, al que amamos y servimos desde nuestro ángulo religioso, sacerdotal y episcopal, nunca pretendiendo invadir terrenos que no son nuestros, o tomar posturas políticas que no son consonantes con nuestra vocación y consagración. Escribimos especialmente esta carta a nuestro Clero y fieles de esta Arquidiócesis, confiada por el Santo Padre a nuestro cuidado pastoral, ya que nuestro servicio nos pide que guardemos, defendamos y comuniquemos la verdad, sin reparar en sacrificios y sufrimientos por el Evangelio, a fin de conseguir que Dios sea todo en todos". Monseñor Richter fue además un acucioso investigador de la Historia del Perú, en especial de los orígenes y labor de la  Orden de los Frailes Menores desde la época Virreinal. Entre sus publicaciones se encuentran: "José Mojica, sacerdote y artista",  "Presencia franciscana en el Perú en los siglos XVI al XX", "Opúsculos y biografías", entre otros ensayos y artículos de divulgación.

Fue fundador del Instituto de Estudios Histórico-Franciscanos y se desempeñó por cuatro períodos como presidente de la Comisión Episcopal para los bienes culturales de la Iglesia, cargo que venía ejerciendo hasta el momento de su fallecimiento.  Miembro fundador de la Revista y la Academia Peruana de Historia Eclesiástica, escribió artículos en casi todos los números

3. Juan Luis Cipriani Thorne. Electo a la Iglesia Titular de Turuzi y Auxiliar de Ayacucho el 23 de mayo de 1988. Nombrado Administrador Apostólico el 23 de mayo de 1991. Preconizado como Arzobispo a la Iglesia de Ayacucho el 13 de mayo de 1995.
El Cardenal Juan Luis Cipriani, tomó posesión como XXXII Arzobispo de Lima el 30 de enero de 1999. En el Consistorio del 21 de febrero de 2001, el Papa Juan Pablo II lo creó Cardenal con el Título de San Camilo de Lellis.


4. Pbro. Moisés Alejandro Cavero Bustamante, Administrador Diocesano de Ayacucho, 04 de abril de 1999 hasta 30 de junio de 1999.

5. José Antúnez de Mayólo Larragán, SDB, El Santo Padre Juan Pablo II lo nombró Administrador Apostólico "Ad Nutum Sanctae Sedis" de la Arquidiócesis de Ayacucho el 1 de julio de 1999. Tomó posesión el día 8 de agosto de 1999.

6. Luis Abilio Sebastiani Aguirre, SM. El Santo Padre lo nombró Arzobispo Metropolitano de Ayacucho el 13 de junio de 2001. Tomó posesión de la Arquidiócesis el 5 de agosto de 2001.

Nació en el Callao el 22 de Febrero de 1935. Hizo su Profesión Perpetua el 24 de Septiembre de 1958. Fue ordenado sacerdote el 23 de Abril de 1962. El Santo Padre le nombró Obispo de Tarma el 21de Noviembre de 1992. Fue ordenado Obispo el 3 de Enero de 1993. El 13 de Junio del 2001 el Santo Padre lo designó Arzobispo de Ayacucho. Toma posesión de la Arquidiócesis el 05 de Agosto del 2001. Iglesia ayacuchana tu vida es misión.

7.Salvador Piñeiro García-Calderón. Lima, 27 de enero de1949 - ). Es un sacerdote diocesano peruano, Obispo Castrense del Perú. Es el actual Arzobispo de Ayacucho y Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana.

El 7 de agosto del 2011, Monseñor Salvador Piñeiro fue nombrado como Arzobispo Metropolitano de la Diócesis de Ayacucho-Huamanga, en sucesión de Luis Sebastiani, S.M. El nuevo Azobispo tomó posesión del Arzobispado de Ayacucho el dos de octubre del 2011.

El 25 de enero de 2012, en la 99 Asamblea Ordinaria de Obispos del Perú, fue elegido nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Peruana (CEP) para el período 2012 - 2015
Don Ricardo Palma (1,833-1919), se adentra en el relajado mundo del clero huamanguino del siglo XVIII, para contarnos en esta deliciosa tradición, la fama de los charanguistas huamanguinos y de las extrañas muertes que acontecieron a los obispos ayacuchanos de esa época

 

12.Los santos: son el fruto más sazonado de la identidad cristiana del Perú; los seis canonizados, otros tantos en proceso, tantos religiosos ejemplares y laicos comprometidos anónimos.


I. SANTOS DE Y EN PERÚ

1. San José, Patrono del Perú.

2. Rosa de Santa María. 1586-1617

3. Martín de Porres. 1579-1639

4. Francisco Solano. 1549-1610

5. Juan Macías. 1585-1645

6. Toribio Mogrovejo. 1538-1606

 

II. BEATOS

7. Ana de los Ángeles. 1602-1686

8. Luis Tezza.1841-1923

9. José de Calasanz. 1872-1936

10. Narcisa de Jesús. 1833-1869

11. Ascensión Goñi. 1868-1940

12. Mártires de Chimbote: Miguel Tomazek, + 1991

13. Zbigniew Strzalkowski: + 1991

14 P. Sandro Dordi: 1931-1991

 

III. SIERVOS DE DIOS

15. Alonso de Barzana, S.J. (1530-1598)

16. Fray Diego de Ortiz .1532-1571

17. Luis López de Solís.1535-1606

18.Gundisalvo (Fray Gonzalvo) Díaz de Amarante.1540- 1618

19. Diego Martínez, SI. 1542-1626

20. Juan Sebastián de la Parra. 1550-1622

21. Pedro Urraca.1583-1657

22. Juan de Alloza SI. 1597-1666

23. Venerable Gaspar Báez, SI, 1604

24. Francisco del Castillo.1615-1673

25. Nicolás de Dios Ayllón.1618

26. Francisco Camacho.1629-1698

27. Luisa de La Torre, Beatita de Humay. 1819-1869

28. Rafaela de la Pasión Veintemilla. 1836-1918

29 Monseñor Padre Alfonso María de la Cruz Sardinas, 1842-1902

30. Pío Sarobe Otaño. 1855-1910

31. Emilio Lissón Chávez, CM. 1872-1961

32. Teresa de la Cruz Candamo. 1875-1953

33. Mateo Crawley-Boevey 1875-1960

34. Octavio Ortiz Arrieta.1879-1958

35. Padre Eusebio Arróniz, 1885-1959

36. Matilde Castillo de Jesús 1894-1965

37. Melchora Saravia Tasayco, la Melchorita. 1895-1951

38. Martín Fulgencio Elorza Legaristi. 1899-1966

39. P. José Álvarez, OP (Apaktone) 1890-197)

40. Juan J. McKniff, OSA, 1905-1994

41. Padre Serapio Rivero Nicolás, OSA, 1917 –2002

42. Madre del Pilar de Jesús, OCD, 1917-1997

43 P. Daniel Badiali, 1962-1997


44. Andrés Aziani, 1953-2008

En Ayacucho se benefició de la santidad, Solano, Francisco de San José (fundador de Ocopa), Pío Sarobe, P. Pedro Mañaricúa, Teresita (carmelita), clarisas

 

13. Las cofradías, hermandades, asociaciones y movimientos. Cuatro características fundamentales:

- La liturgia y la vida de oración.

- la caridad atenta a los más pobres y necesitados.

- la "cultura de vivir juntos la fraternidad cristiana".

- el aporte de obras de valor artístico e histórico que mantienen viva la religiosidad popular.

En 1630 había 57 cofradías en Lima. Proliferaron en tal cantidad que el C3L de 1583 declara que "en cuanto sea posible se reduzcan a menor número y no den licencia para ordenarse otras de nuevo sin causa de mucha importancia" (III, 44). Particular actividad desarrollan las de indígenas. Sus miembros daban de comer a los pobres, visitaban a los enfermos, celebran misa, tenían instrucción religiosa diaria y pláticas espirituales regularmente; los sábados se dedicaban a la Virgen y las comuniones eran en todas ellas frecuentes.

Comenzó de esta forma un importante fenómeno expansivo de fundación de cofradías, impulsado por el clero local, que las haría presentes en un alto porcentaje de las doctrinas de indios; habíamos avanzado ya la cifra de 297 cofradías existentes en el Arzobispado de Lima en 1619.

Tal situación llegó a provocar las denuncias de la propia jerarquía diocesana, estipulándose en el Sínodo de Huamanga: "Por cuanto somos informados que muchos curas, así de españoles corno de indios, por disimular su codicia con título de piedad y devoción, procuran que en sus iglesias haya muchas cofradías, ordenamos y mandamos que de aquí adelante no se aumente ninguna cofradía... ".

En Ayacucho habría que citar en primer lugar las protagonistas en la Semana Santa de tanto arraigo y con personalidad definida.

 

14. Santuarios, advocaciones e imágenes de María

En la reciente carta apostólica "Ecclesia in America" (1999), Juan Pablo II, acogiendo las aportaciones de los padres sinodales, recordará de nuevo el rol protagónico de María en la evangelización del Nuevo Mundo: "En todas partes del continente, gracias a la labor de los misioneros, la presencia de la Madre de Dios ha sido muy intensa desde los días de la primera evangelización. En su predicación, el Evangelio ha sido anunciado presentando a la Virgen como su realización más alta. Desde los orígenes -en su advocación de Guadalupe- María constituyó el gran signo de rostro maternal y misericordioso de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión" (n.11).

Percca Mama,  Nuestra Señora de Cocharcas, Loreto, Fátima

15. Cruces y crucificados (Devoción a la Cruz y al Señor). Con la llegada del cristianismo a América, la cruz presidirá la fundación de las ciudades y se colocará en todos los lugares visibles, tanto religiosos (templos) como civiles (casas, puentes, caminos, cerros), especialmente si habían sido centros espirituales pre cristianos, bien apachetas, huacas o centros ceremoniales. El Primer Concilio Limense (1552) dispone que en los pueblos de indígenas se haga una iglesia o al menos una ermita con una imagen o una cruz (Const.2); de igual modo, se advierte que los ídolos y adoratorios sean destruidos, y si fuese lugar apropiado, se edifique una iglesia o al menos una cruz.  Para cristianizar lo pagano, allí donde había huacas y apachetas, se colocaron cruces. De tal manera caló en el corazón del indígena la devoción a la santa cruz, que en los cerros, los caminos y las casas de nuestras poblaciones campesinas está presente la cruz. Devoción que aún en nuestros días conserva plena vigencia y tiene el sustento de su profunda raigambre popular". Tal es así, que predominan las imágenes del Crucificado sobre las de la Resurrección. Perú está profundamente ligado a la devoción del Cristo Sufriente y a la Cruz. Las características que reúnen son diversas. Hay cruces sin crucificado pero con los signos de la pasión: el gallo, la corona de espinas, los dados, la columna, el martillo, las tenazas, el cartel de INRI ("Jesús Nazareno, rey de los judíos", la caña con la esponja, el sol y la luna, la lanza, la escalera, la sábana. En ocasiones, aparece el velo de la Verónica y hasta hay cruces de un Cristo Resucitado, Como excelente humanista y psicólogo, a fuer de buen pastor, el Papa Juan Pablo II, en su visita a Perú, proyectará luz sobre el dolor humano, alentando a mirar la cruz de Cristo: "sólo en la cruz puede encontrar el hombre una respuesta válida a la interpretación angustiada que surge en el corazón del hombre doliente [...]Identificado con Cristo en la cruz, el hombre puede experimentar que el dolor es un tesoro; y la muerte, ganancia; puede experimentar cómo el amor a Cristo dignifica, hace dulce el dolor y redime" (Callao, 4 de febrero 1985, n.4). El Nazareno, patrono de Ayacucho

16. Colegios y universidades. Siempre la Iglesia estuvo alentando estos centros de enseñanza superior. Pensemos en San Marcos de Lima, aquí UNIVERSIDAD NACIONAL DE SAN CRISTÓBAL DE HUAMANGA Fue fundada con categoría de Real y Pontificia, el 3 de julio de 1677, por el Ilustre Obispo de la Diócesis de Huamanga, D. Cristóbal de Castilla y Zamora. La fundación fue refrendada el 21 de diciembre de 1680 por el rey Carlos II de España.49

 

17. El arte de los retablos ayacuchanos: altares portátiles, conocidos como Caja o Capilla de Santero,  altares portátiles con imágenes de vírgenes y santos venerados en España. De alguna forma, este aspecto fue preservado por los arrieros quienes siempre llevaban un sanantonio para que los cuide durante el largo viaje y por aquéllas comunidades que llevan su taytacha en el largo peregrinaje hacia el Qoyllur Rit'i.  Estas Capillas de Santero ayudaron en su proceso de evangelización en las colonias.  De esta manera, los nuevos devotos tenían un referente visual para sus ejercicios espirituales.

A diferencia de las Cajas de Santero, los sanmarcos son cajones que se dividen en su interior en dos pisos.  El proceso de conversión de los sanmarcos en arte popular, se inició en el segundo viaje de Alicia Bustamante a Ayacucho en 1941.  En esa fecha recogió información sobre Joaquín López Antay, quien era un escultor huamanguino que hacía sanmarcos.. Quizás lo único de religioso que mantienen estos retablos "de arte" sea el uso de simbología cristiana.

 

18. Cronistas, historiadores. Es obligatorio citar y recordar la Crónica del huamanquino Guaman Poma de Ayala, magnífico escrito ilustrado que nos retrata cómo era la época y cómo se evangelizaba. Comienza su obra dedicándola a Felipe III y señalando que "la dicha corónica es muy útil y prouechoso y es bueno para emienda de uida para los cristianos y enfieles y para confesarse los dichos yndios y emienda de sus uidas y herronía, ydúlatras y para sauer confesarlos a los dichos indios los dichos sacerdotes". Su propio texto demuestra que conocía íntimamente las ordenanzas promulgadas en el Segundo y el Tercer Concilios tanto como las obras de las personas allí reunidas. Entre los preceptos favorecidos por los concilios y repetidos insistemente por Guaman Poma podemos mencionar el énfasis en la necesidad de aprender a leer y escribir de los feligreses andinos, de vigilar y reformar al clero misionero cristiano, de asegurar la separación de las comunidades andinas de las de los colonizadores, de prohibir que los mestizos y negros vivieran entre los indios y de apartar a los indios hechiceros de los demás, "siendo su maldad y embustes tales que en un día destruyen todo cuanto los sacerdotes de Dios han edificado en un año" (Bartra ed. 1982: 80, 153, 154, 168).

Habría que citar la historia de "La monja alférez", publicadas, seguidamente, en 1625, en Madrid, por Bernardino de Guzmán, y por Simún Fajardo, en Sevilla (2), y, a su vuelta a Espala, el discípulo predilecto del gran Lope, Juan Pérez de Montalván, compuso e hizo representar en la corte su comedia famosa de La monja alférez. Por último, en 1820, don José María Ferrer imprimió en París,

http://www.comunidadandina.org/BDA/docs/PE-OC-0001.pdf

 

19. Seminario diocesano. Aquí de San Cristóbal

20. Bibliotecas, archivos. San Francisco, Arzobispado…

21. Obras de misericordia: Hospitales, comedores,

 

III.EL PASADO ESTÁ EN EL PRESENTE. Les diría miren la revista del Arzobispado y verán sus realidades, desde el arzobispado, corazón del pueblo, el Hogar espiritual con sus 33 + Santa Rosa y Sagrada Familia; la piedad del pueblo Jesús Nazareno, Semana Santa, Santuario de Quinua pata, Nuestra Señora del Carmen, Las Cruces en Luricocha, San Luis de Francia en Huancapi, San Miguel en La Mar, La Asunción en Cangallo; las Congregaciones religiosas: Franciscanos, Jesuitas, Redentoristas, Salesianos, Hermanos de la Caridad, Palatinos, Santa Clara, Carmelitas, Dominicos del Rosario, Hijas de María Auxiliadora, Hermanitas de los Ancianos Desamparados, Franciscanas de la Inmaculada Concepción, Hijas de Santa Ana, Canonesas, Franciscanas Misioneras de María, Hermanas de los Pobres Siervas del Sagrado Corazón, Mercedarias Misioneras, Hermanas de la Caridad de Leavenwort, Hermanas Misioneras de Jesús Verbo y Víctima, Hermanas de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, Siervas del Plan de Dios, Mercedarias de la Caridad, Hermanas de la Presentación de María, Misioneras de la Caridad de María Inmaculada, Hermanas del Cenáculo del Sagrado Corazón.

 

Instituciones que viven de modo institucional las Obras de Misericordia: Caritas, ODEC, IESTP Víctor Álvarez Huapaya, CETPRO Rikcharisun, Cetpro 27 de octubre, COSMA,  AEA, Partnesrschaft Perú-Friburgo.

 

A todo ello habría que añadir los numerosos grupos como el Camino Neocatecumenal, Juan XXIII, Renovación Carismática, …y tantos cercanos a las parroquias, asociaciones…

 

IV. VAMOS CON EL FUTURO. Los desafíos. Nada mejor que los documentos papales para marcarnos la hoja de ruta, el camino a seguir. Quiero proponerles el magisterio y la vida del Papa Francisco como la brújula en el camino. Se puede considerar como el regalo del Papa Francisco al terminar el "Año de la Fe, la encíclica "Lumen Fidei" –no lo olvidemos- aunque firmada por él, fue el legado del papa de la fe, Benedicto XVI. En "Evangelii Gaudium" campean las palabras, los conceptos, las actitudes, los gestos del Papa Francisco. A quién sino a él se le iba a ocurrir el vocablo «Primerear»; tanto que el propio pontífice se ve obligado a aclarar: "sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10)". Y luego sus acuñadas expresiones: Una Iglesia en salida, que se involucra, acompaña, va a la periferia, huele a oveja, fructifica y festeja. 

El Papa, desde el comienzo, deja bien claro su objetivo: dirigirse "a los fieles cristianos, para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años" (n.1).

Los dos grandes temas son la evangelización -197 citada- y la fe -78 menciones- cuyo fruto es la alegría -95 veces-, sin olvidar nunca el mundo actual.

Hay que tener en cuenta que "con Jesucristo siempre nace y renace la alegría" (n.1). Anclado en Él, en el acontecimiento de su encuentro (n.7), nos invita a recuperar una visión profética y positiva de la realidad, sin por ello dejar de ver las dificultades.

Francisco infunde valentía e invita a mirar hacia adelante no obstante el momento de crisis, haciendo una vez más de la cruz y de la resurrección de Cristo la "insignia de la victoria" (85). Todo ello sin caras de "funeral" (n.10), acrecentando "la dulce y confortadora alegría de evangelizar" (feliz expresión de Pablo VI). Sin lugar a equívocos: "¡No nos dejemos robar la alegría de la evangelización!" (n. 83).

Esta acción misionera es "el paradigma de cualquier obra de la Iglesia" (n.15); por ello es necesario captar el tiempo favorable y propicio para vislumbrar y vivir la "nueva etapa" de la evangelización (n.17) que se articula en las dos temáticas particulares que como dos columnas vertebran la estructura fundamental de la carta.

 Por una parte, el Papa se dirige a las iglesias particulares para que vivan en primera persona los desafíos y las oportunidades propias de cada contexto cultural, y puedan proponer los aspectos peculiares de la nueva evangelización en sus países.

Por otra, el Papa traza un denominador común que le permita a toda la Iglesia, y a cada evangelizador en particular, reencontrar una metodología común para convencerse de que el compromiso de evangelización es siempre un camino participado, compartido y jamás aislado.

Los siete puntos, recogidos en los cinco capítulos de la Exhortación, constituyen las columnas basilares de la visión del Papa Francisco sobre la nueva evangelización:

1)      la reforma de la Iglesia en salida misionera,

2)      las tentaciones de los agentes pastorales,

3)      la Iglesia entendida como totalidad del pueblo de Dios que evangeliza,

4)      la homilía y su preparación,

5)      la inclusión social de los pobres,

6)      la paz y el diálogo social,

7)       las motivaciones espirituales en el compromiso misionero.

El elemento que mantiene unidas estas temáticas se concentra en el amor misericordioso de Dios que sale al encuentro de cada persona para manifestar el corazón de su revelación: la vida de cada persona adquiere sentido en el encuentro con Jesucristo y en la alegría de compartir esta experiencia de amor con los demás (n. 8). ¡Qué grande iniciativa dedicar un año a la Misericordia de Dios! Desde el 8 de diciembre del 2015.  Particularmente entrañable resulta el último capítulo (V, II), dedicado a María "estrella de la nueva evangelización", presentada, como el icono de la genuina acción de anuncio y transmisión del Evangelio que la Iglesia está llamada a realizar en las próximas décadas, con gran entusiasmo e inmutable amor por el Señor Jesús.

El Siervo de Dios P. Tomás Morales, fundador de mi movimiento MILITANTES DE SANTA MARÌA, lo sintetizó con sencillez y perspicacia pedagógica en la Campaña de la Visitación. El mundo vive un verano que congela las almas y sólo se recuperará con el auténtico sol del Evangelio, el que comunica vida en abundancia, lo cual supone en el evangelizador olvido de sí que se concreta en vencer la pereza (diligencia), quedarse con lo peor (ir a la periferia), no quejarse nunca de nadie ni de nada (alegría servicial).

CONCLUSIÓN:

Quiero culminar recordando a San Juan Pablo II. Saben que se quedó en el umbral de Ayacucho, pero aunque no entró físicamente, sí lo hizo en los corazones. Recordemos sus palabras:

"Se hace necesaria, pues, una auténtica y radical conversión del corazón del hombre. Mientras se siga eludiendo el punto central, esto es, la raíz de los males que aquejan la vida de hombres y pueblos, las situaciones conflictivas, la violencia y la injusticia seguirán sin resolverse…Hoy más que nunca hay que volver al sentido auténtico de la cruz. De esa cruz tan venerada en Perú. La cruz del Señor expresa para nosotros el don de la reconciliación con Dios y de los hombres entre sí (Cf. Rom. 5, 10; Eph. 2, 14-16). Por eso el Papa ha venido a Ayacucho para traeros un mensaje de amor, de paz, de justicia, de reconciliación; para exhortares a todos a reconciliares con Dios, alejándoos del pecado y sus consecuencias; para que os convirtáis al amor, acogiendo el don de la reconciliación en los propios corazones, a fin de vivir sus frutos en la vida personal y social…

A los miembros de la Iglesia en Perú los aliento a ser los primeros en hacerse instrumento de reconciliación, de esperanza, de justicia integralmente liberadora. Pastores y fieles de la Iglesia en Perú: Buscad personalmente a Cristo para así llevarlo a los demás. En la actual coyuntura del Perú, del continente latinoamericano, del mundo, la Iglesia tiene una función propia que cumplir: recordar que sólo Cristo puede ser principio y fundamento de una auténtica reconciliación social.

Queridos hermanos: Quiero concluir este encuentro con un llamado a la esperanza. No os dejéis abatir por el dolor que pesa sobre vuestras vidas. No olvidéis la constante capacidad de conversión a Dios del corazón humano. No perdáis la esperanza y el propósito de vencer el mal con el bien. ¡Cristo nos acompaña y ha vencido el mal! No dejéis, pues, de mirar vuestra vida en la perspectiva de la cruz redentora y reconciliadora de Jesús, que nos muestra las metas eternas de nuestra existencia.

ANÉCDOTA DEL CARDENAL MULLER: Lo que salvan los campesinos del Po son las semillas. Nosotros debemos salvar las semillas de fe, de esperanza, de caridad de nuestra formidable historia de estos casi 500 años de cristianismo y en particular de estos 50 como arzobispado

Con las palabras de San Juan Pablo II culmino: A María, la Madre de la esperanza, confiamos estas necesidades...¡Que la Madre de la Iglesia impulse a sus hijos a comprometerse en el servicio al desarrollo integral de sus hermanos más necesitados! ¡Huamangapa, iñiq Wuawancuna! (Católicos hijos de Huamanga).

Unanchacuqpa Cuyacuinintam apamuiquichic, allpaichichicpi tarpusqa sonqoiquichicta causarichinampaq.

(Os traigo el amor de nuestro Dios, para que sembrado en vuestra tierra, sea la resurrección de vuestros corazones). Que así sea, muchas gracias.



[1]Párrafo del discurso del Dr. Enrique Gamarra en Madrid el 21 de diciembre de 1929.

 


MISIONEROS NAVARROS (67) EN EL PERÚ DE LA "A" a la "Z"

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¡Qué alegría me da ver este surtido blog que alienta y da cuenta de los misioneros navarros en todo el mundo, a la zaga de la huella de Javier! Gracias, Señor y que cada día sea un número mayor.

http://misionerosnavarros.blogspot.com.es/

1.       Ábalos Illa, Roberto 08/12/1946 Los Arcos Orden de Predicadores, Dominicos (O.P.) Sacerdote Religioso Perú

2.       Álvarez García, Amparo 05/11/1941 Viana Misioneras Dominicas del Rosario (SCAM) Consagrado/a Perú

3.       Apesteguia Caro, Mª Rosa 21/08/1938 Cirauqui Órden de Vírgenes Laico/a Perú

4.       Arce Navascués, Teresa de Jesús (Mª Villar) 10/02/1923 Corella Nuestra Señora de la Merced, Religiosas de, Mercedarias Misioneras de Barcelona (R.M.M.) Consagrado/a Perú

5.       Arrazubi Garayoa, Carlos M. 31/05/1944 Tafalla Hermanos Maristas de la Enseñanza, Pequeños Hermanos de María (F.M.S.) Sacerdote Religioso Perú

6.       Azanza Urabayen, Mª Rosario 14/04/1934 Villanueva de Yerri Misioneras Dominicas del Rosario (SCAM) Consagrado/a Perú

7.       Balda Imirizalzu, Francisco Javier 05/02/1940 Lumbier Congregación de la misión, Padres Paúles, Lazaristas (C.M.) Sacerdote Religioso Perú

8.       Basterra Sanz, Emérita 22/09/1927 Ancin Carmelitas Misioneras (C.M.) Consagrado/a Perú Berasain Arribilllaga, Mª Asunción (Marichu) 05/05/1932 Auza (Valle de Ulzama) Misioneros de Jesús Laico/a Perú

9.       Berrade Urralburu, Alfonso 26/12/1939 Jaurrieta Congregación de la misión, Padres Paúles, Lazaristas (C.M.) Sacerdote Religioso Perú

10.   Burgui Zozaya, Mª Milagros 12/06/1926 Izánoz Misioneras Dominicas del Rosario (SCAM) Consagrado/a Perú Camino

11.   Camino, Mª Isabel 14/02/1946 Valcarlos Sagrada Familia de Burdeos, Hermanas de la (S.F.B. - Bordeaux) Consagrado/a Perú

12.   Campión González, Mª de las Nieves 05/08/1937 Pamplona Misioneras Dominicas del Rosario (SCAM) Consagrado/a Perú

13.   Cordón Moreno, Mª Teresa 09/02/1945 Sartaguda Compañía de María Nuestra Señora, Orden de la (O.D.N.) Consagrado/a Perú

14.   Echarri Guembe, Mª Gloria 29/12/1925 Artajona Misioneras Dominicas del Rosario (SCAM) Consagrado/a Perú Echeverría

15.   Echarri, Santiago 29/07/1937 Larrión Orden de Predicadores, Dominicos (O.P.) Sacerdote Religioso Perú

16.   Elduayen Jiménez, Antonio 04/08/1927 Pitillas Congregación de la misión, Padres Paúles, Lazaristas (C.M.) Sacerdote Religioso Perú

17.   Elizalde Esparza, Mª Nieves 09/08/1935 Pamplona Misioneras Dominicas del Rosario (SCAM) Consagrado/a Perú

18.   Fernández Ros, Antonia 13/06/1923 Mendigorría Misioneras Dominicas del Rosario (SCAM) Consagrado/a Perú Galdeano Echávarri, Victorina 18/12/1942

19.   Eraul Franciscanas Misioneras de la Natividad de Nuestra Señora (Darderas) (F.M.N.) Consagrado/a Perú García

20.   Michitorena, Pedro María 20/11/1949 Echauri Hermanos del Sagrado Corazón, Corazonistas (S.C.) Sacerdote Religioso Perú

21.   Garciandia Gorriti, Antonio 14/06/1932 AZAGRA Camino Neocatecumenal. CN Sacerdote Diocesano Perú

22.   Garro Esandi, José Ignacio 03/10/1941 Tafalla Orden de la Compañía de Jesús, Jesuitas (S.J.) Sacerdote Religioso Perú

23.   Goldaraz Zarranz, Calixto 19/09/1941 Oscoz Carmelitas Descalzos (O.C.D.) Sacerdote Religioso Perú

24.   Gómez Ruiz de Larramendi, José Luis 24/08/1931 Larraona Hermanos del Sagrado Corazón, Corazonistas (S.C.) Consagrado/a Perú

25.   Guerrero Carbonell, Asunción 08/07/1929 Pamplona Misioneras Dominicas del Rosario (SCAM) Consagrado/a Perú

26.   Guerrero Carbonell, Vicente 10/06/1917 Pamplona Orden de Predicadores, Dominicos (O.P.) Sacerdote Religioso Perú

27.   Guillén Goñi, Pedro 08/01/1953 Eslava Congregación de la misión, Padres Paúles, Lazaristas (C.M.) Sacerdote Religioso Perú

28.   Huguet Peralta, Rosendo 06/11/1938 Ribaforada Congregación de la misión, Padres Paúles, Lazaristas (C.M.) Sacerdote Religioso Perú

29.   Ibáñez Sanz, Julia 28/08/1926 Mendigorría Franciscanas Mis. de la Madre del Divino Pastor Consagrado/a Perú

30.   Ibañez Ustárroz, Mª Teresa 15/07/1925 Marcllla Hermanitas de los Ancianos Desamparados (H.A.D.) Consagrado/a Perú

31.   Iráizoz Goldáraz, Javier Ignacio 11/07/1946 Guerendiain-Valle Ulzama Orden de Predicadores, Dominicos (O.P.) Sacerdote Religioso Perú

32.   Iriarte Pozuela, Mª Jesús 12/01/1934 Olazagutía Nuestra Señora de la Compasión, Hermanas de (N.D.C.) Consagrado/a Perú

33.   Irisarri Amondarain, Mª Piedad 09/02/1934 Iturmendi Misioneras Dominicas del Rosario (SCAM) Consagrado/a Perú

34.   Iturre García, Araceli 17/04/1931 Aincioa Diocesano Laico/a Perú

35.   Lasheras Ros, Julián 12/04/1933 Azcona Orden de Predicadores, Dominicos (O.P.) Sacerdote Religioso Perú

36.   Lerga Arbizu, Jose Luis 21/02/1936 Mendigorría Congregación de la misión, Padres Paúles, Lazaristas (C.M.) Sacerdote Religioso Perú

37.   López Fernández, Antonio 23/11/1976 Zumárraga Diocesan o Sacerdote Diocesano Perú Marquínez Arróniz, José Luis 21/10/1959 Mendavia Hermanos del Sagrado Corazón, Corazonistas (S.C.) Consagrado/a Perú

38.   Marquinez Fernandez, Mª Aurora 17/11/1934 Olazagutía Nuestra Señora de la Compasión, Hermanas de (N.D.C.) Consagrado/a Perú

39.   Marticorena Garraza, Bernardo 27/11/1935 Murugarren Congregación de la Pasión de Jesucristo, Padres Pasionistas (C.P.) Sacerdote Religioso Perú Martínez

40.   Etayo, Tomasa 21/12/1915 Sesma Misioneras Dominicas del Rosario (SCAM) Consagrado/a Perú Martínez

41.   Galdeano, José Ramón 07/09/1928 PAMPLONA Orden de la Compañía de Jesús, Jesuitas (S.J.) Sacerdote Religioso Perú

42.   MENDOZA MUJICA, Carmen 01/05/1934 Ciordia Nuestra Señora de la Compasión, Hermanas de (N.D.C.) Consagrado/a Perú

43.   Migueliz Ozcoidi, Mª Carmen 02/02/1921 Artajo Carmelitas Misioneras (C.M.) Consagrado/a Perú

44.   Miranda Azpiroz, José Manuel 25/05/1939 Pamplona Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME) Sacerdote Diocesano Perú

45.   Moriones Zubilaga, Sixto 06/04/1942 Liédena Sociedad de San Francisco de Sales, Sociedad Salesiana de San Juan Bosco, Salesianos (S.D.B.) Sacerdote Religioso Perú

46.   Narváez Monzón, Casilda 10/04/1930 Ezcaroz Franciscanas Mis. de la Madre del Divino Pastor Consagrado/a Perú

47.   Ollo Armendáriz, Segunda 10/07/1929 Villanueva de Araquil Misioneras Dominicas del Rosario (SCAM) Consagrado/a Perú

48.   Peña González, Juan 14/07/1954 Lerín Diocesano Laico/a Perú Pérez Beramendi, Faustino 17/02/1949 Desojo Hermanos de las Escuelas Cristianas, Hermanos de la Salle (F.S.C.) Consagrado/a Perú

49.   Remírez Oses, Miguel Ángel 20/03/1945 Arróniz Diocesan o Laico/a Perú

50.   Remírez Urdiain, Mª Cruz 28/04/1936 Villatuerta Franciscanas del Espíritu Santo (Franciscanas de Montpellier) Consagrado/a Perú

51.   Reta Echeverría, Mª Asunción 26/08/1930 Mezquíriz Misioneras Dominicas del Rosario (SCAM) Consagrado/a Perú

52.   Rodríguez Mantilla, Mª Elena 17/04/1978 Pamplona Siervas de los Pobres Hijas del Sagrado Corazón de Jesús Consagrado/a Perú

53.   Senosiain Azpilicueta, Ignacio 21/09/1919 Obanos Orden de la Compañía de Jesús, Jesuitas (S.J.) Sacerdote Religioso Perú

54.   Sesma Garnica, José 18/01/1946 Congregación del Smo. Redentor, Redentoristas (C.SS.R.) Consagrado/a Perú

55.   Uranga Goyeneche, Justina 13/04/1920 Zugarramurri Apostólicas del Corazón de Jesús (A.C.J.) Consagrado/a Perú

56.   Urbiola Latasa, Jose 16/05/1939 Oteiza de la Solana Misioneros Hijos del Corazón Inmaculado de María, Misioneros Claretianos (C.M.F.) Consagrado/a Perú

57.   Urrestabazu Muniáin, Catalina 28/07/1922 Esparza de Galar Apostólicas del Corazón de Jesús (A.C.J.) Consagrado/a Perú

58.   Ustarroz Irizar, Juan Cruz 23/05/1944 Pamplona Congregación de la Pasión de Jesucristo, Padres Pasionistas (C.P.) Sacerdote Religioso Perú

59.   Velasco González, Mª del Carmen 26/08/1965 Pamplona Carmelitas Misioneras (C.M.) Consagrado/a Perú

60.   Veramendi Lacunza, Inés Elisa 07/04/1940 Eraul Franciscanas Misioneras de la Natividad de Nuestra Señora (Darderas) (F.M.N.) Consagrado/a Perú

61.   Villa Santesteban, Mª Inmaculada Concepción 31/05/1944 Zubiri Hermanas del Servicio Social de la Inmaculada Consagrado/a Perú

62.   Villava Boneta, Mª Jesús 14/06/1940 Marcilla Misioneras Dominicas del Rosario (SCAM) Consagrado/a Perú

63.   Zabala Martínez, Pablo 04/03/1947 Oteiza de la Solana Orden de Predicadores, Dominicos (O.P.) Sacerdote Religioso Perú

64.   Zabalza Andueza, Juan José 08/03/1940 Muniain de Guezalaz Hermanos del Sagrado Corazón, Corazonistas (S.C.) Consagrado/a Perú

65.   Zaldua San Jose, Juan Miguel 22/10/1948 Pamplona Orden de la Compañía de Jesús, Jesuitas (S.J.) Consagrado/a Perú

66.   Zuazu Sola, Mª Visitación 14/03/1932 Guetadar (Ezprogui) Misioneras Dominicas del Rosario (SCAM) Consagrado/a Perú

67.   Zubieta Jiménez, Rafael 07/01/1929 Arguedas Carmelitas Descalzos (O.C.D.) Sacerdote Religioso Perú

Fray Pedro Regalado Mañaricúa e Irazola, quechuista, misionero, santo, de Durango a Ayacucho

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Acabo de estar en Ayacucho, ver la magistral colección de periódicos coleccionados, sus artículos, libros, apuntes, testimonios sobre su vida. UN GIGANTE, realmente. Les comparto imágenes de la biblioteca del convento franciscano de Ayacucho y el artículo de PFP.


http://prensafranciscanaperu.blogspot.com.es/2010/10/fray-pedro-regalado-manaricua-e-irazola.html

Fray Pedro Regalado Mañaricúa e Irazola: De Durango al Catecismo en quechua

El caserío de la calle Intxaurrondo.

(Tomado de Deia: noticias de Biskaia.

De Durango al catecismo en quechua

Una revista de 1960 recuerda que fray Mañaricúa escribió el primer devocionario en esta lengua

I. Gorriti - Lunes, 11 de Octubre de 2010

La villa de Durango cuenta con más hijos e hijas ilustres de los que la ciudadanía conoce. El municipio vizcaino fue cuna de fray Pedro Regalado Mañaricúa e Irazola. La historia dice de él que fue la primera persona que escribió un catecismo en quechua, en alguna de las lenguas de la familia originaria de los Andes centrales que se extiende por la parte occidental de Suramérica, a través de seis países. El conjunto de estas lenguas lo habla entre 8 y 10 millones de personas y es la familia lingüística más extendida en Ecuador, Perú y Bolivia. Fray Pedro Mañaricúa vivió en Perú, sobre todo, en Ayacucho.
Quien falleciera a los 82 años en la citada ciudad, nació en las entonces cercanías de Tabira, junto a la antigua y desaparecida ermita de San Bartolomé. Curiosamente, a día de hoy la figura del santo se hereda en una hornacina colocada en un caserío de la calle Intxaurrondo que pudiera ser en el que este sacerdote franciscano nació. Este edificio está considerado como el último ubicado dentro del Casco Viejo de Durango que mantiene actividad rural.
Mañaricúa nació el 22 de febrero de 1876, según constata el presbítero Juan de Olazaran en una publicación que se editó en enero de 1960 en la villa y que llevaba por nombre Tavira. Costaba 3 pesetas y su redacción y administración tenía sede en Santa Ana, 8, 2º piso.
"Fundada la revista Tavira para recordar las anécdotas y hechos más notables de nuestra Villa y exaltar las virtudes morales de sus hijos más preclaros, bien merece los honores de un artículo la memoria del reverendo fray Pedro Regalado Mañaricúa e Irazola", rezaba el comienzo de la noticia de Juan de Olazaran.
De muy niño, Mañaricúa fue monaguillo en el convento próximo a su caserío, el de las Madres Clarisas de San Francisco, razón por la que el presbítero valoró que entonces "ya dio muestras de piedad". Mientras cursaba latín en el colegio San José de los padres jesuitas, por sugerencia del Padre Lucas Gasteiz, ingresó en el convento de los franciscanos de Aguilera. Fue ordenado sacerdote el 23 de diciembre de 1899 en el palacio episcopal de Burgo de Osma, comisionado por el padre Arbós para recolectar en el Estado vocaciones misioneras para Perú. Mañaricúa partió hacia el país andino a los 26 años y en 1903 se encontraba ya en Cuzco. También fue destinado a San Francisco de Lima, Arequipa y Huanuco hasta que afincó su residencia en Ayacucho, donde residió 45 años, hasta su muerte.
En Perú, realizó labores de apostolado e investigación histórica. En 1915 comenzó a predicar en alguna de las lenguas quechua, "idioma que -según testigos de la época- llegó a dominar a la perfección", apunta De Olazaran. Predicador de gran fama, "se distinguió en el confesionario por su bondad y buen consejo". El franciscano durangarra compiló todos los periódicos que durante más de un siglo vieron la luz pública en Ayacucho, dando a la imprenta un libro titulado Un siglo de periodismo en Ayacucho, así como otras obras, entre ellas el devocionario Cristianoruna, con doctrina, oraciones y cánticos. Fue el primero en lengua quechua. Además, tuvo títulos académicos, fue director del museo cultural de la ciudad y del histórico. A juicio de su biógrafo, Padre Braulio Romero, Mañaricúa fue "un ángel de paz, un misionero incansable y un religioso ejemplar. Fue gloria del pueblo de Durango que le vio nacer".

Desde Ledesma: CRISTO VIVO EN UNA ESPAÑA QUE BOSTEZA

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CRISTO VIVO EN UNA ESPAÑA QUE BOSTEZA


Tengo muy claro que los años "sabáticos" y las vacaciones no son "vagaciones" sino la gran oportunidad de cambiar de actividad. Ahorita mismo acabo de participar en la Misa de cada día en un Carmelo –Ledesma- cerquita de mi pueblo Rollán. Gracias a la generosidad de mi hermana Isa que me ha acercado en su coche he podido vivir lo más importante de la jornada, la Eucaristía. Presidida por don Emilio y en compañía de cinco carmelitas y tres integrantes de la Fraternidad "María Estrella de la Mañana" ( http://framaria.org/?page_id=46https://docs.google.com/viewer?a=v&pid=sites&srcid=ZGVmYXVsdGRvbWFpbnxrcm9uYWJyYWhhbXxneDoyYTliMzZmZjYzNDc3YmU3), novedosa institución surgida al calor del ecumenismo promovido por el Vaticano II, puente entre católicos y judíos, fundada por Abraham de la Cruz (Francia, 1942).

Doy gracias al Señor por sentirlo vivo en este rinconcito de Castilla-León, Ledesma, que cuenta con dos santuarios vivos de amor contemplativo, el Carmelo teresiano y la Fraternidad "María Estrella de la Mañana", dos pulmones por los que el Espíritu respira auténtico amor divino e impulsa a construir la eterna España que –si se mantiene fiel a sus raíces cristianas- nunca morirá, porque se sabe amada por Dios, ahora y siempre por los siglos de los siglos…

https://www.facebook.com/Carmelitas-de-Ledesma-918887278129344/?fref=photo


Diccionario de historia cultural de la Iglesia en América Latina. http://www.enciclopedicohistcultiglesiaal.org/diccionario/index.php/Glosario

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diccionario

El 11 de diciembre de 2014, en la sede del Pontificio Consejo de la Cultura, bajo la presidencia del Sr. Cardenal Gianfranco Ravasi, el R.P. Fidel González Fernández presentó el estado actual de los trabajos de elaboración del "Diccionario de Historia Cultural de la Iglesia en América Latina". En espera del gradual completamiento de esta magna obra, que requerirá aún años de trabajo, se puede ya apreciar una abundante documentación recogida y sistematizada según muy variadas "voces", ingresando en el hermoso portal telemático de este Diccionario, para el que la Universidad Popular de Puebla ha ofrecido sus servicios técnicos. El Sr. Cardenal Ravasi ha destacado la necesidad de una mayor colaboración de todas las Comisiones de Cultura de las Conferencias Episcopales de los países latinoamericanos, invitando también a todos los interesados a enviar estudios inéditos relativos a las diferentes voces del Diccionario e incluso trabajos ya publicados.

 

A continuación se transcribe la presentación de este proyecto, por parte de su Coordinador general, el R. P. Fidel González Fernández.

 

"Este Diccionario de Historia Cultural de la Iglesia en América Latina nace por iniciativa del Consejo Pontificio de Cultura, que convocó en Lima una reunión de representantes de las conferencias episcopales de América Latina y del Caribe en los primeros días de julio de 2006. Desde hacía bastante tiempo, se sentía la necesidad de ofrecer al público interesado en la historia de la formación del Continente Latinoamericano, un instrumento de fácil consulta, en el que se pusiera de manifiesto la contribución indudable que el hecho cristiano ha dado a la identidad, unidad y originalidad de América Latina. Por ello se quiso tomar conciencia, dialogando con un nutrido grupo de historiadores, enviados por las conferencias episcopales, sobre el asunto. Allí se dieron algunos pasos más concretos para poner en marcha el proyecto querido por todos.

 

Entre sus principales finalidades, el proyecto se propuso practicar una toma de pulso al momento historiográfico latinoamericano en su vertiente cultural-eclesiástica. Toma de pulso que debería servir para que los reunidos se formaran conciencia de lo que hasta entonces se había hecho y de lo que aún quedaba por hacer, en orden al mejor conocimiento de la historia cultural de la Iglesia en el Continente Latinoamericano. En aquella reunión y por medio de varias cartas y comunicaciones enviadas a los participantes y a las Conferencias Episcopales, se fueron perfilando cada vez más los objetivos y el método. Se invitaba a presentar aportes que habían de ajustarse a esta doble modalidad: informes sobre fondos históricos poco conocidos de archivos y bibliotecas, y obras específicas sobre el asunto. Se recibieron, leyeron y comentaron indicaciones sobre posibles artículos o voces para el diccionario y varias comunicaciones que tocaban los más diversos temas.

En cuanto a obras generales, así de análisis como de síntesis, existen historias eclesiásticas y culturales generales o para cada país, como también una rica bibliografía específica en el campo tanto civil como eclesiástico, diccionarios bibliográficos y obras misceláneas de naturaleza diversa, pero falta todavía un diccionario que recoja el papel del cristianismo en la forja del Continente. No se trata de redactar y poner al día una nueva historia eclesiástica o una historia cultural, sino la de facilitar un instrumento de fácil consultación que responda precisamente al título que lleva el diccionario.

 

Está claro que la historiografía cultural de la Iglesia en América Latina actualmente tiene ante sí un campo vasto y complejo. El preparar un diccionario de fácil manejo para todos los públicos es una empresa ardua, pero necesaria. Por ello, resultaba aconsejable una obra bien clasificada por artículos o voces y dividida según algunos criterios de extensión (artículos mayores y voces, intermedias y menores) tuviese presente el título que se le quería dar al Diccionario: cultural de la Iglesia en América Latina, que, sin renunciar a las síntesis de los grandes temas que pudieran presentarse, se caracterizara, más bien, por un trabajo de acopio del material bibliográfico y de ordenación de los datos históricos, ya poseídos y elaborados. La idea inicial partió del Padre Bernard Ardura, premostratense, secretario del P. C. de la Cultura, sostenido por el entonces Presidente de dicho P. Consejo, el Cardenal Paul Poupard. La idea será luego sostenida por el actual Presidente el Sr Cardenal Gianfranco Ravasi.

 

El proyecto fue objeto de especiales encuentro y debates con atinadas sugerencias. El plan detallado y la estructura del trabajo del Diccionario, la preparación del elenco bibliográfico de las colecciones, estudios y revistas que habían de ser citados con frecuencia en sus artículos, la lista de artículos mayores, y de voces intermedias y menores fueron objeto de estudio y elaboración por parte de algunos colaboradores del P. C. para la Cultura y de los diversos participantes en el Encuentro citado de Lima de 2006.

 

Entre los problemas previos y fundamentales que se tuvieron que resolver, el más acuciante, sin duda, resultaba ser el relativo al equipo de colaboradores. Preciso es confesar que no fue empresa fácil esta colaboración, llevada a cabo en una total gratuidad, dada también la complejidad y variedad de las situaciones concretas de los países que forman América Latina y el Caribe. Se buscó en cada país latinoamericano a través de la Comisión de Cultura de cada Conferencia Episcopal un coordinador que se responsabilizara de encontrar los colaboradores para los temas relativos a su país. El valor de las colaboraciones y el singular mérito de sus autores, es al lector, no a nosotros, a quien toca juzgarlos. Por lo demás, resulta evidente que coordinar a artículos y voces sobre argumentos muy dispares, dispersos por toda el área de la geografía Latinoamericana y del Caribe, y algunos en otros países como España y Portugal o los Estados Unidos de América, por razones obvias de sus vínculos históricos con el Continente Latinoamericano y su reconocido conocimiento de la materia, no ha sido empresa fácil, viniendo a constituir dicha circunstancia uno de los motivos que explican la lentitud con que la obra ha procedido, y no pocos de los fallos que puedan encontrársele.

 

Conjuntados, pues, los criterios y esfuerzos del proyecto, la empresa del Diccionario empezó a marchar, entrando en su fase ejecutiva, con una serie de problemas que estamos queriendo resolver en la medida de lo posible".

 

El título de la Obra

 

"Se dio por definitivo el que campea en la portada y que no tiene precedentes en la historiografía latinoamericana, al menos con esa fórmula exacta. Existen aquí y allá en el mundo de lengua española y portuguesa títulos como Enciclopedia de la Religión Católica; Diccionario de Ciencias Eclesiásticas, Biografía Eclesiástica, Diccionarios Biográficos de personalidades en los diversos países, etc.. Con estos diccionarios o enciclopedias coincide nuestro Diccionario en exigir para sus artículos el natural orden alfabético y en ceñirse a temas y voces de contenido eminentemente cultural  y eclesiástico, por lo menos en alguna de sus facetas.

 

El alcance del título, Diccionario de la Historia Cultural de la Iglesia en América Latina, resulta más complejo y se presta a que teóricamente pudieran fijarse a dicho contenido diferentes metas. El Diccionario tiene por objeto el papel y el influjo que el Hecho cristiano ha tenido y sigue teniendo en la forja de la historia cultural del Continente Latinoamericano. No es un Diccionario de la Historia Cultural genérica del Continente, sino específica y relativa a cuanto el título indica. Lógicamente en muchas de sus artículos y voces entran temas, hechos y personajes que de una manera o de otra han tenido que ver de manera positiva o negativa con ese aspecto histórico que es el objetivo del Diccionario. En concreto, el principal problema que se deriva de semejante titulación es si el Diccionario había de alcanzar también a todas aquellas voces de la historia cultural pre-colombina o a otras muchas que pertenecen sin duda a la historia de la cultura moderna, sobre todo occidental. Incorporar efectivamente al diccionario nos llevaría a un proyecto enciclopédico vastísimo, que sale de los objetivos del Diccionario. Por ello se han impuesto criterios restrictivos. Sólo en proporción muy pequeña, se deberá tocar el mundo cultural señalado precisamente por tener que ver directamente o indirectamente con el objetivo señalado por el Diccionario en sus contenidos específicos. Un cambio importante en la elaboración del Diccionario se presentó necesario muy pronto. Fue la conveniencia de presentar el Diccionario en red telemática antes que en una impresión normal en papel, que llevaría un largo tiempo de preparación y de espera. Se pensó así la formación de un Diccionario ante todo en red, que irá creciendo con el tiempo y alimentándose con artículos y voces que irán confluyendo en él, como los afluentes de un rio que lo va ensanchando. Estos artículo y voces, coordinados por la dirección del Diccionario, siguen los mismos criterios de todo el Diccionario, pero podrán ser corregidos y mejorados en la medida en que sus mismos autores lo crean oportuno y según los criterios del Diccionario. La intervención en los artículos lo podrán hacer sólo los Autores de los mismos y las correcciones de uniformidad metodológica y de presentación será responsabilidad de la Dirección del Diccionario. Ninguna persona ajena al mismo podrá por ello corregir o intervenir directamente en el mismo, aunque podrán dar sugerencias convenientes para su mejoría e incluso proponer colaboraciones con nuevos artículos sobre argumentos específicos. 

 

El contenido

 

Si no lo hemos dicho expresamente, ya hemos dado a entender que el Diccionario no ha pretendido, por principio, hacer investigación de primera mano sobre cada una de los voces. Si en algún caso ha ocurrido lo contrario, ha sido por singulares razones, derivadas, bien de la naturaleza de los artículos mismos, bien de la personalidad de los autores que los redactaron. De todas formas y con las limitaciones naturales, hay que reconocer que el conjunto del Diccionario debería ofrecer una panorámica de conjunto sobre el tema de cada artículo, como propósito genérica y sintética al mismo tiempo en los diversos sectores de la historia cultural de la Iglesia en América Latina. Lo que desde el primer momento se intentó verdaderamente, fue eso: recoger en resúmenes breves y claros los datos históricos ya conocidos y elaborados sobre personajes y asuntos culturales y eclesiásticos relacionados con el primer tema específico.

 

Esta distinción, entre asuntos temáticos y personas, aun siendo tan obvia, también plantea su problema; se conjuntan ambos aspectos: el no biográfico o temático y el biográfico.

 

Sin embargo, la insistencia será más con el primer aspecto, es decir, con los asuntos histórico-culturales-eclesiásticos de la Historia Cultural de la Iglesia en el Continente Latinoamericano. No es fácil hacer de ellos una clasificación sistemática y, menos, establecer entre los mismos, en función de su importancia, un orden jerárquico. Pero tampoco importa mucho que se hagan ni uno ni otro. En cambio, si interesa poner de relieve que la principal preocupación de a la hora de recoger dichos asuntos en los correspondientes artículos, que se polarizó siempre hacia criterios que dieran cabida no sólo a los grandes acontecimientos y situaciones extraordinarias de la Iglesia latinoamericana desde un punto de vista cultural, sino también a sus instituciones habituales y ordinarias y, dentro de éstas, a las menos conocidas o divulgadas, por ejemplo, las administrativas, sociales y económicas. Con lo cual se propone que ninguna manifestación cultural apreciable de esa Iglesia, a lo largo de sus más de quinientos años de vida en América Latina, quede segregada. No pocos artículos constituyen pequeños tratados que darían para sendos libros; por eso en su redacción han tenido que entrar, de ordinario, no uno sino varios colaboradores especializados a veces tratando un mismo argumento de fondo bajo diversos prismas o aspectos.

 

Otros artículos de voces, a pesar de su extensión y del cúmulo de datos que llevan consigo, no pasan de ser, por la naturaleza misma del asunto, más que un intento de recopilación ordenada, que no podía, ni en cantidad ni en calidad, aspirar a resultados definitivos; pues hubieran supuesto otros tantos diccionarios dentro del Diccionario. Como serie de artículos básicos y adecuados, al máximo, a la finalidad y título del Diccionario, no pueden quedar sin mención los dedicados a cada una de las antiguas diócesis latinoamericanas en sus diversas perspectivas históricas, precisamente por el papel que han jugado en la historia cultural de América Latina: además de llevar casi todas voz propia, y se procura dar una noticia elemental de lo que fueron y del papel que jugaron en la vida de Iglesia en aquellos primeros siglos de vida. Para las nuevas diócesis el trabajo dependerá de la colaboraciones que lleguen de cada una de ellas.

 

En cuanto a las biografías, nos encontrarnos ante varias disyuntivas fundamentales y de opción menos indubitada, a saber: en qué medida han de incluirse personas del estado eclesiástico y del mundo laical cuyo peso en la marcha de la Iglesia latinoamericana se considere claramente específico y de influencia notoria; si la selección debe hacerse a escala nacional o por grupos separados, bien siguiendo las instituciones Eclesiásticas normales (obispados o diócesis, Órdenes religiosas, etc.), bien atendiendo a las respectivas especialidades técnicas en que lucieron los biografiados (teología, filosofía, derecho, literatura, arte, música, etc.) o a sus personales situaciones, positivas o negativas, con relación a la Iglesia (santos, fundadores, teólogos y pensadores católicos, reformadores, personajes considerados heterodoxos, manifiestamente hostiles o perseguidores de la Iglesia, etc.); finalmente, si incluir también a personas vivas o sólo a las difuntas.

 

Al cerrar nuestras observaciones sobre el contenido del Diccionario, se debe señalar que siendo un Diccionario "abierto" muchos otros temas específicos podrán ser incluidos en el Diccionario. Todo depende también del interés que pueda suscitar la iniciativa, tratándose de algo totalmente voluntario y gratuito sobre una copiosa y rica historia de temas, asuntos y personas de la Historia Cultural de la Iglesia en América Latina.

 

El método

 

Su postulado más general e importante, impuesto por la naturaleza de la obra y la correspondiente metodología en uso, ha consistido en dividir todos los artículos en tres partes bien diferenciadas, incluso tipográficamente: una, la principal y primera, donde se han reunido los datos y noticias pertinentes a cada tema, ya sea éste de persona o de cosa; otra, donde se han recogido las oportunas referencias bibliográficas y otra con las notas reunidas de las citas de textos y de estudios, que se indican a lo largo del artículo. Sobre cada uno de los tres apartados será bueno hacer algunas advertencias:

 

1.a Todo articulo principal llevará en cabeza el signo de lo que es, vinculado a una voz.

 

2.a Tratándose de asuntos no biográficos, novedad puede ser del Diccionario el abundar en largos artículos que sinteticen los grandes temas históricos de la Iglesia latinoamericana, dando de los mismos una visión de conjunto, y sin perjuicio de que algunos de los puntos tocados en ellos vuelvan a tener luego su voz y su artículo allá donde por orden alfabético les corresponda.

 

3.a La estructura de cada uno de esos grandes artículos no ha obedecido a esquemas rígidos, ni siquiera iguales. En general, su disposición y divisiones se han dejado al arbitrio de los respectivos autores; limitándose la dirección del Diccionario a perfilar detalles puramente extrínsecos.

 

4.a La bibliografía que acompaña a estos trabajos más largos y más articulados se caracteriza también, casi siempre, por su mayor extensión. En las voces menores la bibliografía está reducida al mínimo y puede darse también el caso que por la naturaleza y brevedad del asunto se omita. En algunos casos de artículos más largos se ha visto conveniente ofrecer listas bibliográficas más largas de autores conocidos sobre el argumento, generalmente dispuestos por orden alfabético.

 

5.a Para los artículos biográficos; la única norma metodológica seguida con rigurosidad, se ha concretado a poner siempre en cabeza el apellido de la persona historiada o el nombre común por el que el personaje es universalmente más conocido.

 

6.a El problema de la bibliografía en estos artículos biográficos: se indican sumariamente algún escrito publicado sobre el sujeto en cuestión o algún escrito suyo importante. Pero ya en varios casos se dan referencias sobre esas obras, si son importantes en la historia de la historiografía, con voces particulares, acompañada en muchos casos de un breve estudio de las mismas; otra, la corriente, que viene en segundo término, cuya disposición y título es igual en todos los artículos, biográficos y no biográficos.

 

7.a Huelga advertir que el Diccionario, por principio, carece de ilustraciones, así dibujadas como fotográficas. No se excluye, que tratándose de un Diccionario que comienza su andadura en red, un día puedan incluirse.

 

8.a Desde el punto de vista metodológico que enjuiciamos, la gran innovación del Diccionario esta, sin duda, en el sistema adoptado para citar aquellos instrumentos bibliográficos cuya presencia es en sus páginas más frecuente, si no continua.

 

9.a Otros grupos de abreviaturas que se refieren a lugares de impresión de libros, citados más frecuentemente, o a nombres de Órdenes y Congregaciones religiosas, o a términos técnicos muy en uso, o a títulos conocidos de instituciones, personas, etc., no plantearan especiales dificultades; pero, por si acaso, pueden verse, asimismo, resueltas en las correspondientes tablas de «Otras siglas y abreviaturas no tipográficas».

 

10.a Teniendo en cuenta que los temas de algunas voces, así de biografías como de asuntos, están actualmente en revisión y estudio, y que la investigación se halla siempre en fase constituyente, el Diccionario queda abierto a revisiones continuas, correcciones y ampliaciones temáticas consideradas necesarias.

 

Limitaciones

 

Sería infantil e ilusorio pensar que la obra del Diccionario podría resultar perfecta. Empresas son éstas que, aun con más medios de los que nosotros hemos dispuesto, llevan consigo inevitables taras que se manifiestan, por ejemplo, en la ausencia de voces y artículos cuya presencia debe ser obligada u oportuna por razón del tema; o en el desorden, según los presupuestos criterios alfabéticos, con que aparecen colocadas algunos artículos y voces; o en la repetición, al menos parcial, de conceptos y noticias que se tocan desde diferentes ángulos; sin referirnos a las erratas o fallos  debidos o a la variabilidad con que se ha procedido al citar, abreviándolos, los títulos de obras que se repiten con insistencia, o en el empleo de mayúsculas y minúsculas, o en la disposición de los grupos numéricos correspondientes a citas de colecciones y revistas e incluso a la metodología en las citas, que iremos unificando pacientemente en la medida en que aparezcan los artículos. Ya hemos hecho alusión a una serie de causas que pueden explicar esas posibles limitaciones: el número y la diversidad de las colaboraciones, las dificultades inherentes al tratamiento y estructuración de algunos temas, el demasiado tiempo transcurrido desde que se iniciaron los primeros trabajos, lo relativamente complicado del aparato bibliográfico, etc.

 

* * *

 

Este Diccionario de Historia Cultural de la Iglesia en América Latina, bajo los auspicios del Pontificio Consejo de la Cultura, comienza a ver la luz gracias al mismo y al apoyo continuo de  su Presidente, el Sr Cardenal Gianfranco Ravasi. Con la ayuda de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (México) (UPAEP) se ha comenzado la realización técnica del mismo. Son también muchas las personas e instituciones que cooperan en el proyecto directamente o indirectamente, sobre todo en la elaboración de los artículos del mismo y cuyos nombres constan al final de los mismos. Este proyecto se basa sobre la total gratuidad de cuantos colaboran en el proyecto, por lo que gracias a estas colaboraciones comienza la singladura del mismo.

EL BRILLANTE "epílogo" de los HETERODOXOS de Don Marcelino Menéndez Pelayo

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Lúcido texto del gran polígrafo español que con apenas 20 años logró sintetizar las claves de la personalidad y la trayectoria histórica de España, en cuyo ADN se encuentra el catolicismo.


 http://www.larramendi.es/menendezpelayo/i18n/corpus/unidad.cmd?idUnidad=100759&idCorpus=1000&posicion=1


Vuelvo a leer¿Qué se deduce de esta historia? A mi entender, lo siguiente:

Ni por la naturaleza del suelo que habitamos, ni por la raza, ni por el carácter, parecíamos destinados a formar una gran nación. Sin unidad de clima y producciones, sin unidad de costumbres, sin unidad de culto, sin unidad de ritos, sin unidad de familia, sin conciencia de nuestra hermandad, ni sentimiento de nación, sucumbimos ante Roma, tribu a tribu, ciudad a ciudad, hombre a hombre, lidiando cada cual heroicamente por su cuenta, pero mostrándose impasible ante la ruina de la ciudad limítrofe, o más bien regocijándose de ella. Fuera de algunos rasgos nativos de selvática y feroz independencia, el carácter español no comienza a acentuarse sino bajo la dominación romana. Roma sin anular del todo las viejas costumbres, nos lleva a la unidad legislativa; ata los extremos de nuestro suelo con una red de vías militares; siembra en las mallas de esa red colonias y municipios; reorganiza la propiedad y la familia sobre fundamentos tan robustos, que en lo esencial aún persisten; nos da la unidad de lengua; mezcla la sangre latina con la nuestra; confunde nuestros dioses con los suyos, y pone en los labios de nuestros oradores y de nuestros poetas el rotundo hablar de Marco Tulio y los hexámetros virgilianos. España debe su primer elemento de unidad en la lengua, en el arte, en el derecho, al latinismo, al romanismo.

Pero faltaba otra unidad más profunda: la unidad de la creencia. Sólo por ella adquiere un pueblo vida propia y conciencia [p. 506] de su fuerza unánime; sólo en ella se legitiman y arraigan sus instituciones; sólo por ella corre la savia de la vida hasta las últimas ramas del tronco social. Sin un mismo Dios, sin un mismo altar, sin unos mismos sacrificios; sin juzgarse todos hijos del mismo Padre y regenerados por un sacramento común; sin ver visible sobre sus cabezas la protección de lo alto; sin sentirla cada día en sus hijos, en su casa, en el circuito de su heredad, en la plaza del municipio nativo; sin creer que este mismo favor del cielo, que vierte el tesoro de la lluvia sobre sus campos, bendice también el lazo jurídico, que él establece con sus hermanos; y consagra, con el óleo de la justicia, la potestad que él delega para el bien de la comunidad; y rodea, con el cíngulo de la fortaleza, al guerrero que lidia contra el enemigo de la fe o el invasor extraño. ¿Qué pueblo habrá grande y fuerte? ¿Qué pueblo osará arrojarse con fe y aliento de juventud al torrente de los siglos?

Esta unidad se la dió a España el Cristianismo. La Iglesia nos educó a sus pechos, con sus mártires y confesores, con sus Padres, con el régimen admirable de sus Concilios. Por ella fuimos nación, y gran nación, en vez de muchedumbre de gentes colecticias, nacidas para presa de la tenaz porfía de cualquier vecino codicioso. No elaboraron nuestra unidad el hierro de la conquista ni la sabiduría de los legisladores; la hicieron los dos apóstoles y los siete varones apostólicos; la regaron con su sangre el Diácono Lorenzo, los atletas del circo de Tarragona, las vírgenes Eulalia y Engracia, las innumerables legiones de mártires cesaraugustanos; la escribieron en su draconiano Código los Padres de Ilíberis; brilló en Nicea y en Sardis sobre la frente de Osio y en Roma sobre la frente de San Dámaso; la cantó Prudencio en versos de hierro celtibérico; triunfó del maniqueísmo y del gnosticisrno oriental, del arrianismo de los bárbaros y del donatismo africano; civilizó a os suevos, hizo de los visigodos la primera nación del Occidente; escribió en las Etimologias la primera enciclopedia; inundó de escuelas los atrios de nuestros templos; comenzó a levantar entre los despojos de la antigua doctrina el alcázar de la ciencia escolástica, por manos de Liciniano, de Tajón y de San Isidoro; borró en el Fuego Juzgo la inicua ley de razas; llamó al pueblo a asentir a las deliberaciones conciliares; dió el jugo de sus pechos, que infunden eterna y santa fortaleza, a los [p. 507] restauradores del Norte y a los mártires del Mediodía, a San Eulogio y Álvaro Cordobés, a Pelayo y a Omar-ben-Hafsun; mandó a Teodulfo, a Claudio y a Prudencio a civilizar la Francia carlovingia; dió maestros a Gerberto; amparó bajo el manto prelaticio del Arzobispo D. Raimundo y bajo la púrpura del emperador Alfonso VII la ciencia semítico-española... ¿Quién contará todos los beneficios de vida social que a esa unidad debimos, si no hay en España piedra ni monte que no nos hable de ella con la elocuente voz de algún santuario en ruinas? Si en la Edad Media nunca dejamos de considerarnos unos, fué por el sentimiento cristiano, la sola cosa que nos juntaba, a pesar de aberraciones parciales, a pesar de nuestras luchas más que civiles, a pesar de los renegados y de los muladíes.El sentimiento de patria es moderno; no hay patria en aquellos siglos, no la hay en rigor hasta el Renacimiento; pero hay una fe, un bautismo, una grey, un Pastor, una Iglesia, una liturgia, una cruzada eterna, y una legión de Santos que combaten por nosotros, desde Causegadia hasta Almería, desde el Muradal hasta la Higuera.

Dios nos conservó la victoria, y premió el esfuerzo perseverante, dándonos el destino más alto entre todos los destinos de la historia humana: el de completar el planeta, el de borrar los antiguos linderos del mundo. Un ramal de nuestra raza forzó el cabo de las Tormentas, interrumpiendo el sueño secular de Adamastor, y reveló los misterios del sagrado Ganges, trayendo por despojos los aromas de Ceylán y las perlas que adornaban la cuna del Sol y el tálamo de la Aurora. Y el otro ramal fué a prender en tierra intacta aún de caricias humanas, donde los ríos eran como mares y los montes veneros de plata, y en cuyo hemisferio brillaban estrellas nunca imaginadas por Tolomeo ni por Hiparco.

¡Dichosa edad aquélla, de prestigios y maravillas, edad de juventud y de robusta vida! España era o se creía el pueblo de Dios, y cada español, cual otro Josué, sentía en sí fe y aliento bastante para derrocar los muros al son de las trompetas, o para atajar al sol en su carrera. Nada parecía ni resultaba imposible: la fe de aquellos hombres, que parecían guarnecidos de triple lámina de bronce, era la fe que mueve de su lugar las montañas. Por eso en los arcanos de Dios les estaba guardado el hacer sonar [p. 508] la palabra de Cristo en las más bárbaras gentilidades; el hundir en el golfo de Corinto las soberbias naves del tirano de Grecia, y salvar, por ministerio del joven de Austria, la Europa occidental del segundo y postrer amago del aislamismo; el romper las huestes luteranas en las marismas bátavas, con la espada en la boca y el agua a la cinta, y el entregar a la Iglesia Romana cien pueblos por cada uno que le arrebataba la herejía.

España, evangelizadora de la mitad del orbe, España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; esa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los Arévacos y de los Vectones, o de los reyes de Taifas.

A este término vamos caminando más o menos apresuradamente, y ciego será quien no lo vea. Dos siglos de incesante y sistemática labor para producir artificialmente la revolución, aquí donde nunca podía ser orgánica, han conseguido, no renovar el modo de ser nacional, sino viciarle, desconcertarle y pervertirle. Todo lo malo, todo lo anárquico, todo lo desbocado de nuestro carácter se conserva ileso, y sale a la superficie, cada día con más pujanza. Todo elemento de fuerza intelectual se pierde en infecunda soledad, o sólo aprovecha para el mal. No nos queda ni ciencia indígena, ni política nacional, ni, a duras penas, arte y literatura propia. Cuanto hacemos es remedo y trasunto débil de lo que en otras partes vemos aclamado. Somos incrédulos por moda y por parecer hombres de mucha fortaleza intelectual. Cuando nos ponemos a racionalistas o a positivistas, lo hacemos pésimamente, sin originalidad alguna, como no sea en lo estrafalario y en lo grotesco. No hay doctrina que arraigue aquí: todas nacen y mueren entre cuatro paredes, sin más efecto que avivar estériles y enervadoras vanidades, y servir de pábulo a dos o tres discusiones pedantescas. Con la continua propaganda irreligiosa, el espíritu católico, vivo aún en la muchedumbre de los campos, ha ido desfalleciendo en las ciudades; y aunque no sean muchos los librepensadores españoles, bien puede afirmarse de ellos que son de la peor casta de impíos que se conocen en el mundo, porque, a no estar dementado como los sofistas de cátedra, el español que ha dejado de ser católico, es incapaz de creer en cosa ninguna, como no sea en la omnipotencia de un cierto sentido común y [p. 509] práctico, las más veces burdo, egoísta y groserísimo. De esta escuela utilitaria suelen salir los aventureros políticos y económicos, los arbitristas y regeneradores de la Hacienda, y los salteadores literarios de la baja prensa, que, en España, como en todas partes, es un cenagal fétido y pestilente. Sólo algún aumento de riqueza, algún adelanto material, nos indica a veces que estamos en Europa, y que seguimos, aunque a remolque, el movimiento general.

No sigamos en estas amargas reflexiones. Contribuir a desalentar a su madre, es ciertamente obra impía, en que yo no pondré las manos. ¿Será cierto, como algunos benévolamente afirman, que la masa de nuestro pueblo está sana, y que sólo la hez es la que sale a la superficie? ¡Ojalá sea verdad! Por mi parte, prefiero creerlo, sin escudriñarlo mucho. Los esfuerzos de nuestras guerras civiles no prueban, ciertamente, falta de virilidad en la raza; lo futuro, ¿quién lo sabe? No suelen venir dos siglos de oro sobre una misma nación; pero mientras sus elementos esenciales permanezcan los mismos, por lo menos en las últimas esferas sociales; mientras sea capaz de creer, amar y esperar; mientras su espíritu no se aridezca de tal modo que rechace el rocío de los cielos; mientras guarde alguna memoria de lo antiguo, y se contemple solidaria con las generaciones que la precedieron, aún puede esperarse su regeneración; aún puede esperarse que, juntas las almas por la caridad, torne a brillar para España la gloria del Señor, y acudan las gentes a su lumbre y los pueblos al resplandor de su Oriente.

El cielo apresure tan felices días. Y entretanto, sin escarnio, sin baldón ni menosprecio de nuestra madre, dígale toda la verdad el que se sienta con alientos para ello. Yo, a falta de grandezas que admirar en lo presente, he tomado sobre mis flacos hombros la deslucida tarea de testamentario de nuestra antigua cultura. En este libro he ido quitando las espinas; no será maravilla que de su contacto se me haya pegado alguna aspereza. He escrito en medio de la contradicción y de la lucha, no de otro modo que los obreros de Jerusalén, en tiempo de Nehemías, levantaban las paredes del templo, con la espada en una mano y el martillo en la otra, defendiéndose de los comarcanos que sin cesar los embestían. Dura ley es, pero inevitable en España, [p. 510] y todo el que escriba conforme al dictado de su conciencia, ha de pasar por ella, aunque en el fondo abomine, como yo, este hórrido tumulto, y vuelva los ojos con amor a aquellos serenos templos de la antigua sabiduría, cantados por Lucrecio:

               ¡Edita doctrina sapientum templa serena!

M. MENÉNDEZ PELAYO.

7 de junio de 1882

PROTESTACIÓN DEL AUTOR

Todo lo contenido en estos libros, desde la primera palabra hasta la última, se somete al juicio y corrección de la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana, y de los superiores de ella, con respeto filial y obediencia rendida.

Marcelino Menéndez Pelayo "Historia de la poesía hispanoamericana", C.IX, Perú

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Marcelino Menéndez Pelayo "Historia de la poesía hispanoamericana", C.IX, Perú

Fué el Virreinato del Perú la más opulenta y culta de las colonias españolas de la América del Sur; la que alcanzó a ser visitada por más eminentes ingenios de la Península, y la que, por haber gozado del beneficio de la imprenta desde fines del siglo XVI, pudo salvar del olvido mayor número de muestras de su primitiva producción literaria. Pero, más desgraciada que México, no ha logrado todavía un Icazbalceta que recoja cuidadosamente todas las reliquias del período colonial y levante con ellas imperecedero monumento. Faltos, pues, de un guía tan docto y autorizado, hemos tenido que recoger afanosamente las noticias literarias del Perú en fuentes muy varias y dispersas, y seguramente nuestro trabajo hubiera resultado incompletísimo, sobre todo, para los primeros tiempos de la colonia, si generosamente no se hubiera brindado a enriquecerle con noticias peregrinas el que, sin agravio de nadie, podemos llamar nuestro primer americanista, D. Marcos Jiménez de la Espada.

De sus investigaciones resulta que la poesía castellana en el Perú es casi tan antigua como la conquista misma: se remonta al período de las guerras civiles. El más antiguo poema conocido, obra de autor anónimo, no está aún en el metro italiano, sino en coplas de arte mayor, en el metro de Juan de Mena. Titúlase Nueva obra y breve en prosa y en metro sobre la muerte del Ilustre Señor el Adelantado D. Diego de Almagro, Governador y Capitán General por su Cathólica y Real Magestad del Emperador y Rey [p. 64] Nuestro Señor en el nuevo Reyno de Toledo llamado Perú, Descubridor y Conquistador y sustentador desta rica provincia.

La prosa se reduce a una corta introducción o argumento sumario. El metro a treinta y nueve estrofas o coplas de arte mayor; la primera dice:


       Cathólica, Sacra, Real Majestad, 
       César augusto, muy alto Monarca, 
       Fuerte reparo de Roma y su barca 
       En todo lo humano de más potestad: 
       Rey que procura saber la verdad, 
       Crisol do se funde la reta justicia; 
       Pastor, que no obstante cualquier amicicia, 
       conserva el ganado por una igualdad.

La última:

       Debiendo Pizarro haber de cumplir 
       El pleito homenaje por él otorgado 
       Venir a esta corte y a vuestro mandado 
       Donde el jüez le mandó remitir; 
       No solamente no quiso venir, 
       Mas quebrantarlo con otros tiranos, 
       Y la venganza tomó por sus manos; 
       Sólo por esto se debe punir.

La obra es, pues, de un ferviente partidario de Almagro y enemigo de los Pizarros, que en la introducción se declara testigo del suceso, y al propio tiempo confiesa su poca habilidad para versificar...: «el marqués D. Francisco Pizarro y sus hermanos, los cuales mataron a D. Diego de Almagro de su honra, vida y hacienda, según el metro adelante veréis, porque pasó así verdaderamente, y antes fué más en efeto, por el defeto de no hallar consonantes por darlo más sabroso, aunque según fué cruel no dejará de amargaros de lo que aquí se cuenta, aunque mucho más lo sentiríades, si como lo leéis lo hubieseis visto como el que lo escribe, que se halló en ello y lo vió».

Parece que este poema, a pesar del carácter arcaico del metro, no puede ser anterior a 1548, puesto que en la Introducciónse lee: «Y después el Rey ha mandado degollar a Gonzalo Pizarro.» Pero tampoco es imposible que la introducción se escribiera mucho después [p. 65] del poema, y cuando el autor pensó en publicarle, según se infiere de la censura de Fr. Félix de León que acompaña a esta rarísima pieza en el manuscrito del Archivo de Indias, donde se conserva. Hay de ella copia incorrecta en la colección de manuscritos de D. Martín Fernández de Navarrete.

Don Alonso Enríquez, aquel estrafalario aventurero que se decía el Caballero Desbaratado , y cuyas divertidísimas Memorias, sólo comparables con las de otro fanfarrón de la misma laya, don Diego Duque de Estrada (el Desengañado de sí mismo), frisan tantas veces con la novela de aventuras y con la picaresca, incluyó en el Libro de su vida y costumbres [1] la obra anterior, descartando la prosa y la censura, añadiendo una copla más, y encabezándolo todo de esta suerte: «Obra en metro sobre la muerte que fué dada al ilustre Don Diego de AImagro, la cual obra se dirige a S. M. con cierto romance lamentando la dicha muerte, y no la hizo el autor del libro, porque es parte, y no sabe trovar.»

El texto de D. Alonso Enríquez difiere bastante del manuscrito de Sevilla, ya por errores de copia, ya por cambios de palabras, de frases y aun de versos enteros, que pueden ser correcciones.

El romance prometido en el encabezamiento viene en seguida con este epígrafe: «Síguese el romance hecho por otro arte sobre el mismo caso, el cual se ha de cantar al tono de «El buen conde Fernán González». curiosa prueba de la costumbre que en el siglo XVI duraba, de aplicar a romances nuevos los tonos de los antiguos. Este romance, sumamente prosaico y desmayado, consta no menos que de 362 versos.

Quedan otros romances históricos del tiempo de las guerras civiles: dos versan sobre la rota del rebelde Francisco Hernández Girón en Pucará, y se encuentran al fin de la Relación de lo acaecido en el Perú desde que Francisco Hernández Girón se alzó hasta el día que murió, recientemente publicada; [2] otro sobre las crueldades del tirano Lope de Aguirre. [3]

[p. 66] Suelen consignarse en las crónicas y relaciones históricas de la conquista algunas coplillas populares y anónimas, muchas de ellas de carácter soldadesco, y todas de sabor arcaico. Es de las más curiosas la que cantaban los soldados del campo real en la campaña contra el rebelde Francisco Hernández Girón por los años 1553-54, aludiendo al Dr. Fr. Hierónimo de Loaisa, arzobispo de Lima, y al Licdo. Hernando de Santillán, oidor de aquella Audiencia, y después presidente de la de Quito, y, por último, obispo de las Charcas:


       El uno jugar, y el otro dormir, 
       ¡Oh, qué gentil! 
       No comer y apercibir, 
       ¡Oh, qué gentil! 
       El uno duerme y el otro juega; 
       Así va la guerra..

[p. 67] El dormilón era Santillán. el jugador (de ajedrez) el Arzobispo. [1]

Tampoco es para olvidada la de Los mis cabellicos , madre , que cantaba el diabólico Carbajal el día de Xaquijaiguana. Otra copla sonaba en el campo de los almagristas por el año de 1537:

       Almagro pide la paz, 
       Los Pizarros ¡guerra, guerra! 
       Ellos todos morirán 
       Y otro mandará la tierra... [2]

Si la conquista del Perú no tuvo la suerte de encontrar un Ercilla, no por eso faltó quien en pésimos metros se arrojara a cantarla dentro del mismo siglo XVI. Existe en la Biblioteca Imperial de Viena un poema anónimo, Conquista de la Nueva Castilla,obra al parecer desconocida hasta que en 1848 un librero de Lyon la sacó a luz en forma por demás incorrecta y desaliñada, y sin dar bastantes señas del manuscrito que le sirvió de original. Tiene por verdadero título: Relación de la conquista y del descubrimiento que hizo el Gobernador Don Francisco Pizarro en demanda de las provincias y reinos que ahora llamamos Nueva Castilla. Hace principio desde la primera vez que partió de Panamá hasta todo lo que en la prisión de Atabalipa sucedió, la cual está partida en dos partes: la primera comienza describiendo el tiempo en que se hizo a la vela en Panamá.

La segunda parte lleva este encabezamiento: «Aquí hace principio la segunda parte, que habla en la segunda vez que el magnífico señor gobernador don Francisco Pizarro partió de Panamá en demanda de la provincia de Tumbez, hasta la prisión de Atabalipa y conquista de la gran ciudad del Cuzco, la cual comienza así; hablando el Gobernador .»

La primera parte tiene cinco cantos, la segunda tres: todo el poema consta de doscientas ochenta y tres octavas, pero construídas, no al modo ordinario, sino rimando entre sí los versos [p. 68] primero, cuarto y octavo, el segundo con el tercero y el sexto con el séptimo. Se ve que el autor quiso hacerlos endecasílabos, pero hay muchos de doce y diez sílabas, o por impericia suya, o por descuido del copista, o por ignorancia del editor francés. De todo esto resulta un conjunto bárbaro y desapacible, y no sin razón ha podido escribir Ticknor que no hubiera hecho peor poema el más rudo de los soldados de Pizarro. Tiene, no obstante, la curiosidad de rior a la Araucana, y, por consiguiente, el primogénito, aunque enteco y raquítico, de la interminable familia de poemas históricos de asunto americano, cuya elaboración todavía no ha cesado. De la dedicatoria «Al muy magnífico señor Juan Vázquez de Molina, secretario de la Emperatriz e Reina, nuestra señora, y de su Consejo», se infiere que el anónimo poeta escribía a mediados del siglo XVI. [1]

Otros dos poemas se compusieron en el Perú durante el siglo XVI, aunque ninguno de ellos llegó a ver la luz pública, y parecen haber sido ignorados por todos nuestros bibliógrafos. Titúlase el primero Los actos y hazañas valerosas del capitán Diego Hernández de Serpa, dirigidos al Illustrísimo señor don Diego de Zúñiga y de Avellaneda, Conde de Miranda, enviados de las Indias por Pedro de la Cadena, perpetuo servidor de su Señoría Ilustrísima. Consta la obra de un Introyto y diez y siete cantos que el autor llama actos, todos en versos sueltos, o más bien en prosa vil, como puede juzgarse por este principio del actoprimero:


       En la felice y fuerte y noble España 
       Nasció este gran varón tan venturado, 
       En la fresca ribera del Océano, 
       En la villa de Palos estimada... 
       .................................................................... 
       Sobre mil y quinientos veinte y cuatro 
       Llegó a la rica isla de Cubagua. [2]

[p. 69] El capitán Serpa, héroe de este infeliz poema, había acompañado a Ordax en la desastrosa jornada del Orinoco (1532); en 3 de agosto de 1549 concertó con la Audiencia de Santo Domingo la conquista y población del territorio comprendido entre el Marañón y el Orinoco, o sea, la actual Guayana, y aunque por entonces tuvo que suspender la empresa de orden superior, no desistió de su pensamiento, y en 15 de mayo de 1568 volvió a capitular con el Rey la misma conquista (más un trozo de la costa de Cumaná) con el nombre de Nueva Andalucía. En aquella costa fundó las ciudades de Nueva Córdoba y Santiago, y queriendo internarse a buscar las orillas del Orinoco, murió en un reencuentro con cierta nación de indios Cumanagotos.

Como se ve, las hazañas de Diego Hernández de Serpa acaecieron muy lejos del Perú, y dentro de la gobernación de Venezuela. Pero no sucede lo mismo con su biógrafo y cantor Pedro de la Cadena, que era vecino de Zamora de los Alcaides en la provincia de Quito. Además de su poema, escribió y presentó al Consejo de Indias un libro en prosa del gobierno de las Indias, sobre el cual informó el secretario de dicho Consejo Licdo. Benito López de Gamboa, en 16 de marzo de 1576, diciendo que aunque escrito con método, tenía poca substancia, pero que atendida la buena intención del autor, convenía gratificarle y juntar su libro con otro que ya estaba en el Consejo y era de más provecho, obra del Licdo. Juan de Matienzo, oidor de las Charcas, y tenerlos ambos en secreto por ser cosa de gobierno, consultándolos cuando conviniera.

Otro poeta, llamado D. Diego de Aguilar y Córdoba, florecía en Huánuco a fines del siglo XVI. En 25 de febrero de 1596 firmaba allí la dedicatoria de su poema El Marañón, terminado en 1578 y revisado después por diferentes testigos del suceso que en él se narra, que no es otro que el desgraciado viaje de Pedro de Ursúa. Los preliminares de la obra nos dan razón de otros versificadores, que son, sin duda, de los más antiguos de la colonia: Carlos de Maluenda, poeta polígloto, que por raro caso escribe un soneto en francés y otro en italiano: el general Alonso Picado, probablemente de la familia de este apellido naturalizada en Arequipa: Miguel Cabello de Balboa, eclesiástico muy erudito y práctico y entendido en viajes y exploraciones de los [p. 70] Andes, autor de la Miscelánea Austral. que es una especie de compilación histórica dividida en tres partes, de las cuales la última (que anda traducida al francés por Ternaux-Compans) contiene interesantes noticias relativas a la historia antigua de Quito y conquista del Perú: Gonzalo Fernández de Sotomayor, D. Sancho Marañón, D. Pedro Paniagua de Loaisa, hijo, según parece, de otro del mismo nombre, extremeño, que sirvió a Gasca en negocios muy arduos, así de guerra como de diplomacia en tiempo de la rebelión de Gonzalo Pizarro, y murió en 1554 en la batalla de Pucará: D. Diego Vaca de la Vega, gobernador de Mainas, fundador de la ciudad de San Francisco de Borja del Marañón; y, finalmente, un religioso amigo delautor. De estos sonetos me ha comunicado el Sr. Espada los siguientes, que son muy aceptables, sobre todo el de Cabello Balboa:


       DE MIGUEL CABELLO BALBOA

           La casta abeja en la florida vega, 
       Con susurro suave y bullicioso, 
       Para su laberinto artificioso 
       De varias flores el manjar congrega. 
           No menos a la adelfa el gusto allega 
       Que al romero y al cárdamo oloroso, 
       Porque todo lo vuelve provechoso 
       Después que a su sutil boca se apega. 
           Igual te juzgo, cordobés ilustre, 
       Después que renació de tu memoria 
       El Marañón, de sangre y muerte lleno; 
           Que de su obscuridad sacaste lustre, 
       Y de su vituperio tanta gloria, 
       Que en bálsamo conviertes su veneno.

       DE D. PEDRO PANIAGUA DE LOAISA 

           Celebre el mundo, oh Marañón famoso, 
       Tus claras ondas y tesoro ardiente, 
       Obscureciendo la caudal corriente 
       Del sacro Nilo y Ganges caudaloso. 
           Pues el supremo vuelo victorioso 
       Desta águila sin par, divinamente 
       Sube al cielo tu nombre y clara fuente 
       Do eternamente has de quedar glorioso. 
           Mas tú entre las doradas aguas canta 
        [p. 71] Con dulce son el suyo celebrando 
       Deste tu insigne historiador tan grave; 
           Que a tal grandeza otra grandeza tanta 
       Sólo basta a dar gloria, eternizando 
       Lo que en ser de mortal hombre no cabe.

       DE D. DIEGO VACA DE LA VEGA 

           Si el lauro se le debe justamente 
       Al que pretende con insigne historia 
       Hacer firme y eterna la memoria 
       De algún valor heroico o eminente; 
           Si con divino ingenio y llama ardiente 
       Librándole del tiempo le da gloria, 
       Haciendo de finita y transitoria 
       Que sea infinita y dure eternamente. 
           A vos se os deben tres (sin otros ciento), 
       Uno por este libro tan famoso, 
       El otro porque a vuestra patria ha dado 
           Inmortal nombre vuestro fundamento, 
       Otro a vuestro discurso milagroso 
       A quien el mundo está tan obligado. [1]

Aunque del siglo XVI no tenemos ninguna justa o certamen poético del Perú , ni relación de fiesta en que se intercalen versos, desde muy temprano vemos asociada la poesía a los grandes regocijos públicos. Así nos refiere el palentino Diego Fernández en su Historia del Perú (parte 1.ª, lib. 2.º, cap. LXVIII), que cuando entró el presidente Gasca en la ciudad de los Reyes (Lima) el 27 de septiembre de 1546, y fué recibido con grandes festejos, «salieron con una hermosa danza tantos danzantes como pueblos principales había en el Perú, y cada uno dijo una copla en nombre de su pueblo, representando lo que en demostración de su fidelidad había hecho». Y el historiador inserta las coplas, que por malas se omiten aquí.

Desde mediados del siglo XVI tenía Lima Universidad: desde fines del mismo siglo, imprenta. Fué aquélla la muy célebre de [p. 72] San Marcos, émula de la de México y la más concurrida, próspera y opulenta de la América del Sur, fundada por Real cédula del emperador Carlos V y su madre D.ª Juana, dada en Valladolid a 21 de septiembre de 1555, y confirmada por Bula pontificia de San Pío V en 25 de julio de 1571. Sus cátedras eran de Jurisprudencia, Teología, Medicina y Filosofía, y conservó su crédito y su antigua organización hasta después de la guerra de la independencia americana. En el Cuzco se fundó en 1598 otra Universidad de menos nombre, que logró algún desarrollo en el siglo XVII, al cual pertenecen muchas fundaciones de enseñanza como los Seminarios de Arequipa, Trujillo y la pequeña Universidad de Huamanga, además de los numerosos colegios de humanidades que los jesuítas fueron estableciendo en todos los puntos principales del Virreinato, llegando a doce sus casas en tiempo de la expulsión.

La imprenta fué más tardía que la Universidad: apareció cuarenta años después que en México, y bajo los auspicios y protección de los Padres de la Compañía. Fué Antonio Ricardo, que ya había tenido taller en México, el primero impresor en los reinos del Pirú, como él se titula en sus libros. El más antiguo en que se encuentra estampado su nombre es la Doctrina Christiana y cathecismo para instrucción de los Indios y de las demás personas que han de ser enseñadas en nuestra sancta Fe. Con un conffesionario y otras cosas necessarias para los que doctrinan... Compuesto por auctoridad del Concilio Provincial que se celebró en la Ciudad de los Reyes el año de 1583. Y por la misma traduzido en las dos lenguas generales de este Reyno, Quichua y Aymara. Año de 1 584. [1] Sólo de diez obras salidas de aquella imprenta en el siglo XVI dan razón hasta ahora los mas diligentes bibliógrafos, y sólo una de amena literatura hay entre ellas: el Arauco Domado, del chileno Pedro de Oña. Las restantes son confesionarios y catecismos, un arte y vocabulario de la lengua quichua, [p. 73] constituciones y ordenanzas, un libro de reducciones de plata y oro, y algún papel en derecho. [1]

No puede decirse, sin embargo, que, aun siendo escaso, sea nulo el caudal literario del Perú en el primer siglo de la colonia. Es verdad que no produjo ningún poeta, pero sí un prosista de primer orden, nacido en el Cuzco en 1540, y no criollo, sino mestizo, hijo de un conquistador de ilustre linaje montañés, célebre en armas y en letras, y de una india principal, sobrina de Huayna Capac. El primer libro de autor peruano que salió de las prensas de Europa fué, seguramente, la traduzión del Indio de los tres diálogos de amor de León Hebreo, hecha de italiano en español por Garcilasso Inga de la Vega, natural de la gran Ciudad del Cuzco, cabeza de Reynos y provincias del Pirú, trabajada en Córdoba e impresa en Madrid, en 1590.

Aunque el inca Garcilaso, como él gustaba de llamarse, se preciase por aquel entonces más de arcabuces y de criar y hazer caballos que de escribir libros, es grande ya en la versión de aquel libro filosófico que él devolvió a España, primera patria de su autor, la belleza y gallardía de la prosa; que tanto contrasta con el desaliño del texto italiano, traducción del original castellano que se ha perdido.

Pero la celebridad de Garcilaso, como uno de los más amenos y floridos narradores que en nuestra lengua pueden encontrarse, se funda en sus obras históricas, o que dió por tales: «La Florida del Inca o Historia del Adelantado Hernando de Soto»; los«Comentarios Reales que tratan del origen de los Incas, reyes que fueron del Perú; de su idolatría, leyes y gobierno en paz y en guerra; de sus vidas y conquistas, y de todo lo que fué aquel imperio, y su República, antes que los españoles pasaran a él»; la «Historia General del Perú, que trata el descubrimiento de él, y cómo lo ganaron los españoles; [p. 74] las guerras civiles que hubo entre Pizarros y Almagros sobre la partija de la tierra; castigo y levantamiento de los tyranos y otros sucessos particulares».

El primero y el último de estos libros pertenecen en rigor a la literatura histórica; pero deben utilizarse con cierta cautela. En La Florida ha notado Bancroft errores de detalle, que fácilmente se explican porque Garcilaso no conocía la América del Norte, y tuvo que fiarse de los relatos orales y escritos de algunos compañeros de Hernando de Soto. Para los sucesos del descubrimiento y conquista del Perú, la autoridad del inca es muy secundaria por lo tardía y porque generalmente se reduce a transcribir o glosar las narraciones de autores ya impresos como López de Gomara, Agustín de Zárate y el palentino Diego Fernández. Cuando abandona el testimonio de estos historiadores, no siempre copiosos pero sí fidedignos, es para extraviarse en compañía del jesuíta Blas Valera, cuyos manuscritos utilizó en parte; mestizo como él, y como él apasionado de la antigua civilización indiana. El crítico que con más habilidad ha defendido a Garcilaso de la nota de historiador anovelado, reconoce la falsedad del colorido general en las principales narraciones de los dos primeros libros de su Historia (por ejemplo, la de la de la prisión de Atahualpa). «Movido del afán de presentar a los incas por el lado más favorable y halagüeño, altera y desnaturaliza el carácter de este período. La dura majestad, la bárbara grandeza del imperio del Inca, que tanto se destacan en la pintoresca relación de Jerez, se borran y se pierden en la suya para dar paso a una pintura, que aquí merece plenamente el calificativo denovelesca.» [1] En otras cosas habla de memoria, como dijo el licenciado Montesinos, o se fía de anécdotas soldadescas. No conoció las riquísimas crónicas de Cieza de León, que son la principal fuente para la historia de las guerras civiles, pero al tratar de las rebeliones de Gonzalo Pizarro (en que su padre estuvo gravemente complicado), y de Francisco Hernández Girón, la cual presenció él mismo, tiene valor original su relato.

Pero donde suelta las riendas a su exuberante fantasía es en [p. 75] los Comentarios Reales, libro el más genuinamente americano que en tiempo alguno se ha escrito, y quizá el único en que verdaderamente ha quedado un reflejo del alma de las razas vencidas. Prescott ha dicho con razón que los escritos de Garcilaso son una emanación del espíritu indio «an emanationfrom the indian mind». Pero esto ha de entenderse con su cuenta y razón, o más bien ha de completarse advirtiendo que aunque la sangre de su madre, que era prima de Atahualpa, hirviese tan alborotadamente en sus venas, él, al fin, no era indio de raza pura, y era, además, neófito cristiano y hombre de cultura clásica, por lo cual las tradiciones indígenas y los cuentos de su madre tenían que experimentar una rara transformación al pasar por su mente semibárbara, semieducada. [1] Así se formó en el espíritu de Garcilaso lo que pudiéramos llamar la novela peruana o la leyenda incásica, que ciertamente otros habían comenzado a inventar, [2] pero que sólo de sus manos recibió forma definitiva, logrando engañar a la posteridad, porque había empezado por engañarse a sí mismo, poniendo en el libro toda su alma crédula y supersticiosa. [3] Los [p. 76] Comentarios Reales no son texto histórico; son una novela utópica como la de Tomás Moro, como la Ciudad del Sol de Campanella, como laOcéana de Harrington; el sueño de un imperio patriarcal y regido con riendas de seda, de un siglo de oro gobernado por una especie de teocracia filosófica. Garcilaso hizo aceptar estos sueños por el mismo tono de candor con que los narraba y la sinceridad con que acaso los creía, y a él somos deudores de aquella ilusión filantrópica que en el siglo XVIII dictaba a Voltaire la AIzira y a Marmontel su fastidiosa novela de Los Incas, y que en el canto de Olmedo evocaba tan inoportunamente, en medio del campo de Junín, la sombra de Huayna-Capac, para felicitar a los descendientes de los que ahorcaron a Atahualpa. Para lograr tan 
persistente efecto se necesita una fuerza de imaginación muy superior a la vulgar, y es cierto que el inca Garcilaso la tenía tan poderosa cuanto deficiente era su discernimiento crítico. Como prosista, es el mayor nombre de la literatura americana colonial:[p. 77] él y Alarcón, el dramaturgo, los dos verdaderos clásicos nuestros nacidos en América.

Y con esto ya es hora de volver los ojos a la numerosa falange de poetas que en los últimos años del siglo XVI y en los primeros del XVII, es decir, en la época más venturosa para las letras españolas, alegraban y ennoblecían con su canto las márgenes del Rimac. Si de sus obras resta muy poco, queda a lo menos honorífica mención de algunos de ellos en las páginas inmortales de Lope de Vega y de Cervantes, que citan poetas peruanos en mayor número que poetas de México. Consultemos primeramente, el Canto de Calíope. impreso en 1584 con la Galatea. Llega Cervantes a hablar de los ingenios soberanos de la región antártica, y nos presenta ante todo al mexicano Terrazas, y a un poeta arequipeño, Diego Martínez de Rivera:


       Uno de Nueva España y nuevo Apolo; 
       Del Perú el otro, un sol único y solo, 
       .................................................................. 
       Pues su divino ingenio ha producido 
       En Arequipa eterna primavera: 
       Este es Diego Martínez de Rivera.

De Arequipa era también el general Alonso Picado, de quien conocemos un soneto en loor del poema El Marañón. Cervantes le elogia en estos términos:


       Aquí, debajo de felice estrella, 
       Un resplandor salió tan señalado, 
       Que de su lumbre la menor centella 
       Nombre de Oriente al Occidente ha dado: 
       Cuando esta luz nasció, nasció con ella 
       Todo el valor: nasció Alonso Picado; 
       Nasció mi hermano [1] y el de Palas junto; 
       Que ambas vimos en él vivo trasunto.

De otros ocho poetas, al parecer residentes todos en el Perú, hace mención Cervantes, aun sin incluir a Enrique Garcés, de quien haremos mérito tratando de Bolivia. Uno de estos poetas es D. Diego de Aguilar, el autor de El Marañón:

        [p. 78] En todo cuanto pedirá el deseo, 
       Un Diego ilustre de Aguilar admira, 
       Un águila real que en vuelo veo 
       Alzarse a do llegar ninguno aspira; 
       Su pluma entre cien mil gana trofeo; 
       Que ante ella la más alta se retira: 
       Su estilo y su valor tan celebrado 
       Guanuco lo dirá, pues lo ha gozado.

De los citados en las siguientes octavas, no tenemos noticia alguna:


       Pues si he de dar la gloria a ti debida, 
       Gran Alonso de Estrada, hoy eres dino 
       Que no se cante así tan de corrida 
       Tu ser y entendimiento peregrino; 
       Contigo está la tierra enriquecida, 
       Que al Betis mil tesoros da continuo, 
       Y aun no da el cambio igual; que no hay tal paga 
       Que a tan dichosa deuda satisfaga. 
           Por prenda rara desta tierra ilustre, 
       Claro don Juan, te nos ha dado el cielo, 
       De Ávalos gloria y de Ribera lustre, 
       Honra del propio y del ajeno suelo... 
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
           El que en la dulce Patria está contento, 
       Las puras aguas de Limar gozando, 
       La famosa ribera, el fresco viento 
       Con sus divinos versos alegrando, 
       Venga, y veréis por suma deste cuento, 
       Su heroico brío y discreción mirando, 
       Que es Sancho de Ribera, en toda parte 
       Febo primero y sin segundo Marte. 
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
           Un Gonzalo Fernández se me ofrece, 
       Gran capitán del escuadrón de Apolo, 
       Que hoy de Sotomayor ensoberbece 
       El nombre con su nombre heroico y solo; 
       En verso admira y en saber florece 
       En cuanto mira el uno y otro polo, 
       Y si en la pluma en tanto grado agrada, 
       No menos es famoso por la espada. 
           Un Rodrigo Fernández de Pineda, 
       Cuya vena inmortal, cuya excelente 
       Y rara habilidad, gran parte hereda 
        Del licor sacro de la equina fuente; 
       Pues cuanto quiere dél no se le veda, 
        [p. 79] Pues de tal gloria goza en Occidente, 
       Tenga también aquí tan larga parte, 
       Cual la merecen hoy su ingenio y arte. 
           Pues de una fértil y preciosa planta 
       De allá traspuesta en el mayor collado 
       Que en toda la Tesalia se levanta, 
       Planta que ya dichoso fruto ha dado, 
       ¿Callaré yo lo que la fama canta 
       Del ilustre don Pedro de Alvarado, 
       Ilustre, pero ya no menos claro 
       Por su divino ingenio al mundo raro?

De Pedro de Montesdoca, llamado por antonomasia el Indiano, tenemos algún dato más. Era sevillano, y al parecer, muy amigo de Cervantes, que volvió a acordarse de él en el Viaje del Parnaso. Primero había dicho:


           Este mesmo famoso insigne valle [1] 
       Un tiempo al Betis usurpar solía 
       Un nuevo Homero, a quien podemos dalle 
       La corona de ingenio y gallardía; 
       Las Gracias le cortaron a su talle, 
       Y el cielo en todas lo mejor le envía: 
       Éste, ya en vuestro Tajo conoscido, 
        Pedro de Montesdoca es su apellido.

Y treinta años después le recordaba de esta cariñosa manera en el cap. IV del Viaje del Parnaso:


           Desde el indio apartado, del remoto 
       Mundo llegó mi amigo Montesdoca, 
       Y el que anudó de Arauco el hilo roto. [2]

Pero todavía es más expresivo el elogio que Vicente Espinel, no tan pródigo de ellos, le tributa en el canto 2.º de su poema alegórico La Casa de la memoria, impreso con sus Rimas en 1591:


           Tú, que las ondas y el caudal corriente 
       Del patrio Betis sin razón negaste, 
       
 Y en alto estilo de un ingenio ardiente 
       A Lima en Occidente celebraste, 
        [p. 80] Vuelve el tributo a quien tan justamente 
       Debes el claro nombre que ganaste, 
        Pedro de Montes de Oca, que no es Lima 
       Dino de tan aguda y pura lima. 
           Nunca ha podido la interior carcoma 
       Del ignorante vulgo derribarte; 
       Que la razón al fin lo vence y doma, 
       Y vive la verdad en toda parte: 
       Las armas en defensa tuya toma 
       El propio Apolo para eternizarte; 
       Viva Clarinda y viva tu memoria, 
       Que es tu nombre y será dina de gloria.

Esta Clarinda, que era sin duda una muy principal dama limeña, no fué sólo señora de los pensamientos del indiano Montesdoca, sino de otro poeta de los elogiados en el Canto de Calíope, el capitán Juan de Salcedo Villandrando, de quien dijo Cervantes:


           Del capitán Salcedo está bien claro 
       Que llega su divino entendimiento 
       Al punto más subido, agudo y raro 
       Que puede imaginar el pensamiento...

De este Salcedo, pues, dijo la anónima poetisa peruana, autora del Discurso en loor de la Poesía:


           A ti, Juan de Salcedo Villandrando, 
       El mesmo Apolo Délfico se rinda, 
       A tu nombre su lira dedicando, 
           Pues nunca sale por la cumbre Pinda 
       Con tanto resplandor, cuanto demuestras 
       Cantando en alabanza de Clarinda.

Del capitán Salcedo hay versos laudatorios al frente de la Miscelánea Austral de D. Diego de Ávalos y Figueroa (1602), y los hay también de un D. Diego de Carvajal, que puede ser muy bien el D. Diego de Sarmiento y Carvajal elogiado por Cervantes:


           Feliz don Diego de Sarmiento ilustre 
       Y Carvajal famoso, producido 
       De nuestro coro, y de Hipocrene lustre, 
       Mozo en la edad, anciano en el sentido. 
       De siglo en siglo irá, de lustre en lustre 
        [p. 81] (A pesar de las aguas del olvido) 
       Tu nombre, con tus obras excelentes, 
       De lengua en lenguas y de gente en gentes.

De los ingenios americanos para quienes hay palmas en la silva 2.ª del Laurel de Apolo, dos por lo menos pertenecen a Lima:Cristóbal de la 0, sobre cuyo nombre hace Lope de Vega un insulso juego de palabras, y un hermano de León Pinelo, Juan Rodríguez de León, presbítero, de quien D. Nicolás Antonio cita varias obras en prosa y verso: La Perla, vida de Santa Margarita, virgen y mártir (Madrid, 1629); El Predicador de las gentes San Pablo, ciencia, preceptos, avisos y obligaciones de los predicadores evangélicos, con doctrina del Apóstol (1638); Panegírico castellano-latino al rey D. Felipe IV (México, 1639);Parecer sobre la ingenuidad del arte de la pintura (impreso con los diálogos de Vicente Carducho, 1633); Cuaresma meditada,en epígramas; El Martyrologio de los que han padecido en las Indias por la Fe; Relación del viaje de los galeones de la Real Armada de las Indias el año de 1607, con descripción de los puertos en que entraron.

Peruana era también la desconocida poetisa Amarilis, que antes de 1621 escribió a Lope de Vega, de quien era ferviente admiradora, una elegante epístola en silva, que con la respuesta de Lope de Vega en tercetos (Belardo a Amarilis), fué inserta a continuación de su Filomena. Persona muy docta y muy enterada de las cosas de Lope de Vega [1] ha insinuado alguna duda sobre la existencia de tal poetisa indiana, juzgando mera ficción poética su carta, y equivalente el nombre de Amarilis al de doña Marta de Nevares Santoyo, postrera amiga de Lope. Pero aun prescindiendo de que el Fénix de los Ingenios aplicó el nombre poético de Amarilis a diversas personas, como por sus cartas y versos parece, hay tal tono de verdad en la epístola, y son tales las señas que la encubierta poetisa da de su patria, y aun de su familia, que no sólo no puedo dudar de que tal carta fué dirigida real y efectivamente desde América a Lope, sino que me atrevo a señalar [p. 82] de acuerdo con La Barrera, el nombre probable de la encubierta Musa [1] que hace de este modo su autobiografía:


           Quiero, pues, comenzar a darte cuenta 
       De mis padres y patria y de mi estado, 
       
 Porque sepas quien te ama y quien te escribe: 
       Bien que ya la memoria me atormenta, 
       Renovando el dolor, que aunque llorado, 
       Está presente y en el alma vive... 
           En este imperio oculto que el sol baña, 
       Más de Baco piadoso que de Alcides, 
       Entre un trópico frío y otro ardiente, 
       A donde fuerzas ínclitas de España, 
       Con varios casos y continuas lides 
       Fama inmortal ganaron a su gente: 
       Donde Neptuno engasta su tridente 
       En nácar y oro fino: 
       Cuando Pizarro con su flota vino, 
       Fundó ciudades y dejó memorias, 
       Que eternas quedarán en las historias: 
       A quien un valle ameno, 
       De tantos bienes y delicias lleno, 
       Que siempre es primavera, 
       Merced del sueño de la cuarta esfera, 
        La Ciudad de León fué edificada, 
       Y con hado dichoso 
       Quedó de héroes fortísimos poblada. 
       Es frontera de bárbaros y ha sido 
       Terror de los tiranos, que intentaron 
       Contra su rey enarbolar bandera: 
       Al que en Jauja por ellos fué rendido 
       Su atrevido estandarte le arrastraron, 
       Y volvieron el reino a cuyo era. 
       Bien pudiera, Belardo, si quisiera, 
       En gracia de los cielos, 
       Decir hazañas de mis dos abuelos, 
        Que aqueste nuevo mundo conquistaron 
         Y esta ciudad también edificaron, 
        Do vasallos tuvieron 
        Y por su rey su vida y sangre dieron: 
       Mas es discurso largo, 
       Que la fama ha tomado ya a su cargo, 
       Si acaso la desgracia desta tierra, 
       Que corre en este tiempo, 
       Tantos ilustres méritos no entierra. 
            [p. 83] De padres nobles dos hermanos fuimos, 
       Que nos dejaron con temprana muerte 
       Aun no desnudas de pueriles paños. 
       El cielo y una tía que tuvimos 
       Suplió la soledad de nuestra suerte: 
       ........................................................... 
       De la beldad que el cielo acá reparte 
       Nos cupo, según dicen, mucha parte, 
       Con otras muchas prendas: 
       No son poco bastantes las haciendas 
       Al continuo sustento; 
       Y estamos juntas, con tan gran contento, 
       Que una alma a entrambas rige y nos gobierna, 
       Sin que haya tuyo y mío, 
       Sino paz amorosa, dulce y tierna. 
           Ha sido mi Belisa celebrada, 
       Que éste es su nombre, y Amarilis mío 
       Entrambas de afición favorecidas: 
       Yo he sido a dulces musas inclinada; 
       Mi hermana, aunque menor, tiene más brío, 
       Y partes, por quien es, muy conocidas. 
       Al fin todas han sido merecidas 
       Con alegre himeneo 
       De un joven venturoso, que en trofeo 
       A su fortuna y vencedora palma, 
       Alegre la rindió prendas del alma. 
       Yo siguiendo otro trato, 
        Contenta vivo en limpio celibato, 
       Con virginal estado, 
       A Dios con gran afecto consagrado, 
       Y espero en su bondad y su grandeza 
       Me tendrá de su mano 
       Guardando inmaculada mi pureza.

Las señas no pueden ser más explícitas. Si la incógnita dama había nacido en la ciudad de León de Huánuco (situada en el actual departamento de Junín, a cuarenta y tantas leguas al Norte de Lima) y descendía de los conquistadores de aquella tierra y fundadores de aquella ciudad, su apellido debía de ser el muy ilustre de Alvarado, puesto que el fundador de la ciudad de León de Huánuco, llamada también León de los Caballeros, fué el capitán Gómez de Alvarado, hermano del Adelantado D. Pedro, de inmortal memoria en los fastos de América. Y aunque es cierto que la primitiva fundación de Alvarado en 1539 quedó [p. 84]luego casi desierta, hasta que la reedificó Pedro Barroso y acabó de asentarla Pedro de Puelles, los términos en que la poetisa se explica, cuadran más bien al fundador primero y a su hermano, de quienes podía decirse con más razón que de Barroso,


       Que aqueste nuevo mundo conquistaron.

Y si atendemos a que el nombre poético de Amarilis es, por lo común rebozo del de María , tendremos completos el nombre y apellido de la discreta doncella de Huánuco: D.ª María de Alvarado.

No se tenga por inútil esta disquisición, porque quien tales versos hacía en América a principios del siglo XVII, y no en ninguno de los grandes emporios de cultura, como México o Lima, sino en uno de los más apartados rincones de los Andes, ofrecería un curioso fenómeno de historia literaria, aunque no tuviésemos en consideración su sexo. Apenas hay en su Epístola el menor vestigio de mal gusto, ni de amaneramiento; todo es natural, llano y decoroso, con cierta sencilla gravedad y no afectado señorío. La poetisa hace su corte literaria a Lope de Vega, pero con tanta discreción, con tan insinuante y cortés gentileza, con tacto tan femenino y delicado, que el gran poeta debió de quedar lisonjeado con la alabanza y no ofendido con las nubes del importuno incienso. Viene a declararse platónicamente enamorada de él, amor inofensivo a tan larga distancia, pero único que ella estima digno de su noble naturaleza:


       El sustentarse amor sin esperanza, 
       Es fineza tan rara, que quisiera 
       Saber si en algún pecho se ha hallado; 
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
       Mas nunca tuve por dichoso estado 
       Amar bienes posibles, 
       Sino aquellos que son más imposibles. 
       A éstos ha de aspirar mi alma osada, 
       Pues para más alteza fué criada 
       Que la que el mundo enseña; 
       Y así quiero hacer una reseña 
       De amor dificultoso, 
       Que sin pensar desvela mi reposo, 
       Amando a quien no veo, y me lastima: 
        [p. 85] ¡Ved qué extraños contrarios, 
       Venidos de otro mundo y de otro clima! 
           Al fin en éste donde el Sur me esconde 
       Oí, Belardo, tus conceptos bellos, 
       Tu dulzura y estilo milagroso, 
       . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
       Y admirando tu ingenio portentoso, 
       No pude reportarme 
       De descubrirme a ti, y a mí, dañarme. 
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
           Oí tu voz, Belardo; más ¿qué digo? 
       No Belardo, milagro han de llamarte: 
       Este es tu nombre, el cielo te le ha dado; 
       Y Amor, que nunca tuvo paz conmigo, 
       Te me representó parte por parte, 
       En ti más que en sus fuerzas confiado. 
       Mostróse en esta empresa más osado, 
       Por ser el artificio 
       Peregrino en la traza y el oficio, 
        Otras puertas del alma quebrantando. 
       No por los ojos míos, que velando 
       Están con gran pureza; 
       Mas por oídos, cuya fortaleza 
       Ha sido y es tan fuerte, 
       Que por ellos no entró sombra de muerte, 
       Que tales son palabras desmandadas, 
       Si vírgenes las oyen, 
       Que a Dios han sido y son sacrificadas. 
       Con gran razón a tu valor inmenso 
       Consagran mil deidades sus labores, 
       Cuando manijan perlas en sus faldas: 
       Todo ese mundo allí te paga censo, 
       Y éste de acá, mediante tus favores, 
       Crece en riquezas de oro y esmeraldas: 
       Potosí, que sustenta en sus espaldas 
       Entre el invierno crudo 
       Aquel peso, que Atlante ya no pudo, 
       Confiesa que su fama te la debe; 
       Y quien del claro Lima el agua bebe, 
       Sus primicias te ofrece, 
       Después que con sus dones se engrandece, 
       Acrecentando ofrendas 
       A tus excelsas y admirables prendas: 
       Yo que aquestas grandezas voy mirando, 
       Entretenida en ellas, 
       Las voy en mis entrañas celebrando.

[p. 86] ¡Qué galano y qué exquisito elogio! Entre los innumerables panegiristas españoles, latinos e italianos de Lope, cuyos versos llenan volúmenes enteros, nadie alcanzó a este grado de admiración profunda y concentrada. Pero aún es más hermoso lo que sigue: Lope había escrito El Peregrino en su patria , y la docta poetisa le exhorta a buscar su verdadera patria en el cielo, donde ella espera unirse a él en amor santo e imperecedero:


       En tu patria, Belardo, mas no es tuya, 
       No sientas mucho verte peregrino... 
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
       Que otro origen tuviste más divino 
       Y otra gloria mayor, si la buscares. 
       ¡Oh, cuánto acertarás, si imaginares 
       Que es patria tuya el cielo, 
       Y que eres peregrino acá en el suelo! 
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
       Pues, peregrino mío, 
       Vuelve a tu natural: póngante brío, 
       No las murallas, que elevó tu canto 
       En Tébas engañosas, 
       Mas las eternas, que te importan tanto. 
       Allá deseo en santo amor gozarte, 
       Pues acá es imposible poder verte, 
       Y temo tus peligros y mis faltas: 
       Tabla tiene el naufragio, y escaparte 
       Puedes en ella de la eterna muerte, 
       Si del bien frágil al divino saltas; 
       Las singulares gracias con que esmaltas 
       Tus soberanas obras, 
       Con que fama inmortal continuo cobras, 
       Empléalas de hoy más en versos lindos, 
       En soberanos y divinos Pindos: 
       Tus divinos concetos 
       Allí serán más dulces y perfectos; 
       Que el mundo a quien le sigue, 
       En vez de premio al bienhechor persigue, 
       Y contra la virtud apresta el arco 
       Con ponzoñosas flechas 
       De la maligna aljaba de Aristarco. 
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Con hechicero candor se declara Amarilis inexperta en sucesos amorosos, como quien emplea su tiempo en dulces coloquios con el cielo, y termina pidiendo a Lope un don poético

        [p. 87] Para bien de tu alma y mi consuelo.

Le ruega, pues, que escriba en verso la vida y martirio de una santa de su particular devoción y de la de su hermana:


       Yo y mi hermana una santa celebramos, 
       Cuya vida de nadie ha sido escrita, 
       Como empresa que muchos han temido; 
       El verla de tu mano deseamos; 
       Tu dulce musa alienta y resucita, 
       Y ponla con estilo tan subido, 
       Que sea donde quiera conocido 
       Y agradecido sea 
       De nuestra santa virgen Dorotea. 
       ¡Oh, qué sujeto, mi Belardo, tienes, 
       Con que de lauro coronar tus sienes! 
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
       Desta divina y admirable santa 
       Su santidad refiere, 
       Y dulcemente su martirio canta.

Engolosinado con la belleza de esta epístola, que es sin duda la mejor pieza poética del Perú en sus primeros tiempos, la he ido transcribiendo casi toda. Séame lícito añadir algunos versos más, notables unos por la gala, bizarría y aun despilfarro de la dicción poética, semejante a la del mismo Lope y a la de Valbuena, otros por la suave y afectuosa modestia:


       Finalmente, Belardo, yo te ofrezco 
       Una alma pura a tu valor rendida: 
       Acepta el don, que puedes estimallo; 
       Y dándome por fe lo que merezco, 
       Quedará mi intención favorecida. 
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
       Y para darte más, no sé si hallo. 
       Déte el cielo favores, 
       Las dos Arabias bálsamo y olores, 
       Cambaya sus diamantes, Tíbar oro, 
       Marfil Sofala, Persia su tesoro, 
       Perlas los orientales, 
       El Rojo mar finísimos corales, 
       Balajes los Ceilanes, 
       Áloe precioso Sárnaos y Campanes, 
       Rubíes Pegugamba, y Nubia algalia, 
        [p. 88] Ametistes Rarsinga, 
       Y prósperos sucesos Acidalia 
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
       Ya veo que tendrás por cosa nueva, 
       No que te ofrezca censo un mundo nuevo, 
       Que a ti cien mil que hubiese te le dieran; 
       Mas que mi musa rústica se atreva 
       A emprender el asunto a que me arrojo, 
       Hazaña que cien Tassos no emprendieran: 
       Ellos al fin son hombres, y temieran; 
       Mas la mujer, que es fuerte, 
       No teme alguna vez la misma muerte. 
       Pero si he parecídote atrevida, 
       A lo menos parézcate rendida; 
       Que fines desiguales 
       Amor los hace con su fuerza iguales; 
       Y quédote debiendo, 
       No que me sufras, mas que estés oyendo 
       Con singular paciencia mis simplezas, 
        Ocupado contino 
       En tantas excelencias y grandezas. 
           Versos cansados, ¿qué furor os lleva 
       A ser sujeto de simpleza indiana, 
       Y a poneros en mano de Belardo? 
       Al fin, aunque amarguéis, por fruta nueva 
       Os vendrán a probar, aunque sin gana, 
       Y verán vuestro gusto bronco y tardo: 
       El ingenio gallardo, 
       En cuya mesa habéis de ser honrados, 
       Hará vuestros intentos disculpados: 
       Navegad: buen viaje: haced la vela: 
       Guiad un alma que sin alas vuela.

Lope de Vega contestó en la epístola de Belardo a Amarilis, que tiene buenos trozos y curiosas noticias de su persona y de su vida, pero que dista mucho de ser la mejor de las suyas. Por esta vez perdone Lope: la humilde poetisa ultramarina lleva la palma. Él, que tanto pecaba por el lado de la galantería, fácilmente hubiera perdonado este juicio, y aun se hubiera complacido en la derrota; ni quien es opulento en grado tan soberano y excepcional, pierde nada por algunos tercetos más o menos felices. De los requiebros que dirige a su encubierta admiradora, pondré alguna muestra, para completar este curioso capítulo de costumbres literarias:

            [p. 89] Bien sé que en responder crédito empeño; 
       Vos, de la línea equinoccial sirena, 
       Me despertáis de tan profundo sueño. 
           ¡Qué rica tela, qué abundante y llena 
       De cuanto al más retórico acompaña! 
       ¡Qué bien parece que es indiana vena! 
           Yo no lo niego: ingenios tiene España; 
       Libros dirán lo que su musa luce, 
       Y en propia rima imitación extraña; 
           Mas los que el clima antártico produce 
       Sutiles son, notables son en todo; 
       Lisonja aquí ni emulación me induce. 
           Apenas de escribiros hallo el modo, 
       Si bien me le enseñáis en vuestros versos, 
       A cuyo dulce estilo me acomodo. 
           En mares tan remotos y diversos, 
       ¿Cómo podré yo veros, ni escribiros 
       Mis sucesos, o prósperos, o adversos? 
           Del alma que os adora sé deciros 
       Que es gran tercera la divina fama; 
       Por imposible me costáis suspiros. 
           Amo naturalmente a quien me ama, 
       Y no sé aborrecer quien me aborrece; 
       Que a la naturaleza el odio infama. 
       Yo os amo juntamente, y tanto crece 
       Mi amor, cuanto en mi idea os imagino 
       Con el valor que vuestro honor merece. 
       A vuestra luz mi pensamiento inclino, 
       De cuyo sol antípoda me veo, 
        Cual suele lo mortal de lo divino. 
       .................................................................. 
           Que no son menester las esperanzas 
       Donde se ven las almas inmortales, 
       No sujetas a olvidos ni a mudanzas.

Y cortésmente se excusa al fin de la epístola de no escribir el poema de Santa Dorotea, dejándolo a la devoción de la misma poetisa:


           Y pues habéis el alma consagrado 
       Al cándido pastor de Dorotea, 
       Que inclinó la cabeza en su cayado, 
           Cantad su vida vos, pues que se emplea 
       Virgen sujeto en casto pensamiento, 
       Para que el mundo sus grandezas vea. [1] 
       .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

[p. 90] ¿Es esta Amarilis la misma poetisa celebrada en el laurel de Apolo como fénix rara de Santa Fe de Bogotá? No es inverosímil que de Huánuco pasara a establecerse al Nuevo Reino de Granada, pero no me atrevo a afirmarlo.

Ni menos a identificarla, porque diferencias de estilo lo vedan, con otra egregia poetisa peruana, discípula del sevillano Diego Mexía, cuyo Parnaso Antártico honró con su Discurso en loor de la Poesía, que íntegro va en nuestra colección académica, no sólo como precioso documento de historia literaria, por las noticias rarísimas que contiene de ingenios del Virreinato, sino como un curioso ensayo de Poética, como un bello trozo de inspiración didáctica, del cual ha dicho, no sin razón, el ilustre colombiano Pombo que «rara vez en verso castellano se ha discurrido más alta y poéticamente sobre la poesía». [1] Compárese, por ejemplo, con el Ejemplar Poético de Juan de la Cueva, que es del mismo tiempo y de la misma escuela y hasta del mismo metro. y se verá cuánto más excelsa concepción de la poesía tenía la grande anónima , y qué forma tan elegante y graciosa alcanzó a dar a sus nociones estéticas, a pesar de las sombras de pedantismo que empañan algunas páginas, y la flaqueza de versificación que se advierte en otras. [2]

[p. 91] Quién fuera ella, parece hoy imposible adivinarlo. Mexía nos la presenta como «una señora principal de este Reino, muy versada en la lengua Toscana y Portuguesa, por cuyo mandamiento y por justos respetos no se escribe su nombre, con el qual discurso (por ser de una heroica dama) fué justo dar principio a nuestras heroicas epístolas». Ni era ella sola la mujer que honrase entonces las letras en el Perú, puesto que habla de otras tres, aunque sin nombrarlas:

       Y aun yo conozco en el Perú tres damas 
       Que han dado en poesía heroicas muestras...

Una de ellas sería probablemente la Amarilis, que escribió a Lope; otra, quizá, la D.ª Jerónima, de Quito, que entonces se consideraba como parte del Perú. En cuanto a los poetas, fué la anónima más explícita, dándonos como el Laurel de Apolo o elCanto [p. 92] de Calíope de la colonia. Hasta diez y siete cita por sus nombres: unos venidos de España, otros naturales da las regiones antárticas. De algunos hemos hablado ya; otros son totalmente desconocidos o no han dejado más memoria que algún soneto laudatorio o composición de certamen; y de los restantes pasamos a dar breve razón, conforme a lo que de sus obras resulta. [1]

Tuvo el Perú, de igual suerte que México, la fortuna de ser [p. 93] visitado en el siglo de oro por muy preclaros ingenios españoles, que dejaron allí una tradición castiza y de buen gusto. Casi todos estos poetas eran andaluces, y los más pertenecían a la escuela sevillana, de la cual la primitiva poesía de la América española puede considerarse como una rama o continuación. Fué de los primeros el ya citado Diego Mexía, el más feliz traductor de las Heroídas de Ovidio que hasta ahora ha logrado nuestra lengua, traductor fiel no tanto a la letra, como al espíritu poético, lánguido y muelle del original; hábil en la expresión de los afectos y ternezas de amor; versificador desigual y negligente, en quien no son raros los aciertos exquisitos, contrapesados por gran número de prosaísmos y locuciones forzadas. La ley rígida y estrecha del terceto que en toda su versión adoptó, no es molde adecuado para el dístico latino, y hubo de arrastrarle muchas veces a desleír los pensamientos en larga y soñolienta paráfrasis. La Epístola de Safo a Faón descuella entre todas por el mayor número de bellezas: no sin razón la eligió Quintana para muestra en su Colección de Poesías Selectas, honra que a poquísimas traducciones quiso dispensar su severo juicio. «El tono elegíaco (dice aquel gran maestro) está bastante sostenido en toda la obra, y son pocos las de su clase que presenten trozos tan naturales, tan bien sentidos y tan felizmente expresados, como la pintura que Safo hace de sí misma cuando le dan la noticia de la fuga de su amante. la del bosque donde entra a veces a meditar en su tristeza y a recordar sus pasadas delicias, y la de su ilusión, en que se figura que Faón viene surcando los mares a buscarla.» [1]

El trabajo de Diego Mexía, aunque por la patria de su autor no sea americano, lo es por la tierra en que se emprendió y terminó, como largamente declara el autor en su curiosísimo prólogo: «Navegando el año passado de noventa y seis, desde las riquíssimas provincias del Pirú a los Reinos de la Nueva España (más por curiosidad de verlos que por el interés que por mis empleos pretendía), mi navío padesció tan grave tormenta en el golfo llamado comúnmente del Papagayo, que a mí y a mis compañeros nos fué [p. 94] representada la verdadera hora de la muerte. Pues demás de se nos rendir todos los árboles (víspera del gran Patrón de las Españas, a las doze horas de la noche), con espantoso ruido, sin que vela ni astilla de árbol quedasse en el navío, con muerte arrebatada de un hombre, el combatido bajel daba tan temerarios balances, con más de dos mil quintales de azogue que por carga infernal llevaba, sin mucho vino y plata y otras mercaderías de que estaba suficientemente cargado, que cada momento nos hallábamos hundidos en las soberbias ondas. Pero Dios (que es piadoso padre) milagrosamente y fuera de toda esperanza humana (habiéndonos desahuciado el piloto) con las bombas en la mano y dos bandolas, nos arrojó día de la Transfiguración en Acaxu, puerto de Sonsonate. Aquí desembarqué la persona y plata, y no queriendo tentar a Dios en desaparejado navío, determiné ir por tierra a la gran ciudad de México, cabeza (y con razón) de la Nueva España. Fuéme dificultosísimo el camino, por ser de trescientas leguas; las aguas eran grandes por ser tiempo de ivierno; el camino áspero, los lodos y páramos muchos, los ríos peligrosos y los pueblos mal proveídos, por el cocoliste y pestilencia general que en los indios había. Demás desto, y del fastidio y molimiento que el prolijo caminar trae consigo, me martirizó una continua melancolía por la infelicísima nueva de Cádiz y quema de la flota mexicana, de que fuí sabidor en el principio deste mi largo viaje. Estas razones y caminar a passo fastidioso de requa (que no es la menor en semejantes calamidades), me obligaron (por engañar a mis propios trabajos) a leer algunos ratos en un libro de las Epístolas del verdaderamente poeta Ovidio Nasón, el cual, para matalotaje del espíritu, por no hallar otro libro, compré a un estudiante en Sonsonate. De leerlo vino el aficionarme a él, y la afición me obligó a repassarlo, y lo uno y lo otro y la ociosidad me dieron ánimo a traducir, con mi tosco y totalmente rústico estilo y lenguaje, algunas epístolas de las que rnás me deleitaron. Tanto duró el camino y tanta fué mi constancia, que cuando llegué a la gran ciudad de México Tenustlitan, hallé traduzidas, en tres meses, de veinte y una epístolas las catorce... Y considerando que mi entrada en la Nueva España (respecto de la grande falta de ropa y mercaderías que en ella había) se dilataba por un año, me pareció que no era justo desistir desta impresa; y más, animado [p. 95] de los pareceres de algunos hombres doctos: y así mediante la perseverancia le di el fin que pretendía.»

Conste, pues, que el lauro poético de Diego Mexía ha de repartirse entre México, Guatemala y el Perú, y que esta traducción no fué obra de pacífico humanista, labrada y pulida en quieto y estudioso retiro, sino diversión y alivio de interminables jornadas por tierras bárbaras y remotas, tras de tormentas, huracanes y naufragios. «El ingenio (dice el autor) y talento que Dios fué servido de darme, si es alguno, es bien poco, y esse ocupado y distraydo en negocios de familia y en buscar los alimentos necesarios a la vida; la inquietud del espíritu es tan grande como la del cuerpo, pues ha veinte años que navego mares y camino tierras por diferentes climas, alturas y temperamentos, barbarizando entre bárbaros, de suerte que me admiro cómo la lengua materna no se me ha olvidado... La comunicación con hombres dotos (aunque en estas partes hay muchos) es tan poca, cuan poco es el tiempo que donde ellos están habito, demás que en estas partes se platica poco desta materia, digo de la verdadera poesía y artificioso metrificar; que de hacer coplas a bulto, antes no hay quien no lo profese. Porque los sabios que desto podrían tratar, sólo tratan de interés y ganancias, que es a lo que acá los trajo su voluntad, y es de tal modo que el que más doto viene se vuelve más perulero... ¡Oh, dichosos (y otra vez dichosos) los que gozan de la quietud de España, pues con tanta facilidad y con tantas ayudas de costa pueden ocuparse en ejercicios virtuosos y darse a los estudios de las letras! y ¡oh, mil veces dinos de ser alabados los que a cualquier género de virtud se aplican en las Indias, pues demás de no haber premio para ella, rompen por tantos montes de dificultades para conseguirla!» [1]

[p. 96] Mucho más que del culto ingenio de Mexía puede gloriarse Lima de haber dado hospitalidad en su convento de Predicadores, como regente de Estudios y maestro y Lector de Teología, al que [p. 97] sin empacho poedemos llamar el primero de nuestros épicos sagrados, émulo victorioso del obispo Jerónimo Vida y digno de emparejar a veces con Milton y Klopstock. Fué éste el dominico sevillano Fray Diego de Ojeda, grande entre los raros poetas de su Orden, y de primera nota entre los de España, por más que tanto tiempo pesara sobre él un injustísimo olvido, de que por fin vino a redimirle la alta y serena crítica de Quintana. No hay en la Cristiada, ni cuadraba al sublime y tremendo asunto que el religioso poeta eligió, la fantasía intemperante y deslumbradora, el lujo oriental o tropical del Bernardo, ni tampoco la novedad de materia y color que realzan la Araucana; pero es, sin disputa, el mejor compuesto de nuestros poemas, el más racional en su traza y distribución de partes, el que penetra en esferas más altas del sentimiento poético, el más lleno de calor, de elocuencia patética, de afectos humanos, de viva y penetrante efusión, que en ciertos pasajes, como el cuadro de los azotes, es capaz de arrancar lágrimas al lector menos pío. La ardiente elocuencia de nuestros ascéticos, la del venerable Granada, sobre todo, en sus Meditaciones sobre la Pasión, nadie la ha igualado entre nuestros poetas, salvo el P. Ojeda. Si en España no estuviera el gusto tan rematadamente estragado, no andaría la Cristiada confundida y olvidada en un rincón de la Biblioteca de Autores Españoles.sino que se multiplicarían sus ediciones para deleite de las almas devotas, no menos que de los hombres de buen gusto. Quintana harto hizo con sacarla de la oscuridad y recomendarla, venciendo su genial indiferencia respecto de la poesía religiosa. «La pompa y brillantez de las descripciones (dice), la belleza general de los versos y del estilo corresponden casi siempre a la grandeza de la intención y de los pensamientos... El lenguaje de la Cristiada es propio, puro, natural, ajeno enteramente de la afectación, pedantería, conceptos y falsas flores que corrompieron después la elocuencia y la poesía castellana... No se hallarán en Ojeda imitaciones de otros poetas antiguos ni modernos; el lenguaje de la [p. 98] Escritura y de los libros ascéticos son las fuentes de su dicción, que hierve toda de expresiones sublimes a veces, a veces tiernas y dulces, y frecuentemente también tocando en familiares y bajas por su extremada naturalidad y sencillez.» [1]

A esta familiaridad, que a veces degenera en prosaísmo y bajeza; a ciertos resabios escolásticos y de controversia teológica (que no sería difícil encontrar también en Dante y en Milton); a la falta de plenitud y cadencia en algunos versos y de esmerada construcción en muchas octavas; a la falta de energía con que están presentados los caracteres, atribuye principalmente Quintana el que la Cristiada, con valer todo lo que vale, y ser, bajo muchos respectos, superior a todos los productos de nuestra musa épica, no pueda clasificarse sin reserva entre las obras maestras de su género, aunque, mirada a trozos, llegue a confundirse con ellas. Yo creo que lo que principalmente la daña es cierto género de ejecución menuda y algo candorosa, cierto abandono infantil, más propio de libro de devoción que de poema épico, y una verbosidad desatada que roba nervio a la dicción y energía a las situaciones, y deja ver con frecuencia detrás del poeta al orador sagrado. Pero cuando Ojeda acierta, ¿quién de nuestros épicos acierta como él? La vestidura que lleva el Salvador al Huerto, en la cual estaban representados los pecados del mundo; la Oración personificada que sube al cielo a pedir a Dios por su Hijo; el hermoso movimiento lírico con que el poeta interviene en el cuadro de los azotes Yo pequé, mi Señor, y tú padeces...; los consuelos del arcángel Gabriel a la Virgen María vaticinándole la resurrección de su Hijo; el cuadro todo de la Crucifixión, y especialmente el momento del eclipse...; estas y otras innumerables cosas que hay en el poema de nuestro dominico, son de magnífica y soberana poesía, y todo hombre de buen gusto dirá como dijo Quintana del último de los trozos mencionados: «Yo no conozco cosa que se aventaje en grandeza a este pedazo de poesía, y puede ir a la par con cualquiera de las ideas sublimes que se admiran en Homero, Dante, Miguel Ángel, Milton y los demás poetas y pintores de esta fuerza.»

¡Singular privilegio del suelo americano, el que en él hayan [p. 99] sido compuestas las tres principales epopeyas de nuestro siglo de oro: la histórica en Chile, la sagrada en el Perú, la novelesca y fantástica en México, Jamaica y Puerto Rico! [1]

Juntamente con el P. Ojeda daba culto a las musas otro dominico sevillano, Fr. Juan Gálvez, residente en el convento de Trujillo cuando la poetisa anónima escribía, dándonos razón de su patria:

       El uno está Truxillo enriqueciendo; 
       A Lima el otro, y ambos a Sevilla 
       La estáis con vuestra musa ennobleciendo.

«Fray Juan de Galves y Fr. Diego de Ojeda, uno en su Historia de Cortés y otro en su Cristiada, bien osarán publicar que las aguas del río Lima, que baña la ciudad de su nombre, no envidiarán jamás a las de Beocia», añade el Licdo. Bermúdez y Alfaro en el prólogo de la Hispálica de Luis de Belmonte. Nada sabemos [p. 100] de este poema sobre Hernán Cortés, y si su autor merecía realmente ser nombrado en compañía de tal poeta como Ojeda, nunca nos consolaremos de su pérdida.

Mucho se ha perdido también, pero bastante conservamos, de las excelentes obras de Luis de Belmonte Bermúdez, aunque en la memoria de los curiosos apenas le sobreviva otra cosa que su comedia de El Diablo Predicador, de tan atrevida y fantástica invención en la parte seria, de tan intenso y picante donaire en la parte cómica, la cual sirvió de remoto ejemplar a una de las escenas episódicas del incomparable Don Alvaro. Pero el repertorio dramático de Belmonte ya escribiendo sólo, ya en colaboración, es mucho más copioso y de los más notables entre los de segundo orden.

Perdióse un libro suyo de doce novelas, muy celebrado por el donaire, invención y agudeza de su prosa, en que comenzaba Belmonte por reanudar el hilo de la postrera de las Ejemplares de Cervantes, haciendo la vida del perro Cipión como el manco sano había escrito la de Berganza. De sus obras poéticas, aun permanece manuscrita en dos códices, uno de la Colombina y otro de Granada (biblioteca de los duques de Gor), la principal de todas; es decir, La Hispálica, poema sobre la conquista de Sevilla, rico de valientes octavas, y por todo extremo superior a la Bética de Juan de la Cueva. Con ser tan varia la fecundidad literaria de Belmonte, aún fué mayor la variedad y extrañeza de los sucesos de su vida, desde que muy joven abandonó las orillas del patrio Betis, «gastando los años mejores de su vida en peregrinaciones navales». El Licdo. Bermúdez y Alfaro, amigo, y, al parecer, deudo suyo, nos refiere sus andanzas en el prólogo que puso al frente de La Hispálica : [1]

«Pasó a Nueva España en sus primeros años, y como su inclinación le guiase a ver nuevas provincias, navegó a las del Pirú el año siguiente, [2] donde, a ejemplo de los floridos ingenios de Lima, volvió al estudio afable de las musas, alcanzando gran [p. 101] parte de la doctrina que en sus obras descubre... Escribió Luis de Belmonte un poema vario en la invención, porque lo pedía el sujeto, de sucesos de aquellas provincias, con la sucesión de los virreyes suyos, que otro lo tuviera por caudal principal, y él apenas se acuerda de haberlo hecho; tanto se ha vencido con la fuerza del trabajo.

Ofrecióse a la sazón salir una armada a las regiones del Austro, y como semejantes armadas tienen necesidad de cronistas, que así lo encarga S. M. expresamente, buscó el general Pedro Fernández de Quirós persona que hiciese este oficio, y asimismo quien usase el de secretario, que no siendo menester mucho para persuadir a nuestro autor, por su inclinación natural, aceptó la plaza, hallándose en él las partes que requerían ambos oficios, porque en razón de letra no conocemos en España quien le exceda, y no sin dificultad se podrá hallar quien le iguale, si bien estima en poco un don tan excelente, siendo, como es, con el extremo que en él se conoce.

Hizo su peregrino viaje, descubriendo en tres bajeles la armada, incultas y no domadas regiones, costeando la Nueva Guinea y las islas que llaman de Salomón, y parte de las dos Javas, Mayor y Menor, engolfándose después en el extendido archipiélago de San Lázaro, y, en fin, poniendo (como él mismo dice en una estancia) nombres a los mares, puertos y ríos; y más copiosamente en los últimos capítulos de un libro suyo en prosa, que saldrá entre las demás obras, guardando en silencio la historia de su jornada, que escribió en versos heroicos, hasta darle la última lima, por lo poco que se agrada de sus mismas obras.

Gastó en la mar once meses y veinte días, que en golfos jamás descubiertos, con hambre y sed, tanto de la tierra como del sustento, claro es, que serían los peligros grandes y los trabajos inmensos. Su almirante y lancha arribaron a las Malucas, a la sazón que acababa de ganarlas D. Pedro de Acuña, gobernador de Filipinas; y la capitana en que venía Luis de Belmonte, destrozada y perdida con la fuerza de los vientos, que pareció milagro, cobró a los seis meses últimos la costa de la Nueva España, prolongándola ochocientas leguas por la banda del Sur. Al fin, por varios casos, llegó a seguro puerto; pasó a México segunda vez, donde, no pudiendo olvidar el manjar sagrado de las Musas, [p. 102] escribió, entre muchas comedias, que algunas hay impresas, la Vida del patriarca Ignacio de Loyola, en versos castellanos, que de su género dudo que alguno se le aventaje. Haráse en España la segunda impresión, [1] y le concederán el lugar que ha tenido en todas las provincias de Indias...

[p. 103] «Llegó a Madrid Luis de Belmonte queriendo con su General volver a la conquista de las regiones que dejaron descubiertas; pero causas legítimas, bien contra su inclinación y gusto, le forzaron a no proseguir la empresa, si bien ha gastado el tiempo aprovechadamente en los estudios que sigue, no dejando por ver las mejores ciudades de España, sólo a fin de comunicar los ingenios dellas.»

El mismo aventurero poeta alude bizarramente a sus descubrimientos y peregrinaciones navales en una digresión de La Hispálica:


           Yo, apenas conocido en nuestro Polo, 
       ¿Cómo podré sonar en la sujeta 
       Región del Austro, de fiereza armado, 
       Si bien la visité como soldado? 
           Penetra el mundo, sin moverse el dueño, 
       La fama de la pluma y de la espada, 
       Y en tanto que reposa en blando sueño, 
       Llega su nombre a la región helada. 
       Pues yo que, alegre, la persona empeño 
       Por la región del sol más abrasada, 
       No quisiera más fama que en aquellas 
       Provincias que medí con propias huellas. 
            [p. 104] Más ondas nuevas penetré que vieron 
       Colón, Cortés, Pizarro y Magallanes, 
       Pues tocando las que ellos descubrieron, 
       pasé con los cruzados tafetanes. 
       Un capitán seguí de quien temieron, 
       Midiendo estrellas y afijando imanes, 
       Las no domadas ondas de Anfitrite, 
       Que ya no tiene el orbe quien le imite. 
           El pecho puse a la mayor jornada, 
       Llegando al sol los pensamientos míos, 
       Y tocando en la tierra, en vano armada, 
       Nombre dimos al mar, nombre a los ríos, 
       Como de Arauco en la jamás domada 
       Región, notaba los soberbios bríos 
       Ercilla, de los bárbaros chilenos: 
       Si bien yo anduve más y escribí menos.

No toca a nuestro propósito la controversia en estos últimos años suscitada acerca del autor probable de la Relación del descubrimiento de las regiones australes, que su editor atribuyó a Luis de Belmonte, contrariando tal opinión el malogrado cronista de nuestra marina D. Francisco Javier de Salas. [1] Lo cierto es que gran parte de esta relación pasó a la letra al libro de los Hechos de D. García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, que compuso en 1613 el Dr. Cristóbal Suárez de Figueroa, así como la galana prosa de este libro, en la parte que se refiere a la sumisión del valle de Arauco por D. García, sirvió de base a la desatinadísima comedia que Belmonte, asistido de otros ocho ingenios, entre los cuales los había tan insignes como Alarcón, Guillén de Castro, Mira de Amescua y Luis Vélez, dieron a los teatros en 1622 con el título de Algunas hazañas de las muchas de D. García Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete. [2]

[p. 105] No sabemos que ninguna de las obras de Belmonte saliese de las prensas de Lima. No así las de D. Diego de Ávalos y Figueroa y D. Rodrigo de Carvajal y Robles, que por este tiempo se contaban entre los más lucidos ingenios de la colonia. Es curiosísimo y entretenido libro, cuanto apreciable por su rareza bibliográfica, el de la Miscelánea Austral que en 1603 estampaba el patriarca de la imprenta peruana, Antonio Ricardo. Dividióle su autor, don Diego de Ávalos, en cuarenta y cuatro coloquios, de que son interlocutores Delio y Cilena, y en los cuales, sin orden alguno, se trata de las materias más diversas: del amor y de las cualidades que debe tener el amante, de los celos, de la música, de las calidades de los caballos, de la verdad, de la vergüenza, de la perfección de las damas, del origen de las sortijas o anillos, de la conversación, de las imágenes y templos de Venus, de los sueños y del sueño, de las ventajas de la lengua toscana para la música, del uso de las estampas y daños de la ociosidad, del ave Fénix, del pelícano, del cisne y del águila, de los minerales, animales y vegetales del Perú, de las propiedades de la piedra bezoar, de los edificios antiguos del Perú, del origen de los Incas y de sus leyes y ritos, de los sacrificios que los indios usaban, de la antigua riqueza de España en oro y plata, elogio de la ciudad de Écija, de donde era oriundo Ávalos, etc. Es, pues, una Silva de varia lección, harto semejante a la de Pero Mexía en lo inconexo y abigarrado de las materias. Intercálanse en ella muchos y no despreciables versos, entre los cuales merecen citarse un fragmento de traducción en verso de las Lágrimas de San Pedro de Tansillo, y un largo poema en octava rima y en seis cantos, que viene a ser como la segunda parte del libro, y lleva por título Defensa de Damas... donde se alegan memorables historias, y donde florecen algunas sentencias, refutando lo que algunos philósophos decretaron contra las mujeres, y provando ser falso, con casos verdaderos, en diversos tiempos succedidos. [1]

[p. 106] En nuestra Biblioteca Nacional se conserva un ejemplar del rarísimo poema La conquista de Antequera, por el capitán D. Rodrigo de Carvajal y Robles, impreso en Lima en 1627: obra dignísima de reproducirse, tanto por la curiosidad histórica de las noticias que contiene, como por su indudable mérito poético, superior al de otros que han sido muy celebrados.

De otro poema inédito del mismo autor, sobre La batalla de Toro, no queda más recuerdo que la cita de N. Antonio. Aparte de estas obras de asunto no americano, sólo podemos juzgar a D. Rodrigo de Carvajal por un poema de circunstancias, donde no es de celebrar otra cosa que la habitual lozanía de la versificación, [p. 107] en que no desmiente Carvajal y Robles el carácter distintivo de aquel floridísimo grupo de poetas antequeranos, que él fué a representar en el Nuevo Mundo: los Tejadas, Espinosas, Martínez y Cristobalinas. Lope de Vega cantó de él en la silva 2.ª del Laurel de Apolo:


           Aquí con alta pluma don Rodrigo 
       De Carvajal y Robles, describiendo 
       La famosa conquista de Antequera, 
       Halló la fama, y la llevó consigo; 
       Tantas regiones penetrando y viendo, 
       Que del Betis le trajo a la ribera, 
       Y haciendo por su hijo 
       Festivo regocijo, 
       Las bellas ninfas el laurel partieron, 
       Y como ya dulces musas vieron 
       Restituídas a su patria amada, 
       Tomó la pluma Amor, Marte la espada.

Es autor Carvajal de la descripción en quince silvas de las Fiestas que celebró Lima al nacimiento del príncipe Don Baltasar Carlos; libro de la mayor rareza, impreso en aquella ciudad el año 1632, cuando el poeta se hallaba de Corregidor y Justicia Mayor de la provincia de Colesuyo por Su Majestad. Ocurrió durante las fiestas un terremoto, y el trozo en que se describe es de los más valientes del poema. Elogiáronle en términos cultos y ampulosos, conforme al gusto crespo y enmarañado que comenzaba a prevalecer en nuestras letras de aquende y allende, el Maestro Fr. Lucas de Mendoza, agustino, catedrático de Escritura en la Universidad de Lima, y el Chantre de Arequipa Fr. D. Fulgencio Maldonado. «Grandes fueron las fiestas (dice el primero), mas nunca tan del todo grandes, como en la relación de D. Rodrigo de Carvajal y Robles; que son por extremo dichosos en crecer los asuntos que este caballero cría al calor de sus manos. Antequera, su patria, debe la inmortalidad a su poema con más verdad que a sus muros. Y estas fiestas que ya por humanas pasaron presto, tendrán de divinas la duración, perpetuándose en este libro, en quien he hallado mucho que admirar y nada que corregir.» «Embósquese en estas silvas (pondera el Chantre arequipeño) el que quisiere sentir como Lope, y hallaráse una vez y otra y mil veces cogido de suspensión, causada, ya de lo dulce de sus descripciones, [p. 108] ya de la hermosura y pompa de las voces; y los que entraren más adentro, hallarán más rigurosas observaciones del arte.» Un poeta anónimo que escribe un soneto en alabanza del autor, se atreve a decir, jugando con su apellido, que, con la publicación de tal poema,

       Ya vuelve el siglo de oro; ya los robles 
       Sudando miel como en la edad primera, 
       El reino de Saturno pronostican.

Tan desaforadas hipérboles no deben prevenirnos desfavorablemente contra el libro de las Fiestas. que es de los mejores o más tolerables de su género. [1] No he visto la Relación en verso que el franciscano Fr. Juan de Ayllón publicó en 1630 de las que se celebraron en Lima con motivo del octavario de los XXIII mártires del Japón; pero el Sr. Palma afirma que en ella campean los más extravagantes retruécanos y las más enigmáticas antítesis. [2]

Otras hubo de mejor estilo: la Relación de las exequias de la reina D.ª   Margarita de Austria, siendo virrey el Marqués de Montes-Claros (1613), contiene fáciles versos que deben de ser de la vena del mismo Padre agustino Fr. Martín de León, a quien pertenecen el Sermón de honras y la Relación en prosa. [3]

[p. 109] Pero la dominación del buen gusto fué tan efímera en el Perú como en México. Puede decirse que el último rayo de pura luz literaria que en el siglo XVII atravesó las tinieblas que comenzaban espesarse sobre las escuelas de Lima, fué el virreinato del Príncipe de Esquilache D. Francisco de Borja, verdadero príncipe a la italiana y verdadero poeta, aunque distase bastante de ser príncipe de la poesía, como le llamó la adulación de sus contemporáneos. Pero de esto al injustificado olvido en que desde fines del siglo XVIII yacen sus obras, hay mucha distancia. Es de los poetas de segundo orden que vienen inmediatamente después de los grandes; y entre los líricos del siglo XVII, pocos son los que merecen más que él una rehabilitación cumplida, que algún día ha de serle otorgada. No tuvo fuerzas ni nervio para el cultivo de los géneros superiores de la poesía. Su Nápoles recuperada es una insípida y amanerada imitación del Tasso, sin jugo, sin interés, sin grandeza y hasta sin verso alguno que se grabe en la memoria, porque todos son iguales en su fría y monótona corrección. Pero en las epístolas [p. 110] morales y en los sonetos, como discípulo al fin de Bartolomé Leonardo de Argensola, conservó una tradición de gusto maduro y severo, opuesta a los extravíos reinantes; y en los romances cortesanos y amorosos, en las letrillas y en todo género de versos cortos, que eran el legítimo campo de su numen, rivalizó a veces con Lope de Vega en gracia y frescura. Haría buen servicio quien del enorme tomo que forman sus obras poéticas en las dos ediciones de Amberes, entresacase en un pequeño volumen todo lo que merece vivir, condenando al olvido lo restante.

De 1615 a 1622 tuvo Esquilache el mando supremo de los reinos del Perú, con honra suya y provecho de la nación. Bajo su gobierno fueron rechazados los piratas y filibusteros que infestaban aquellas costas, fortificado el puerto del Callao, erigido el Tribunal del Consulado; recibieron sabias ordenanzas los establecimientos mineros de Potosí y Huancavélica; se fundó el Real Convictorio de San Bernardo para la educación de los hijos de indios nobles; se hizo la conquista de la comarca de los Maynas en el Marañón, y se fundó la ciudad de San Francisco de Borja, sintiéndose en ésta como en todas las demás providencias del Virrey el prepotente influjo que en su ánimo ejercían los jesuítas. Es maravilla que en ninguna de sus obras, con ser tantas, haga Esquilache la menor alusión (que yo recuerde) al Perú, ni a América, de tal modo que por ellas nadie inferiría que hubiera pisado siquiera las tierras antárticas. El picante y donosísimo cronista de la vida colonial de Lima, le atribuye la fundación de una academia literaria en su palacio, y hasta da los nombres de los que a ella concurrían; pero como no encontramos rastro de tal academia en ninguna parte, nos inclinamos a pensar que ésta es una de tantas ingeniosas travesuras del autor de lasTradiciones peruanas, que ni pretenden ser libro de historia, ni pierden nada por no serlo. [1] Academia en el palacio virreinal no hallamos hasta el [p. 111] tiempo del Marqués de Castell-dos-Rius; aunque hubiese virreyes muy cultos y estudiosos, como lo fué, además de Esquilache, el Conde de Santisteban del Puerto, D. Diego de Benavides y de la Cueva (1661-1666), autor de un tomo de versos latinos que lleva por título Horae Succisivae. [1]

Fué lástima que el período de mayor paz, abundancia y prosperidad de la colonia, coincidiese con la época más fatal de nuestra decadencia literaria. Lima, que era el principal centro de cultura. de la América del Sur; Lima, que se honraba con Universidad tan floreciente y tan bien dotada como la de San Marcos; [2] Lima, donde la imprenta tomó tantas alas en el siglo XVII, puesto que pasan de cuatrocientas las publicaciones de aquel siglo que han llegado a catalogar los más diligentes bibliógrafos, raras todas y de alto precio en el mercado, aunque muchas sean breves opúsculos, sermones, alegaciones en derecho, vidas de santos, exequias y fiestas; Lima, que en 1602 tenia ya teatro público, el que después se llamó de la Comedia Vieja; Lima, la primera ciudad del Nuevo Mundo donde se conoció la prensa periódica en forma muy próxima a la presente, cuando pocas ciudades de Europa podían jactarse de poseerla; [3] Lima, que podía envanecerse con un polígrafo [p. 112] tan docto y tan juicioso como León Pinelo, útil hoy mismo a los bibliógrafos y a los ilustradores del Derecho de Indias, ofrece, a pesar de tantas ventajas, muy exiguo contingente a la literatura poética del siglo XVII, prescindiendo de los ingenios que le prestó la metrópoli, y que por su educación más bien corresponden al siglo XVI, aunque escribiesen en los primeros años del siguiente. Algunos infelices ensayos épicos, ya de tema histórico, como las Ármas Antárticas o conquista del Perú, de D. Juan de Miramontes y Zuazola, que ni siquiera llegaron a imprimirse, a pesar de haberse encomendado el autor al patrocinio del Virrey, Marqués de Montesclaros (1607-1616); ya de materia piadosa, como El Angélico, compuesto en alabanza de Santo Tomás por el dominico Fr. Adriano de Alecio; El Santuario de Nuestra Señora de Copacavana, del maestro Fr. Fernando de Valverde, agustino, a quien acredita de elegante prosista su Vida de Jesu Christo; ya de índole encomiástica y descriptiva, como el Poema heroyco hispano latino, panegírico de la fundación y grandezas de la muy Noble y Leal ciudad de Lima, del jesuíta Rodrigo de Valdés, el cual tiene la gracia de poderse leer a un tiempo en latín y en castellano, lo cual quiere decir que no está escrito en ninguno de ambos idiomas, sino en una jerigonza bárbara. Si a esto se agrega alguna rarísima poesía lírica que se imprimió suelta, como la correcta y bien sentida elegía de un cierto Sanabria a la muerte de su hija, tendremos reunida casi toda la cosecha, ni muy abundante ni muy conocida. [1] Pero el libro que más fielmente indica el principio [p. 113] de la depravación del gusto, sin llegar todavía a los extremos de delirio que hallaremos en el siglo XVIII, es la Solemnidad Fúnebre y Exequias de Felipe IV.celebradas en 1666 por la Real Audiencia [p. 114] de Lima, en su Iglesia Metropolitana, e impresas el mismo año. Fué colector de este libro y autor de la relación de las honras don Diego de León Pinelo, no muy inferior a su hermano en dotes de erudición y varia literatura; pero en la relación misma abundan los rasgos de mal gusto, y son, por de contado, mucho mayores en las inscripciones y hieroglyphicos del túmulo, en el indigesto sermón del Dr. Juan Santoyo de Palma, digno de Fr. Gerundio de Campazas, y en las poesías latinas y castellanas con que se adornó el pórtico de la iglesia. Hay acrósticos y centones, dísticos retrógrados, emblemas, sonetos que son a un tiempo latinos y castellanos, laberintos cuyas letras se pueden leer de innumerables maneras, diciendo siempre lo mismo; en suma, todos los primores registrados en Caramuel y en Rengifo. La mayor parte de los poetas latinos (que no son los peores, sin duda porque la imitación directa y aun servil de buenos modelos los contiene) son anónimos: sólo constan los nombres de D. Juan Ramón, Tomás Santiago Concha y Pedro Santiago Concha: las restantes figuran como obras colectivas del colegio de San Pablo de la Compañía de Jesús, del colegio de San Ildefonso de la Orden de San Agustín, y de los estudiantes religiosos del convento grande de Predicadores. [p. 115] Los poetas castellanos son D. Luis de Figueroa Bustamante, el mismo D. Diego de León Pinelo, el Licdo. Pedro Espinosa de los Monteros, el presbítero D. Juan de Villegas, el mercenario Fr. Luis Galindo de San Ramón, D. Pedro de León Girón, don Jerónimo Vázquez de Herrera, corregidor del Cercado; el agustino Fr. José de la Cruz, el licenciado D. Francisco Cano Moral y Peralta, el bachiller Lucas de Tapia, el cura rector del puerto de Arica D. Bernardino de Cervantes y Lugo, D. Diego de Velasco, Bernardo Gutiérrez y Torices, el bachiller Baltasar de Cuéllar, el oficial real de la Caja de Lima D. Francisco Colmenares de Lara, el capitán Bartolomé de León Atienza, D. Francisco Reinoso, D. Antonio de Espinel, D. Juan de Buendía y Pastrana, colegial de San Martín; D. Juan de Urdaide, el maestro Evia, guayaquileño, a quien ya conocemos; José Antonio Dávila, don José de Castro Isagaga... Todos estos oscuros poetastros, que debían de ser por entonces lo más florido del Parnaso limeño, compiten entre sí en hinchazón y conceptismo; pero algunos, especialmente Dávila, Figueroa Bustamante y el P. Galindo, versifican con robustez y quizá fueran dignos de haber nacido en época menos infeliz. [1]

La prueba de que no faltaban estudios ni ingenio, sino acertada dirección en los unos y recta aplicación en el otro, nos la da el hecho de haber salido precisamente del Perú la mejor y más ingeniosa poética culterana, tan docta y tan aguda que, a no ser la causa pésima y detestable, pudiéramos decir de su defensor con palabras de Virgilio:

                                  Si Pergama dextra 
                Defendi possent: etiam hac defensa fuissent.

Me refiero al Apologético del limeño Dr. Juan de Espinosa Medrano: obrilla estampada en la capital del Perú en 1694, y uno de los frutos más sabrosos de la primitiva literatura criolla. [2] Lo que [p. 116] parecería increíble, si no supiéramos de sobra lo mucho que ciega a los hombres el espíritu de su tiempo, es que el Dr. Espinosa Medrano, que conocía tan bien la literatura clásica, que escribía por lo general con tanta claridad y llaneza y mostraba tan buen sentido en la crítica de las aberraciones en que incurrió Manuel de Faria y Sousa en su comentario a Camoens, gastase miserablemente tales dotes en componer unApologético del Polifemo y de las Soledades de Góngora.

Con mucho donaire y razón se burlaba el doctor limeño de las lucubraciones alegóricas en que tanto sudaba el comentador portugués para oscurecer el clarísimo texto de Los Lusiadas: «¿Quién le dixo a Manuel de Faria que los poetas habían de tener misterios? ¿O cuándo los halló en Camoens? Debe de querer que una Octava Rima tenga los sentidos de la Escritura, o que en la corteza de la letra esconda como cláusula canónica otros arcanos recónditos, sacramentos abstrusos, mysterios inephables.» Pero en vez de detenerse aquí, como la prudencia pedía, se arrojaba al extremo opuesto, y no menos temerario, de mirar en la poesía solamente el aspecto exterior y retórico, la pompa de palabras, el aliño de locución, entendiendo torpemente el concepto de la forma: «Alma poética pide Faria en Góngora... Si alma llamó las centellas del ardor intelectivo, mil almas tiene cada verso suyo, cada concepto mil vivezas.»

Mala defensa tenían los seiscientos y más ejemplos de hipérbaton latinizado que el comentador de Camoens había contado en Góngora; pero Espinosa Medrano, tomando la cuestión muy de raíz, emprendió probar que era atrevimiento insigne y muy digno de alabanza el enriquecer nuestra lengua con los despojos de su madre; no de otro modo que Horacio, curiosamente feliz,según [p. 117] la expresión de Petronio, remedió la pobreza de la suya con los tesoros del Ática. «Y amaneció entonces nuestra poesía, de tan divino taller, grande, sublime, alta, teórica, majestuosa y bellísima, digna de mayores ornatos, de pompas mayores... y quedaron comunes los arreos, indiferentes las galas. Adornáronla entonces con decencia los áureos collares que antes la abrumaban con melindre.» Y si no acertó Juan de Mena en la misma empresa, fué por haberla intentado en un siglo en que estaba la poesía castellana «desceñida, inculta, rústica y humilde, y era risa quererla cargar de los arreos de la latina... Cadenas de oro que sirvieron de adorno a robusta matrona, colgárselas a musa pueril, más es prenderla que ataviarla». Buscaba Espinosa en la literatura romana del Imperio los precedentes de la altisonancia y pompa del estilo gongórico, y reconoció, antes que otro alguno, el parentesco estrecho de sangre y temperamento poético entre los cordobeses del primer siglo y el cordobés de ahora: «Aquel hablar brioso, galante, sonoro y arrogante es quitárselo al ingenio español, quitarle el ingenio y la naturaleza. Luego que las Musas latinas conocieron a los españoles, se dexaron la femenina delicadeza de los italianos, y se pasaron a remedar la braveza hispana... Y esto no es tan nuevo que no haga cerca de diez y siete siglos que los españoles hablan como españoles... Y es muy del genio español nadar sobre las ondas de la poesía latina con la superioridad del óleo sobre las aguas.»

He dicho en otra parte, y no me arrepiento de ello, que el Apologético de Espinosa es una perla caída en el muladar de la poética culterana. ¿Y quién era este ingenioso, aunque extraviado preceptista? Conocíasele en su tiempo por el vulgar apodo de El Lunarejo, a causa de tener, no uno, sino varios lunares en el rostro. [1] En el colegio de San Antonio del Cuzco cursó todas las artes y ciencias que allí se enseñaban, «desde la ínfima de Gramática [p. 118] hasta la soberana de Theología». A los doce años tañía con habilidad y despejo diversos instrumentos musicales; a los catorce componía autos y comedias, de las cuales sólo ha quedado un título: El robo de Proserpina. A los diez y seis desempeñaba una cátedra de Artes, y en la enseñanza pasó toda su vida, sin que fuesen obstáculo las dignidades eclesiásticas que obtuvo de magistral, tesorero, chantre, y, finalmente, arcediano de la catedral del Cuzco. Andan impresos sermones suyos y otros opúsculos teológicos, en que campean su mucha doctrina y depravado gusto. Parece que escribió también un curso de Philosophia Thomistica. Sus contemporáneos le veneraron como un oráculo; en vida suya se escribió un libro entero de panegíricos a su nombre con el título, que entonces no parecía irónico, de Gloria enigmática del doctor Juan de Espinosa Medrano. En suma; este sabio y piadoso cuzqueño fué, por decirlo así, como el ensayo o primera prueba del famoso Peralta Barnuevo, con quien pronto vamos a hacer conocimiento. [1]

Un solo poeta peruano de fines del siglo XVII logró, merced a lo humilde de su condición y al género en que principalmente hubo de ejercitar su travieso ingenio, librarse de la plaga del gongorismo, pero no del conceptismo, o más bien del equivoquismo rastrero y de la afición a retruécanos y juegos de palabras. Llamóse este festivo coplero D. Juan del Valle y Caviedes, por apodo El poeta de la Ribera. Sobre él dejamos la palabra a su casi descubridor y ferviente panegirista el Sr. Palma, que en 1873 dió a la estampa la colección de los versos de Caviedes, picantes como guindillas. [2]

[p. 119] «En 1859 tuvimos la fortuna de que viniera a nuestro poder un manuscrito de enredada y antigua escritura. Era una copia hecha en 1693 de los versos que, bajo el mordedor título de Diente [p. 120] del Parnaso, escribió por los años de 1683 a 1691, un limeño nombrado D. Juan del Valle y Caviedes.

Caviedes fué hijo de un acaudalado comerciante español, y hasta la edad de veinte años lo mantuvo el padre a su lado, empleándolo [p. 121] en ocupaciones mercantiles. A esa edad enviólo a España; pero a los tres años de residencia en la metrópoli regresó el joven a Lima, obligado por el fallecimiento del autor de sus días.

A los veinticuatro años se encontró Caviedes poseedor de modesta fortuna, y echóse a triunfar y darse vida de calavera, con gran detrimento de la herencia y no poco de la salud. Hasta entonces no se le había ocurrido nunca escribir versos; y fué en 1681 cuando vino a darse cuenta de que en su cerebro ardía el fuego de la inspiración.

Convaleciente de una grave enfermedad, fruto de sus excesos, resolvió reformar su conducta. Casóse, y con los restos de su fortuna puso, en una de las covachuelas o tenduchos vecinos al palacio de los Virreyes, lo que en esos tiempos se llamaba un[p. 122] cajón de ribera, especie de arca de Noé, donde se vendían al menudeo mil baratijas.

Pocos años después quedó viudo; y el poeta de la ribera (apodo con que era generalmente conocido), por consolar su pena, se dió al abuso de las bebidas alcohólicas, que remataron con él en 1692, antes de cumplir los cuarenta años, como él mismo lo presentía en uno de sus más galanos romances.

Por entonces era costosísima la impresión de un libro, y los versos de Caviedes volaban manuscritos de mano en mano, dando justa reputación al poeta. Después de su muerte fueron infinitas las copias que se sacaron de los dos libros que escribió, titulados Diente del Parnaso y Poesías Varias. En Lima, además del manuscrito que poseíamos, y que nos fué sustraído con otros papeles curiosos, hemos visto en bibliotecas particulares tres copias de estas obras, y en Valparaíso, en 1862, tuvimos ocasión de examinar otra en la colección de manuscritos americanos que posee el bibliófilo D. Gregorio Beeche.

Caviedes ha sido un poeta bien desgraciado. Muchas veces hemos encontrado versos suyos en periódicos del Perú y del extranjero, anónimos o suscritos por algún pelafustán. En vida fué Caviedes víctima de los médicos empíricos, y en muerte vino a serlo de la piratería literaria. Coleccionar hoy sus obras es practicar un acto de honrada reivindicación...

El bibliotecario de Lima D. Manuel de Odriozola, que tan útilmente sirve a la historia y a la literatura patrias dando a la estampa documentos poco o nada conocidos, es poseedor de una copia de los versos de Caviedes hecha en 1694...

Caviedes no se contaminó con las extravagancias y el mal gusto de su época, en que no hubo alumno de Apolo que no pagase tributo al gongorismo. En la regocijada musa de nuestro compatriota no hay ese alambicamiento culterano, esa manía de lucir erudición indigesta, que afea tanto las producciones de los mejores ingenios del siglo XVIII. A Caviedes lo salvarán de hundirse en el osario de las vulgaridades la sencillez y naturalidad de sus versos y la ninguna pretensión de sentar plaza de sabio. Décimas y romances tiene Caviedes tan frescos, tan castizos, que parecen escritos en nuestros días... En el género festivo y epigramático no ha producido hasta hoy la América española un poeta que [p. 123] aventaje a Caviedes. Tal es nuestra conciencia literaria. Las galanas espinelas a un médico corcovado, a quien llama más doblado que capa de pobre cuando nueva, y

       Más torcido que una ley 
       Cuando no quieren que sirva;

el sabroso coloquio entre la Muerte y un doctor moribundo; el repiqueteado romance a la bella Anarda, [1] y otras muchas de sus composiciones, no serían desdeñadas por el inmortal vate de la sátira contra el matrimonio.»

Reconoce Palma que los romances de Caviedes están afeados por gran número de expresiones groseras y malsonantes y de imágenes feas y nauseabundas; consecuencia, en parte, de los temas que, con predilección monótona, cultivó el poeta, acérrimo fustigador de la pedantería de los medicastros que infestaban la colonia, a quienes llamaba tumba con golilla y veneno con guantes. [2] Pero con todos sus defectos de pulcritud y de gusto, con [p. 124] todos sus resabios de poeta callejero y desmandado, Caviedes no debe ser confundido entre la turbamulta de imitadores de Quevedo que pululaban en España y sus colonias a fines del siglo XVII [p. 125] y principios del XVIII, y si es hipérbole notoria compararle con su modelo, de quien no tiene ni la penetrante intención, ni la intensa y amarga ironía, ni la varia y copiosa doctrina, ni la vasta concepción cómico-fantástica del mundo, ni el raudal inagotable de lengua, ni las portentosas invenciones de estilo, todavía se le debe un puesto honroso entre los poetas picarescos y provocantes a risa, en el coro de Camargo y Zárate, Fr. Damián Cornejo, Polo de Medina y Jacinto Alonso de Maluenda. El Duende del Parnaso, [p. 126] no es indigno de figurar en el mismo estante que El Buen Humor de las Musas, El Tropezón de la risa , y La Cozquilla del gusto.

Lazo entre la literatura peruana del siglo XVII y la del XVIII fué la tertulia o academia que en su palacio reunía por los años de 1709 y 1710 el Virrey Marqués de Castell-dos-Rius (D. Manuel Oms de Santa Pau de Sentmanat y Lanuza), antiguo embajador en París y en Lisboa, y aunque catalán, ardiente partidario de la causa de Felipe V. Consérvanse las actas de estas reuniones literarias en un códice titulado Flor de Academias, que poseyó don Pascual de Gayangos, [1] y del cual nos ha dado peregrinas noticias el diligentísimo historiador de nuestra poesía del siglo XVIII don Leopoldo Augusto de Cueto, Marqués de Valmar. Los principales ingenios que concurrían a leer versos en esta academia eran: el presbítero D. Miguel Sáenz Cascante, el Padre maestro Fr. Agustín Sanz, Vicario de los Mínimos, calificador del Santo Oficio, confesor y consultor del Virrey; el Marqués de Brenes (don Juan Eustaquio Vicentelo y Toledo), que había sido gobernador y capitán general de Tierra Firme; el Alguacil mayor de la Real Audiencia de Lima, D. Pedro José Bermúdez de la Torre; el Secretario del Virrey, D. Juan Manuel de Rojas y Solórzano, caballero de Santiago; el celebérrimo Dr. Peralta Barnuevo, catedrático de prima de Matemáticas en la Universidad, cosmógrafo [p. 127] e ingeniero mayor de los reinos del Perú; el festivo entremesista, don Jerónimo de Monforte; el Marqués del Villar del Tajo, general de la mar del Sur; el Conde de la Granja, D. Luis Antonio Oviedo y Herrera, gobernador de la provincia del Potosí.

«El mal gusto de la época (dice el Sr. Cueto) rebosa en esta abundante colección de versos artificiales y conceptuosos... Pero acaso por el aislamiento en que vivían los poetas en aquellas apartadas regiones, el cultismo ni subió allí a las nebulosas alturas de los Góngoras, ni descendió a la ruin y repugnante esfera de los Montoros. Los asuntos académicos son unas veces nobles y naturales, como, por ejemplo, a la victoria alcanzada por Felipe V en la batalla de Luzzara; otras, las más, son de aquellos que ponen en prensa el ingenio y provocan los juegos de metro y de palabra, los retruécanos y los conceptos. Ya expresan el rendimiento de amor a una dama, en redondillas, con la obligación de acabar cada una de ellas con un título de comedia; ya discurren sobre lo que bordaba Penélope en su famosa tela, o sobre cuál es defecto más tolerable en la mujer propia, la necedad o la fealdad; ya pintan a una dama en un romance con la precisión de haber de constar cada copla de un título de comedia, de otro de un libro, del nombre de una calle de Madrid o Lima y de un refrán; ya, en fin, escriben romances que son al mismo tiempo latinos y españoles. En medio de estas y otras extravagancias semejantes, asoma a menudo la fantasía viva y fecunda de aquellos ingenios extraviados. El Virrey tenía en su palacio un salón dispuesto para representaciones dramáticas. En algunas ocasiones se improvisaban comedias. Las reuniones empezaban con música, y el magnate mismo no se desdeñaba de tocar la guitarra delante de aquellos poetas, amigos suyos predilectos, que si bien libres, traviesos y conceptuosos, no son en sus versos ni licenciosos ni chocarreros.» [1]

A esta pintura, trazada de mano maestra, conviene añadir algunos rasgos individuales de los principales poetas. El Marqués de Castell-dos-Rius, traductor de los himnos del Angélico Doctor Santo Tomás, dió culto no sólo a las musas líricas, sino a las dramáticas [p. 128] y además de varias loas insertas en el códice, sábese que compuso e hizo representar en su teatro privado una tragedia, o más bien ópera, El Perseo, de la cual dice Peralta Barnuevo, en una de las notas de su poema Lima Fundada, que «tenía armoniosa música, preciosos trajes y hermosas decoraciones, y que en ella mostró el Virrey, no sólo la elegancia de su genio poético, sino la grandeza de su ánimo y el celo de su amor».

«Tenía el Marqués perverso gusto poético (advierte el Sr. Cueto). Él es quien ponía a los asuntos académicos, en sus tertulias literarias, tantas pueriles dificultades métricas, indignas de la verdadera poesía; y se trasluce en la Noticia proemial de la Flor de Academias que el culto y elegante Virrey blasonaba de que en la suya «se habían hecho usuales los primores más difíciles» y «que continuamente se componían allí poesías, ya retrógradas, ya con ecos, paranomasias y otras delicadas armonías y artificiosas elegancias.» [1]

Don Jerónimo de Monforte y Vera, poeta aragonés, se distinguía [p. 129] especialmente en la improvisación burlesca, y hay en el códice Flor de Academias muchas muestras de su jovial ingenio. En el prólogo se dice, hablando de él: «muy favorecido de las musas [p. 130] festivas, que le han inspirado las agradables poesías con que se han visto acreditados sus desvelos en los más plausibles teatros de Europa y en los más célebres Liceos de la América.» Residió [p. 131] muchos años en Lima. Con el título de El amor duende, escribió un sainete que fué representado en el Callao, en 1725, por la familia del Virrey Marqués de Castel-Fuerte, para celebrar la proclamación [p. 132] del rey Luis I. En la Fama póstuma, de Sor Juana Inés de la Cruz (1700), hay una elegía de Monforte, y son casi los únicos versos serios suyos que conocemos.

El Conde de la Granja, D. Luis Antonio de Oviedo y Herrera, fué natural de Madrid, y Álvarez Baena le incluye entre sus hijos ilustres; pero por afecto y larga residencia pertenece al Perú, donde se avecindó definitivamente después de haber sido gobernador de la provincia de Potosí. Nos quedan, como principales muestras de su numen, el Poema sacro de la Passión de N. S. Jesucristo, que es un larguísimo romance, quizá el más largo que existe en castellano, a excepción de la Vida de la Virgen,de D. Antonio de Mendoza; y otro poema, mucho más conocido y celebrado, en octavas reales, que tiene por asunto la Vida de Santa Rosa de Lima, patrona [p. 133] del Perú. [1] En calidad de tal poema, sin ser una maravilla, no es de las peores y más monstruosas obras de su género y de su tiempo, y sería grave ofensa compararle con la Hernandía, con La elocuencia del silencio y aun con Lima Fundada. El Conde de la Granja tiene más fantasía y versifica mejor que Peralta Barnuevo: la parte descriptiva es amena y se lee con gusto. Pero su mérito literario, al fin mediocre, no salvaría el libro del olvido, si no fuesen de gran curiosidad sus noticias, no sólo porque se refiere a la vida de la Santa más popular del mundo americano, [p. 134] sino por lo mucho que incluye de topografía e historia general del Perú. En este sentido tiene un valor local inapreciable. La descripción que en el primer canto se hace de las fábricas de la ciudad de Lima y fertilidad de sus valles; la valiente pintura de una erupción del Pichincha en el canto sexto; [1] el relato de las expediciones piráticas de los corsarios ingleses y holandeses, el Draque, los dos Aquines y Espilberghen; el catálogo rimado de los principales apellidos de la colonia, y otras muchas curiosidades que el libro contiene, le hacen digno de ser registrado por todo americanista; y hasta el mero aficionado a la poesía le hojea sin fastidio recreado por la viva imaginación del autor, que le inspira máquinas e invenciones de carácter bastante original y romántico, como la historia del mágico Bilcadma y del inca Yupangui, encadenado por fatídico decreto a un risco de los Andes.

Inferior al Conde de la Granja como poeta, pero muy superior a todos los peruanos y a la mayor parte de los españoles de su tiempo por las muestras de su saber enciclopédico y el número y variedad de sus escritos, se nos presenta el famoso polígrafo don Pedro de Peralta Barnuevo, monstruo de erudición, de quien sus contemporáneos escribieron las cosas más extraordinarias. Valga por muchos el testimonio del P. Feijóo en su discurso sobre Españoles americanos (tomo IV, discurso 6.º del Teatro crítico): «En Lima reside D. Pedro de Peralta y Barnuevo, catedrático de prima de Matemáticas, ingeniero y cosmógrafo mayor de aquel reino: sujeto de quien no se puede hablar sin admiración, pues que apenas (ni aun apenas) se hallará en toda Europa hombre alguno de superiores talentos y erudición. Sabe con perfección ocho lenguas, y en todas ocho versifica con notable elegancia. Tengo un librito que poco ha compuso, describiendo las honras [p. 135] del señor Duque de Parma, que se hicieron en Lima. Está bellamente escrito, y hay en él varios versos suyos harto buenos, en latín, italiano y español. [1] Es profundo matemático, en cuya facultad o facultades logra altos créditos entre los eruditos de otras naciones, pues ha merecido que la Academia Real de las Ciencias de París estampase en su historia algunas observaciones de eclipses, que ha remitido. Es historiador consumado, tanto en lo antiguo como en lo moderno, de modo que sin recurrir a más libros de los que tiene impresos en la bibliotheca de su memoria, satisface prontamente a cuantas preguntas se le hacen en materia de historia; sabe con perfección (aquella de que el presente estado de estas Facultades es capaz) la Filosofía, la Química, la Botánica, la Anatomía y la Medicina. Tiene hoy (es decir, en 1730 en que Feijóo escribía esto) sesenta y ocho años o algo más. En esta edad ejerce con sumo acierto, no sólo los empleos que hemos dicho arriba, más también el de contador de Cuentas y particiones de la Real Audiencia y demás tribunales de la ciudad, a que añade la presidencia de una Acedemia de Matemáticas y Elocuencia que formó a sus expensas. Una erudición tan vasta es acompañada de una crítica exquisita, de un juicio exactísimo, de una agilidad y claridad en concebir y explicarse admirables. Todo este cúmulo de dotes excelentes resplandecen y tienen perfecto uso en la edad casi septuagenaria de este esclarecido criollo.»

¿Qué es lo que la posteridad ha dejado en pie de la fama cuasi mitológica de Peralta Barnuevo, atestiguada por hombre de tan independiente y severo juicio como el P. Feijóo, tan mal avenido con los errores de la opinión vulgar? Cuesta trabajo decirlo: poco más que un nombre que no despierta ya eco ninguno de gloria literaria. Sus obras no se leen ni en América ni en España, y como muchas son raras, y no creo que ninguna biblioteca las posea todas ni nadie las haya visto juntas, es posible que en algunas de ellas, [p. 136] especialmente en las de índole científica, que han sido hasta ahora las menos estudiadas, [1] se contenga algo muy importante y que deje bien parado el entusiasmo del P. Feijóo.  Desgraciadamente, como historiador y como poeta, sus obras son bastante conocidas para que pueda ser juzgado sin remisión. Su erudición era estupenda sin duda, pero indigesta y de mal gusto: su criterio histórico de los más inciertos y extravagantes: su estilo en prosa y en verso enfático, retorcido y con todos los vicios de la decadencia literaria, que después del advenimiento de Luzán y de Feijóo no eran ya tolerables, ni aun en una remota colonia, de parte de un hombre que estaba en correspondencia con las principales Academias de Europa. Sus obras, entre grandes y pequeñas, suman el número de 48, y él o sus panegiristas tuvieron la extravagante idea de ponerlas por el orden de las letras de su nombre [p. 137] y apellidos, de modo que reuniendo las primeras letras de cada título lee uno de corrido: El doctor Don Pedro de Peralta Barnuevo Rocha y Benavides. Hay entre ellas Observaciones astronómicas, Regulación del tiempo en treinta y cinco efemérides, Observaciones náuticas, un Sistema astrológico demostrativo, una Aritmética especulativa, un plan de fortificaciones para Buenos Aires y otro para Lima, hasta convertirla en inexpugnable; y otros tratados de Matemáticas, Ingeniería y Arte Militar; uno de Metalurgia, Nuevo beneficio de metales; otroDel origen de los monstruos; varios informes jurídicos, un Arte de ortografía, numerosas oraciones universitarias que pronunció siendo Rector, una notabilísima Relación del gobierno del virrey marqués de Castel-Fuerte; y, finalmente (y citaremos casi íntegra la fastidiosa portada, porque da cabal razón del contenido), la Historia de España vindicada, en que se hace su más exacta descripción, la de sus excelencias y antiguas riquezas: se prueba su población, lengua y reyes verdaderos primitivos, su conquista y gobierno por los carthagineses y romanos: se describe la verdadera Cantabria: se fijan las más ciertas épocas o raíces del Nacimiento y Muerte de Nuestro Salvador: se defiende irrefragablemente la venida del Apóstol Santiago, la aparición de Nuestra Señora al Santo en el Pilar de Zaragoza, y las translaciones de su sagrado cuerpo: se vindica su historia primitiva eclesiástica, la de San Saturnino, San Fermín, Osio y otros sucessos: se refieren las persecuciones, los mártyres y demás santos, los Concilios y Progressos de su Religión hasta el siglo sexto: la historia de los emperadores y de los grandes varones: el origen e imperio de los Godos (Lima 1730). [1] Libro es éste de más aparato que substancia, y del cual puede prescindir sin gran pérdida el estudioso investigador de las cosas de la España Antigua, pues si bien es cierto que Peralta aplica y maneja con desembarazo los textos clásicos, y acierta en algunas cuestiones geográficas, como la del sitio de Cantabria, y combate con vigor los falsos cronicones, también lo [p. 138] es que en muchas otras cosas se muestra crédulo en demasía, acepta como hechos reales los mitos de Gerión, Hesperis, Gargoris y Abidis, y los viajes de Baco acompañado de Pan, suteniente general. Y por de contado pasa dócilmente por todas las tradiciones de nuestra primitiva historia eclesiástica, a las cuales ya Ferraras y otros habían puesto tantos reparos. De aquí el olvido en que cayó muy pronto el libro, y lo poco que se le cita y consulta. En vísperas de la España Sagrada, era ya un producto anacrónico.

La obra poética más considerable de Peralta Barnuevo, y la única que todavía tiene algún lector, no a título de poema, sino de libro de historia americana, es Lima Fundada o Conquista del Perú: Poema heroico en que se decanta toda la historia del descubrimiento y sujeción de sus provincias por D. Francisco Pizarro, y se contiene la serie de los Reyes, la historia de los Virreyes y Arzobispos que ha tenido, y la memoria de los Santos y Varones ilustres que la Ciudad y Reyno han producido. [1]Y, hablando con entera propiedad, no puede decirse que se lea el poema, que es una mezcla extraña de gongorismo y de prosaísmo, reuniendo en sí las dos contrarias aberraciones del siglo XVII y del XVIII, para que ningún rasgo de mal gusto le falte. Lo que se lee son las copiosas notas históricas y genealógicas que recargan las márgenes. [2]

Fué también Peralta Barnuevo poeta dramático, y bastante más feliz que en lo épico. Tenemos a la vista un códice de sus [p. 139] obras teatrales, que perteneció a la rica colección de nuestro difunto amigo D. José Sancho Rayón. En esta limpia y esmerada copia, que en el tejuelo se rotula Comedias del Fénix Americano, son tres las piezas incluidas: Triunfos de amor y poder, comedia mitológica, cuyo asunto son las transformaciones de la ninfa Io y de Argos el vigilante, entremezcladas con los amores de Hipomenes y Atalanta; Afectos vencen finezas, comedia calderoniana por el gusto de la de Afectos de odio y amor,o la de Duelos de amor y lealtad; Rodoguna, que es la tragedia de Corneille acomodada a las condiciones del teatro español con bastante destreza, harto mayor que la que mostró Cañizares en su imitación de la Ifigenia de Racine. Cada una de estas piezas lleva su loa, constando en la primera de ellas que la comedia Triunfos de amor y poder fué representada por orden del Excmo. Sr. D. Diego Ladrón de Guevara, obispo de Quito y virrey del Perú, en celebración de la victoria obtenido por las armas de Felipe V en los campos de Villaviciosa el año 1710, y que Afectos vencen finezas sirvió para festejar los años de otro Virrey, el Arzobispo de la Plata D. Diego Morcillo Rubio de Auñón. Completan el ramillete dos fines de fiesta y un entremés, con imitaciones visibles de Molière en La Medecin malgré lui y en Les Femmes Savantes. [1] Este tomo debía publicarse íntegro, no sólo porque los versos cómicos y trágicos de Peralta Barnuevo valen harto más que sus octavas épicas, sino por ser sus obras de las más antiguas que en nuestro teatro encabezaron la imitación del teatro francés; y la Rodoguna probablemente anterior al Cinna del Marqués de San Juan, que se imprimió en 1713, y que de seguro no fué destinada a las tablas, al paso que de laRodoguna sabemos que se representó en Lima, y tenía todas las condiciones necesarias para la escena.

La celebridad literaria de Peralta Barnuevo, el cargo que varias veces tuvo de Rector de la Universidad de San Marcos y su propia afición a todo lo aparatoso y rimbombante, le convirtieron en obligado cronista de todos los festejos y fúnebres solemnidades de su tiempo, y proveedor incansable y polígloto [p. 140] de versos e inscripciones para ellos. En este lamentable género de literatura compiló sucesivamente los raros libros que llevan por títulos: Lima triunfante; Glorias de la América, juegos pythios y júbilos de la Minerva peruana, en la entrada solemne del Marqués de Castell-dos-Rius (1708); el Panegírico y poesías con que se celebró la fausta feliz acción del recibimiento en las Escuelas del Virrey Príncipe de Santo Buono (1717); El Templo de la Fama vindicado, y unas estancias panegíricas en italiano al Cardenal Alberoni (1720); los Júbilos de Lima y fiestas reales en los casamientos del Príncipe D. Luis (después Luis I) y de la Princesa de Orleans (1723); la Fúnebre pompa en las exequias del Duque de Parma (1728); El Cielo en el Parnaso, certamen poético con que la Universidad de Lima festejó al Virrey Marqués de Villagarcía en 1736; La Galería de la Omnipotencia, con motivo de la canonización de Santo Toribio Alfonso de Mogrobejo; laRelación de la Sacra festiva pompa en acción de gracias por la exaltación a la cardenalicia dignidad de D. Gaspar de Molina(1739); el Parabién panegírico al nuevo Arzobispo de Lima D. José Antonio Gutiérrez de Ceballos, y seguramente otras de que no tenemos noticia.

Era el poeta laureado de los Virreyes, y no se daba punto de reposo para hilvanar versos de circunstancias, no sólo en castellano, sino en latín, en italiano y en francés: su vena adulatoria y estrafalaria llegó a un extremo casi de demencia cuando compuso el elogio del Virrey Armendáriz, Marqués de Castel-Fuerte, sin emplear en todo su discurso más letra vocal que la A. ¡Lástima de estudios tan torpemente malogrados! [1]

El ejemplo de Paralta Barnuevo, doblemente deplorable por los sólidos méritos de su varia doctrina, contagió a todos los poetas de certamen, que en número prodigioso hucieron rechinar las prensas de Lima con sus abortos durante todo el siglo XVIII. No hubo suceso próspero o infeliz que no se solemnizase con ridículos versos. La colección de estas antologías es manjar regalado para los bibliófilos; y el breve catálogo que de algunas de ellas [p. 141] presentamos en nota bastará a indicar, por la sola extravagancia de los títulos, lo depravado y absurdo de su contenido. Figuran en estos centones bastantes poetisas: D.ª Violante de Cisneros, monja definidora en el monasterio de la Concepción; D.ª María Manuela Carrillo de Andrade y Sotomayor, llamada en su tiempo la Límana Musa; Sor Rosa Corvalán; D.ª Rosalía de Astudillo y Herrera; D.ª Josefa Bravo de Lagunas, abadesa de Santa Clara, autora de un soneto a la muerte de la reina Bárbara, del cual son estos tercetos:


           Descansa en paz, pues tu virtud me avisa 
       La corona mejor que te declara 
       El que allá en las estrellas te eterniza; 
           Que a mí para seguirte me prepara 
       El religioso saco en su ceniza 
       Del fin postrero la verdad más clara.

Pero es maravilla encontrar en medio de tal fárrago alguna cosa racional: hay octavas en que todas las palabras empiezan con la letra C:

       ¡Cielos! Cómo canciones cantaremos 
       Con corazones casi consumidos...

versos en metáfora de música y en metáfora de imprenta; y se hace, sobre todo, grande ostentación de metrificar en diversidad de lenguas: en la Parentación solemne de la reina María Amalia de Sajonia (1761), se emplean, no sólo el latín, italiano y francés, sino el inglés, el alemán, el húngaro, el portugués, el catalán, el vascuence, el quichua y el dialecto de los indios de Moxos. Muchas cosas se enseñaban en la Universidad de San Marcos y en los colegios de la Compañía de Jesús; lo único que no se enseñaba era el buen gusto. [1] Estas coronas poéticas son, por decirlo así, [p. 142] las prostreras heces del culteranismo, que en las colonias mantuvo su dominación medio siglo rnás que en la península.

Fué de los últimos y más disparatados poetas de ocasión un [p. 143] mozo andaluz, de bastante chispa, pero todavía de mayor notoriedad por sus travesuras y pícara vida, que al fin dieron con él en el asilo de los Padres Betlemitas, maltrecho de cuerpo y agriado [p. 144] de voluntad. Llamábase el tal D. Esteban de Terralla y Landa: había sido coplero áulico del Virrey D. Teodoro de la Croix, y le llamaban el poeta de las adivinanzas, por ser grande improvisador de acertijos para damas y galanes en las tertulias. Como obligado cantor de todo festejo o duelo público, dió a la estampa sucesivamente el Lamento métrico general, llanto funesto y gemido triste por el nunca bien sentido doloroso ocaso de nuestro augusto monarca [p. 145] D. Carlos III (1789) (centón de sandeces y bufonadas tales, que, atendida la índole picaresca y maleante del poeta, quizá deban estimarse como pura y neta parodia de las relaciones de fiestas, al modo que antes lo había hecho el P. Isla en su Día grande de Navarra), la Alegría Universal, Lima Festiva y encomio poético al recibimiento del virrey Gil de Lemus (1790), El Sol en el Mediodía: año feliz y júbilo particular con que la nación Índica... solemnizó la exaltación al trono de Carlos IV (1790), poema descriptivo en endecasílabos pareados, con una introducción y once cantos, amén de muchas poesías líricas y cuatro loas,todo, al parecer, parto de su numen irrestañable. Pero ni este diluvio de versos de circunstancias, ni las poesías y artículos de costumbres, algunos bastantes chistosos, como la Semana del currutaco de Lima , que hacía insertar en el Diario Erudito, le dieron la notoriedad que el famoso libelo Lima por dentro y fuera, que por los años de 1792 escribió con el seudónimo de SimónAyanque . [1] Es [p. 146] una sátira contra la sociedad limeña en diez y siete romances de lo más pedestre, chabacano y grosero que puede leerse, llenos de alusiones sucias y nauseabundas, e inspirados, sin duda, por móviles de venganza, ruines y rastreros, como si el autor hubiese querido desquitarse en este solo libro del incienso que tan fastidiosamente había quemado en los tres anteriores.

El Cabildo o Ayuntamiento de Lima se ofendió gravemente de este librejo, y hasta intentó recogerle y proceder judicialmente contra su autor; pero como siempre la murmuración aplace a la mísera condición humana, los mismos peruanos contribuyeron a la divulgación del pasquín que con tan feos colores los presentaba; y a despecho de lc baladí de su ejecución literaria, Lima por dentro y fuera fué reimpreso varias veces en Cádiz, Madrid, México y Lima, y todavía en 1854 se hizo una edición de lujo en París con graciosas ilustraciones de un dibujante limeño, muy superiores al texto. En cuanto a éste, hay que atenerse al parecer de D. Felipe Pardo: [1] «Terralla no era escritor, ni satírico, ni poeta, sino un salvaje que se puso a decir en mal castellano y en renglones desiguales cuanta torpeza le vino a las mientes.» Quizá los únicos versos suyos dignos de recordarse son algunos del romance en que hizo su testamento satírico.

Como si no bastase la epidemia de los certámenes, exequias y fiestas reales para dar libre curso al furor métrico de los innumerables poetastros que infestaban en el siglo XVIII las orillas del [p. 147] Rimac, empezaron a escribirse en verso hasta los carteles de toros, y lo que es más, tuvo su Homero la estúpida lidia de gallos en el general D. Ignacio de Escandón, que en 1762 celebró en un romance, con el estrafalario rótulo de Época Galicana egira Gali-lea, la apertura de la primera casa pública destinada a aquella bárbara diversión en la capital del Perú. [1]

Pero aunque las manifestaciones escritas de la poesía fuesen en general tan infelices por el círculo estrecho y trivial en que se malograba su cultivo, no dejaba Lima de ser la tierra fecunda en buenos ingenios que celebra elegantemente el P. Vanière en el libro VI de su Praedium Rusticum:


       Fertilibus gens divas agris aurique metallo, 
       Ditior ingeniis hominum...

Y cuando alguno de sus hijos, saliendo de la monotonía de la vida criolla, daba muestras de sí en las cortes de Europa, solía llevarse detrás de sí la admiración y los plácemes de los doctos, porque, como ya he dicho y conviene no olvidar, lo que faltaba en México y en Lima a mediados del siglo XVIII no era caudal de ciencia, sino crítica y gusto. [2] Tal se mostró en París aquel estudioso y polígloto [p. 148] joven D. José Pardo de Figueroa, sobrino del Marqués de Castel-Fuerte, de quien dice el mismo P. Vanière que se hacía entender sin intérprete en todas las lenguas de Europa, y en ninguna ciudad podía considerársele como peregrino:


       ... si cuncti recte discantur ab uno; 
       Linguarum morumque sciens interprete nullo, 
        [p. 149] Europæ varias gentes qui nuper obibat, 
       Hospes ubique novus, nulla peregrinus in urbe.

Así también se hizo famoso en España y en Francia, no menos por sus talentos que por sus desgracias, D. Pablo de Olavide, en quien, por decirlo así, se encarnó el espíritu innovador en tiempo de Carlos III. Sus obras son inseparables de su vida, y por eso conviene indicar algo acerca de los sucesos capitales de su azarosa existencia. [1]

Olavide, nacido en Lima en 1725, discípulo aventajado de la Universidad de San Marcos, donde recibió el grado de doctor en Cánones a los diez y siete años de edad, opositor a cátedras, oidor de aquella Real Audiencia y auditor general de Guerra del virreinato del Perú, hubiera envejecido tranquilamente en su carrera de hombre de toga, si de repente no viniera a sacarle de la oscuridad el horrible terremoto de 1746. Cuando se trató de reparar los efectos de aquel desastre, mostró serenidad, aplomo y desinterés, y por su mano pasaron los caudales de los mayores negociantes de la plaza, dejándole con mucha reputación de íntegro. Pero no faltó quien murmurase de él, sobre todo, por haber aplicado a la construcción de un nuevo teatro el fondo remanente después de aquella calamidad. Se le mandó venir a Madrid a rendir cuentas. Propicia se le mostró la fortuna en España. Gallardo de aspecto, cortés, elegante y atildado en sus modales, ligero y brillante en su conversación, cayó en gracia a una viuda riquísima, heredera de dos capitalistas, y logró fácilmente su mano. Desde entonces la casa de Olavide, en Leganés y en Madrid, fué una especie de salón, de los primeros que se conocieron en España. Olavide, agradable, insinuante, culto a la francesa, con aficiones filosóficas y artísticas, que alimentaba en sus frecuentes viajes a París, ostentoso y espléndido, corresponsal de los enciclopedistas y gran lector de sus libros, comenzó a hacer ruidoso alarde de sus tendencias [p. 150]innovadoras, que frisaban con la impiedad declarada. El Conde de Aranda se entusiasmó con él y le protegió mucho, haciéndole síndico personero de la villa de Madrid y director del Hospicio de San Fernando. Los ratos de ocio los dedicaba a las bellas letras: puso en su casa un teatro de aficionados, como era moda en Francia, y como le tenía el mismo Voltaire en Ferney, y para él tradujo algunas tragedias y comedias francesas. Moratín [1] le atribuye sólo la Zelmira (traducción de Du Belloy), laHipermenestra (de Lamierre) y El desertor francés (de Sedaine); pero don Antonio Alcalá Galiano [2] añade a ellas una que corrió anónima de la Zaida («Zayre») de Voltaire, tan ajustada al original, que de ella se valió como texto D. Vicente García de la Huerta para su famosa Jaira, convirtiendo los desmayados y rastreros versos de Olavide en rotundo y bizarro romance endecasílabo. Realmente Olavide poco tenía de poeta, ni en lo profano, ni en lo sagrado, que después cultivó tanto: sus versos suelen ser mala prosa rimada, sin nervio ni calor ni viveza de fantasía. Aunque dotado de cualidades brillantes, era de instrucción flaca y superficial, y sin resistencia se dejó arrastrar por el torrente de la filosofía del siglo XVIII, no al modo cauteloso que Campomanes y otros graves varones, sino con todo el fogoso atropellamiento de los pocos años, [p. 151] de las vagas lecturas y de la imaginación americana. Olavide cautivó, arrebató, despertó admiración, simpatía y envidia, y acabó por dar tristísima y memorable caída.

Pero antes la protección de Aranda le ensalzó a la cumbre, en 1767 era ya Asistente de Sevilla e Intendente de los cuatro reinos de Andalucía. De aquel tiempo data su famoso plan de reforma de aquella Universidad, el más radicalmente revolucionario que se formulase por entonces, respirando todo él rabioso centralismo y odio encarnizado a las libertades universitarias, no menos que a los estudios de Teología y Filosofía, «cuestiones frívolas e inútiles, pues o son superiores al ingenio de los hombres, o incapaces de traer utilidad, aun cuando fuese posible demostrarlas...». Al lado de esto, el plan contenía muy sanas advertencias para la reforma de los estudios de Matemáticas y Física, de Lenguas e Historia, las cuales, puestas en práctica, fueron elevando aquella célebre escuela al grado de prosperidad que alcanzaba a fines del siglo XVIII. En todas las reformas de aquel reinado hay que distinguir la parte verdaderamente útil y positiva, de los muchos sueños y temeridades infecundas que se mezclaron con ella. [1]

Olavide era un iluso de filantropía, pero con cándida y buena fe, que a ratos le hace simpático. En Sevilla protegió a su modo las Letras y todavía más la Economía Política, y tuvo la gloria de alentar y guiar los primeros pasos de Jovellanos. De la tertulia de Olavide, y con ocasión de una disputa sobre las innovaciones dramáticas de la Chausée y Diderot, salió la comedia de El Delincuente honrado, tierna y bien escrita, aunque algo lánguida y declamatoria; como que su ilustre autor se propuso por principal fin en ella «inspirar aquel dulce horror con que responden las almas sensibles al que defiende los derechos de la humanidad». Rasgos tan candorosos como éste, y más cuando vienen de tan grande hombre como Jovellanos, no deben perderse ni olvidarse, porque pintan la época mejor que lo harían largas disertaciones. La Julia y el Tratado de los delitos y de las penas entusiasmaban por [p. 152] igual a aquellos hombres; y para que la afectación llegase a su colmo, juntaban la mascarada pastoril de la Arcadia con la filantropía de los discípulos de Rousseau, llamándose entre ellos «el mayoral Jovino» y«el fecundo Elpino». Este último era Olavide, de quien Jovellanos conservó siempre muy buen recuerdo, bastando la amistad de tal varón para hacer indulgente con él al más áspero censor. Ni en próspera ni en adversa fortuna le flaqueó el cariño de Jovino, que aun en 1778 describía en la epístola a sus amigos de Sevilla


       Mil pueblos que del seno enmarañado 
       De los Marianos montes, patria un tiempo 
       De fieras alimañas, de repente 
       Nacieron cultivados, do a despecho 
       De la rabiosa envidia, la esperanza 
       De mil generaciones se alimenta: 
       Lugares algún día venturosos, 
       Del gozo y la inocencia frecuentados. 
       Y con la triste y vacilante sombra 
       Del sin ventura Elpino ya infamados 
       Y a su primer horror restituídos,

Entre los mil proyectos, más o menos razonables o utópicos, que en aquella época de furor económico se propalaban para remediar la despoblación de España y abrir al cultivo las tierras eriales y baldías, era uno de los más favorecidos por la opinión de los gobernantes el de las colonias agrícolas. Ya Ensenada había pensado establecerlas, y en tiempo de Aranda volvió a agitarse la idea con ocasión de un Memorial de cierto arbitrista prusiano, D. Juan Gaspar Thurriegel. Campomanes entro en sus designios, redactó una consulta favorable en 27 de febrero de 1767, y sin dilación comenzó a tratarse de poblar los yermos de Sierra Morena, albergue hasta entonces de forajidos, célebres en los romances de ciegos, y terror de los hombres de bien. Thurriegel se comprometió a traer, en ocho meses, seis mil alemanes y flamencos católicos, y la concesión se firmó el 2 de abril de 1767, el mismo día que la pragmática de expulsión de los jesuítas.

Para establecer la colonia fué designado, con título de Superintendente, Olavide, como el más a propósito por lo vasto y emprendedor de su índole. No se descuidó un punto, y con el ardor propio de su condición novelera y con amplios auxilios oficiales, [p. 153] fundó en breve plazo hasta trece poblaciones, muchas de las cuales subsisten para gloria imperecedera de su nombre. Por desgracia propia, el Superintendente no se detuvo en la poesía bucólica, y pronto empezaron las murmuraciones contra él entre los mismos colonos. Un suizo, D. José Antonio Yauch, se quejó, en un memorial de 14 de marzo de 1769, de la falta de pasto espiritual que se advertía en las colonias, a la vez que de malversaciones, abandono y malos tratamientos a los nuevos pobladores. Confirmó algo de estas acusaciones el Obispo de Jaén: envióse de visitadores al Consejero Valiente, a D. Ricardo Wall y al Marqués de la Corona, y tampoco fueron del todo favorables a Olavide sus informes. Entre los colonos habían venido disimuladamente algunos protestantes, y en cambio, faltaban clérigos católicos de su nación y lengua. De conventos no se hable: Aranda los había prohibido para entonces y para en adelante, en términos expresos, en el pliego de condiciones que ajustó con Thurriegel. Al cabo vinieron de Suiza capuchinos, y por superior de ellos Fr. Romualdo de Friburgo, que escandalizado de la libertad de los discursos del colonizador, hizo causa común con los muchos enemigos que éste tenía dentro del Consejo y entre los émulos de Aranda. Las imprudencias, temeridades y bizarrías de Olavide iban comprometiéndole más a cada momento. Ponderaba con hipérboles asiáticas el progreso de las colonias, y sus émulos lo negaban todo. Él se quejaba de que los capuchinos le alborotaban la colonia, y ellos de que pervertía a los colonos con su irreligión manifiesta. Al cabo, Fr. Romualdo de Friburgo delató en forma a Olavide, en septiembre de 1775, por hereje, ateo y materialista, o a lo menos naturalista y negador de lo sobrenatural, de la Revelación, de la Providencia y de los milagros, de la eficacia de la oración y buenas obras; asiduo lector de Voltaire y de Rousseau, con quienes tenía frecuente correspondencia; poseedor de imágenes y figuras desnudas y libidinosas; inobservante de los ayunos y abstinencias eclesiásticas y distinción de manjares; profanador de los días de fiesta, y, finalmente, hombre de mal ejemplo y piedra de escándalo para sus colonos. A estos graves cargos se añadían otros enteramente risibles, como el de defender el movimiento de la tierra y oponerse al toque de las campanas en días de nublado.

[p. 154] El Santo Oficio impetró licencia del Rey para procesar a Olavide, aprovechando la caída y ausencia de Aranda. Se le mandó venir a Madrid para tratar de asuntos relativos a las colonias. Él temió el nublado que se le venía encima, y escribió a su amigo Roda pidiéndole consejo. En la carta, que es de 7 de febrero de 1776, le decía: «Cargado de muchos desórdenes de mi juventud, de que pido a Dios perdón, no hallo en mí ninguno contra la religión. Nacido y criado en un país donde no se conoce otra que la que profesamos, no me ha dejado hasta ahora Dios de su mano por haber faltado nunca a ella: he hecho gloria de la que, por gracia del Señor, tengo; y derramaría por ella hasta la última gota de mi sangre... Yo no soy teólogo, ni en estas materias alcanzo más que lo que mis padres y maestros me enseñaron conforme a la doctrina de la Iglesia... Y estoy persuadido de que en las cosas de la fe de nada sirve la razón, porque nada alcanza..., siendo la dócil obediencia el mejor sacrificio de un cristiano...»

Que Olavide ocultaba o desfiguraba aquí una parte de la verdad parece claro, no sólo por las resultas del proceso, sino por el valor autobiográfico que unánimemente conceden sus biógrafos a las confesiones de El Evangelio en Triunfo, donde se leen pasajes como éste: «La lectura de los libros filosóficos había pervertido enteramente mis ideas. Yo había concebido, no sólo el más alto desprecio, sino también la aversión más activa contra todo lo que pertenecía a la Iglesia. Creyendo que el cristianismo era una invención humana, como todas las religiones, no podía mirar la Iglesia sino como el hogar o centro de sus principales ministros, que abusaban de la credulidad en favor de sus intereses. Todas sus sociedades me parecían cavernas de impostores, sus creencias ridículas, sus ritos irrisorios...» (Carta segunda.)

Roda, que tenía en el fondo tan poca religión como Olavide, pero que a toda costa evitaba ponerse en aventura, le dejó en manos del Santo Oficio, contentándose con recomendar la mayor lenidad posible al Inquisidor general. Éralo entonces el antiguo Obispo de Salamanca, D. Felipe Beltrán, varón piadoso y docto, no sin alguna punta de regalismo, e inclinado por ende a la tolerancia con los innovadores, aunque en este caso no lo mostró mucho. De grado o por fuerza, tuvo que condenar a Olavide, pero le excusó la humillación de un auto público, reduciendo la [p. 155] lectura de la sentencia a un autillo a puerta cerrada, al cual se dió, sin embargo, inusitada solemnidad. Verificóse ésta en la mañana del 24 de noviembre de 1778, con asistencia de varios grandes de España, consejeros de Hacienda, Indias, Órdenes y Guerra, oficiales de guardias y padres graves de diferentes religiones. Aquel acto tenía algo de conminatorio: la Inquisición; aunque herida y aportillada, daba por última vez muestra de su poder, ya mermado y decadente, abatiendo en el Asistente de Sevilla al volterianismo de la corte y convidando al triunfo a sus propios enemigos.

Olavide salió a la ceremonia sin el hábito de Santiago (de cuya Orden era caballero), con extremada palidez en el rostro y conducido por dos familiares del Santo Oficio. Oyó con grandes muestras de terror la lectura de la sentencia, y al fin exclamó: «Yo no he perdido nunca la fe, aunque lo diga el fiscal.» Y tras esto cayó en tierra desmayado. Tres horas había durado la lectura de la sumaria: los cargos eran sesenta y seis, confirmados por setenta y ocho testigos. Se le declaraba hereje convicto y formal, miembro podrido de la religión; se le desterraba a cuarenta leguas de la corte y sitios reales, sin poder volver tampoco a América, ni a las colonias de Sierra-Morena, ni a Sevilla; se le recluía en un convento por ocho años para que aprendiese la doctrina cristiana y ayunase todos los viernes; se le degradaba y exoneraba de todos sus cargos, sin que pudiese en adelante llevar espada, ni vestir oro, plata, seda ni paños de lujo, ni montar a caballo; quedaban confiscados sus bienes e inhabilitados sus descendientes hasta la quinta generación. Cuando volvió en sí, hizo la profesión de fe, con vela verde en la mano, pero sin coroza, porque le dispensó de ello el Inquisidor, lo mismo que de la fustigación con varillas.

Los enemigos de Olavide (que tenía muchos por su rápido encumbramiento y por el asunto de las colonias) se desataron contra él indignamente después de su desgracia. Corre manuscrita entre los curiosos una sátira insulsa y chabacana, cuyo rótulo dice:El Siglo Ilustrado, vida de D. Guindo Cerezo, nacido, educado, instruído y muerto según las luces del presente siglo, dada a luz para seguro modelo de las costumbres, por D. Justo Vera de la Ventosa. [1] [p. 156] Es un cúmulo de injurias sandias, despreciables y sin chiste. Por no servir, ni para la biografía de Olavide sirve, porque el anónimo maldiciente estaba muy poco enterado de los hechos y aventuras del personaje contra quien muestra tan ciego ensañamiento.

Olavide era una cabeza ligera, menos perverso de índole que largo de lengua, y sobre él descargó la tempestad, mientras que por más disimulados o más poderosos seguían impunes sus antiguos protectores los Arandas y los Rodas, enemigos mucho más peligrosos de la Iglesia. Comenzó por abatirse y anonadarse bajo el peso de aquella condenación infamante; pero luego vino a mejores pensamientos, y la fe volvió a su alma. Retraído en el Monasterio de Sahagún, sin más libros que los de Fr. Luis de Granada y el P. Segneri, tornó a cultivar con espíritu cristiano la poesía, que había sido recreación de sus primeros años, y compuso los únicos versos suyos que no son enteramente prosaicos. Llámanse en las copias manuscritas Ecos de Olavide , y vienen a ser una paráfrasis del Miserere , que luego incluyó retocada en su traducción completa de los Salmos del Real Profeta.[1]

El arrepentimiento de Olavide ya entonces parece sincero, pero aún no había echado raíces bastante profundas. Burlando [p. 157] la confianza del Inquisidor general, no sin connivencia secreta de la corte, huyó a Francia, y allí vivió algunos años con el supuesto titulo de Conde del Pilo, trabando amistad con varios literatos franceses, especialmente con el caballero Florián, ingenio amanerado, discreto fabulista y uno de los que acabaron de enterrar la novela pastoril. Olavide le ayudó a refundir laGalatea de Cervantes, mereciendo que en recompensa le llamase «español tan célebre por sus talentos como por sus desgracias».

Los enciclopedistas recibieron con palmas a Olavide. Diderot escribió una noticia de su vida. [1] Marmontel le saludó en sesión pública de la Academia Francesa con estos enfáticos versos:


       Le citoyen flêtri par l'absurde fureur 
       D'un zèle mille fois plus affreux que l'erreur, 
       Au pied d'un tribunal que la lumière offense, 
       Accusé sans témoins, condamné sans défense, 
       Pour avoir méprisé d'infâmes délateurs, 
       En peuplant les déserts d'heureux cultivateurs; 
       Qu'il regarde ces monts où fleurit l'industrie, 
       Et fier de ses bienfaits, qu'il plaigne sa patrie. 
       Le temps la changera, comm'il a tout changé: 
       D'une indigne prison Galilée est vengé.

Estas injurias en acto solemne exasperaron al Gobierno español, y Floridablanca reclamó la extradición de Olavide en 1781; pero el Obispo de Rhodez, en cuya diócesis se había refugiado, le dió medios para huir a Ginebra. El Cardenal de Brienne volvió a abrirle poco después las puertas de Francia, y la Convención le llamó a la barra para decretarle una corona cívica y el título de ciudadano adoptivo de la República una e indivisible. Dicen (aunque no he podido comprobarlo) que entonces, volviendo a hacer alarde de sus antiguas ideas, escribió contra las ordenes monásticas, y compró gran cantidad de bienes nacionales. La conciencia no le remordía aún y esperaba vivir tranquilo en cómodo, aunque inhonesto retiro, lejos del tumulto de París, en una casa de campo de Meung-sur-Loire que había pertenecido a los obispos [p. 158] de Orleans. Pero no le sucedió como pensaba. Dejémosle hablar a él en mal castellano, pero con mucha sinceridad:

«La Francia estaba entonces cubierta de terror y llena de prisiones. En ellas se amontonaban millares de infelices, y los preferidos para esta violencia eran los más nobles, los más sabios o los hombres más virtuosos del reino. Yo no tenía ninguno de estos títulos, y, por otra parte, esperaba que el silencio de mi soledad y la obscuridad de mi retiro me esconderían de tan general persecución. Pero no fué así. En la noche del 16 de abril de 1794, la casa de mi habitación se halló de repente cercada de soldados. y por orden de la Junta de Seguridad general fuí conducido a la prisión de mi departamento. En aquel tiempo la persecución era el primer paso para el suplicio. Procuré someterme a las órdenes de la divina Providencia... Pero ¡pobre de mí!, ¿qué podría yo hacer? Viejo, secular, sin más instrucción que la muy precisa para mí mismo, y encerrado en una cárcel con pocos libros que me guiasen, y ningunos amigos que me dirigiesen.» [1]

Y más adelante Olavide se retrata en la persona de aquel «filósofo que no dejaba de tener algún talento y que nació con muchos bienes de fortuna. Pero habiendo recibido en su niñez la educación ordinaria, había aprendido superficialmente su religión; no la había estudiado después, y en su edad adulta casi no la conocía, o, por mejor decir, sólo la conocía con el falso y calumnioso semblante con que la pinta la iniquidad sofística... Un infortunio lo condujo a donde pudiese escuchar las pruebas que persuaden su verdad; y a pesar de su oposición natural y, lo que es más, de sus envejecidas malas costumbres, no pudo resistir a su evidencia, y después de quedar convencido, tuvo valor, con la asistencia del cielo, para mudar sus ideas y reformar su vida».

Dudar de la buena fe de estas palabras y atribuirlas a interés o a miedo, sería calumniar la naturaleza humana y no conocer a Olavide, alma buena en el fondo y con semillas cristianas, por mucho que hubiese pecado de vano, presumido y locuaz.

No dudo, pues (aunque lo negasen los viejos por la antigua [p. 159] mala reputación de Olavide), que su conversión fué sincera y cumplida y no una añagaza para volver libremente a España. Léase el libro que entonces escribió, El Evangelio en triunfo o historia de un filósofo desengañado , donde si la ejecución no satisface, el fondo, por lo menos, es intachable, sin vislumbres, ni aun remotos, de doblez o de hipocresía.

Pocos leen hoy este libro, pero conserva nombradía tradicional por circunstancias no dependientes de su mérito. El autor era un impío convertido, penitenciado por el Santo Oficio, espectador y víctima de la Revolución francesa. Sus extrañas fortunas hacían que unos le mirasen con asombro, otros con recelo, achacando el extraordinario y súbito cambio de sus ideas, éstos a propio interés y móviles mundanos, aquéllos a la dura lección del escarmiento. Acertaban estos últimos, como luego lo mostró la vida austera y penitente de Olavide y su muerte cristianísima. Dios había visitado terriblemente aquella alma, que no hubiera podido levantarse sin un poderoso impulso de la gracia divina. Todas las páginas de El Evangelio en triunfo, libro, por otra parte, mediano, porque no alcanzaba a más el talento de su autor, respiran convicción y fe. Fué, sin duda, obra grata a los ojos de Dios, expiación de anteriores extravíos, y buen ejemplo, que por lo ruidoso de quien le daba hizo honda impresión en el ánimo de muchos, y trajo a puerto de salvación a otros infelices como el autor. Así debe juzgarse El Evangelio en triunfo, más como acto piadoso que como libro. Fué la abjuración, la retractación brillante de un incrédulo, la reparación solemne de un pecado de escándalo. Imagínese el poder de tal ejemplo a fines del siglo XVII, y cuán hondamente debió de resonar en las almas aquella voz que salía de las cárceles del Terror, adorando y bendiciendo lo que toda su vida había trabajado por destruir. El éxito fué inmenso: en un solo año se hicieron tres ediciones de los cuatro voluminosos tomos de El Evangelio en triunfo.

Con todo eso, la malicia de algunos espíritus suspicaces no dejó de cebarse en las intenciones del autor. Decían que exponía con mucha fuerza los argumentos de los incrédulos contra la divinidad de Jesucristo y la autenticidad de los libros santos, y que se mostraba frío y débil en la refutación. Algo de verdad puede haber en esto, pero por una razón que fácilmente se alcanza; [p. 160] Olavide había vuelto sinceramente a la fe, pero con la fe no había adquirido la ciencia teológica ni el genio de escritor que nunca tuvo. Su lectura predilecta y continua durante la mayor parte de su vida, habían sido las obras de Voltaire y de los enciclopedistas: aquello lo conocía bien, y estaba muy al tanto de todas las objeciones. Pero en teología católica y en filosofía cristiana claudicaba, porque jamás las había estudiado (como él mismo confiesa) ni leído apenas libro alguno que tratase de ellas. Así es que su instrucción dogmática, a pesar de las buenas lecturas en que se empeñó después de su conversión, no pasaba de un nivel vulgarísimo, bueno para el simple creyente, pero no para el apologista de la religión contra los incrédulos. Además, como su talento, aunque lúcido y despierto, no se alzaba mucho de la medianía, tampoco pudo suplir con él lo que de ciencia le faltaba; así es que resultaron flojas algunas partes de su apología, si bien, a fuerza de sinceridad y de firmeza, y de ser tan burda la crítica religiosa de los volterianos, fácilmente suele lograr la victoria.

Literariamente, el libro de Olavide vale poco, y está escrito medio en francés (corno era de recelar, dadas sus lecturas favoritas y su larga residencia en París); no sólo atestado de galicismos de palabras y de giros, sino de rasgos enfáticos y declamatorios de la peor escuela de entonces. Pero también tiene en muchos pasajes unción y fervor, y aunque siempre sea peligrosa la excesiva intervención del sentimiento en tesis dogmáticas, no hay duda que lo que en el libro interesa principalmente es el drama psicológico de la conversión del impío, la historia de los combates de su propia alma, de la cual el autor levanta todos los velos. Es cierto que a la fuerza teológica de los argumentos del libro daña esta especie de novela lacrimosa, en que están como ahogadas la preparación y la demostración evangélicas. Quizá Olavide debió escoger entre escribir una defensa de la religión, o escribir sus propias Confesiones. Prefirió mezclar ambas cosas, y resultó una producción híbrida; pero que tal como está, fué de las primeras en que el espíritu de restauración religiosa invocó los auxilios de la imaginación y del sentimiento, uno de los precedentes indudables de El Genio del Cristianismo; razón bastante poderosa para que no se la pueda olvidar en la cronología literaria.

[p. 161] Del éxito inmediato tampoco puede dudarse. Publicada en Valencia en 1798, sin nombre de autor, llegó hasta el último rincón de España, provocando una reacción favorable a Olavide. Aquel mismo año se le permitió volver a la Península, después de diez y ocho de expatriación, y no sólo se le reintegró en todos sus honores, sino que llegó la munificencia de Carlos IV hasta conferirle una pensión anual de 90.000 reales, extraordinaria para aquellos tiempos y aun para éstos, pero que se consideró sin duda como indemnización de anteriores quebrantos y confiscaciones. Para la mayor parte de los españoles, su nombre y sus aventuras eran objeto de admiración y de estupor. Los vientos empezaban a correr favorables a sus antiguas ideas; pero Dios había tocado en su alma, y le llamaba a penitencia. Desengañado de las pompas y halagos del mundo, rechazó todas las ofertas del ministro Urquijo y de Godoy, y se retiró a una soledad de Andalucía, donde vivió como filósofo cristiano, pensando en los días antiguos y en los años eternos, hasta que le visitó amigablemente la muerte en Baeza el año 1804, dejando con el buen olor de sus virtudes edificados a los mismos que habían sido testigos o cómplices de sus escandalosas mocedades, que él quizá con demasiada severidad llamaba infames.

Además de El Evangelio en triunfo, publicó Olavide una traducción de los Salmos, estudio predilecto de los impíos convertidos, como por aquellos días lo mostraba La Harpe, haciendo en una cárcel no muy distante de la de Olavide el mismo trabajo. Pero en verdad, que si La Harpe y Olavide trabajaron para justificación propia y para buen ejemplo de sus prójimos, ni las letras francesas ni las españolas ganaron mucho con su piadosa tarea. Ni uno ni otro sabían hebreo, y tradujeron muy a tientas sobre el latín de la Vulgata, intachable en lo esencial de la doctrina, pero no en cuanto a los ápices literarios. De aquí que sus traducciones carezcan en absoluto de sabor oriental y profético, y nada conserven de la exuberante imaginativa, de la oscuridad solemne, de la majestad sumisa, y de aquel volar insólito que levanta el alma entre tierra y cielo, y le hace percibir un como dejo de los sagrados arcanos, cuando se leen los Salmos originales. Por otra parte, Olavide no pasaba de medianísimo versificador: a veces acentúa mal, y siempre huye de las imágenes y de cuanto puede [p. 162] dar color al estilo; absurdo empeño cuando se traduce una poesía colorista por excelencia, como la hebrea, en que las más altas ideas se revisten siempre de figura sensible. El metro que eligió con monótona uniformidad (romance endecasílabo) contribuye a la prolijidad y desleimiento del conjunto, además de ser poco apto para la poesía lírica. No sólo resulta inferior Olavide a aquellos grandes e inspirados traductores nuestros del siglo XVI, especialmente a Fr. Luis de León, alma hebrea y tan impetuosamente lírica cuando traduce a David, como serena y clásica cuando interpreta a Horacio; no sólo cede la palma a David Abenatar Melo y a otros judíos, crudos y desiguales en el decir, pero vigorosos a trechos, sino que dentro de su misma época y escuela de llaneza prosaica queda a larga distancia del sevillano González Carvajal, no muy poeta, pero sí grande hablista amamantado a los pechos de la magnífica poesía de Fr. Luis de León, que le nutre y vigoriza y le levanta mucho cuando pensamientos ajenos le sostienen. A Olavide ni siquiera llega a inflamarle el calor de los libros santos, ni el carbón que tocó y purificó los labios de Isaías, deja ninguna huella al pasar por los suyos.

Tradujo Olavide, además de los Salmos, todos los Cánticos esparcidos en la Escritura, desde los dos de Moisés hasta el de Simeón, y también varios himnos de la Iglesia, v. gr., el Ave Maris Stella, el Stabat Mater, el Dies Irae, el Te Deum, el Pange lingua y el Veni Creator: todo ello con bien escaso numen. Y ojalá que se hubiera limitado a trasladar tan excelentes originales; pero desgraciadamente le dió por ser poeta original, y cantó en lánguidos y rastreros versos pareados El Fin del hombre, El Alma, La Inmortalidad del alma, La Providencia, El Amor del mundo, La Penitencia, y otros magníficos asuntos hasta diez y seis, coleccionados luego con el título de Poemas Christianos. Olavide serpit humi en todo el libro: válgale por disculpa que quiso hacer obra de devoción y no de literatura; para eso anuncia en el prólogo que ha desterrado de sus versos las imágenesy los colores. Así salieron ellos de incoloros y prosaicos. El desengaño le hizo creyente, pero no llegó a hacerle poeta. Increíble parece que quien había pasado por tan raras vicisitudes y sentido tal tormenta de encontrados afectos, no hallase en el fondo de su [p. 163] alma alguna chispa del fuego sagrado, ni se levantase casi nunca de la triste insipidez que caracteriza sus versos. [1]

Mientras Olavide llenaba a Europa con el ruido de sus andanzas y fortunas, continuaba en el Penú el movimiento literario, promovido eficazmente por la Sociedad de Amigos o Amantes del País, de la cual fué presidente Baquíjano y Carrillo, e individuos Unanue, [2] Rodríguez de Mendoza, Arrese, Morales y Duares, el oidor Cerdán, Egaña, Calero y Moreira, el Obispo Pérez Calama, los canónigos Bermúdez y Millán de Aguirre, el Jeronimiano Fr. Diego de Cisneros, gran propagador de los libros de los enciclopedistas; el Mercenario Calatayud, y otros varios eclesiásticos, tales como Laguna, Romero, Girval y Sobreviela. Bajo sus auspicios comenzó a publicarse en 1791 el Mercurio Peruano, revista importante que llegó a constar de doce tomos, y que Humboldt parece haber estimado en mucho. Por el mismo tiempo apareció el Diario Erudito, Económico y Comercial de Lima,que sólo duró tres años.

[p. 164] Con estos papeles se educó la generación de la guerra de la Independencia, a la cual en rigor pertenece Olmedo, que nació peruano, aunque muriese ciudadano del Ecuador; y a la cual perteneció también el desgraciado poeta arequipeño D. Mariano Melgar, fusilado por los realistas después de la batalla de Humachiri en 1814, a los veintitrés años de edad. Este trágico y prematuro fin ha salvado del olvido el nombre del poeta, mucho más que el mérito de sus versos, que no pasan de ensayos de estudiante aprovechado. Algunas traducciones, como la de los Remedios de Amor, de Ovidio, que él llamó Arte de olvidar, acreditan sus buenas humanidades; pero sus odas y elegías pertenecen a la escuela prosaica del siglo XVIII, y aun con la mejor voluntad es imposible encontrar en ellas nada que anuncie un talento poético de orden superior. La titulada Al Autor del mar es, sin duda, la mejor; pero está versificada con tanto desaliño y tan poco nervio, que casi todas las intenciones líricas que realmente tiene, resultan frustradas. Melgar es conocido generalmente por el dictado de poeta de los yaravíes, por haber cultivado, no sin gracia, cierto género de poesía popular acomodada a una música indígena. Nuestra ignorancia de la lengua quichua y de las costumbres de los indios del Perú, nos impide determinar si en estos cantos hay o no un fondo tradicional. El prologuista de las poesías de Melgar nos dice que «el yaraví es una composición destinada a cantarse con acompañamiento de vihuela o de dos quenas; la música no tiene más que un tema fijo, sin ninguna variación; y esta monotonía del canto lo asemeja a un golpe muchas veces repetido...; así las notas del yaraví llevan poco a poco el alma a la melancolía... No es elyaraví la canción que debemos a los europeos...; los indígenas lo enseñaron a los españoles; y desde entonces se ha hecho de él una composición enteramente nacional en la música, y una canción enteramente especial en nuestra literatura... Siendo elyaraví la poesía primitiva de los indígenas, las mejores composiciones de este género se encuentran en quichua. Las que se han hecho en español son traducciones o imitaciones de aquéllas, y el verso que se ha adoptado para estas imitaciones es, por lo común, de ocho sílabas, en cuartetas o quintillas. Se emplea también el verso de menos sílabas; y es muy usada la interpolación de versos de cinco sílabas entre los de ocho, y a este yaraví se le llama de pie quebrado».

[p. 165] Prescindiendo de la cuestión de origen, en que nos reconocemos de todo punto incompetentes, no habiendo oído cantar nunca yaravíes ni entendiendo una palabra de la lengua en que, según dicen, están compuestos los mejores, sólo diremos que los diez yaravíes auténticos de Melgar (a quien por su popularidad se han atribuído otros muchos) nada tienen en la letra de indio ni de peruano, y son meramente cancioncitas amorosas bastante delicadas y sentidas, que ganarán mucho con el prestigio de la música, si ésta es tan blanda, insinuante y melancólica como dicen. [1] [p. 166] Son, sin duda, los versos más agradables de Melgar; naturales y sencillos, puros de todo rastro de afectación; pero creemos que el general Miller, que no tenía mucha obligación de entender de poesía castellana, se aventuró demasiado cuando llegó a compararlos nada menos que con las Melodías Irlandesas de Tomás Moore. [1]

Continuó todavía en los primeros años del siglo XIX la publicación de fiestas y certámenes poéticos, aunque por lo común [p. 167] con mejor gusto que en el anterior. De 1802 es la Fama Póstuma del Arzobispo D. Domingo González de la Reguera, y de 1816 la muy curiosa colección de obras de elocuencia y poesía con que la Universidad de San Marcos celebró el recibimiento del Virrey D. Joaquín de la Pezuela, vencedor en Viluma, en Ayohuma y Vilcapujio. Constan los autores de las dos piezas en prosa, que fueron el Dr. D. José Cavero y Salazar, Rector de aquella escuela, y el Dr. D. José Joaquín de Larriva y Ruiz, catedrático de prima de Filosofía. Los versos están firmados con las iniciales J. P. de V. y F. Ll. La mayor parte son latinos, acompañados de traducción castellana; no carecen de mérito, dentro de su género artificial, y prueban que la Universidad, hasta el último día de la dominación española, que fué casi el último día de su propia historia como organismo tradicional e independiente, no dejó de producir humanistas, ya que no era su misión formar poetas. [1]

El exaltado realismo de que hacen gala los Doctores de la Universidad peruana en esta especie de corona ofrecida al insigne caudillo español, no ha de atribuirse meramente a entusiasmo oficial ni a impulso de adulación. Las opiniones andaban muy divididas en el Perú, y seguramente prevalecían en número los partidarios de la metrópoli. [2] Hasta el último momento la causa española tuvo allí más secuaces que en ninguna otra parte de [p. 168] América; las tradiciones coloniales estaban muy arraigadas, merced a un largo régimen de prosperidad tranquila; Lima era copia fiel de las risueñas ciudades del Mediodía de España; y el fácil y alegre vivir de sus moradores, justamente enamorados de su suelo, de su cielo y de la hermosura de sus mujeres, les hacía muy llevadera la ausencia de libertades políticas, que los más de ellos ni entendían ni solicitaban. Sin la conspiración militar que dividió el ejército español y arrancó el mando a Pezuela, y sin el auxilio, nada desinteresado, de Bolívar y sus colombianos, sabe Dios cuándo y cómo se hubiese consumado la emancipación de aquella parte del continente americano, aunque fuese inevitable para un plazo más o menos largo. Pudieron contar, pues, Abascal y Pezuela con panegiristas ardientes y no sólo con mercenarios cantores.

Verdad es que, con la inconstancia propia del genio poético, pasaron casi todos ellos al partido vencedor al día siguiente de la batalla de Ayacucho, y el primero de todos aquel mismo doctor Larriva que había escrito en 1807 el elogio universitario de Abascal, en 1812 el discurso contra los insurgentes del Alto Perú, en 1816 el sermón en alabanza de Pezuela, y en 1819 la oración fúnebre de los prisioneros realistas fusilados por los insurrectos en la Punta de San Luis; pasando luego, y sin esfuerzo ni transición alguna, a pronunciar en 1824 la oración fúnebre de los patriotas muertos en Junín, en 1826 el elogio académico de Bolívar, contra quien se desató luego en sátiras e invectivas, pocos meses después de haberle puesto entre los semidioses:


       Mudamos de condición, 
       Pero fué sólo pasando 
       Del poder de Don Fernando 
       Al poder de Don Simón.

Era el tal Larriva (según refiere el Sr. Palma) un clérigo de costumbres nada ejemplares, poeta chistoso e improvisador de café, gran latino y hombre de muy despierto y agudo ingenio, como lo prueban sus fábulas, su poema burlesco de La Angulada y otras producciones suyas, que desgraciadamente por ser de índole personal y efímera, han padecido la suerte común de las de su clase, que es no sobrevivir a los acontecimientos a que aluden y perseverar [p. 169] sólo en las páginas de algún curioso libro de Historia. [1] Poetas muy afines a su estilo y manera fueron otros dos improvisadores, también eclesiásticos y de costumbres no menos relajadas: el presbítero Echegaray, que reparó con los buenos ejemplos de sus últimos años los escándalos de su mocedad, y el franciscano Fr. Mateo Chuecas y Espinosa, cuya vida se dilató hasta 1868, dándole tiempo también para enmendar sus desconcertadas costumbres, hacer un auto de fe con la mayor parte de sus versos profanos, y escribir algunas conversaciones ascéticas, de mérito. [2] [p. 170] A todos éstos había precedido el Ciego de la Merced, Fr. Francisco del Castillo, que falleció a fines del siglo XVIII, gran repentista, sobre todo en décimas de pie forzado. El Sr. Palma ha publicado algunas de sus picantes improvisaciones, dejando inéditas por lo licencioso y desvergonzado de la expresión otras muchas que tradicionalmente corren de boca en boca, y entre las cuales habrá seguramente algunas que sin razón se le achaquen: castigo providencial de todo el que alguna vez ha envilecido su musa con la obscenidad y el cinismo. [1]

Dejando aparte estos rezagados del siglo XVIII, la literatura peruana del siglo XIX empieza propiamente con el médico D. José Manuel Valdés y el diplomático D. José María de Pando. El doctor Valdés, protomédico del Perú y director del Colegio de Medicina y Cirugía de Lima, ocupó honesta y piadosamente sus ocios en una traducción de los Salmos, muy notable por la pureza de lengua y por la sencillez y dulzura del estilo, que sabe a Fr. Luis de León en algunos trozos. [2] Como hablista tiene muchas semejanzas [p. 171] con González Carvajal, aunque es más prosaico que él y versifica con más desaliño. D. José Joaquín de Mora celebró bellamente en una oda esta noble y decorosa versión del Salterio, que es, sin duda, la mejor que ha salido de América, y una de las mejores que tenemos en castellano. [1]

[p. 172] Don José María Pando es más célebre por las vicisitudes de su carrera política y por sus trabajos de publicista que por sus versos. Nacido en Lima en 1787, pero educado en Madrid, en el Seminario de Nobles, comenzó por servir a España en varios[p. 173] puestos diplomáticos, llegando a ministro de Estado en las postrimerías del régimen constitucional de 1823. Ciudadano del Perú desde 1824, fué ministro de Hacienda con Bolívar y plenipotenciario para el Congreso de Panamá. Sucesos posteriores le movieron a emigrar de su país y volver en 1835 a España, donde tomó parte activa en nuestra política hasta su muerte, acaecida en 1840. Era hombre de vasta lectura, muy conocedor de las ciencias sociales y de la historia moderna, y escribía en prosa con claridad y nervio. Sus producciones más conocidas son: Mercurio Peruano, periódico publicado en 1827;Pensamientos y apuntes sobre moral y política (Cádiz, 1837), y Elementos de Derecho internacional (Madrid, 1843), si bien esta última, que ha tenido mucha boga, apenas merece considerarse más que como un plagio de la excelente obra de D. Andrés Bello, a quien sigue paso a paso, copiando textualmente sus mismas palabras en casi todos los capítulos. [1] Hizo también elegantes poesías, aunque en escaso número; [p. 174] algunas traducciones de odas de Horacio, y una Epístolapolítica a Próspero, o sea a Bolívar, más elocuente que poética, pero bien escrita, con calor en algunos pasajes, con majestad en otros. ¡Lástima que el autor no hiciese el menor esfuerzo para evitar tantas y tantas asonancias indebidas como afean aquella larga tirada de versos sueltos! Sin duda, Pando tenía habituado el oído a la poesía italiana, en que las asonancias no se reparan. [1]

En 1831, por los días en que Pando figuraba al frente del partido conservador del Perú, llegó a Lima, expulsado de Chile por don Diego Portales, el ingenioso gaditano D. José Joaquín de Mora, a quien de aquí en adelante vamos a encontrar en casi todas las repúblicas americanas como maestro o como periodista: brillantísimo y a la postre benéfico aventurero literario, qui mores multorum hominum vidit et urbes.

Asociado en Lima con los hombres más distinguidos del país, tales como Pando, D. Felipe Pardo, D. Manuel Lorenzo Vidaurre, [2]D. José Cavero y Salazar, D. Andrés Martínez, el médico [p. 175] don Hipólito Unanue, etc., fundó el Ateneo del Perú, donde dió la enseñanza de derecho natural y público; imprimió unos Cursos de Lógica y Ética, según los principios de la escuela de Edimburgo (1832), y comenzó su extraño poema de Don Juan, imitación de Byron, del cual nunca llegó a escribir más que los cinco primeros cantos. [1] Era Mora, más bien que poeta inspirado, admirable versificador; en sus composiciones líricas resulta flojo y aun prosaico, pero en la narración joco-seria, en la fábula y en la sátira, su estilo es un raudal de chiste, de amenidad y desembarazo descriptivo, de felices ocurrencias y genial humorismo, calificativo que cuadra bien a quien principalmente se había formado en la escuela de los humoristas ingleses. Su ejemplo y su doctrina literaria fueron de gran provecho en Lima, hasta por lo mucho que armonizaban con ciertas tendencias del ingenio peruano: puede decirse que fué el segundo maestro de D. Felipe Pardo, después de Lista. Las dos epístolas que Mora dirigió a Pardo [2] están llenas de sabios consejos literarios e informadas por un templado eclecticismo, de sentido común o de escuela escocesa, que fué siempre el sello de la crítica de Mora. [3]

[p. 176] Don Felipe Pardo y Aliaga, uno de los discípulos predilectos de Lista, es el verdadero representante de nuestra escuela clásica en el antiguo Virreinato del Perú, y sin duda el más notable de los escritores limeños del siglo pasado, a lo menos de los que ya han pagado a la muerte el común tributo. Como hablista en verso, sólo a Bello cede la palma, y en la sátira política va delante de todos los americanos, si bien no respetase siempre los límites que separan toda composición poética (por reflexiva y didáctica que quiera ser) de un folleto o artículo de periódico. La Epístola a Delio, la parodia de Constitución y otras piezas por el mismo estilo, que son, sin duda, las más geniales y las más curiosas del poeta, adolecen a menudo de esa continua preocupación de los negocios del día, con lo cual, sin ganar en ardor y animación, pierden algo de aquel desinterés poético, de aquel puro culto del arte, que en Horacio y en los verdaderos satíricos horacianos, tales como Parini y D. Leandro Moratín, brilla siempre y se sobrepone a toda otra consideración de utilidad social inmediata. Aun con este lunar, que quizá no lo sea a los ojos de todos, Pardo debe ser respetado siempre, no sólo como escritor pulcro y atildado, sino como ingenioso observador de costumbres, y algunas de sus letrillas pueden figurar sin desventaja al lado de las de Bretón.

La educación de Pardo había sido severamente clásica, y clásicos fueron siempre sus modelos. Su poesía es fruto legítimo de la escuela culta y severa de fines del siglo XVIII, especialmente de la de Moratín, pero con más animación y alegría, con viveza criolla, con un género de chiste peculiarmente limeño, aunque de especie muy fina y aristocrática. Cultivó Pardo varios géneros y ninguno sin habilidad y fortuna: su oda A Olmedo y su magnífica traducción de la oda de Víctor Hugo A la columna de Vendome, prueban que no le faltaba numen lírico: sus versos de amor son fáciles y graciosos; en las octavas de El Perú hay primores descriptivos que parecen robados a Bello, de quien Pardo fué muy amigo y en cierto modo discípulo durante su destierro en Chile: el único canto que llegó a escribir del poema Isidora, es lo mejor que en este género de narraciones domésticas o de costumbres tiene la [p. 177] literatura americana, a excepción de los cuentos de Batres; y, finalmente, la fantasía en variedad de metros, que tituló La Lámpara, es un ensayo romántico, excepcional en sus obras, pero nada infeliz, como lo prueban estos versos:


       Lámpara solitaria ardí en el templo, 
       Y, aunque con luz escasa, ardí constante, 
       Y por siete años que bramó incesante, 
       No me apagó una vez el huracán.

Pero aunque fuese capaz de salir con lucimiento de cualquier empresa, porque para ello tenía caudal suficiente de doctrina y gusto, y prendas de versificador nada vulgares, su verdadera vocación fué la de poeta satírico, ya festivo y suavemente epigramático, como en sus letrillas, ya cáustico censor y austero moralista, como en las dos sátiras citadas, en las cuales se ve de cuerpo entero, no solo al poeta, sino al político conservador: naturalezas que en él habían llegado a ser inseparables. Su aversión a la anarquía, al desenfreno, al charlatanismo político, a las constituciones escritas en el papel y no en la conciencia de los pueblos, le llevaba hasta el chistoso extremo de invocar a cada momento en sus versos, no ya el sable del dictador, sino el garrote o la tranca, que consideraba como único remedio eficaz para la indisciplina de su país.

Pardo fué, no solamente poeta lírico, sino también poeta dramático, aunque en pocas obras, y todas de su juventud. [1] Es, después de Gorostiza, el más notable representante del teatro cómico en América, con la ventaja de no ser sus comedias puramente españolas en las costumbres que retratan, como lo son las de Gorostiza, en quien nada americano hay más que la patria de su autor; sino pensadas y escritas para un auditorio limeño, con tipos y escenas propias del país. Son tres estas comedias: Frutos de la educación, Don Leocadio, o el aniversario de Ayacucho, Una huérfana en Chorrillos. La segunda es un juguete muy graciosamente versificado, con imitación visible del estilo de Bretón. [p. 178] pero cuya idea fundamental está tomada de un vaudeville francés. Las otras dos son enteramente originales, y verdaderas y muy apreciables comedias de costumbres del género de Moratín y Gorostiza, sin ningún rasgo que pueda decirse peculiarmente bretoniano. En su propósito moral, que no es otro que poner de manifiesto los vicios de la mala educación, reproducen el tema de las dos comedias de Iriarte: El Señorito mimado y La Señorita mal criada, pero no adolecen de su frialdad pedagógica, y la pintura de las costumbres es viva y chistosa. El escrúpulo en la observancia de las unidades clásicas llega hasta el extremo de reducir la acción a plazo menor que el de veinticuatro horas. Las comedias de Pardo, aunque puedan tacharse de tímidas y acompasadas, son los productos más nobles y decorosos que hasta ahora ha dado la musa cómica del Perú, y valen tanto, por lo menos, como otras españolas muy celebradas del mismo género y escuela, por ejemplo, La Niña en casa, de Martínez de la Rosa.

No obstante, ha de confesarse que Pardo, más bien que poeta cómico espontáneo y original, es un satírico y moralista en forma dramática. Su genio era ese, y sus comedias ganan mucho si se las considera como sátiras dialogadas; así como los amenos cuadros de costumbres que publicó en 1840 con el título de El Espejo de mi tierra, profesando seguir las huellas de Larra y Mesonero Romanos, recuerdan más la punzante manera del primero, aunque sin su dejo amargo y misantrópico, que la inofensiva y bonachona del segundo. En prosa, lo mismo que en verso, fué Pardo correctísimo escritor, y hasta sus alegatos jurídicos y los documentos cancillerescos que suscribió, están redactados con buena literatura, muy rara en tal género de papeles, que pocos se atreverían a coleccionar como él lo hizo, sin detrimento alguno de su fama. [1]

[p. 179] Heredó la vena satírica de Pardo, aunque no su aticismo, ni su cultura, ni su delicado gusto, D. Manuel Ascensio Segura, también poeta festivo y articulista de costumbres, pero, sobre todo, poeta dramático. El Perú le debe un repertorio cómico, [p. 180] superior en cantidad y en calidad al que puede ofrecer ninguna otra sección de América. Hasta once comedias suyas se han coleccionado, y dió a las tablas otras dos, que todavía están inéditas. Las comedias de Segura lindan muchas veces con la farsa: aun las compuestas en tres o más actos son sainetes largos, excepto Ña Catita, que es genuina comedia de carácter, y estudio bien hecho de un carácter de beata maldiciente y embrollona, que por ciertos rasgos locales se salva del amaneramiento inherente a la repetición de tipo tan conocido en las tablas. Domina en los cuadros de Segura cierto mal tono que, según creemos, debe achacarse al poeta más bien que a la sociedad que describe. En Lances de Amancaes, por ejemplo, los personajes, que quieren ser caballeros y damas de la mejor sociedad limeña, pasan gran parte de la acción bebiendo pisco, y hablan y proceden en consonancia con tal refresco. Pero no hay duda que Segura hace reír con risa inextinguible; que sus piezas abundan en saladas ocurrencias del más puro criollismo; que despunta en ellas la vena aguda y jovial que hace de los peruanos, los andaluces de la América del Sur; que la versificación abundantísima y desenfadada, aunque incorrecta, recuerda la maravillosa espontaneidad de Narciso Serra, con quien ofrece Segura más puntos de analogía que con Bretón ni con D. Ramón de la Cruz, por más que con uno y otro se le haya comparado; y finalmente, que este autor tiene el mérito [p. 181] indisputable de haber reproducido con fidelidad y gracia los principales aspectos cómicos de la vida limeña, así en sus piezas de costumbres domésticas como en las de costumbres políticas, verbigracia, Un Juguete y El Resignado y aun en las farsas populares, como El Sargento Canuto.

El ingenio cómico de Segura ha dejado también algunos chispazos en sus letrillas, en sus sátiras políticas y en los artículos de costumbres que publicó en la Bolsa y en El Cometa, pero no aparece completo más que en sus obras escénicas. [1]

Perteneció a la misma generación literaria que D. Felipe Pardo y que Segura, aunque de menor edad que ellos, un hermano del primero, D. José Pardo y Aliaga, de excelente educación clásica, como lo prueba su oda A la independencia de América,laureada en un certamen de Chile; y de estro satírico no inferior al de su hermano, en algunas letrillas.

A estos nombres, a los cuales pueden añadirse, con algún otro más oscuro, los de D. José María Seguín, D. Manuel Ferreyros,[p. 182] don Jgnacio Novoa, [1] D. Miguel del Carpio, magistrado y estadista, que no por el mérito de sus versos, sino por su tertulia literaria y por la generosa protección que concedía a los literatos noveles, ha conseguido pasar a la historia, estaba reducido el grupo clásico de Lima por los años de 1848. Entonces entró en escena una nueva generación literaria, sobre la cual nos ha dado los más interesantes pormenores el ameno e ingenioso escritor don Ricardo Palma, que fué y continúa siendo uno de los principales ornamentos de ella. [2]

«De 1848 a 1860—escribe Palma—se desarrolló en el Perú... pasión febril por la literatura. Al largo período de revoluciones y motines, consecuencia lógica de lo prematuro de nuestra independencia, había sucedido una era de paz, orden y garantías. Fundábanse planteles de educación: la Escuela de Medicina adquiría prestigio, impulsada por su ilustre decano D. Cayetano Heredia; y el Convictorio de San Carlos, bajo la sabia dirección de D. Bartolomé Herrera, reconquistaba su antiguo esplendor. Por entonces llegaba de España D. Sebastián Lorente, era nombrado rector del Colegio de Guadalupe, y ante un crecido concurso daba lecciones orales de historia y de literatura. Lorente era un innovador de gran talento, y la victoria fué suya en la lucha con los rutinarios. La nueva generación le seguía y escuchaba como a un apóstol.» [3]

[p. 183] Efectivamente, aquella juventud literaria se entregó en cuerpo y alma al romanticismo español, como la de la República Argentina se había entregado al romanticismo francés. Espronceda, Zorrilla, Arolas, Bermúdez de Castro y Enrique Gil, contaron desde luego gran número de fervientes imitadores; pero quien fascinó y arrastró con su ejemplo a todos los principiantes, fué el inspirado aunque incorrectísimo poeta montañés Fernando Velarde, de quien ya hemos hablado al tratar de Guatemala, y cuyo gusto y estilo dejaron profunda huella en casi todas las repúblicas de América. Talento original, pero inculto y bravío; imaginación poderosa cuanto desequilibrada; un mal gusto que parecía ingénito e indomable, puesto que resistió a toda disciplina y fué creciendo monstruosamente con los años; alma vehemente, apasionada y triste, con dejos de candor infantil y visiones de iluminado; una potencia de versificador capaz de levantar en peso las moles de los Andes, pero de la cual usaba y abusaba sin tino ni juicio, convirtiéndose muchas veces en retumbante zurcidor de alejandrinos huecos; un sentimiento profundo y casi místico de la naturaleza; elevadas aunque confusas aspiraciones de ultratumba; un idealismo más germánico que español, ataviado con el sombrero de jipijapa y el lujo charro del indiano de nuestra costa cantábrica: todas estas cualidades, a primera vista inconciliables, concurrían en el fecundo y excéntrico vate de Hinojedo, a quien nuestra historia literaria ha olvidado malamente, porque en condiciones nativas fué superior a muchos, y en influencia fuera de su tierra sólo Zorrilla, Espronceda y Tassara pueden aventajarle entre nuestros románticos.

Cuando Velarde llegó al Perú después de haber residido algún tiempo en la isla de Cuba, ya había escrito algunos de sus mejores versos: la Despedida a Santander, El Pico de Teide, la Meditación en la isla de Pinos, todos los cuales coleccionó en un tomo publicado [p. 184] en Lima en 1848, con el título de Flores del Desierto. Redactó, además, durante dos años, un semanario de literatura, El Talismán , y se hizo tan notorio por los aciertos y esplendores de su musa, cuanto por el generoso ardor patriótico con que defendió el nombre de España, y por las rarezas de su irascible condición, que le atrajeron pesados lances, obligándole por fin a emigrar en 1855 a otras repúblicas, primero al Ecuador, después a Bolivia y a Chile y finalmente a Guatemala, siempre con la frente erguida y el canto varonil en los labios: dejando por donde quiera admiradores y discípulos,[1] halagado unas veces por la fortuna, reducido otras a la indigencia: raro personaje, sin duda, pero nunca vulgar ni indigno de su raza que tanta sangre y tanto sudor ha vertido en la América española. De su estancia en el Perú y repúblicas limítrofes, datan las principales composiciones de Velarde: las valientes octavas con que en 1851 saludó al pabellón español en medio de los insultos y agresiones de la plebe de Lima, el canto descriptivo de Los Andes del Ecuador, el otro canto en alejandrinos A la cordillera de los Andes, donde hay muestras de lo mejor y de lo peor de su estilo, y La Última Melodía Romántica, que por sí sola bastaría para acreditarle de gran poeta.

En el Perú tuvo Velarde émulos, pero tuvo en mayor número apasionados fanáticos, sobre todo, en la grey juvenil. Son los que Palma llama bohemios y cuyas memorias biográficas ha recogido con piadoso celo. Algunos de ellos, como el ilustre guayaquileño don Numa Pompilio Llona, el mismo Palma, D. Pedro Paz-Soldán y Unanue (Juan de Arona ), D. Luis Benjamín Cisneros, don Arnaldo Márquez (traductor de Shakespeare) y otros varios, viven. [2] De los que han muerto diremos algo, guiándonos principalmente [p. 185] por las noticias del Sr. Palma, puesto que no de todos hemos logrado ver las obras completas, y otros ni siquiera las han coleccionado.

Don Manuel del Castillo († 1871), «vate tan incorrecto como sentimental», era arequipeño como Melgar, y a imitación suya, compuso yaravíes, de los cuales puede servir como muestra el siguiente, que tiene reminiscencias de uno de nuestros más bellos romances viejos:


       Ya que para mí no vives, 
       ¿Por qué te vas y me dejas? 
                Prenda querida: 
       Viviré como la viuda 
       Tortolica que ha perdido 
                Su compañía. 
       Como la nave agitada 
       Por los vientos, que resiste 
                Del mar las iras, 
       Es juguete de las olas, 
       Y sin arribar al puerto 
                Se hunde y abisma. 
       Como paloma que el nido 
       Vió en la selva, por el rayo 
                Hecho cenizas, 
       Y cuando huía gimiendo, 
       El cazador la acechaba 
                Con saña impía. 
       Como árbol de fruto osado 
       Que enseñorea los prados 
                Su lozanía, 
       Miró secarse su savia 
       Porque el agua le faltó, 
                Que era su vida: 
       Así yo, querida prenda, 
       Seré tortolica viuda, 
                 Nave perdida. 
       Seré paloma sin nido, 
       Seré árbol de seco tronco 
                Si te retiras. [1]

[p. 186] Don Manuel Nicolás Corpancho (1830-1863), autor de dos dramas románticos, El Poeta Cruzado y El Templario, que nada tienen digno de alabanza más que la versificación, y de unos Ensayos Poéticos dados a luz en París en 1854, no tuvo tiempo para emanciparse de la imitación demasiado directa de Zorrilla, y sólo dejó versos armoniosos, pero sin carácter personal. Su ensayo épico Magallanes vale muy poco. La prematura y horrible muerte de Corpancho, a bordo de un buque que se incendió en alta mar, frustró las muchas esperanzas que en él se fundaban.

Don Clemente Althaus (1835-1881) aspiró a la pureza clásica, sin conseguirla más que de lejos. [1] Es bastante correcto en la[p. 187] forma y, en concepto de Palma, «el más académico de los poetas peruanos». «Como individuo (prosigue el mismo crítico), Althaus rayaba en excéntrico, y su pulcritud en afeminación... Se había creado para sí un mundo ideal, fantástico, y, naturalmente, mortificábanlo infinito las realidades de este mundo sensual y materializado.» Althaus murió en París completamente loco. Hay dos colecciones de sus poesías, una de 1863 y otra de 1872. [1] Sus versos atildados, limpios y cultos, pero con frecuencia fríos y secos. Esta regla tolera, sin embargo, felices excepciones. El Último Canto de Safo, que tiene acertadas reminiscencias de Leopardi, me parece la más acabada de sus piezas líricas. [2] Escribió también [p. 188] [p. 189] [p. 190] una tragedia clásica, Antioco, «más para leída que para representada». [1]

El mismo desastroso fin que Althaus tuvo otro notable lírico, don Adolfo García (1828-1883), que murió en la locura y en la miseria, y fué enterrado de limosna. Han sido muy celebradas sus quintillas A Bolívar. composición efectista del género de las décimas de nuestro López García Al Dos de Mayo; pero a mi juicio, los versos suyos que deben sobrevivirle son los de la elegante y delicada oda Mis recuerdos. [2]

Diamantes y perlas y Destellos y albores se rotulan las dos colecciones [p. 191] poéticas de D. Carlos Augusto Salaverry (1813-1840), hijo del infortunado general y Presidente de la República, que fué fusilado en Arequipa por el Protector Santa Cruz. No afirmaré que sean diamantes y perlas todo lo que contiene el tomo de Salaverry, que no anduvo muy modesto en el título; pero sí que en aquellos versos alborea y destella un numen lírico más vigoroso que el de Althaus, y más seguro de sus fuerzas que el de García. Tiene buenos sonetos. Pero lo mejor que conozco de sus obras es la inspirada y sentida elegíaAcuérdate de mí , a la cual pertenecen las siguientes estrofas:


       Ya no late, ni siente, ni aun respira 
       Petrificada el alma allá en lo interno; 
       ¡Tu cifra en mármol con buril eterno 
                Queda grabada en mí! 

       Ni hay queja al labio, ni a los ojos llanto; 
       Muerto para el amor y la ventura, 
       Está en tu corazón mi sepultura 
                Y el cadáver aquí. 

       En este corazón ya enmudecido 
       Cual la ruina de un templo silencioso, 
       Vacío, abandonado, pavoroso, 
                Sin luz y sin rumor: 

       Embalsamadas ondas de armonía 
       Elevábanse un tiempo en sus altares; 
       Y vibraban melódicos cantares 
                Los ecos de tu amor...


       Pero ¿qué es este mar? ¿qué es el espacio, 
       Qué la distancia de los altos montes? 
       ¿Ni qué son esos turbios horizontes 
                Que miro desde aquí; 

       Si al través del espacio y de las cumbres, 
       De ese ancho mar y de ese firmamento, 
       Vuela por el azul mi pensamiento 
                Y vive junto a ti? 

       Si yo tus alas invisible veo, 
       Te llevo dentro el alma, estás conmigo, 
       ¡Tú sombra soy, y adonde vas te sigo 
                De tus huellas en pos! 
        [p. 192] Y en vano intentan que mi nombre olvides 
       ¡Nacieron nuestras almas enlazadas, 
       Y en el mismo crisol purificadas 
                Por la mano de Dios! 

       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
       Mi recuerdo es más fuerte que tu olvido; 
       Mi nombre está en la atmósfera, en la brisa, 
       Y ocultas al través de tu sonrisa 
                Lágrimas de dolor; 

       Pues mi recuerdo tu memoria asalta, 
       Y a pesar tuyo por mi amor suspiras, 
       Y hasta el ambiente mismo que respiras 
                Te repite mi amor. 

       ¡Oh! cuando vea en la desierta playa, 
       Con mi tristeza y mi dolor a solas, 
       El vaivén incesante de las olas, 
                 Me acordaré de ti; 

       Cuando veas que una ave solitaria 
       Cruza el espacio en moribundo vuelo, 
       Buscando un nido entre la mar y el cielo 
                ¡Acuérdate de mí! [1]

Salaverry dió culto también a las musas del teatro, pero con infeliz fortuna. Ninguno de sus dramas, incluso Atahualpa, que fué en su tiempo el más celebrado, sin duda por la fluidez de los versos, le ha sobrevivido. [2]

Mucho más joven que los hasta aquí citados era D. Constantino Carrasco (1841 † 1877), partidario del americanismo en poesía, autor de una silva muy celebrada Al Árbol de la quina, conocedor de la lengua quichua, y traductor en verso castellano del famoso Ollantay , que se ha querido dar por antiquísimo texto dramático de dicha literatura, pero que, leído desapasionadamente, no parece, a lo menos en las traducciones, más que una imitación de las comedias españolas, hecha por algún ingenioso misionero del [p. 193] siglo XVII, y quizá de tiempo muy posterior. Si en esto erramos, nuestra ignorancia nos disculpe, pero no somos los únicos en opinar así, y en el Perú mismo no falta quien nos acompañe en tal creencia. [1]

[p. 194] El estudio detenido de las colecciones, muy raras en Europa (si es que alguna completa existe), de la Revista de Limay del Correo del Perú, podría acrecentar con bastantes nombres este catálogo. [1] Pero no hay duda que la literatura del Perú independiente no conserva ya entre las de la América del Sur el puesto de primacía que tuvo durante la época colonial. A par con la decadencia política ha ido la decadencia literaria: las brillantes excepciones de Pardo, Segura, Palma y Juan de Arona no hacen más que confirmar la regla. Lima no es hoy la cabeza y el corazón de la América del Sur, como lo fué en los tiempos del Virreinato. No parece sino que un triste presentimiento hizo andar a los peruanos tan reacios en asociarse al movimiento de emancipación, cuyos beneficios han sido para ellos tan caramente comprados. Bolívar empezó por despojarles del hermoso puerto de Guayaquil, y por crear definitivamente con las provincias del Alto Perú una nueva República. Chile rompió todos sus antiguos lazos de dependencia y se levantó con la hegemonía política del Sur, afirmándola después con guerras y anexiones, siempre desastrosas para sus vecinos. Pueblos que en la historia colonial habían [p. 195] sido secundarios y olvidados, como Venezuela y Nueva Granada, levantaron su cabeza ceñida con los laureles de la guerra de la Independencia, y se repartieron la herencia de Bolívar, asumiendo ante Europa la representación de la causa americana. La Argentina se engrandeció como por encanto con la inmigración europea y con la conquista del desierto. Entretanto, el Perú, materialmente enriquecido por el guano y el salitre, pero devorado por las facciones, iba descendiendo rápidamente en la escala política, a despecho de sus inmensos recursos naturales y del talento vivo y despierto de sus hijos. Pero quien tuvo retuvo, como dice el proverbio vulgar; y aunque Lima no sea ya la Atenas del Sur, y aunque Buenos Aires, Santiago de Chile, Bogotá y Caracas hayan sido centros más activos de cultura moderna, nadie podrá negar a aquella hermosa y desventurada ciudad, ni el prestigio de su tradición gloriosa, ni el haber conservado en lengua y costumbres el sello español, que suele ser en América el único y verdadero americanismo: aquel especial matiz de ingenio castizo y de chiste indígena que avalora todas las producciones festivas de la musa peruana, desde las letrillas y sátiras de D. Felipe Pardo hasta las comedias de Segura, las Tradiciones de Palma y las humorísticas poesías de Paz-Soldán: un no sé qué indefinible de gracia desenvuelta y no pensada, que a cualquier español hace mirar con cariño y simpatía a aquellos que, bajo el antiguo régimen fueron, entre todos los criollos, los hijos mimados de España, tan españoles en todo, hasta en algunos de sus defectos y flaquezas.

[p. 65][1] . Colección de documentos inéditos para la Historia de España, tomo LXXXV, págs. 369-379.

[p. 65][2] . Colección de libros españoles raros o curiosos, tomo XIII, páginas 225-233.

[p. 65][3] . Breve romance de los hechos de Lope de Aguirre. Hállase al fin de la segunda parte de la Relación muy verdadera de todo lo sucedido en el río del Marañón en la provincia del Dorado, hecha por el gobernador Pedro de Orsúa... Escrita por Gonzálo de Zúñiga, uno de los soldados de la expedición. El título particular de esta segunda parte es de Lo sucedido en la Margarita.

Principia:

           Riberas del Marañón, 
       Do gran mal se ha congelado, 
       Se levantó un vizcaíno, 
       Muy peor que andaluzado.

Acaba:

           A nadie da confesión, 
       Porque no lo ha acostumbrado, 
       Y así se tiene por cierto 
        Ser el tal endemoniado.

Por estos últimos cuatro versos se prueba que aún vivía Aguirre cuando se compuso el romance, y antes que Zúñiga redactase la parte tercera, que trata de la entrada del sanguinario vizcaíno en Tierra Firme, por agosto de 1561.

(Colección de documentos inéditos del Archivo de Indias, tomo IV, págs 225 y 282. El Romance, 267-269.)

No fué el Perú teatro de las atrocidades de Lope de Aguirre (cantadas también por Juan de Castellanos), pero del Perú salió la expedición de Pedro de Orsúa, y, por consiguiente, no huelga aquí esta noticia.

[p. 67][1] . Publicó esta coplilla por primera vez el Sr. Espada, en la carta dedicatoria de su libro Tres relaciones de antigüedades peruanas.

[p. 67][2] . Cieza de León, La guerra de las Salinas. En el tomo LXVIII de la Colección de documentos inéditos para la Historia de España , pág. 266.

[p. 68][1] . Conquista de la Nueva Castilla, poema heroico publicado por la primera vez por D. J. A. Sprecher de Bernegg. París y León, Saint-Hilaire, Blanch y Cormon, editores, 1848, 8.º

[p. 68][2] . Biblioteca de El Escorial, D-i i j-25, rolio 221. Cuaderno en 4.º escrito en papel que forma parte de un tomo deVarios. Noticia que me comunicó el Sr. Espada, junto con las biografías relativas al autor y al protagonista.

[p. 71][1] . El ms. de El Marañón (8 hojas de preliminares y 317 de texto, dividido en tres libros y dedicado a D. Andrés Fernández de Córdoba, del Consejo Real), existe en Asturias en la librería que fué del señor Soto Posadas, y fué examinado en 1875 por el Sr. Jiménez de la Espada.

[p. 72][1] . En la Revista del Río de la Plata, núm. 6, pág. 171, el general don Bartolomé Mitre sostuvo que el primer libro publicado en Sud América por Antonio Ricardo fué otra Doctrina cristiana, más breve, que lleva la fecha de 1583, y que hoy se conserva en el Museo que legó a Buenos Aires aquel ilustre historiador y hombre de Estado argentino.

[p. 73][1] . Harrise. Introducción de la Imprenta en América, con una bibliografía de las obras impresas en aquel hemisferio desde 1540 a 1600, por el autor de la «Biblioteca Americana Vetustissima» (traducido y adicionado por M. Zarco del Valle). Madrid, Rivadeneyra, 1872.

Medina (J. T.) La Imprenta en Lima. Epítome (1584-1810). Santiago de Chile, impreso en casa del autor, 1890.

—La Imprenta en Lima (1584-1824). Santiago de Chile, impreso y grabado en casa del autor, 1904-1905. Cuatro tomos.

[p. 74][1] . Vid. Riva Agüero (D. José de la), La Historia en el Perú, tesis para el Doctorado de Letras, Lima, 1910.

[p. 75][1] . «Residiendo mi madre en el Cuzco, su patria, venían a visitarla casi cada semana los pocos parientes y parientas que de las crueldades de Atahualpa escaparon; en las cuales visitas siempre sus más ordinarias pláticas eran tratar del origen de sus reyes, de la majestad dellos, de la grandeza de su imperio, de sus conquistas y hazañas del gobierno que en paz y en guerra tenían, de las leyes que tan en provecho y en favor de sus vasallos ordenaban. En suma, no dejaban cosa de las prósperas que entre ellos hubiesen acaecido, que no la trajesen a cuenta. De las grandezas y prosperidades pasadas, venían a las cosas presentes: lloraban sus reyes muertos, enajenado su imperio y acabada su república. Estas y otras semejantes pláticas tenían los incas y pallas en sus visitas, y con la memoria del bien perdido, siempre acababan su conversación en lágrimas y llanto, diciendo: «trocósenos el reinar envasallaje». En estas pláticas yo, como muchacho, entraba y salía muchas veces donde ellos estaban, y me holgaba de las oir, como huelgan los tales de oir fábulas.» (Comentarios Reales, primera parte, lib. I, cap. XV.)

[p. 75][2] . Entre ellos el ya citado jesuíta peruano Blas Valera, de cuya obra manuscrita se extravió gran parte en el saqueo de Cádiz por los ingleses en 1596. Garcilaso cita textualmente los principales fragmentos que llegaron a sus manos.

[p. 75][3] . Esta credulidad tenía, sin embargo, sus límites. Garcilaso dudaba de muchas de las cosas que cuenta, pero muestra gran candidez aún en estas veleidades de escepticismo. «Después de haber dado muchas trazas y tomado muchos caminos para entrar a dar cuenta del origen y principio de los Incas, reyes naturales que fueron del Perú, me pareció que la mejor traza y el camino más fácil y llano era contar lo que en mis niñeces oí muchas veces a mi madre y a sus hermanos y tíos, y a otros sus mayores, acerca de este origen y principio .., y será mejor que se sepa por las propias palabras que los Incas lo cuentan, que no por las de otros autores extraños... Digo llanamente las fábulas historiales que en mis niñeces oí a los míos. Tómelas cada uno como quisiere y deles el alegoría que más les cuadrare. A semejanza de las fábulas que hemos dicho de los Incas, inventan las demás naciones del Perú otra infinidad dellas del origen y principio de sus primeros padres, diferenciándose unos de otros, como lo veremos en el discurso de la historia: que no se tiene por honrado al indio que no desciende de fuente, río o lago, aunque sea de la mar; y de animales fieros, como el oso, león o tigre, o de águila o del ave que llaman cuntur, o de otras aves de rapiña, o de sierras, montes, riscos o cavernas; cada uno como se le antoja, para su mayor loa y blasón Y para fábulas, baste lo que se ha dicho.» ( Comentarios Reales, primera parte, lib. I, caps. XV y XVIII.)

Estas singulares palabras nos revelan la verdadera vocación de Garcilaso, que a haber vivido en nuestros tiempos, no hubiera sido un historiador, sino un folklorista.

Lo mejor que sobre Garcilaso, y en general sobre la historiografía del Perú conocemos, es el erudito e ingenioso libro del ya citado Doctor Riva Agüero (págs. 33-214), y allí están cuantos argumentos pueden alegarse en pro de la veracidad del cronista de los Incas, a quien hoy es moda desestimar, así como antes se le concedía ilimitada confianza.

[p. 77][1] . De la Musa Caliope que habla en este canto.

[p. 79][1] . El de Lima.

[p. 79][2] . Pedro de Oña.

[p. 81][1] . Alúdese a D. Francisco Asenjo Barbieri que, con el anagrama de José Ibero Ribas y Canfranc, publicó en 1876 losÚltimos amores da Lope de Vega.

 

[p. 82][1] . Nueva biografía , pág. 19.

[p. 89][1] . Las dos epístolas de Amarilis a Belardo y de Belardo a Amarilis se hallan en el tomo I de las Obras sueltas de Lope de Vega, edición de Sancha, págs. 457 y 468, y fueron reimpresas en un cuadernito, Lima, 1834, imprenta de Félix Moreno. El editor, que fué D. Manuel Antonio Valdizán, natural de Huánuco, trata de probar, con débiles argumentos, que la incógnita dama tenía el apellido Figueroa, y era hermana de Doña Isabel (Belisa), que casó en primeras nupcias con el encomendero don Bartolomé Tarazona, y en segundas con el licenciado Diego Álvarez, que fué corregidor del Cuzco y de Potosí (tiene artículo en el Diccionario, de Mendiburu).

[p. 90][1] . En el prólogo a las Poesías de Doña Agripina Montes del Valle (Bogotá, 1883), pág. XLVIII.

[p. 90][2] . El concepto estético, como hoy diríamos, de la incógnita poetisa, era, no ya platónico, sino profundamente místico:

           El don de la poesía abraza y cierra, 
       Por privilegio dado de la altura, 
       Las ciencias y artes que hay acá en la tierra. 
           Ésta las comprehende en su clausura, 
       Las perfecciona, ilustra y enriquece 
       Con su melosa y grave compostura. 
           Y aquel que en todas ciencias no florece, 
       Y en todas artes no es ejercitado, 
       El nombre de poeta no merece. 
           Y por no poder ser que esté cifrado 
       Todo el saber en uno sumamente, 
       No puede haber poeta consumado... 
           Pues ya de la Poesía el nacimiento 
       Y su primer origen ¿fué en el suelo? 
       ¿O tiene aquí en la tierra el fundamento? 
           Oh Musa mía, para mi consuelo 
       Dime dónde nació, que estoy dudando. 
       Nació entre los espíritus del cielo... 
           De esta región empírea, santa y bella, 
       Se derivó en Adán, primeramente, 
       Como la hueste Délfica en la estrella. 
           ¿Quién duda que advirtiendo allá en la mente, 
       Las mercedes que Dios hecho le había 
       Porque le fuese grato y obediente, 
           No entonase la voz con melodía, 
       Y cantase a su Dios muchas canciones, 
       Y que Eva alguna vez le ayudaría? 
           Y viéndose después entre terrones, 
       Comiendo con sudor por el pecado, 
        Y sujeto a la muerte y sus pasiones, 
           Estando con la reja y el arado, 
       ¿Qué elegías compondría de tristeza, 
       Por verse de la gloria desterrado?

[p. 92][1] . He aquí la lista completa de los poetas que cita: El Dr. Figueroa, Duarte Fernández, Montesdoca, Sedeño, el licenciado Pedro de Oña, Miguel Cabello de Balboa, Juan de Salcedo Villandrando, los PP. Ojeda y Gálvez, Juan de la Portilla, Gaspar Villarroel, D. Diego de Ávalos, Luis Pérez Ángel, Antonio Falcón, Diego de Aguilar y Córdoba, Cristóbal de Arriaga y D. Pedro de Carvajal.

La epístola termina como empezó, con un bello elogio de la Poesía, donde se glosan felizmente algunos conceptos de Marco Tulio en la oración pro Archia poeta :

           Es la Poesía un piélago abundante 
       De provechos al hombre; y su importancia 
       No es sola para un tiempo ni un instante. 
           Es de provecho en nuestra tierna infancia, 
       Porque quita y arranca de cimiento, 
       Mediante sus estudios, la ignorancia. 
           En la virilidad es ornamento, 
       Y a fuerza de vigilias y sudores 
       Pare sus hijos nuestro entendimiento. 
           En la vejez alivia los dolores, 
       Entretiene la noche mal dormida, 
       O componiendo o revolviendo autores. 
           Da en lo poblado el gusto sin medida, 
       En el campo acompaña y da consuelo, 
       Y en el camino a meditar convida. 
           De ver un prado, un bosque, un arroyuelo, 
       De oír un pajarito, da motivo 
       Para que el alma se levante al cielo. 
           Anda siempre el poeta entretenido 
       Con su Dios, con la Virgen, con los Santos, 
       O ya se baja al centro denegrido. 
           De aquí proceden los heroicos cantos, 
       Las sentencias y ejemplos virtuosos, 
       Que han corregido y convertido a tantos. 
           Y si hay poetas torpes y viciosos, 
       El don de la Poesía es casto y bueno, 
       Y ellos los malos, sucios y asquerosos.

[p. 93][1] . Colección de Poesías Selectas Castellanas, tomo III (ed. de 1830), Pág. 429.

[p. 95][1] . Primera parte del Parnaso Antártico de obras amatcrias. Con las veintiuna Epístolas de Ovidio y el «In Ibim» en tercetos. Dirigidas â don Iuan de Villela, Oydor en la Chancillería de los Reyes. Por Diego Mexía, natural de la ciudad de Sevilla, i residente en la de los Reyes, en los riquíssimos Reinos del Perú . Año 1608. Con privilegio; en Sevilla. Por Alonso Rodríguez Gamarra, 4.º

Las Heroídas se reimprimieron en el tomo XIX de la Colección Fernández, y recientemente en la Biblioteca Clásica; pero en una y otra edición hubo el mal acuerdo de suprimir la mayor parte de los preciosos preliminares del libro, y con ellos la carta de la señora peruana. Tampoco está en las reimpresiones modernas la traducción del Ibis. De modo que el Parnaso Antártico solo puede ser conocido íntegramente consultándole en la primera edición. Exórnanla sonetos laudatorios del Licenciado Pedro de Oña, en nombre de la Antártica Academia de la ciudad de Lima en el Perú; del Dr. Pedro de Soto, catedrático de Filosofía en México, en nombre de su claustro, y de Luis Pérez Ángel, natural, o a lo menos vecino, de Arica, según se infiere del elogio de la incógnita poetisa:


           Con gran recelo a tu esplendor me llego, 
       Luis Pérez Ángel, norma de discretos, 
       Porque soy mariposa y temo el fuego. 
           Fabrican tus romances y sonetos, 
       Como los de Anfión un tiempo a Tebas, 
       Muros a Arica, a fuerza de concetos.

Una segunda parte inédita del Parnaso Antártico se conserva en la Biblioteca Nacional de París (núm. 599 del Catálogo de Morel-Fatio). El manuscrito perteneció al Virrey Príncipe de Esquilache, cuyas armas lleva, y a quien fué dedicado por el propio Diego Mexía de Fernangil, ministro del Santo Oficio de la Inquisición, en la visita y corrección de los libros de la ciudad de Sevilla. El autor residía entonces en la villa de Potosí, después de haber perdido la mayor parte de su fortuna, en la «deshecha tormenta que corrió por sus negocios». Todo induce a creer que era mercader o tratante. De sus quiebras se consolaba con el cultivo de las letras, «desenvolviendo muchos autores latinos y frecuentando los umbrales del sagrado templo de las Musas». «Conozco—añade—que en treinta y tres que ha salí de España, es ya otro el lenguaje, y otra la perfección y alteza de la poesía; pero con esta que entonces traje y acá se ha disminuido, quise hacer este servicio a aquel señor que estimó en más el cornadillo de la pobrecita que las magníficas ofrendas de los ricos y poderosos... Es esta mi poesía como los ídolos que Alcibíades consagraba al dios Sileno, que en lo exterior eran feos y mal compuestos, y dentro de sí encerraban joyas y piedras preciosas, y ninguna de más valor ni estima que las obras de Cristo N. S.»

Esta segunda parte, en efecto, es de carácter enteramente distinto de la primera, pues sólo contiene versos religiosos. Ocupan la mayor parte del tomo 200 sonetos sobre la vida de Cristo, escritos con idea de de que acompañaran a unas estampas del P. Jerónimo Natal, de la Compañía de Jesús. Después se encuentran una Epístola a la Serenísima Reina de los Ángeles, Santa María Virgen; La Perla de la vida de Santa Margarita, Virgen y Mártir, dirigida al licenciado Alonso Maldonado de Torres, presidente de la Real Audiencia de Charcas, y luego oidor en el Consejo de Indias; una Oración en alabanza de la Señora Santa Ana, Las Novísimas, una Égloga del Buen Pastor y otra del Dios Pan al Santísimo Sacramento.

[p. 98][1] . Prólogo de la Musa Épica (t. I, edic. de 1833), pág. 48.

[p. 99][1] . La Cristiada, del P. Maestro Fr. Diego de Hojeda, Regente de los estudios de los Predicadores de Lima; que trata de la vida y muerte de Cristo nuestro Salvador. Dedicada al Excmo. Sr. D. J. de Mendoza y Luna, Marqués de Montesclaros y Virrey del Perú... Impreso en Sevilla en la imprenta de Diego Pérez, en la calle de Catalanes, año de 1611, 4.º Las aprobaciones están fechadas es Lima. Hay versos laudatorios de Lope de Vega, Mira de Amescua, Gregorio Rico y el Licdo. D. Gabriel Gómez.

La primera reimpresión completa de este raro y precioso libro fué la contenida en el tomo I de los Poemas Épicos de la Biblioteca de Rivadeneyra, que coleccionó D. Cayetano Rosell. Entre las posteriores merece especial recuerdo la muy lujosa de Barcelona, hecha por la casa editorial de González y C.ª en 1896, con un prólogo de D. Francisco Miquel y Badía. (Fol. máximo, con muchas cromolitografías y dibujos intercalados.) Un peruano, D. J. Manuel de Berriozábal, publicó en 1841 en París una refundición, o más bien compendio, del poema, con el título de La Nueva Cristíada, y tengo idea de que esta refundición volvió a imprimirse en Barcelona.

Un joven dominico, de quien espera mucho la historia literaria de su Orden (a), [(a) Estas esperanzas se han convertido ya en realidades, que irán siendo mayores cada día. Alúdese aquí a Fr. Justo Cuervo, a quien debemos la primera edición fiel y correcta de las Obras de Fr. Luis de Granada, y de quien esperamos el mismo trabajo respecto de la Cristiada. ] presentó años hace a la Facultad de Letras de la Universidad de Madrid una tesis doctoral acerca del P. Ojeda, con datos biográficos que no hemos visto en ninguna otra parte.

[p. 100][1] . Impreso en el Ensayo, de Gallardo, t. II, págs. 62-69.

[p. 100][2] . Estaba ya en Lima el año 1605, según él propio advierte en el prólogo de la comedia Algunas hazañas... de D. García Hurtado do Mendoza.

[p. 102][1] . Nunca he visto esta segunda edición, ni hallo que ningún bibliógrafo la mencione. Es probable que no pasase de proyecto. Sobre la de México, que es rarísima, véase el tomo I de la presente Historia, página 65. [Ed. Nac pág. 59].

De los ingenios que en Lima conoció Belmonte, hace curiosa enumeración su panegirista Bermúdez, con noticias que probablemente le había comunicado el mismo poeta.

«El licenciado Pedro de Oña, hijo de la robusta Chile, bien muestra en su Arauco domado la luz que pudieran envidiar los mejores de Italia, si ya confiesa hoy, con la ventaja que se hace a sí mismo, que fué trabajo de sus primeros años, con sola la bizarría del natural gallardo: será (si pone los últimos pinceles al Poema del Padre Javier, apóstol de la India, y discípulo del Beato Ignacio), no el menor de los que blasonan en nuestro tiempo.

Fr. Juan de Galves y Fr. Diego de Ojeda, uno en su Historia de Cortes, y otro en su Cristiados...

El Dr. Figueroa, aunque hijo de España, tiene hoy con justa razón por patria aquella nobilísima ciudad, que le honra como a natural suyo; es también uno de los que pueden entrar a la parte en el laurel de Apolo, en igualdad de pocos.

El Dr. Rivadeneira Villarroel y el Secretario Obregón, claro manifestador de los conceptos de Italia, no menos tienen el lugar que sus elegantes versos merecen.»

El Dr. Figueroa, del cual se habla aquí, y a quien menciona también la poetisa anónima:

           Testigo me serás, sagrado Lima, 
       Que el doctor Figueroa es laureado 
       Por su grandiosa y elevada rima. 
           Tú, de ovas y espadañas coronado, 
       Sobre la urna transparente oíste 
       Su grave canto, y fué de ti aprobado...

no es el poeta complutense Francisco de Figueroa, ni el valisoletano Dr. Cristóbal Suárez, que nunca estuvieron en América, sino un Doctor Figueroa, profesor de Medicina en la Universidad peruana, de quien hay versos en los preliminares de algunos libros.

Aprovecharé esta nota para subsanar la omisión del curioso pasaje del licenciado Bermúdez, relativo a los poetas mexicanos contemporáneos de Belmonte.

 «De Indias salió (Luis de Belmonte) aficionado con razón a los divinos ingenios de México, que no es su lugar el que menos luce en los concilios de Apolo. Y puedo decir por algunos escritos que he visto suyos y dignos de la opinión que alcanzan, que comienzan por donde acaban muchos.

Es aventajado en tan loable ejercicio el licenciado Arias de Villalobos, y no menos excelente en la historia por su justa erudición, de que dará testimonio la que felicísimamente prosigue de la Casa de Austria.

Bernardo de Balbuena tiene no inferior asiento en el Museo.

El Dr. Martínez y Dr. Cano no menos se precian de poetas, que del asunto principal que profesan; que tal vez, vacando a sus ejercicios, muestran el esplendor de sus ingenios.

Mucho siento que he de ofender a muchos que les igualan en México: pero como es otro mi intento, habré de dejar quejosos tantos como florecen, por no ser este el lugar de sus alabanzas, si acaso han menester de mi pluma, entrando en su número el Dr. Airolo, el Dr. Sarmiento, Arrarte, Cristóbal Núñez, Medina y Barrientos, Cristóbal Porcel y Luis de Zárate, hijos de aquella ilustrísima ciudad; que por ser esta breve alabanza dellos, dejo los que de España han pasado a México el sagrado monte Febo; de quien, y de los clarísimos ingenios de Sevilla, no es justo que trate en discurso tan breve, que sería más ofenderlos que alabarlos.»

[p. 104][1] . Vid. Historia del descubrimiento de las regiones australes, hecho por el general Pedro Fernández de Quirós, publicada por D. Justo Zaragoza. Madrid, 1876, 3 vol.; y Boletín de la Academia de la Historia, tomo I (1878).

[p. 104][2] . En Madrid, por Diego Flamenco, año 1622. Reimpresa al fin de las Comedias de Alarcón, en la Biblioteca de Rivadeneyra. Los poetas colaboradores, amén de los citados, fueron el Conde del Basto (nieto de Leiva), D. Fernando de Ludeña, D. Jacinto de Herrera y D. Diego de Villegas. Puede conjeturarse, con el Sr. Fernández-Guerra (D. Juan Ruiz de Alarcón, pág. 359), que todos estos ingenios andaban por aquella fecha rostrituertos con Lope de Vega, puesto que se atreven a decir de sí mismos por boca de Belmonte que «son los que en España tienen mejor lugar, a despecho de la envidia». Como en desquite de esta comedia compuso Lope tres años después la suya de Arauco domado , cuyo fondo histórico está sacado del poema de Pedro de Oña.

[p. 105][1] . Primera parte de la Miscelánea Austral de D. Diego d'Avalos y Figueroa, en varios coloquios... Con la defensa de Damas. Dirigida al Excellentissimo señor Don Luvs de Velasco Cavallero de la Orden de Santiago, Visorey y Capitan General de los Reynos del Pirú, Chile y Tierra Firme. Con licencia de su excelencia. Impreso en Lima por Antonio Ricardo. Año 1602, 4.º El autor firma la dedicatoria en la ciudad de la Paz, en 6 de septiembre de 1601.

Lleva gran número de versos laudatorios del general D. Fernando de Córdoba y Figueroa, D. Diego de Carvajal, D. Lorenzo Fernández de Heredia, Dr D. Francisco de Sossa, Dr. Hormero, Dr. Francisco de Figueroa, Licenciado Bartolomé de Acuña, Ldo. Pedro de Oña, Licenciado Francisco Núñez de Bonilla, Ldo. Cristóbal García de Rivadeneyra, Ldo. Antonio Maldonado de Silva, Juan de Salcedo Villandrando, Leonardo Ramírez, Un religioso grave y Francisco Moreno de Almaraz. Al principio de la Defensa de Damas, nuevas composiciones laudatorias de Pedro de Oña, Ldo. Bartolomé de Acuña Olivera, D. Sancho de Marañón, Ldo. D. Francisco Fernández de Córdoba, capitán Gabriel d'Oria y Rui López de Frías Coello.

Esta Miscelánea Austral impresa, no ha de confundirse con la otra Miscelánea Antártica inédita (pues lo traducido al francés por Ternaux Compans es sólo una parte) de Miguel Cabello de Balboa, natural de Archidona, autor también de otras obras mencionadas por la poetisa anónima:


           La Volcánea horrífica terrible, 
       Y el Militar Elogio , y la famosa 
        Miscelánea que al Inga es apacible: 
           La entrada de los Moxos milagrosa, 
       La comedia de El Cuzco y Vasquirana, 
       Tanto verso elegante y tanta prosa 
           Nombre te dan y gloria soberana, 
       Miguel Cabello, y ésta redundando 
       Por Hesperia, Archidona queda ufana.

[p. 108][1] . Fiestas que celebró la ciudad de los Reyes del Pirú, al nacimiento del Sereníssimo Príncipe D. Baltasar Carlos de Austria nuestro señor. A D. Francisco Fausto Fernández de Cabrera y Bobadilla, niño de dos años y primogénito del Excmo. Sr. Conde de Chinchón, Virrey del Perú. Por el capitán D. Rodrigo de Carvajal y Robles, Corregidor y Justicia mayor de la provincia de Colesuyo, por Su Majestad. Impreso en Lima (a costa de la ciudad) por Gerónimo de Contreras, año de 1632 , 4.º

[p. 108][2] .  Discurso leído en la inauguración de la Academia Peruana, correspondiente de la Española, el 30 de agosto de 1887.

[p. 108][3] . Relación de las exequias que el Excmo. Sr. D. Juan de Mendoza y Lima, Marqués de Montes-Claros, Virrey del Pirú, hizo en la muerte de la Reina nuestra señora Doña Margarita... Por el Presentado Fr. Martín de Lima, de la Orden de San Agustín. En Lima, por Pedro de Merchán y Calderón, año 1613, en 4.º, con una grande estampa que contiene el diseño del túmulo real, dibujado en Lima por J. Martínez de Arrona, y grabado por el P. León. Versos laudatorios de Bernardo Montoya, Pedro de Oña, el almirante D. P. Orozco, Fr. Lucas de Mendoza, el Doctor Cristóbal de Rivadeneyra, Fr. Blas de Acosta, Fr. Diego Fernández de Córdoba, Fr. J. de Zárate.

Sin pretender apurar esta fastidiosa literatura de fiestas, pompas fúnebres y certámenes, mencionaremos la Relación de las fiestas a la Inmaculada Concepción de la Virgen, de Antonio Rodríguez de León (1618); la Relación de las fiestas al nuevo reynado de D. Felipe IV, de Fr. Fernando Valverde (1622); las Fiestas de Lima en la canonización de San Pedro Nolasco, de Fr. Bartolomé Vadillo (1632); la Pompa fúnebre en la muerte de Doña Isabel de Borbón, de Gonzalo Astete de Ulloa (1645); laPompa funeral y exequias a la muerte de D.ª  Ángela de Guzmán (1654); la Pompa fúnebre en la muerte del Conde de Salvatierra, de Gabriel Barreda Ceballos (1663); la Celebridad y fiestas con que Lima celebró la beatificación de Santa Rosa, de D. Diego de León Pinelo (1670); la Triunfal encomiástica aclamación del Conde del Castellar, de Andrés de Paredes y Solier (1674); el Acto glorioso: fiestas en la canonización de San Luis Beltrán (1674); el Parnaso del Real Colegio de San Marcos, postrado a los pies del Conde de la Monclova (1694); las Exequias de la reina Doña Mariana de Austria (1697); el Certamen panegyrico historial poético por la reedificación de la ciudad de los Reyes (1693).

Esta reedificación es la que siguió al espantable terremoto de 20 de octubre de 1687, de que hay relación en verso, muy rara y curiosa: Relación poética de la fatal ruina de la gran ciudad de los Reyes, Lima, con los espantosos temblores de tierra sucedidos a 20 de octubre de 1687. Va al fin un romance al nunca visto alboroto de la misma ciudad en la noche del lunes 1.º de diciembre del mismo año, ocasionado del rumor falso de la salida del mar, por un ingenio desta corte. Con licencia en Lima, año de 1687 .

[p. 110][1] . Tengo que rectificar esta especie y volver el crédito al Sr. Palma, que tomó sus noticias del Diccionario de Mendiburu (tomo II, pág. 59). «Como amante de las letras no era posible que Esquilache pasara sin fomentarlas y sin rodearse de los ingenios más distinguidos que ofrecía Lima en tan remota época; y así se reunían semanalmente, en Palacio, diferentes personajes a cuyos estudios se agregaba la ilustrada capacidad que enaltecía su mérito. El coronel D. Pedro de Yarpe y Montenegro, el oidor D. Baltasar de Laso y Rebolledo, D. Luis de la Puente, jurista de mucho nombre, el religioso Fr. Baldomero Illescas, de la orden de San Francisco, el poeta D. Baltasar Moreyra, y otros que no nombramos por falta de noticias, tenían con el Virrey discusiones sobre materias científicas, cultivando su saber literario con los ensanches que en sus debates académicos avivaban la más noble de las aspiraciones.»

Todo esto tiene trazas de ser verdad, pero mientras no pueda citarse más documento que el dicho de un escritor del siglo XIX, por docto y bien informado que sea, hay que dejar en duda la existencia de la academia o tertulia literaria de Esquilache.

[p. 111][1] . Horæ Succisivæ D. Didaci Benavidii Comitis S. Stephani, studiosa cura D. D. Francisci Marchionis Navarum et D. Emmanuelis Benavidii filiorum congestæ. Nova editio a mendis expurgata... Lugduni, sumptibus Joannis de Argaray bibliopolæ pampilonensis, 1664, 12.º

[p. 111][2] . Sobre el estado de la Universidad en el siglo XVII, debe consultarse especialmente el libro de D. Diego de León Pinelo: Hypomnema Apologeticum pro Regali Academia Limensi... Ad Limensem Regium Senatum... Limæ ex Officina Juliani de los Santos et Saldaña. Anno Domini 1648,

[p. 111][3] . Es sabido que las Cartas que en períodos bastante fijos y regulares, a modo de Gaceta, publicaba en Madrid Andrés de Almansa y Mendoza, desde 1621 a 1626, sobre novedades de esta corte y avisos recibidos de otras partes , se reimprimían en Lima en llegando, aunque de estas reimpresiones quedan pocas. (Vid. Colección de Libros Españoles raros y curiosos, t. XVII.) A fines del siglo había ya Gacetas especiales de Lima, v. gr.: Relación de todo lo sucedido en Europa hasta el lunes 21 de septiembre de 1671.—Novedades en continuación de la relación desde 25 de agosto de 1679.—Diario de las noticias de Lima, en que se hace saber de una tragedia lastimosa que sobrevino del cielo el año de 1687.—Noticias del Sur, continuadas desde 6 de noviembre de 1685.—Últimas noticias del Sur... 1688.

 

[p. 112][1] . Armas Antárticas, hechos de los famosos Capitanes españoles que se hallaron en la Conquista del Perú: su autor D. Juan de Miramontes y Zuazola, dedicadas al Excmo. Sr. D. Juan de Mendoza y Luna, Marqués de Montesclaros, Virrey del Perú. Ms . citado por D. Bartolamé José Gallardo, como existente en la biblioteca del infante D. Luis. Es un poema de veinte cantos, en octavas, y por lo que conocemos de él no parece de los peores de su clase, y es, por de contado, superior a laLima Fundada, de Peralta.

Empieza el poema de Miramontes:


       Las armas y proezas militares 
       De españoles católicos valientes, 
       Que por ignotos y soberbios mares 
       Fueron a dominar remotas gentes, 
       Poniendo al Verbo Eterno en los altares 
       Que otro tiempo con voces insolentes 
       De oráculos gentílicos, espanto 
       Eran del indio, ahora mudas, canto.

Termina:

       Huye, argentando el mar de espuma cana; 
       Lleva dolor y déjanos con pena; 
       Pues si estuviera surto otra mañana 
       No levantara el ferro de la arena, 
       Porque al puerto llegó Pedro de Arana 
       Al risueño apuntar de alba serena, 
       Y al punto por su rastro se derrota, 
       Mas no deja en el mar rastro de flota.

—El Angélico. Escríbelo con estilo de poeta lírico el Padre Fray Adriano de Alecio, del Orden de Predicadores, natural de Lima. Ofrecelo con afecto de obediente a nuestro Reverendísimo Padre Maestro Fray Tomás Turco, General del Orden de nuestro Padre Santo Domingo... Impreso en Murcia por Esteban Liberós. Año de 1645, 4.º

—El Santuario de Nuestra Señora de Copacavana, en diez y ocho silvas..., por el Rdo. P. Maestro Fr. Fernando de Valverde... Lima, por Luis de Lira, 1641, 4.º

El argumento de la comedia de Calderón La Aurora en Copacavana, puede estar tomado de este poema del P. Valverde o de laHistoria del célebre santuario de Nuestra Señora de Copacavana y sus milagros, e invención de la Cruz de Carabuco, escrita en prosa por otro agustino, Fr. Alonso Ramos Gavilán (Lima, 1621). Pero la fuente más probable es el libro I de la hoy rarísiam Parte segunda de la Crónica Moralizada del Orden de San Agustín en el Perú, del P. Calancha (Lima, 1653).

—Poema heroyco hispano-latino de la fundación y grandezas de la muy Noble y Leal ciudad de Lima. Obra póstuma del M. R. P. M. Rodrigo

  de Valdés, de la Compañía de Jesús, Cathedrático de Prima jubilado, y Prefecto Regente de Estudios en el Colegio Máximo de San Pablo. Sacale a luz el Doctor D. Francisco Garabito de Leon y Messía, Cura Rector de la Iglesia Metropolitana de Lima, Visitador y Examinador general en su Arzobispado, etc. Sobrino y primo hermano del autor... En Madrid, en la imprenta de Antonio Román, año 1687 . (En la Revista de Lima, t. III, 1860, publicó un estudio sobre este poema D. J. A. de Lavalle.)

—Lágrimas numerosas en la muerte de Doña María de Sanabria y Salas, lloradas por su padre y dirigidas a su esposo. Impreso en Lima por Bernardino de Guzmán, año 1633. Se encuentra en la Biblioteca Nacional, en el t. XXVIII de la gran colección de poesías varias, la mayor parte manuscritas, conocida con el título de Parnaso. «Es escritor castizo y elegante este Sanabria, aunque no de mucho brío» (dice Gallardo):

           Ya que tu muerte, oh cara prenda mía, 
       Mis ojos embaraza con el llanto 
       Y los hurta su oficio noche y día, 
           Permite que en alivio del quebranto 
       Que le ocasiona, suspirarle pueda 
       Quien en ti de su vida perdió tanto.

[p. 115][1] . Solemnidad Fúnebre y Exequias a la muerte del Catholico y Augustíssimo Rei Nuestro Señor D. Felipe IV el Grande, que celebró en la Iglesia Metropolitana la Real Audiencia de Lima, que oi (sic) gobierna en vacante y mandó suprimir el Real Acuerdo de Gobierno. Con licencia. En la Imprenta de Juan de Quevedo. Año de 1666 (portada grabada), 4.º

[p. 115][2] . Apologético en favor de D. Luis de Góngora, Príncipe de los Poetas Lyricos de España, contra Manuel de Faria y Sousa, Cavallero portugués, que dedica al Excmo. Sr. D. Luis Méndez de Haro, etc... Su autor el Dr. Juan de Espinosa Medrano, Colegial Real en el insigne Seminario de San Antonio el Magno, Catedrático de Artes y Sagrada Theología, en él: Cura Rector de la Santa Iglesia Cathedral de la ciudad del Cuzco, cabeza de los reinos del Perú en el Nuevo Mundo. Con licencia. En Lima , en la imprenta de Juan de Quevedo y Zárate. Año de 1694, 8.º Con versos laudatorios de D. Francisco de Valverde Maldonado y Xaraba, de don Diego de Loaysa y Zárate, del Lcdo. D. Bernabé Gascón Riquelme, del maestro Juan de Lyra y del maestro Francisco López Mexía.

[p. 117][1] . Es muy pobre el artículo biográfico de Espinosa Medrano en el Diccionario Histórico del Perú, del general Mendiburu, obra la más apreciable de su género que posee ninguna república de América, aunque más atiende a la parte política y militar que a la literaria, y adolece del defecto de no indicar con precisión sus fuentes bibliográficas. (Diccionario Histórico y biográfico del Perú, formado y redactado por Manuel de Mendiburu. Lima, 1874 y siguientes, 8 vols.)

[p. 118][1] . En el apéndice de uno de los curiosos libros publicados por la Biblioteca Nacional de Lima, bajo la dirección del Sr. Palma, Apuntes históricos del Perú y Noticias cronológicas del Cuzco (Lima, 1902), se ha impreso un poemita en silva de Espinosa Medrano, El Aprendiz de rico, cuyo argumento es la falsificación de moneda de que resultó reo un acaudalado minero de Potosí, apellidado Rocha, que por ello murió en el cadalso. Acompañan a esta composición algunas noticias biográficas del autor, escritas por D. Manuel Calderón, antiguo empleado de la Biblioteca de Lima.

[p. 118][2] . En el tomo V de la muy importante serie de Documentos literarios del Perú, colectados y arreglados por el coronel de Caballería Manuel de Odriozola (Lima, 1873, imp. del Estado). Precede a los versos de Caviedes un apunte crítico, firmado en Buenos Aires; 1870, por D. Juan María Gutiérrez, a quien tanto debe la historia de la literatura colonial de América.

El manuscrito que sirvió para la edición de Odriozola era muy incorrecto, lo cual movió a Palma a repetir la edición de los versos de Caviedes en 1899, al fin del libro titulado Flor de Academias, valiéndose de otro códice mejor que perteneció a la biblioteca de D. Félix C. Coronel Zegarra, adquirida en 1898 por la Nacional del Perú (págs. 333-474).

Bajo el nombre de Caviedes se agrupan dos colecciones poéticas: el Diente del Parnaso y las Poesías diversas. Todo lo que se contiene en la primera es indisputablemente suyo, y tiene la comunidad del tema, anunciada ya desde el título: Diente del Parnaso. Guerras físicas, proezas medicinales, hazañas de la ignorancia, sacadas a luz por D. Juan Caviedes, enfermo que milagrosamente escapó de los errores de los médicos por la protección del glorioso San Roque, abogado contra los médicos o contra la peste, que tanto monta. Dedícalo su autor a la Muerte, emperatriz de médicos, a cuyo augusto cetro le feudan vidas y tributan saludes en el tesoro de muertos y enfermos. Lleva fe de erratas, tasa, licencia y aprobaciones, todo en versos burlescos.

La segunda sección de poesías varias, serias y jocosas, me inspira muchas sospechas. El estilo de la mayor parte de ellas no es el de Caviedes, ni siquiera parece el de un sólo poeta, sino de varios, cuyas obras se mezclaron con las suyas en las colecciones manuscritas. Hay, entre ellas, primorosos romances amatorios, de la buena escuela del siglo XVII, por ejemplo, los que comienzan:


           En el regazo de un olmo, 
       Verde gigante del prado, 
       Estaba un triste pastor, 
       Pensativo y sollozando. 
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
           En un laurel convertida 
       Vió Apolo a su Dafne amada: 
       ¿Quién pensara que en lo verde 
       Murieran sus esperanzas? 
       Abrazado con el tronco 
       Y cubierto con las ramas, 
       Pegó su boca a los nudos, 
       Y a la corteza la cara...

endechas y canciones del mismo gusto, que recuerdan a Solís y a Calderón, a veces con imitación directa, verbigracia:


           Nace el ave ligera 
       De rizado plumaje, y a la esfera 
       Irguiéndose veloz y enriquecida, 
       A Dios está rendida. 
       Y yo con libertad en tanta calma, 
       Nunca, Señor, os he ofrecido el alma. 
           Nace el bruto espantoso 
       De riza crín, de cerdas mar undoso, 
       Y al mirarse de todos respetado, 
       Siempre venera al Ser que lo ha creado, 
       Sólo yo con terrible desvarío, 
       Nunca os postré, Señor, el albedrío. 
           Nace la flor lucida, 
       Ya rubí, ya esmeralda engrandecida, 
       Y al ver su color roja, 
       Por dar a su autor gracias se deshoja, 
       Y yo con libertad en tanta calma, 
       Nunca, Señor, os he ofrecido el alma. 
           Nace el arroyo de cristal o plata, 
       Y apenas entre flores se desata, 
       Cuando en sonoro estilo guijas mueve 
       Y a Dios alaba con su voz de nieve. 
       Sólo yo con terrible desvarío. 
       Nunca os postré, Señor, el albedrío. 
           Nace el soberbio monte, 
       Cuya alteza registra el horizonte, 
       Y en su tosca belleza 
       Ensalza más a Dios con su rudeza. 
       Y yo con libertad en tanta calma, 
       Nunca, Señor, os he ofrecido el alma.

Mi sospecha no se limita sólo a las composiciones de asunto grave y a las puramente líricas, sino que se extiende también a algunas de las festivas y burlescas, que no tienen por blanco principal la medicina y los médicos. Hay, entre ellas, una larga sátira, en pareados de entremés, donde, con indisputable gracejo, se va pasando revista a las varias cartas de hipócritas, beatas, caballeros de la hampa, damas de embeleco, doctores de babilonia o de chafalonia. El poeta quiso hacerse pasar por Caviedes, puesto que nombra a dos de los médicos en quienes él había encarnizado más su pluma:

       A todos, por idiotas, los condeno, 
       Porque ninguno hay bueno, 
       Desde Bermejo, tieso y estirado, 
       Hasta Liseras, giba y agobiado...

Pero la llaneza del estilo, la ausencia de retruécanos, el sabor general de la composición , parecen del siglo XVIII más que del XVII. Los dos primeros capítulos, que versan sobre las hazañerías de los falsos devotos y mojigatos, recuerdan, en seguida, el donoso librillo de D. Fulgencio Afán de Ribera, Virtud al uso y mística a la moda, no escrito hasta 1729.

El hecho de encontrarse algunos de estos poemas en la Flor de Academias (1709), atribuídos a otros ingenios que los leyeron como propios en la tertulia del Marques de Castell-dos-Rius, prueban a mi ver, no un plagio, que seria inverosímil, tratándose de un poeta muerto hacía pocos años, y cuyos versos debían de ser muy populares en el estrecho círculo literario de Lima, sino la suerte o desgracia que a Caviedes, como a tantos otros autores de obras de burlas, cupo, de que se le atribuyesen poesías en que no pensó, lo cual se comprueba no sólo en el caso excepcional de Quevedo, bajo cuyo nombre se creó toda una literatura apócrifa, sino en versificadores de menos nombre, como el catalán Vicente García, rector de Vallfogona, y el valenciano Padre Mulet.

En ninguno de los numerosos certámenes poéticos de su tiempo figura el nombre de Caviedes, más que en el dedicado por la Universidad de San Marcos al virrey Conde de la Monclova, en 1689. El general Mendiburu no le menciona en su Diccionario.Pero los redactores del antiguo Mercurio Peruano le dedicaron un breve artículo, en 28 de abril de 1791.

[p. 123][1] . Este romance, tan sucio como ingenioso, comienza:

       Purgando estaba sus culpas 
       Anarda en el hospital; 
       Que estos pecados en vida 
       Y en muerte se han de purgar...

y es imitación, no empeorada, del famoso de Quevedo:

       Tomando estaba sudores 
       Marica en el hospital

[p. 123][2] . No tiene reparo en estampar con todas sus letras, los nombres y apellidos de estos doctores,

       Ignorantes majaderos, 
       Que matan con libertad 
       Más hombres en la ciudad 
       Que el obligado carneros...

Su encono contra los médicos rayaba en monomanía, pero le faltaba la vena cómica de Tirso de Molière. En el corto ámbito de sus romances casi improvisados y muy desiguales, tiene ocurrencias felices, por ejemplo, el chistoso «Memorial que presentó la Muerte al virrey Duque de la Palata cuando se trataba de enviar buques y gente de guerra contra los corsarios y se construían las murallas para resguardo de Lima», proponiendo como el mejor arbitrio enviar contra el enemigo una embarcación tripulada por médicos, boticarios, barberos y curanderos (los había de ambos sexos, según da a entender, y probablemente serían indias las que a esto se dedicasen). En el mismo género merecen citarse los versos a Machuca, por su nombramiento de médico de la Inquisición:

       Ya los autos de la fe, 
       Se han acabado sin duda, 
       Porque de la Inquisición, 
       Médico han hecho a Machuca. 
       Relajados en estatua 
       Saldrán judíos y brujas, 
       No en persona, que estarán 
       Ya relajados con purgas. 
       Tan hechiceras como antes 
       Serán las tristes lechuzas, 
       Porque en manos del doctor 
       Han de volar con unturas...

En sus rasguños picarescos aspira Caviedes a remedar la desgarrada bizarría de las jácaras de Quevedo, en cuya lectura estaba empapado. Véase, por ejemplo, esta sarta de apodos y denuestos contra el médico jorobado Liseras:

       Más doblado que un obispo 
       Cuando en su obispado espira, 
       Y más que capa de pobre 
       Cuando nueva algunos días: 
       Más que bracelete vueltas, 
       Más revueltas que una esquina, 
       Más gradas que cementerio, 
       Más rincones que cocina, 
       Más hinchado que un abad, 
       Más agachado que espina, 
       Y más embutido de hombros 
       Que ignorante que se admira, 
       Más tuerto que andar derecho 
       Entre corchetes y escribas, 
       Más torcido que una ley 
       Cuando no quieren que sirva. 
       Más escaso que banquete 
       De poeta que convida... 
       Más agobiado que un jaque, 
       Más gibado que bocina, 
       Y en fin, en la espalda y pecho, 
       Catafalco con ropilla.

Del cuadro de la taberna de Lepre parecen arrancadas las grotescas figuras de dos borrachos de Lima:

       El Portugués y Piojito 
       Viven piposos con alma, 
       Matusalenes de Pisco 
       Sino Adanes de la Nasca (a), 
       Y jamás han visto nieve, 
       Ni saben si es negra o blanca, 
       Ni en sus hígados se han puesto 
       Emplastos de verdolagas. 
       Los mostos son sus cordiales, 
       De aguardiente sus horchatas, 
       Los pámpanos su achicoria, 
       Y estas hojas sus borrajas, 
       Los lagares sus boticas, 
       Los azumbres son sus dracmas, 
       Su boticario el pulpero 
       Y su doctor la parranda...

De muchas de las composiciones de Caviedes pueden entresacarse versos felices, pero apenas hay ninguna que íntegramente satisfaga. Son varias las que afectan la forma de pleito o alegato judicial, que todavía estaba en boga por los tiempos de Bernat Baldoví y sus camaradas de La Risa, El Fandango y otros semanarios burlescos de mediados del siglo XIX, que rara vez hacen reír por lo mismo que se lo proponen siempre.

(a) De los valles de Pisco y Nasca procedían los mejores aguardientes del Perú.

[p. 126][1] . Hoy está en nuestra Biblioteca Nacional. Otra copia, procedente de la colección del Sr. Zegarra, posee la Biblioteca Nacional de Lima, y de ella se ha valido D. Ricardo Palma para publicar íntegra la Flor de Academias (edición oficial), Lima, oficina tipográfica de «El Tiempo», 1899.

El general Mendiburu (Diccionario histórico, tomo VI, pág.153) dice que «algunas de estas poesías se publicaron en Lima a fines del siglo XVIII, en el Diario erudito, cuyo editor consiguió el primer tomo de la colección y anunció existir otras dos que estaba solicitando. El Mercurio Peruano, números 16 y 17 del mes de febrero de 1791, insertó una relación histórica relativa a la academia del Marqués de Castell-dos-Rius. Su autor fué el capitán D. Diego Rodríguez de Guzmán, quien como custodio del archivo conservó muchos apreciables papeles, entre ellos una colección de actas con 370 hojas, que llegó a manos de los editores de dicho Mercurio... En aquel tiempo aparecieron en Lima otras reuniones de personas estudiosas e ilustradas: el Marqués de Villafuerte, fiscal de la Audiencia, fomentó en su casa una de estas apreciables asociaciones, y no lo fué menos la que cultivó en la suya la familia de Orrantia.»

[p. 127][1] . Historia Crítica de la Poesía Castellana en el siglo XVIII... Tercera edición, corregida y aumentada. Tomo I... Madrid, Rivadeneyra, 1893 (t. XCVII de la Colección de Escritores Castellanos) , págs. 83-91.

[p. 128][1] . Ampliando las noticias contenidas en su libro, nos facilitó nuestro ilustre compañero el Sr. de Cueto, las muy interesantes notas que publicamos a continuación y que creemos útiles aun después de la publicación del Sr. Palma:

—CASTELL-DOS-RIUS (D. Manuel de Oms y de Santa Pau, Marqués de). Natural de Cataluña; Grande de España; Virrey del reino de Mallorca; Embajador en Portugal y en Francia. Murió en Lima, a los sesenta años de edad, el día 24 de abril de 1710, siendo virrey, gobernador y capitán general de los reinos del Perú, Tierra Firme y Chile.

Flor de Academias, que contiene las que se celebraron en el Real Palacio de esta corte de Lima, en el gabinete del Excmo. Sr. D. Manuel de Oms y de Santa Pau, olim de Sentmanat y de Lanuza, Marqués de Castell-dos Rius... desde el lunes 23 de septiembre del año de 1709 hasta el 24 de abril de 1710.— Es un códice de 206 hojas, perteneciente a la preciosa colección de manuscritos del Sr. D. Pascual de Gayangos.

En este códice hay poesías de varios ingenios y algunas del Virrey. Todas conceptuosas, como de aquel tiempo. Para dar alguna idea de aquellas tertulias poéticas, copiaremos algunas palabras de la Noticia proemial de la Flor de Academias:

«Determinó (el Virrey) celebrar en su gabinete todos los lunes por la noche una academia, compuesta de aquellos caballeros sus más favorecidos y estimados, y que más inmediatamente y con mayor afecto le asistían... El orden que observó S. E. en las primeras academias, fué dar a todos los ingenios un mismo asunto, a que compusiesen de repente,

  señalándoles también el metro en que habían de escribir, y un breve espacio de tiempo para correr la pluma en su desempeño.

Precedía a la composición poética la dulce armonía. Música formada de diestras escogidas voces y varios sonoros instrumentos. Ostentaba el regio camarín, en el aparato magnífico de su opulencia, los preciosos adornos que entre el lucimiento y la curiosidad dilataban los ánimos en el gusto y la admiración...

A la ingeniosa tarea de las obras que se componían de repente, añadió su Excelencia la de que se hiciesen juntamente otras de pensado para traerlas el lunes siguiente...

Su Excelencia había cultivado la claridad de su entendimiento con el continuo estudio de todas las letras que ilustran el ánimo de un generoso príncipe, y con el político manejo de sus altos empleos. Ninguna lengua de las célebres le fué extranjera.

Lo que en todas las academias se escribió, es lo que contiene este libro. Pero era mucho más lo que se decía extemporáneamente a diferentes asuntos y argumentos que ofrecían la conversación, el acaso o la controversia de diferentes materias, facultades y noticias, con admirable piedad en la inteligencia de la filosofía y matemáticas, jurisprudencia, teología, historia, poética y razón de estado: usando en todo de rara novedad, sin que jamás se oyese composición ordinaria o común... S. E. y los demás ingenios habían hecho usuales los primores más difíciles... En algunas ocasiones se vió tejida entre S. E. y los demás concurrentes una representación cómica con todos los rigores y preceptos del arte...

Juzgo que en este libro ofrezco a la discreción una joya muy rica, compuesta de peregrinas preciosidades, reservando para otro tomo las demás obras poéticas de S. E., y para otro las que se escribieron en los festejos cómicos para la celebridad de todas las Reales fiestas, y años de Sus Majestades y nacimiento de nuestro Príncipe; y en ese tomo ofrezco todas las loas que escribieron alternadamente S. E. y el Dr. D. Pedro José Bermudez.»

A la muerte del Marqués de Castell-dos-Rius, llorada sinceramente en Lima, escribieron versos varios ingenios del Perú. En el manuscrito Flor de Academias, hay composiciones consagradas a su gloriosa memoria, de D. Pedro Bermúdez de la Torre, del Ldo. D. Miguel Cascante, del Marqués de Brenes, del Conde de la Granja, de D. Juan José Bermúdez, de D. Mateo Mariano Bermúdez, de D. Pedro de Peralta, de don Francisco Santos de la Paz, de D. Jerónimo de Monforte y del capitán D. Diego Rodríguez de Guzmán.

Como muestra de esta poesía ingeniosa, pero desigual, enredada y conceptuosa, pondremos aquí un soneto del Conde de la Granja:

A LA MUERTE DEL MARQUÉS DE CASTELL-DOS-RIUS, VIRREY DEL PERÚ

           Canto, bien que no sé si canto o lloro, 
       Aun en sombras, la muerte esclarecida 
       De un héroe que dió vida con su vida 
       A ciencias y artes, y al castalio coro. 
           Varón de un siglo en que volvió el de oro, 
       Pues gobernó con rienda tan medida, 
       Que en la razón a la justicia unida 
       Cifró del mando el principal decoro. 
           Discreto fué sin presunción de sabio 
       Supo hermanar con su saber su suerte, 
       Supo lo que en mortal junto no cupo. 
           Igualó al de Demóstenes su labio; 
       ¿Qué no supo él?... Él supo hasta en la muerte 
       Lo más que hay que saber, pues morir supo.

—ROJAS Y SOLÓRZANO (D. Juan Manuel de). Caballero de la Orden de Santiago, Secretario del Virrey del Perú.

Era este ingenio de los que tomaban mayor parte en las academias poéticas que se celebraban en Lima en el palacio del Marqués de Castell-dos-Rius (1709 Y 1710). En el códice Flor de Academias hay muchas poesías suyas. Tenía viva fantasía, y es tal vez uno de los poetas malogrados por el perverso gusto de la época. Creemos oportuno dar aquí una muestra de su estilo.

Era el 19 de diciembre de 1709. La academia había de ser aquella noche más solemne y espléndida que de ordinario. Estaba consagrada a celebrar los años del rey Felipe V. Dióse principio a la función con una oración académica de carácter fantástico, que fué recitada por don Juan de Rojas, al son de una música suave. Así empieza esta oración poética:

       ¡Ah de la sacra mansión! 
       ¡Ah del celeste pensil! 
                Mi acento escuchad, 
                Mi voz oíd, 
       Y al obsequio plausible concurra 
       De alados ingenios la turba sutil. 
                Mirad, advertid 
       Que hoy el voto y el culto promete 
       A osados alientos el premio feliz. 
       .......................................................... 
       Hoy la noche se goce triunfante, 
       Pues vagas sus sombras pudieron unir 
       En mejor firmamento los astros 
       Que en ella brillantes se miran lucir. 
       Del aplauso las voces sonoras 
       Escuche suspenso el celeste confín, 
       Y del tiempo sus ecos heroicos 
       En bronces eternos estampe el buril. 
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
       .. .. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Después pide el poeta a Apolo su favorable influjo en varias estrofas. He aquí algunas de ellas:

       ... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
           Ya que mi torpe diestra herir no sabe 
       Plectro armonioso, cítara elocuente, 
       Permítele pulsar hoy la cadente 
                Lira suave. 
       Haz que el monte en mi voz glorias blasone, 
       Triunfando del empeño victoriosa, 
       Y que mi tosca sien la desdeñosa 
                Dafne corone. 
       Haz que mi helado espíritu se influya 
       Del rayo que a tu espíritu merezca, 
       Y brille en él de suerte que parezca 
                Dádiva tuya. 
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Después canta en octavas reales algunas aventuras de Apolo, y, al referir la fuga de Dafne, proclama la excelencia del amor del corazón en esta notable octava:

       ¡Oh vil pasión del apetito humano, 
       Grosera adulación de los sentidos, 
       Que igualas lo vulgar y soberano 
       Cuando formas dichosos de atrevidos! 
       Vuelve los ojos, y verás que ufano 
       Burla el desdén arrojos fementidos; 
       Que amor, si un alma en conquistar se esfuerza, 
       La vence por constancia, no por fuerza.

—BERMÚDEZ DE LA TORRE Y SOLIER (D. Pedro José). Doctor en ambos derechos; Alguacil Mayor de la Real Audiencia de Lima.

Uno de los poetas más abundantes e ingeniosos de aquellos que constituían la rertulia poética del Virrey del Perú en los años de 1709 y 1710. El códice Flor de Academias dice del Dr. D. Pedro Bermúdez estas palabras: «Sus obras, estimadas aún en distintos climas, excusan mi alabanza.»

Sus romances, especialmente aquel en que describe la tela de Penélope (págs. 89-91), son de lo mejor que hay en la Flor de Academias.

Nada impreso hemos visto de este poeta, a excepción de estas tres obras: Soneto destinado a ensalzar un mal poema de D. Francisco Santos de la Paz en elogio del Obispo de Quito, Virrey del Perú, D. Diego Ladrón de Guevara.

Aclamación afectuosa, en aplauso de la heroica acción que ejecutó el Serenísimo señor Príncipe de Asturias matando a un toro en un bosque poco distante de la ciudad de Sevilla en defensa de la Princesa nuestra señora, el año pasado 1729. Es un romance endecasílabo, impreso en Lima en 1730.

Un soneto al mismo asunto.

Escribió varias loas.

A estos opúsculos citados por el Sr. Cueto, deben añadirse otros varios, casi todos de circunstancias, que enumera el Sr. de la Riva Agüero (La Historia en el Perú, pág. 323).

Entre las mejores poesías contenidas en la Flor de Academias, deben contarse seis fábulas esópicas parafraseadas en variedad de metros por Cascante, el Marqués de Brenes, Rojas Solórzano, Bermúdez, Peralta Barnuevo y D. Jerónimo de Monforte (acta 6.ª, lunes, 28 de octubre de 1709).

[p. 133][1] . Poema sacro de la Passión de N. S. Jesuchristo, que en un romance castellano, dividido en siete Estaciones, escribía D. Luis Antonio de Oviedo Herrera y Rueda. Lima, Francisco Sobrino, 1717, 4.º

Consta de mil doscientas cuarenta y cuatro coplas, todas con el mismo asonante:

       ¿Qué armada tropa es aquella, 
       Que entre el horror de la noche 
       Envuelta, abultando sombras, 
       Da más cuerpo a sus horrores? 
           Hurtándose al paso, marcha, 
       Como que de sí se esconde 
       Tan quedo, que aun no despierta 
       A las soñolientas flores.

Vida de Santa Rosa de Santa María, natural de Lima y patrona del Perú, poema heroyco, por D. Luis Antonio de Oviedo y Herrera, Caballero del Orden de Santiago, Conde de la Granja... En Madrid, por Juan García Infanzón, año de 1711, 4.º El poema tiene doce cantos. Las aprobaciones del libro son extensas e interesantes. Los versos laudatorios, latinos y castellanos, pertenecen al P. José Francisco de la Reguera, prefecto de los Estudios Reales de Latinidad en el Colegio Imperial de Madrid; al Marqués de Miana, consejero de Indias; a los dos famosos poetas dramáticos Zamora y Cañizares, al Padre jesuíta José Rodríguez, a D. Pedro de Urquiza y a un hijo del autor llamado como su padre.

En la segunda edición de este poema, hecha en Lima en 1867 por el presbítero M. T. González La Rosa, se cometió el desacierto de suprimir las 82 páginas de preliminares.

Para hacerse cargo de la copiosa literatura antigua y moderna relativa a Santa Rosa de Lima, véase el esmerado Estudio Bibliográfico de D. Félix Cipriano C. Zegarra, publicado en 1886 con motivo del tercer centenario de la Santa. A 276 llegan las obras, de diversos países y lenguas, que directa o incidentalmente tratan de la patrona de Lima, con ser tan moderna.

[p. 134][1] . Véase una octava de esta descripción, como muestra del estilo del poeta:

       Densos vapores su crestada cumbre 
       Como penachos trémulos ondea; 
       Anéganse en su propia muchedumbre, 
       Representando asombros en la idea: 
       En pavesas envuelta oculta lumbre, 
       De sus entrañas, palpitante humea, 
       Y con la llama, que discurre vaga, 
       Todo se enciende: sólo el sol se apaga.

[p. 135][1] . Conocía, además, el griego, el inglés y el quechua. En francés dejó dos poemas manuscritos, El triunfo de AstreaLa gloria de Luis el Grande, en alabanza, respectivamente, de Felipe V y de Luis XIV. Del italiano tradujo varias obras, y del latín la oda XIV del libro 1.º de Horacio. (Vid. Monumentos literarios del Perú, por Guillermo del Río. Lima, 1812.)

[p. 136][1] . «Su verdadera vocación científica fué la de matemático y astrónomo. Las ciencias exactas constituyeron el principal objeto de sus tareas intelectuales; y las estudió, no tanto en la parte teórica, cuanto en las aplicaciones de la Astronomía, la Ingeniería Militar y Civil y la Metalurgia. En 1702 lo hallamos reconociendo el cometa visible en Lima, la noche del 26 de febrero. En 1709 lo nombró el virrey marqués de Castell-dos-Rius, en reemplazo del flamenco Koening, catedrático de Prima de Matemáticas en la Universidad. Esta cátedra comprendía en sus enseñanzas las de Náutica y Pilotaje, y llevaba anexos generalmente los cargos de Cosmógrafo Mayor e Ingeniero del Virreinato. En desempeño de estas obligaciones, Peralta publicaba todos los años el calendario oficial o Conocimiento de los tiempos, acompañado de pronósticos astronómicos y también astrológicos, porque rindió cuantioso tributo a la Astrología, del propio modo que su coetáneo D. Diego de Torres y Villarroel, muy desemejante de él en vida e índole, pero émulo suyo en variedad de aptitudes científicas y literarias... Suministró muchos datos cosmográficos al viajero francés Frazier. Fué socio correspondiente de la Academia de Ciencias de París. En materia de Arquitectura Militar, imprimió, ya muy anciano, en 1740, la disertación Lima inexpugnable, discurso hereotectórico,en que demuestra la incapacidad defensiva de las murallas por el duque de la Palata y propone la construcción de una ciudadela. Compuso, igualmente, en su calidad de Ingeniero mayor del Virreinato, un informe manuscrito sobre las fortificaciones de Buenos Aires; y en tiempos del marqués de Castell-Fuerte, ideó e hizo ejecutar en el Callao una gran empalizada, con el objeto de contener las aguas del mar, que batían y arruinaban los muros del puerto, escribiendo para ello dos Memorias detalladas, y formando el plano y el presupuesto de la obra.» (Vid. Agüero: La Historia en el Perú, págs. 301-302.)

[p. 137][1] . Costeó la edición de este volumen, que en España es bastante raro, el rico caballero montañés D. Ángel Ventura Calderón Ceballos y Bustamante (primer Marqués de Casa-Calderón). La impresión es de las más esmeradas de la tipografía limeña y lleva estampas que dibujó «un varón religioso, grande en la cátedra y en el púlpito, y mayor en la virtud, cuyo nombre se oculta».

[p. 138][1] . Lima, por Francisco Sobrino y Dados, 1732. Dos vols., 4.º Versos laudatorios de Ángel Ventura Calderón, Antonio Sancho Dávila Bermúdez de Castilla, Miguel Mudarra de la Serna Roldán, Francisco de Robles y Maldonado y José Bernal. Este poema ha sido reimpreso en el tomo I de la Colección de documentos literarios del Coronel Odriozola.

[p. 138][2] . Hay, sin embargo, de vez en cuando alguna octava no despreciable, por ejemplo, esta del canto 8.º:

       En su horizonte el sol todo es aurora, 
       Eterna el tiempo todo es Primavera, 
       Sólo es risa del cielo cada hora, 
       Cada mes sólo es cuenta de la Esfera. 
       Son cada aliento un hálito de Flora, 
       Cada arroyo una Musa lisonjera; 
       Y los vergeles, que el confín le debe, 
       Nubes fragantes con que el cielo llueve.

[p. 139][1] . Por el mismo tiempo, un desconocido poeta de Lima, llamado Villalta, terminó la comedia Amor es arte de amar, de la cual D. Antonio de Solís había dejado únicamente escrita, parte de la primera jornada. También poseía esta continuación inédita el Sr. Sancho Rayón.

[p. 140][1] . Sobre Peralta Barnuevo publicó un importante estudio en la Revista del Plata (tomos VIII, IX y X) D. Juan María Gutiérrez.

El Sr. de La Riva Agüero, en su libro ya citado, añade muchas noticias; e importantes, aunque quizá demasiado apologéticas, consideraciones.

[p. 141][1] . Parentación Real al Soberano nombre e inmortal memoria del católico Rey de las Españas y Emperador de las Indias... D. Carlos II, fúnebre solemnidad y suntuoso mausoleo que en sus reales exequias en la Iglesia Metropolitana de Lima consagró a sus piadosos manes el Excelentísimo Señor D. Melchor Portocarrero Laso de la Vega, Virrey, Gobernador y Capitán general de estos reinos y provincias del Perú, Tierra Firme y Chile. Escríbela de orden de su Excelencia el R. P. M. Fr. José de Buendía, de la Compañía de Jesús. En la imprenta Real del Santo Oficio y de la Santa Cruzada. Año de 1701. (Con una lámina que representa el túmulo.)

Hay versos de veintiocho o treinta poetas, todos oscurísimos, a excepción de Peralta Barnuevo.

—Aplauso reverente y afectuoso de la Universidad de San Marcos a D. Diego Ladrón de Guevara, 1711.

—El Sol en el Zodiaco. Certamen poético en el solemne, triunfal recibimiento de D. Carmine Nicolás Caracholo, Príncipe de Santo Buono, 1717.

—Cartel del certamen. El Theatro heroico. Certamen poético de la Universidad al recibimiento de D. Diego Morcillo Rubio de Auñón, 1720.

—Cartel del certamen. El Júpiter Olímpico. Para la festiva celebración poética de la Universidad a Morcillo Rubio de Auñón,1720.

—Elisio Peruano. Solemnidades heroicas y festivas demostraciones de júbilos que se han logrado en la muy Noble y muy Leal Ciudad de los Reyes, Lima, en la aclamación de D. Luis Primero, N. S. Las resume D. Gerónimo Fernández de Castro yBocángel. Lima, por Francisco Sobrino, 1725. Tuvieron estas fiestas la rara condición de ser póstumas, puesto que Luis Primero había fallecido en 31 de agosto de 1724, y todavía en el Callao le estaban festejando a principios de febrero de 1725. Se representaron con esta ocasión tres comedias: Los Juegos Olímpicos, de Salazar y Torres; El Poder de la Amistad, de Moreto;Para vencer amor querer vencerle, de Calderón. Para esta última compuso Peralta Barnuevo una loa, Monforte un sainete y Fernández de Castro una introducción, zarzuela, baile y fin de fiesta para el Sarao de los Planetas. Todo viene inserto en elElisio Peruano.

—Parentación Real, sentimiento público, luctuosa pompa, fúnebre solemnidad, en las reales exequias de... D. Luis I, Católico Rey de las Españas y Emperador de las Indias. Suntuoso mausoleo que a su augusto nombre e inmortal memoria erigió en la Iglesia de Lima el Excmo. Sr. D. José de Armendáriz, Marqués de Castel-Fuerte, Virrey etc. Escríbelo de orden de su Excelencia el R. P. Fr. Tomás de Torrejón, de la Comp. de Jesús... Lima, imp. de la calle de Palacio, por Ignacio de Luna y Bohórquez, 1725, 4.º

—Fúnebre, religiosa pompa de nuestro Santísimo Padre Benedicto XIII, por Fr. Alonso del Río, 1731.

—Magnífica parentación y fúnebre pompa, en la ocasión de trasladarse... la sepultura... del cuerpo... de D. Diego Morcillo Rubio de Auñón. Sácala a luz... el Dr. D. Alfonso Carrión y Morcillo. Lima, Antonio Gutiérrez de Ceballos. Año de 1744.

—Hercules Aclamado de Minerva. Certamen poético de la Universidad al recibimiento del Virrey Manso, 1745.

  —Parentación Real, luctuosa pompa y suntuoso cenotafio que al augusto nombre y real memoria de D. Felipe V, Rey de las Españas y Emperador de la Indias... mandó erigir el Excmo. Sr. D. José Manso de Velasco, Virrey, etc... Cuya relación escribe de orden de su Excelencia el señor don Miguel Sáinz de Valdivielso Torrejón, abogado de esta Real Audiencia. Año de 1747.(Con una gran lámina, que representa el catafalco.)

—El Día de Lima. Proclamación Real de Fernando VI, 1748. No tiene más versos que una loa de D. Félix de Alarcón.

—Plausibles fiestas que en la provincia de Guaylas consagró al Catholico Rey de las Españas, el Señor D. Fernando el Sexto, el amor y lealtad del general D. Bartolomé de Silva. Por D. Francisco Xavier de Villalta y Núñez. Lima, imprenta de la calle de Palacio, 1749.

—Relación de las exequias y fúnebre pompa que a la memoria del muy alto y poderoso Señor D. Juan V... Rey de Portugal y de los Algarbes mandó erigir en esta capital de los Reyes el día 8 de febrero de 1752 el Excelentísimo Sr. D. José Manso de Velasco..., Conde de Suparunda..., Virrey, etc. De cuya orden la escribe el R. P. M. Fr. José Bravo de Rivera, de la Comp. de Jesús... Año de 1752.

—Puntual descripción, fúnebre lamento y suntuoso túmulo de la regia, doliente pompa con que en la Iglesia Metropolitana de la ciudad de los Reyes, corte de la América Austral, mandó solemnizar las reales exequias de la Sma. Señora Doña Mariana Josefa de Austria, reyna fidelísima de Portugal y los Algarbes, el día 15 de marzo de 1756, el activo celo del... Conde de Superunda, Virrey, etc..., de cuyo superior mandato la escribe el R. P. Fr. Alejo de Alvites, del Orden Seráfico. Año de 1756.

—Relación fúnebre de las reales exequias que a la triste memoria de la Serenísima Majestad de la muy alta y muy poderosa Sra. Doña María Bárbara de Portugal, Católica Reina de las Españas... mandó celebrar... el Virrey D. José Manso de Velasco, Conde de Super-unda..., de cuya orden la escribió el R. P. dominico Fr. Mariano Luján... Año de 1760.

—Pompa funeral en las exequias del Católico Rey de España... Don Fernando VI, Nuestro Señor, que mandó hacer en esta Iglesia Metropolitana de Lima, a 29 de julio de 1760, el... Virrey... Conde de Super-unda. Descríbela por orden de Su Excelencia el P. Juan Antonio Rivera, de la Compañía de Jesús... Año de 1760.

—Lima Gozosa. Descripción de la proclamación de Carlos III, 1760. No habiéndola visto, ignoro si contiene versos.

—Parentación solemne que al nombre augusto y real memoria de la Católica Reina... Doña María Amalia de Sajonia... mandó hacer en esta Santa Iglesia Catedral de Lima... el día 27 de junio de 1716, el... Conde de Super-Unda, Virrey, etc. Y la escribe por orden de su Excelencia el P. Victoriano de Cuenca, de la Comp. de Jesús... Año de 1761.

 —El nuevo héroe de la fama. Certamen poético con que la Universidad de Lima celebró el recibimiento del virrey D. Manuel de Amat. Escribióle el Marqués de Casaconcha. Lima, imp. de los Niños Huérfanos, 1762.

—Fúnebre pompa a la memoria de D. Juan de Castañeda, por Isidro José Ortega y Pimentel, 1763. No la he visto, e ignoro, por tanto, si contiene versos.

—Romance en la fiesta con que los Ballones de Lima celebraron la imagen de Ntra. Sra. de Monserrat, 1766.

—Romance a la entrada y ejercicio de fuego que hizo la tropa que volvió de Quito, 1768.

—Relación de las reales exequias que a la memoria de la Reina Madre Doña Isabel Farnesio mandó hacer... el Excmo. Sr. D. Manuel de Amat y Junient..., Virrey, etc... De cuya orden la escribió D. José Antonio Borda y Orozco, Coronel del Regimiento de dragones de Carabayllo... Año de 1768. Esta relación, ya de mejor gusto que las anteriores, no contiene más que algunos dísticos latinos, que se pusieron en el túmulo.

—Lágrimas de Lima en las exequias de D. Pedro A. de Barroeta, por Joseph Potau, 1776.

—Cartel del Certamen. Templo del honor y la virtud. En el plausible triunfal recibimiento del Excmo. Sr. D. Agustín de Jáuregui y Aldecoa, en la Real Universidad de San Marcos de Lima, 1783.

—Reales exequias que por el fallecimiento del Señor Don Carlos III... mandó celebrar... el Excmo. Sr. D. Teodoro de la Croix, del Orden teutónico..., Virrey, etc... Descríbelas D. Juan Risco, Pbro. de la Congregación de San Felipe Neri. En la imprenta de Niños Expósitos. Año de 1789. No contiene poesías; pero el P. Risco asegura que pasaron de mil las que cubrían el túmulo, estatuas, pilares y muros de la iglesia. ¡Qué desastrosa fecundidad! Por las de Terralla, únicas que se imprimieron, podrá juzgarse lo que valdrían las restantes.

—Convite métrico general en la proclamación de Carlos IV, 1789.

—Descripción de las fiestas que celebró Lima a la exaltación de Carlos IV, 1790.

Hay otras sin fecha, pero baste con las referidas, y en la Bibliografía de Medina se encontrarán todas. De algunas de ellas se da noticia en un ameno artículo del Sr, Palma. (Tradiciones Peruanas, 2.ª serie, Lima, 1883), con el título de Los plañideros del siglo pasado.

 

[p. 145][1] . La edición que tengo a la vista es la siguiente: Lima por dentro y fuera. En consejos económicos, saludables, políticos y morales que da un amigo a otro con motivo de querer dexar la ciudad de México, por pasar a la de Lima. Obra jocosa y divertida. En que con salados conceptos se describen, además de otras cosas, las costumbres, usos y mañas de las madamitas de allí, de acá y de otras partes. La da a luz Simón Ayanque. Madrid, Villalpando, 1798, 12.º

Mucho más ameno e interesante es un libro en prosa, publicado clandestinamente en Lima (según la opinión más probable), con el título de El Lazarillo de ciegos caminantes desde Buenos Ayres hasta Lima, con sus itinerarios según la más puntual observación, con algunas noticias útiles a los nuevos Comerciantes que tratan en Mulas; y otras Históricas. Sacado de las Memorias que hizo Don Alonso Carrió de la Vandera en este dilatado viaje, y Comisión que tubo por la Corte para el arreglo de Correos; y Estafetas, Situación y ajuste de Postas desde Montevideo. Por Don Calixto Bustamante Carlos Inca, alias Concolorcorvo, natural del Cuzco, que acompañó al referido Comisionado en dicho viaje, y escribió sus Extractos. Con licencia. En Gijón, en la imprenta de la Rovada. Año de 1773.

La Junta de Historia y Numismática Americana, bajo cuyos auspicios se publica una colección de libros raros e inéditos sobre la región del Río de la Plata, ha hecho una esmerada reimpresión de este Lazarillo (Buenos Aires, 1908), con un prólogo de D. Martiniano Leguizamón.

Probablemente el apellido del autor es tan fingido como el pie de imprenta. Es dudoso que se llamase Bustamante, y él mismo dice que se puso el nombre de Concolorcorvo, por tener el color de ala de cuervo.

 Se da por indio natural del Cuzco, y «descendiente de sangre real por línea tan recta como la del arco iris». Pero todo ello, por el modo de decirlo, parece una desvergonzada broma: «Yo soy indio neto, salvo las trampas de mi madre, de que no salgo por fiador.» De todos modos, no se trata de un viaje imaginario, sino muy auténtico, que entre burlas y veras contiene curiosísimas descripciones y picantes noticias de costumbres, por lo cual el historiador no puede ni debe desdeñarle, a pesar de las bufonadas que de vez en cuando le salpican. Los capítulos relativos al estado social de los indios, tienen cosas muy dignas de atención. En suma, pocos libros hay de su género y de su tiempo que se lean con tanto agrado como éste instructivo viaje por una vasta región de la América del Sur, cuyos territorios se reparten ahora la República Argentina, Bolivia y el Perú.

[p. 146][1] . En el prólogo de El Espejo de mi tierra.

Hay un artículo biográfico de Terralla en la 3.ª serie de las Tradiciones Peruanas, de D. Ricardo Palma.

[p. 147][1] . Escandón publicó, además, un Poema en celebridad del virrey D. Manuel de Amat, y otros papeles en prosa y verso, que le acreditan de hombre de menguado caletre y estrafalario gusto.

[p. 147][2] . La enciclopédica cultura del Dr. Peralta Barnuevo se encuentra renovada con notables mejoras de juicio y gusto, en las numerosas obras de otro polígrafo limeño, D. José Eusebio de Llano Zapata, que fué como él matemático, astrónomo, naturalista, historiador, humanista y poeta de certamen, aunque es este último concepto muy bueno para olvidado. Pero sus escritos científicos son dignos de consideración, y están llenos del espíritu reformador del siglo XVIII, con la circunstancia notable de no haber pisado nunca las aulas de la Universidad limeña de San Marcos ni de otra alguna. No hizo más estudios que los de latinidad en el colegio de los Jesuítas, y en todo lo demás fué autodidacto. Desde su juventud se dedicó a la enseñanza privada de las humanidades, y fué el primero que dió lecciones de lengua griega en el Perú. Esta particular posición suya le hizo severísimo censor de los vicios de la ciencia oficial, y acérrimo enemigo de la Escolástica. «Todas son—decía en una de sus cartas—mentalidades, abstracciones y disputas bien inútiles; no se da un paso que no sea en esta parte con pérdida de tiempo, malogro de la juventud y ruina de los ingenios; tropiezos casi inevitables y que siempre han de salir de encuentro a todos los que se mezclan en cuestiones que ni en lo físico ni en lo moral traen algún provecho al espíritu de los hombres. Antes, si bien se contempla, vuelven inútiles todas las operaciones del entendimiento, haciendo caer en una insensatez, furor y manía, si no es ya en un pirronismo confirmado. Esto desearía yo que conociesen todos los maestros; desterraran entonces de sus escuelas tantas inutilidades, sofisterías e impertinencias en que hasta ahora los tienen envueltos las observaciones del Peripato. Todas ellas no son otra cosa que unos trampantojos de las aulas, con que por lo común se engañan bobos y descaminan los incautos.»

Llano Zapata, que hizo largos viajes por América y Europa, fijando por último su residencia en Cádiz desde 1756 hasta 1768 ó 1769, fecha probable de su muerte, no llegó a publicar sino muy pequeña parte de sus trabajos: en Lima, su Resolución físico-matemática sobre los cometas (1744) y varias cartas, diarios y observaciones metereológicas con ocasión de los temblores de tierra de 1746 y 1748; en Cádiz y Sevilla, algunas cartas críticas, eruditas y curiosas, al modo de las de Feijóo y Mayans. De estas cartas se formaron dos pequeñas colecciones en 1763 y 1764, pero quedaron inéditas o se imprimieron sueltas muchas más. La muerte frustró el propósito que el autor tenía de recogerlas todas en una serie, que hubiera constado de seis volúmenes. Pero el trabajo de más empeño que acometió Llano Zapata fué una Historia Natural de América, de la cual hoy sólo se conoce el primer tomo, que comprende el reino mineral. En el prospecto que presentó a Carlos III en 1761, anuncia el contenido de otros cuatro, que tratarían, respectivamente, del reino vegetal, del reino animal y de los grandes ríos Amazonas, Marañón, Paraquazú, Uriaparí y Magdalena, coronando toda la obra un volumen de suplementos y adiciones. El título general de la obra debía ser Memorias Físicas-Apologéticas de la América Meridional. El señor D. Ricardo Palma ha hecho el buen servicio de publicar la parte primera, única que ha llegado a nuestros días (Lima, 1904), añadiendo tres cartas curiosísimas que se imprimieron con el prospecto en 1759, En una de ellas se da noticia de varios escritores y poetisas peruanas, y en otra se propone la fundación de una biblioteca pública en Lima,

El tomo publicado de las Memorias no se contrae a la Mineralogía y sus aplicaciones, sino que contiene mucho de historia civil y de arqueología indígena.

[p. 149][1] . La mejor y más completa biografía que existe de Olavide es la del peruano D, J, A, de Lavalle (D, Pablo de Olavide: Apuntes sobre su vida y sus obras. Segunda edición, Lima, 1 885), [Ed. Nac. vol. V. pág. 242]. El capítulo que en 1881 le dediqué en mis Heterodoxos Españoles (tomo III) requiere ser adicionado con presencia de esta y otras publicaciones. Para entonces reservo la bibliografía del asunto.

[p. 150][1] . Catálogo de piezas dramáticas del siglo XVII, pág 329 del tomo de sus Obras, edición de Rivadeneyra.

[p. 150][2] . Lecciones de literatura del siglo XVIII... Madrid, Imprenta de la Sociedad Literaria y Tipográfica, 1843, pág, 243. La traducción de Olavide se imprimió dos veces en Barcelona, la primera sin año, la segunda en 1782, por Garlos Gibert y Tudó. (Vid. Sempere y Guarinos, Escritores del reinado de Carlos III, art, de Huerta.) El Sr. D. Emilio Cotarelo, en Iriarte y su época, Madrid, 1897 (pág, 183), le atribuye, además, una traducción de la Fedra, de Racine, que se imprimió anónima, y añade que tradujo también El jugador, de Regnard; Casandro y Olimpia, de Voltaire. Lina, de Lemierre, y la Mérope, del italiano Maffei; todas las cuales se representaron en los teatros de los Reales Sitios antes de 1771, y algunas de ellas en los de la Cruz y el Príncipe de Madrid, Una copia de Olimpia, con fecha de 1782, se conserva entre los manuscritos dramáticos de la Biblioteca Nacional (núm. 2.445 del Catálogo del Sr. Paz y Melia). También se atribuyen a Olavide las traducciones de dos óperas cómicas, Nineta en la corte (de Favart) y El pintor enamorado de su modelo, de Anseaume, y es probable que haya otras entre el fárrago de versiones dramáticas del siglo XVIII.

[p. 151][1] .Véase un amplio extracto de este plan en la Reseña histórica de la Universidad de Sevilla, por D. Antonio Martín Villa (Sevilla, 1886, páginas 36 a 59),

[p. 155][1] . Tres distintas copias de esta sátira han llegado a nuestras manos.

[p. 156][1] .         Señor, misericordia. a tus pies llega 
                                  El mayor pecador, mas ya contrito, 
                                  Que a tu infinita paternal clemencia 
                                  Pide humilde perdón de sus delitos, 
                         .................................................................... 
                                      A mis oídos les darás entonces 
                                  Con tu perdón consuelo y regocijo, 
                                  Y mis huesos exánimes y yertos 
                                   Serán ya de tu cuerpo miembros vivos. 
                         ......................................................................... 
                                      Porque si tú quisieras otra ofrenda, 
                                  Ninguna te negara el amor mío, 
                                  Pero no quieres tú más holocausto 
                                  Que un puro amor y un ánimo sumiso, 
                         ............................................................................. 
                                      Señor, pues amas y deseas tanto 
                                  A tu siervo salvar, dispón benigno 
                                   Que en la inmortal Jerusalem del alma 
                                  Se labre de tu amor el edificio.

[p. 157][1] . Vid. en las obras de Diderot, ed. Assézat (1875), tomo VI, páginas 467-472: D. Pablo Olavides -sic), précis historique rédigé sur des mémoires fournis à M, Diderot par un ami.

 

[p. 158][1] . El Evangelio en Triumpho o Historia de un filósofo desengañado. Tercera edición... En Valencia, en la imprenta de Orga. Año1798. Tomo I,  página VIII.

[p. 163][1] . Salterio Español, o Versión parafrástica de los Salmos de David, de los Cánticos de Moisés, de otros cánticos, y algunas oraciones de la Iglesia, en verso castellano, a fín de que se puedan cantar. Para uso de los que no saben latín, Por el autor del Evangelio en Triunfo. En Madrid, en la imprenta de D. Joseph Doblado. Año 1800.

Esta versión ha sido muy popular, así en España como en América. En 1803 se reimprimió en Lima, Hay una reimpresión de ella, hecha en París, 1850 (librería de Rosa y Bouret); y de los salmos Miserere y De Profundis existe, además, una edición suelta:Versión parafrástica del salmo 50... y 129... por el autor del Evangelio en triunfo, reimpreso por un devoto. (V . Vera e Isla,Noticia de las versiones poéticas del salmo Miserere (Madrid, Fuentenebro, 1879, págs. 198 a 201).

—Poemas Christianos, en que se exponen con sencillez las verdades más importantes de la Religión, por el autor del Evangelio en triunfo. Publicados por un amigo del autor. Segunda edición, en Madrid, en la imprenta de Joseph Doblado.

[p. 163][2] . Autor de uno de los mejores libros de nuestra literatura científica de principios de la centuria pasada, escrito con tanto espíritu de observación como pulcritud de lenguaje: Observaciones sobre el clima de Lima, y sus influencias en los seres organizados, en especial el hombre. Por el Dr . D. Hipólito Unanue, Catedrático de Prima de Medicina en la Real Universidad de San Marcos. Protomédico del Perú. (Madrid, imprenta de Sancha, 1815, segunda edición. La primera es de Lima, 1806.

En el tomo VI de la colección de Documentos literarios, de Odriozola, pueden verse otros escritos del Dr. Unanue.

[p. 165][1] . Como muestra pondré un yaraví, de los que me parecen mejores:


           Vuelve, que ya no puedo 
       Vivir sin tus cariños: 
       Vuelve, mi palomita, 
       Vuelve a tu dulce nido. 
           
 Mira que hay cazadores 
       Que, con afán maligno, 
       Te pondrán en sus redes 
       Mortales atractivos; 
       Y cuando te hayan preso, 
       Te darán cruel martirio: 
       No sea que te cacen: 
       Huye tanto peligro. 
       Vuelve, mi palomita, 
       Vuelve a tu dulce nido. 
           Ninguno ha de quererte 
       Como yo te he querido. 
       Te engañas si pretendes 
       Hallar amor más fino. 
       Habrá otros nidos de oro, 
       Pero no como el mío: 
       Por ti vertió mi pecho 
       Sus primeros gemidos. 
       Vuelve, mi palomita... 
           Bien sabes que yo, siempre 
       En tu amor embebido, 
       Jamás toqué tus plumas 
       Ni ajé tu albor divino; 
       Si otro puede tocarlas 
       Y disipar su brillo, 
       Salva tu mejor prenda: 
       Ven al seguro asilo. 
       Vuelve, mi palomita... 
            No pienses que haya entrado 
       Aquí otro pajarillo: 
       No, palomita mía, 
       Nadie toca este sitio. 
       Tuyo es mi pecho entero, 
       Tuyo es este albedrío, 
       Y por ti sola clamo 
       Con amantes suspiros. 
        Vuelve, mi palomita... 
           No seas, pues, tirana; 
       Haz las paces conmigo; 
       Ya de llorar cansado 
       Me tiene tu capricho. 
       No vueles más, no sigas 
       Tus desviados giros; 
       Tus alitas doradas 
       Vuelve a mí, que ya expiro. 
            Vuelve, que ya no puedo 
        Vivir sin tus cariños; 
        Vuelve, mi palomita, 
        Vuelve a tu dulce nido.

A veces usa con buen efecto el verso pentasílabo, v. gr.:

       Mientras los astros 
       Van silenciosos 
       Al mar a hurndirse, 
       Yo revolviendo 
       Estoy las penas 
       Que el pecho oprimen...

[p. 166][1] . Poesías de D. Mariano Melgar. Publícalas D. Manuel Moscoso Melgar, dedicándolas a la Juventud Arequipeña.Nancy, 1878. Con un prólogo de D. F. García Calderón, y una noticia biográfica del autor, cuyas bellas condiciones personales, novelescos amores y trágica muerte interesan más que sus obras.

[p. 167][1] . Colección de las composiciones de Eloquencia y Poesía con que la Real Universidad de San Marcos de Lima celebró en los días 20 y 21 de noviembre de 1816 el recibimiento de su esclarecido Vice-patrono el Excelentísimo Sr . D. Joaquín de la Pezuela y Sánchez... Virrey, Gobernador y Capitán general del Reino del Perú... Lima, 1816, por D. Bernardino Ruiz.

[p. 167][2] . En Lima hubo que crear artificialmente la aversión a España, según confiesa el principal ministro del general San Martín, D. Bernardo Monteagudo, siniestra figura de terrorista cínico y desmoralizado. «El odio a los desoladores del Nuevo Mundo había sido en los demás países el agente principal de la revolución. Era preciso generalizar este sentimiento en el Perú y convertirlo en pasión popular. Empleé los medios que estaban a mi alcance para inflamar el odio contra los españoles, y siempre estuve pronto a apoyar las medidas de severidad que tenían por objeto disminuir su número. Este era en mi sistema, y no pasión... Cuando el ejército libertador llegó a las costas del Perú, existían en Lima más de diez mil españoles; poco antes de mi separación no llegaban a seiscientos. Esto era hacer revolución.» (Apud. Mitre, Historia de San Martín, III, 296.)

[p. 169][1] . En el tomo II de la Colección de documentos de Odriozola están las principales composiciones de Larriva.

[p. 169][2] . El Sr. Palma (Tradiciones peruanas, sexta serie), transcribe como del P. Chuecas, que se la comunicó autógrafa, la siguiente glosa de una redondilla muy popular en los libros de devoción:

           ¿Qué se hicieron de Sansón 
       Las fuerzas que en sí mantuvo, 
       Y la belleza que tuvo 
       Aquel soberbio Absalón? 
       ¿La ciencia de Salomón 
       No es de todos alabada? 
       ¿Dónde está depositada? 
       ¿Qué se hizo? ¡Ya no parece! 
       Luego nada permanece 
        En esta vida prestada. 
           De Aristóteles la ciencia, 
       Del gran Platón el saber, 
       ¿Qué es lo que han venido a ser? 
       ¡Pura apariencia! ¡Apariencia! 
       Sólo en Dios hay suficiencia; 
       Sólo Dios todo lo sabe; 
       Nadie en el mundo se alabe 
       Ignorante de su fin. 
       Así lo dice Agustín, 
       Que es de la ciencia la llave. 
           Todos los sabios quisieron 
       Ser grandes en el saber; 
       Que lo fueron no hay que hacer, 
       Según que ellos lo creyeron. 
       Quizá muchos se perdieron 
       Por no ir en segura nave; 
       Camino inseguro y grave, 
       Si en Dios no fundan su ciencia, 
       Pues me dice la experiencia: 
       Quien sabe salvarse, sabe. 
           Si no se apoya el saber 
        En la tranquila conciencia, 
       De nada sirve la ciencia 
       Condenada a perecer. 
       Sólo el que sabe obtener, 
       Por una vida arreglada, 
       Un asiento en la morada 
       De la celestial Sión, 
       Sabe más que Salomón, 
        Y el que no, no sabe nada.

 

[p. 170][1] . Tradiciones peruanas, primera serie.

[p. 170][2] . Salterio peruano o paráfrasis de los ciento cincuenta salmos de David y algunos cánticos sagrados, compuesta por el Dr. D. José Manuel Valdés, Lima, 1833 imp. de I. Masías.—2.ª edición, París, Rosa y Bouret, 1836, dos tomitos.

Además de los Salmos, tradujo Valdés los cánticos de Moisés, Ana, Isaías, Ezequías, Zacarías, Simeón, Habacuc y elMagníficat. Todos ellos están al fin del Salterio.

Publicó también un tomito de Poesías Espirituales (Lima, 1818; idem, 1836), que contiene tres romances sagrados (la Oración, la Comunión y la Castidad), un poemita, El alma , y algunas otras composiciones en el mismo estilo que la versión de losSalmos. Las poesías que hizo sobre asuntos profanos y de circunstancias, valen poco y no han sido coleccionadas. Sus escritos científicos están recogidos en un tomo de Memorias médicas (París, Rosa y Bouret, 1836). D. Juan Antonio Lavalle publicó en la Revista de Lima , y luego en tirada aparte (1886), adicionándola con nuevos datos, una biografía del doctor Valdés.

[p. 171][1] . Poesías que dedica a su patria, Cádiz, José Joaquín de Mora (Cádiz, 1836), pág. 187.— Poesías de Don José Joaquín de Mora (Madrid, 1853), página 12:

                Llevó ligera el aura 
       Del arpa de Sión los santos ecos 
       Por la extensión del mundo, y cual restaura 
       Los mustios valles y los prados secos 
                El otoñal rocío, 
       Tal renació en mi seno nuevo brío. 
                ¡Cuán armoniosas vibran 
       Las cuerdas de oro! Al escucharlas, rotas 
       Las cadenas del mal, presto se libran 
       Por las esferas puras y remotas 
                Mis leves pensamientos, 
       De inmarcesible bienestar sedientos. 
                Ora en piélago inmenso 
       De admiración estática me inunda, 
       Cual alba nube de oloroso incienso, 
       Y me muestra en la bóveda profunda, 
                Con luz cándida escrito, 
       Tu nombre santo ¡oh numen infinito! 
                Ora en el hondo centro 
       De mi ser deleznable me introduce, 
       Y mi flaqueza mísera, do encuentro 
       El móvil criminal que me conduce 
                Por la senda torcida, 
       Lejos de los raudales de la vida. 
                Ya contra los impíos 
        Fulmina maldición y en ira santa 
       Se enardece. Sus torpes desvaríos 
       Revela al universo, y los espanta 
                Con anatema, y gimen, 
       Cuando lo escuchan, los que al justo oprimen. 
                O ya en abatimiento, 
       Melancólico y flébil se reclina, 
       Regando con su lloro el pavimento, 
       Y cual serpiente pérfida y maligna, 
                Lo hiere despiadado 
       El recuerdo funesto del pecado. 
                ¡Con qué magnificencia 
       De la creación la maravillosa suma 
       Retrata esplendoroso, y la alta ciencia, 
       Que del mortal la pequeñez abruma, 
                Y lo deslumbra y ciega, 
       Y a vergonzosa confusión lo entrega! 
                Él nos muestra el gigante 
       Que se levanta a recorrer la vía, 
       Y yo enmudezco de terror... Pujante 
       Desátase la mar con rabia impía; 
                Y el mar lo mira y huye, 
       Trueno es su voz, que mata y que destruye. 
                Humean en su cima 
       Los montes si él los toca, y él derrama 
       Centella y hielo en los remotos climas. 
        Del cedro altivo la frondosa rama 
                Con blanda mano riega, 
       Y a su mandato el huracán la pliega. 
                De Tarsis los navíos 
       Rompe cual paja en su furor; suspende 
       En medio de los ámbitos vacíos 
       Del ser mortal la habitación, y enciende 
                Magníficas lumbreras 
       Que vierten alba luz en las esferas. 
                Mas ¿dónde me arrebata, 
       Valdés, el entusiasmo que me inspira 
       Tu canto armonioso? Cual retrata 
       Fiel el agua la imagen, tal la lira 
                De León, en tus manos, 
       De David nos revela los arcanos: 
                Sonora en la alabanza 
       De las obras de Dios; y plañidera 
       Cuando el profeta humilde su esperanza 
       Fija en Dios; y dogmática y severa 
                Cuando dicta al humano 
       La ley divina y el precepto sano. 
                No siga yo atrevido 
       Tu raudo vuelo. Con humilde tono 
       Preludiaré en silencio y en olvido 
       Rústica endecha; mientra al alto trono 
                 Do el Sempiterno luce, 
       El monarca inspirado te conduce.

[p. 173][1] . Son dignas de citarse, por su moderación ejemplar y suave ironía, las palabras con que Bello dió cuenta de este escandaloso plagio en El Araucano, de 29 de agosto de 1845:

«Comparando los Elementos de Derecho Internacional, de D. José M.ª Pando, con los Principios de Derecho de Gentes,publicados en esta ciudad de Santiago (de Chile) el año de 1832, Casi pudiéramos dar a la publicación española el título de una nueva edición de la obra chilena, aunque con interesantes interpolaciones e instructivas notas. D. José M.ª Pando no ha tenido reparo en copiarla casi toda al pie de la letra, o con ligeras modificaciones verbales, que muchas veces consisten sólo en intercalar un epíteto apasionado, o en trasponer las palabras. Es verdad que hace al autor de los Principios el honor de citarle a menudo, y de cuando en cuando con términos muy lisonjeros, «complaciéndose en confesar que le debe las mayores obligaciones». Pero el mayor elogio que ha podido hacerle es el frecuente y fiel traslado de sus ideas y frases, aun cuando se olvida de darle lugar entre sus numerosas referencias. Como quiera que sea, el autor de los Principios tiene menos motivo para sentirse quejoso que agradecido. Pando les ha dado ciertas galas de filosofía y erudición que no les vienen mal; y sacando partido de su vasta y variada lectura, en que tal vez no ha tenido igual entre cuantos escritores contemporáneos han enriquecido la lengua castellana, derrama curiosas y selectas noticias sobre la historia y la bibliografía del Derecho público.»Apud Amunátegui (D. Miguel Luis), Vida de D. Andrés Bello , pág. 360.

[p. 174][1] . La Epístola a Próspero se imprimió en Lima en 1826, y está reproducida en la América Poética, de Gutiérrez.

[p. 174][2] . Publicista fecundísimo, y algo estrambótico en sus ideas y estilo, que participan del cinismo sentimental de la escuela de Juan Jacobo Rousseau. Bajo este aspecto son muy curiosas sus Cartas americanas, políticas y morales (Filadelfia, 1825, dos volúmenes), miscelánea de confesiones eróticas, relatos de viajes y proyectos de reforma social. Es curioso también por el radicalismo de las ideas su Plan del Perú, escrito en Cádiz en 1810, y publicado en Filadelfia, 1823, amarga censura de los vicios de la administración colonial. Como jurisconsulto, redactó proyectos de Código civil, Código penal y Código eclesiástico,diciendo de sí propio que «pues había seguido a Olavide en sus errores, también quería ser su prosélito en el arrepentimiento». Pero el libro que escribió para combatirse a sí mismo (Vidaurre contra Vidaurre), fué impugnado en El Ecuador por el célebre franciscano Fr. Vicente Solano (controversista del género del P. Alvarado) y prohibido por la Curia eclesiástica de Lima, que encontró en él muchas proposiciones censurables. Vid. Condenación del libro titulado: Vidaurre contra Vidaurre, por el Ilmo. Sr. D. Francisco de Sales Arrieta, y censuras hechas por el presbítero D. José Mateo Aguilar y el P. M. Fr. José Seminario,Lima, 1840.— El penitente fingido, visto en su verdadero punto, o crítica sobra el folleto intitulado «Vidaurre contra Vidaurre».Por Fr. Vicente Solano. Cuenca (del Ecuador), 1841. Reimpreso en el tomo IV de las Obras de Fr. Vícente Solano, precedidas de la biografía del autor por Antonio Borrero. Barcelona, 1895. La impugnación del P. Solano versa sobre la infalibilidad y autoridad del Papa, sobre la autoridad de la Iglesia y sobre la disciplina eclesiástica.

[p. 175][1] . Se publicaron anónimos en Madrid en 1844, y son casi desconocidos, aunque tienen octavas muy notables.

[p. 175][2] . Poesías de D. José J. de Mora, Madrid, 1853, págs. 241 a 257.

[p. 175][3] . Sobre la estancia de Mora en diversas repúblicas americanas y la influencia política y literaria que allí ejerció, es libro capital el de D. Miguel Luis Amunátegui.—D. José Joaquín de Mora... Apuntes biográficos. Santiago de Chile, 1888; al cual debe añadirse, como apéndice, el estudio de D. Domingo Amunátegui Solar, Mora en Bolivia, publicado en los Anales de la Universidad de Chile, febrero de 1897. Uno y otro reproducen bastantes poesías de Mora desconocidas en España, entre ellas una epístola en verso suelto a Olmedo, inserta en el Mercurio Peruano (Lima, 4 de marzo de 1829), y otra en tercetos a persona desconocida, que apareció en El Telégrafo, periódico de la misma ciudad, en 10 de julio del mismo año. (Vid. Mora en Bolivia , págs. 5-14.)

[p. 177][1] . Entonces hizo también algún ensayo trágico, que no está incluído en la colección de sus obras. Queda memoria de una Clitemnestra, probablemente imitada o traducida de la de Soumet.

[p. 178][1] . No dedicamos más espacio al estudio de este recomendable escritor, por haber sido ya apreciado con recto criterio en el discurso que en sesión pública inagural de nuestra Academia leyó en 1870 el señor don patricio de la Escosura sobre Tres poetas contemporáneos: Pardo, Vega y Espronceda. Pardo valió mucho, pero resulta un poco achicado por la compañía; sin que el haber sido discípulo de Lista (lugar común de nuestras biografías literarias del siglo XIX) baste para justificarlo, porque todo maestro tiene discípulos buenos, medianos y malos. No fué, ciertamente, Pardo de estos últimos; pero comparado con los autores de El Hombre de Mundo y de El Estudiante de Salamanca , sin escrúpulo se le puede poner entre los segundos.

Don Felipe Pardo y Aliaga nació en Lima el 11 de junio de 1806. Su padre, regente de la Audiencia del Cuzco, se trasladó a la Península en 1821, y Pardo hizo sus estudios en el colegio de San Mateo, y luego privadamente en casa de D. Alberto Lista. Su maestro le conservó siempre extraordinario afecto, y todavía en 1838, a los sesenta y tres años de su edad, le dirigía aquellos elegantes versos que terminan con una reminiscencia virgiliana:

           No temas, mi Felipe, los furores 
       Del vulgo vil, alborotado y leve, 
       Si roto el freno, en trágicos horrores 
       La común patria a sepultar se atreve. 
           Ni su ignorante aplauso te envanezca 
       Cuando mimosa la falaz fortuna 
       Fácil a tus deseos aparezca 
       Y te eleve hasta el cerco de la luna. 
           Que el varón justo y grave, el ciudadano 
       Veraz, que tiene la virtud por guía, 
       Ni al dogal se amedrenta del tirano, 
       Ni al aura popular su pecho fía. 
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
           Yo recuerdo ¡ay de mí! los bellos días 
       De tu primera juventud dichosa, 
       Cuando por mí adestrado le pedías 
       A Horacio y Newton su laurel y rosa. 
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
           Pero del mando hollar la instable senda 
       Al alumno de Erato no desdice: 
       El valor y virtud de ti se aprenda, 
       Y la fortuna de otro más felice...

Pardo regresó al Perú en 1828, y empezó por dedicarse al ejercicio de la abogacía; pero muy pronto tomó parte activa en las contiendas políticas, como redactor del Mercurio Peruano y de El Conciliador. En 1829 y 1833 dió a las tablas dos de sus comedias. El general Salaverry le confió en 1835 una misión diplomática para Chile, y después de la caída y muerte de aquel personaje, permaneció en esta república solicitando

 la intervención de los chilenos contra el general Santa Cruz, dictador del Perú y Bolivia. Para ello fundó un periódico, titulado El Intérprete. Sería largo y de poco interés para el lector europeo dar cuenta de los esfuerzos de Pardo y de la parte que tuvo en la caída del Protector Santa Cruz, y de cómo vino a ser proscrito por el mismo Gobierno que él había contribuído a fundar. Sólo en 1840 pudo volver a Lima, y se le nombró magistrado del Tribunal Supremo (llamado a la francesa Corte Superior). Nuevos trastornos políticos le obligaron a nuevas expatriaciones, y de resultas de tanta felicidad democrática como disfrutan aquellos bienaventurados países, su salud acabó por quebrantarse gravemente, quedándose paralítico y ciego en lo mejor de su vida. Antes había sido en dos ocasiones distintas Ministro de Relaciones Exteriores. Falleció en 24 de diciembre de 1868. Al año siguiente fueron coleccionadas sus obras en un lujoso volumen publicado en París, con el título de Poesías y Escritos en prosa de D. Felipe Pardo (París, A. Chaix y C.ª, 1869). Es, en conjunto, uno de los libros que más honran la literatura americana.

[p. 181][1] . Nació D. Manuel Ascensio Segura en Lima en 1805, y murió en 1871. Sirvió al principio en el ejército, llegando a sargento mayor, y luego fué comisario de Guerra y Marina, secretario de gobiernos civiles (que en el Perú llaman prefecturas),vista y administrador en varias aduanas, y en 1860 diputado a Cortes. Fundó en 1839 El Comercio de Lima, decano de la prensa peruana; en 1841 La Bolsa , y después El Cometa, del cual sólo aparecieron doce números, escritos enteramente por él, a imitación de las Capilladas, de Fr. Gerundio, que lograban entonces tanto aplauso.

En 1849 publicó en la ciudad de Piura otro periódico, El Moscón, todo de sátira personal y política, hoy muerta y casi ininteligible. En este género infeliz derrochó Segura mucho tiempo y mucho ingenio. Nadie lee hoy, y hasta ha sido excluído de la colección de sus obras, el poema satírico La Pelimuertada, en variedad de metros y en más de mil doscientos versos, distribuídos en veinticuatro cantos.

Su primera comedia fué El Sargento Canuto, representada en 1839. Las restantes piezas de su repertorio son La Moza Mala, La Saya y Manto, El Resignado, Ña Catita (ña es diminutivo peruano de doña), Un juguete, Lances de Amancaes, Nadie me la pega, La Espía, El Cacharparí, El Santo de Panchita (en colaboración con D. Ricardo Palma), Percances de un remitido, Las tres viudas. Estas dos son las únicas que faltan en la colección de Artículos, poesías y comedias de Manuel Ascensio Segura (Lima, por Carlos Prince, 1886).

[p. 182][1] . Vid. Riva Agüero, Carácter de la literatura del Perú independiente (Lima, 1905, págs. 71-73).

Ferreyros tradujo en prosa el Childe-Harold, de Byon (se halla en la segunda Revista de Lima, que comenzó a aparecer en 1873).

D. Ignacio Novoa publicó en la primera Revista de Lima (1860-1868) traducciones en verso de algunas poesías de Víctor Hugo y Béranger, y en prosa de algunos Pensamientos, de Joubert; algún capítulo de Montaigne y alguna escena de Shakespeare. Había leído bastante y no carecía de doctrina literaria, pero escribía muy mal en prosa y en verso.

[p. 182][2] . Vid., al frente de las Poesías de Ricardo Palma (1887); el estudio titulado La Bohemia limeña de 1848 a 1860: confidencias literarias.

[p. 182][3] . D. Sebastián Lorente, que murió en 1884 siendo Decano de la Facultad de Letras de la Universidad de Lima, publicó algunos libros de texto de Filosofía y Literatura, y varios tratados históricos bien escritos, pero demasiado compendiosos y con poca o ninguna novedad en la investigación: Historia antigua del Perú, Lima, 1860; Historia de la Conquista del Perú, 1861; Historia del Perú bajo la dinastía austríaca, dos tomos, el primero en Lima, 1863; el segundo en París, 1870; Historia del Perú bajo los Borbones, Lima, 1871; Historia del Perú desde la proclamación de la Independencia, Lima, 1876; La civilización peruana indígena, Lima, 1879.

Como expositor claro y ameno, cumplió bien con su vocación didáctica. En España nadie recuerda su nombre, pero su patria adoptiva no ha olvidado los servicios que prestó a la reforma universitaria, con sentido conciliador y armónico.

[p. 184][1] . Murió Velarde en Londres en 1881. La colección más completa que conozco de sus versos es la titulada Cánticos del Nuevo Mundo, impresa en Nueva York en 1860. Sé que en Londres publicó un nuevo tomo en 1871, pero no he llegado a verle. Serán probablemente de extrema decadencia, como los que en Torrelavega coleccionó después con el título de La Poesía de la Montaña.

[p. 184][2] . Hoy todos ellos han fallecido, a excepción de D. Ricardo Palma, que prosigue deleitando con los primores de su ingenio a los numerosos apasionados de sus amenos escritos.

Sobre la literatura más reciente puede consultarse el libro de don Ventura García Calderón, Del Romanticismo al Modernismo. Prosistas y poetas peruanos, París, Ollendorf, 1910.

[p. 185][1] . La colección de Castillo, dada a luz en 1869, lleva el título de Cantos Sud-Americanos .

[p. 186][1] . «Sigue direcciones en realidad diversas, por más que entonces se confundieran bajo el nombre general de clasicismo. Unas veces imita a Quintana, otras a los sonetistas italianos y españoles de los siglos XVI y XVII, otras a Fr. Luis de León, y otras, por fin, a los clásicos latinos; que en cuanto a los griegos, no parece haberse familiarizado con ellos.» (Riva Agüero, Carácter de la literatura del Perú independiente, pág. 98.)

El soneto al Petrarca me parece digno de citarse como feliz imitación del estilo del poeta toscano:

           ¡Bendita sea la feliz tibieza, 
       Con que, celosa de su pura fama, 
       Pagó tu amor la aviñonesa dama 
       Que igualó su virtud con su belleza! 
           ¡Benditos el rigor y la esquiveza 
       Que acrisolaron tu amorosa llama, 
       Y te valieron la gloriosa rama 
       Que hoy enguirnalda tu feliz cabeza! 
           Así Apolo, que a Dafne perseguía, 
       Cuando a abrazarla llega, sus congojas 
       Siente de un árbol la corteza toda. 
           Mas en sus venas la deidad doliente 
       Halla las verdes premiadoras hojas, 
       Digna corona de su altiva frente.

En los tercetos hay reminiscencia evidente del soneto de Arguijo: Apolo y Dafne:

           Alentó la carrera, y ya vencida, 
       Cuidó tener de Dafne la dureza; 
       Tanto se le acercó el amante ciego; 
           Mas del piadoso padre dolorida, 
       Trocando en árbol su mortal belleza, 
       Burló sus brazos y avivó su fuego.

[p. 187][1] . Algunas de las Poesías patrióticas impresas en París, 1862, no están reproducidas en el voluminoso tomo de susObras poéticas, impreso en Lima, 1892.

[p. 187][2] . A pesar de su extensión, reproducimos este canto, ya que no pudo entrar en nuestra Antología, por no haberle conocido a tiempo:

     ÚLTIMO CANTO DE SAFO 

           La excelsa roca pisa, 
       De amantes desamados visitada, 
       Con planta no indecisa, 
       La lesbiana divina poetisa, 
       Del ingrato Faón enamorada. 

           Escucha en lo hondo y mira, 
       Impávida, agitarse en son horrendo, 
       Del mar la.indócil ira; 
       Y por última vez pulsa la lira, 
       Al aire estos lamentos esparciendo: 

           «Adiós por siempre ¡oh vida! 
       Adiós ¡oh mundo! sin dolor ni llanto 
       Os doy mi despedida; 
       Que bien sé que en vosotros no se anida 
       Para Safo infeliz, sino quebranto. 

           Muerte anhelo, y cualquiera 
       La Pena sea que al mayor pecado 
       En el Averno espera, 
       Jamás las ansias igualar pudiera 
       De un furibundo amor menospreciado. 
           A los males sin cuento 
       Con que os abruma el que su eterna fiesta 
       Halla en vuestro tormento, 
       Es ¡oh mortales! único descuento, 
       Sola ventura que gozáis es esta: 

           Que si del hado impío 
       Fué decreto fatal el nacimiento, 
       Es rey vuestro albedrío 
       De acelerar, como acelero el mío, 
       De vuestras vidas el final momento. 

            Y que, si fué la entrada 
       A la prisión oscura de la vida 
       Forzosa e ignorada, 
       Dogal y salto, y tósigo y espada 
       Siempre libre encontraron la salida. 

           Tú que las crudas penas 
       Que lloro lloras, yo a romper te enseño 
       Tus odiosas cadenas; 
       A padecer tú mismo te condenas, 
       Sabiendo que eres de la muerte dueño. 

           Usa tu alto derecho, 
       Y, o da veneno a la callada boca, 
       O el cuello a lazo estrecho, 
       O con agudo acero abre tu pecho, 
       O ven conmigo a la Leucadia roca. 

           No más tu pena aguarde: 
       Mas si escoges vivir, lloro no viertas 
       Cesa, queja cobarde; 
       Culpa tuya será que se abran tarde, 
       Cautivo vil, de tu prisión las puertas. 

           Vive, vive, tolera 
       Tus fieros males, cada vez mayores, 
       Y la vejez postrera 
       Haga que apures tu desgracia entera, 
       Que mal ninguno de la vida ignores. 

           Morir, morir escojo, 
       Y rebelde al tirano omnipotente, 
       Me burlo de su enojo, 
       Y de la vida con desdén le arrojo 
       El falso funestísimo presente. 

           Y tú, mancebo ingrato, 
       A quien de amor desesperado adoro, 
        Tú, a quien con insensato 
       Furor, mil veces convidé a mi trato, 
       Pospuesto el casto femenil decoro: 

           Vive feliz, si pudo (a) 
       Consentirlo a mortal el negro encono 
       Del destino sañudo: 
       Tu eterno desamor, tu desdén mudo, 
       Y mis tormentos todos te perdono. 

           No fué amarme en tu mano; 
       Tuya no fué la culpa; el rigor lo hizo 
       De Júpiter tirano, 
       Que, con avara diestra, velo humano 
       Me dió, desnudo de beldad y hechizo. 

           El alma que era bella 
       No pudiste mirar: si la miraras, 
       Te enamoraras de ella,

(a) Cf. Leopardi, Último canto di Saffo:

           Ahí, di cotesta 
       Infinita beltà parte nessuna 
       Alla misera Saffo i numi e l' empia 
       Sorte non fenno ................................ 
       ....................... Alle sembianze il Padre, 
       Al'e amene sembianze eterno regno 
       Diè nelle genti, e per virile imprese, 
       Per dotta lira o canto, 
       Virtù non luce in disadorno ammanto. 
           Morremo. Il velo indegno a terra sparto, 
       Rifuggirà l'ignudo animo a Dite; 
       E il crudo fallo emenderà del cieco 
       Dispensator de' casi ............................. 
       ..................................... E tu cui lungo 
       Amore indarno, e lunga fede, e vano 
       D' implacato desio furor mi strinse, 
       Vivi felice, se felice in terra 
       Visse nato mortal ............................... 
       Menospreciando la beldad de aquella 
       Por quien a Safo triste desamparas. 

           Oh ponto, cuyo asalto 
       La excelsa roca agota, hirviente espuma 
       Arrojando a lo alto, 
       No del mortal irrevocable salto 
       Arredrarme tu cólera presuma. 

           Tu amenaza e insulto 
       Mirando estoy impávida; que calma 
       Es el ciego tumulto 
       De sus olas, al lado del que oculto 
       Amoroso huracán dentro del alma.» 

           Dice la triste amante 
       Y se arroja veloz; la mar hinchada 
        Se abre y cierra sonante; 
       Y de las ondas a merced errante 
       Aquí y allí la leve lira nada.

[p. 190][1] . Tiene el mismo asunto que la comedia de Moreto, A buen padre mejor hijo (rivalidad amorosa del rey Seleuco y su hijo Antíoco).

[p. 190][2] . Dice Ricardo Palma, hablando de García, que «Calderón, Arolas y Víctor Hugo, eran sus ideales en literatura». Realmente su estilo es una taracea de imitaciones de unos y otros, pero de Calderón no veo influencia directa. Lo que predomina es la poesía romántica, especialmente la de Zorrilla y las Orientales de Arolas. De Víctor Hugo ha dejado algunas traducciones buenas, especialmente Las dos islas.

El tomo de sus Composiciones poéticas publicado en El Havre, 1872, no contiene sino una parte exigua de sus versos. Otros muchos quedaron inéditos, o dispersos, en La Revista de Lima, El Correo del Perú y otros periódicos.

[p. 192][1] . Albores y Destellos (seguido de Diamantes y perlas y las Cartas a un ángel). El Havre, 1871.— Misterios de la tumba (poema filosófico). Lima, 1883.

[p. 192][2] . Compuso, además, Abel, El bello ideal, El pueblo y el tirano, El amor y el oro , y otras varias piezas, más de veinte.

[p. 193][1] . Las Composiciones de Carrasco fueron publicadas en colección, después de su muerte, por D. Eugenio Larrabure y Unanue (Trabajos poéticos de Constantino Carrasco. Lima,1878). Contiene este grueso volumen, además de los versos originales, algunas traducciones de Ossián, Catulo, Marcial, Florián, La Motte Houdard y el portugués Bocage. Palma dice que Carrasco era medianamente conocedor del latín, griego, hebreo y quechua. siéndole familiares el italiano, el francés y inglés. Su traducción en verso del controvertido Ollantay, está hecha en gran parte sobre una en prosa publicada en Lima, 1868, por el naturalista D. José S. Barranca. Pacheco Zegarra puso en francés el mismo drama: Ollantay, drame en vers quechuas , París, 1878, y de esta traducción procede otra castellana, Madrid,1885, en la Biblioteca Universal.

«Hay tres opiniones sobre el origen del Ollanta u Ollantay. Unos atribuyen la paternidad del drama a D. Antonio Valdés, cura de Sicuani, muerto el año de 1816, entre cuyos papeles se encontró por primero vez; pero existen manuscritos de época mucho más antigua que la de Valdés, como el del convento de Santo Domingo del Cuzco y el del cura Giustiniani La segunda opinión supone que el Ollantay fué compuesto antes de la Conquista, casi en la misma forma en que hoy lo leemos, salvo algunas interpolaciones debidas a los copistas y transcriptores. Pero si los indios no conocían la escritura (puesto que los jeroglíficos estaban olvidados en el tiempo a que se refiere el Ollanta ), ¿cómo pudieron componer y conservar semejante pieza dramática? Los quipus no bastaban para esto. Por lo que de ellos sabemos, resulta que no servían sino para llevar estadísticas rudimentarias, cronologías vagas y secas, y mensajes cortos... Lo más racional y sensato será, pues, adoptar la última de las opiniones expresadas: suponer (mientras no se descubran nuevos indicios) que se trata de una obra posterior a la conquista y que su autor fué algún misionero versado en el quechua, o algún indio o mestizo conocedor del teatro español. Este incógnito poeta recogió la tradición indígena de Ollanta (que tal vez pudo ser antes materia de alguna corta representación escénica o baile dialogado entre los indios), y sobre ella compuso su drama en el lenguaje cortesano de los Incas, evitó las alusiones al cristianismo y la colonia, e intercaló en la pieza ciertos cantos populares... No era raro que los religiosos españoles, principalmente los jesuítas, compusieran comedias en quechua y aimará, según lo declara Garcilaso en sus Comentarios reales,de cuyo testimonio no hay por qué dudar en este caso, pues no pudo engañarse ni mentir acerca de suceso tan conocido y próximo cuando él escribía.» (Riva Agüero, Carácter de la literatura del Perú, págs.118-119.)

En el mismo sentido, y aun más radicalmente, resolvió la cuestión el general D. Bartolomé Mitre en su Ollantay. Estudios crítico-históricos sobre el drama Quechua y la poesía pre-colombiana (Buenos Aires, 1881), que es lo mejor que conocemos en esta materia.

[p. 194][1] . En la Lira Americana, colección de poesías del Perú, Chile y Bolivia, recopiladas por D. Ricardo Palma (París, Rosa y Bouret, 1865), y en la América Poética, de Cortés, pueden encontrarse muestras de los poetas peruanos posteriores a 1848.

Peruano fué, aunque vivió y escribió casi siempre en Europa, don Juan Manuel Berriozábal, marqués de Casa- Jara, fecundo autor de libros de devoción en prosa y verso. En 1839 publicó un tomo de Poesías Escogidas, de Lamartine (El Crucifijo, El Hombre a Lord Byron, el Himno del Ángel después de la destrucción del Globo, etc.); en 1841, una refundición de La Cristiada,del P. Hojeda; en 1845, La Reina de los Cielos, colección de poesías a la Virgen, unas originales y otras traducidas de Silvio Pellico, Angelo Mazza y otros poetas italianos, con varias disertaciones en prosa; en 1850, Observaciones sobre las bellezas literarias, históricas, profético-poéticas y religiosas de la Sagrada Biblia; en 1851, Poesías Sagradas; en 1858, Poesías religiosas. Todos estos libros acreditan más su piedad que su literatura, pero los más antiguos alcanzaron la alta honra de ser elogiados por Balmes en un extenso artículo de su revista La Sociedad (1844).

    MONTEAGUDO FUE QUIEN FOMENTÓ EN EL PERÚ EL ODIO CONTRA LOS ESPAÑOLES

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    Marcelino Menéndez Pelayo en  "Historia de la poesía hispanoamericana", C.IX, Perú

    [p. 167]. [2] . En Lima hubo que crear artificialmente la aversión a España, según confiesa el principal ministro del general San Martín, D. Bernardo Monteagudo, siniestra figura de terrorista cínico y desmoralizado. «El odio a los desoladores del Nuevo Mundo había sido en los demás países el agente principal de la revolución. Era preciso generalizar este sentimiento en el Perú y convertirlo en pasión popular. Empleé los medios que estaban a mi alcance para inflamar el odio contra los españoles, y siempre estuve pronto a apoyar las medidas de severidad que tenían por objeto disminuir su número. Este era en mi sistema, y no pasión... Cuando el ejército libertador llegó a las costas del Perú, existían en Lima más de diez mil españoles; poco antes de mi separación no llegaban a seiscientos. Esto era hacer revolución.» (Apud. Mitre, Historia de San Martín, III, 296.)


    https://es.wikipedia.org/wiki/Bernardo_de_Monteagudo

    Bernardo José Monteagudo (Tucumán20 de agosto de 1789 - Lima28 de enero de 1825) fue unabogadopolíticoperiodistamilitar y revolucionario argentino, de posible origen mulato —mezcla de criollo con una esclava de origen africano— que participó en los procesos independentistas en el Río de la PlataChile yPerú.

    Fue un temprano promotor de la independencia hispanoamericana,1 2 3 4 y a la edad de diecinueve años, uno de los líderes de la Revolución de Chuquisaca del 25 de mayo de 1809, de cuya proclama fue el redactor.

    Vinculado a los "jacobinos argentinos" de la Revolución de Mayo, en especial al porteño Juan José Castelli, practicó, al igual que ellos, violentas políticas revolucionarias, adhiriendo al sector más radical del movimiento independentista. En 1811, fue autor del primer proyecto de constitución del Cono Sur americano. En 1812reorganizó la Sociedad Patriótica del partido morenista, con cuyos miembros ingresó a la Logia Lautaro, que integraron entre otros Bernardo O'HigginsJosé Miguel Carrera y José de San Martín.

    Influyó en el Segundo Triunvirato, la Asamblea del Año XIII, de la que fue miembro, y el gobierno del Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la PlataCarlos María de Alvear.

    Acompañó al general José de San Martín como auditor del Ejército de los Andes y sería —de acuerdo a sus propias afirmaciones, que por otra parte son rechazadas por parte de la historiografía chilena— el redactor delacta de independencia de Chile que proclamó Bernardo O'Higgins en 1818. En Perú, fue ministro de Guerra y Marina y, posteriormente, también ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores de San Martín, durante el primer gobierno independiente de ese país.

    Luego del retiro de San Martín, colaboró con libertador Simón Bolívar. Desarrolló una visión americanista de la revolución hispanoamericana, que lo llevó a proponer y diseñar la organización de una gran nación con los territorios que habían pertenecido a la corona española. Su ideario se confundió con el sueño idéntico de Bolívar, quien convocó el Congreso Anfictiónico de Panamá para establecer una confederación que incorporara a todos los estados de América.

    Fundó y dirigió periódicos independentistas en tres países, como la Gaceta de Buenos AiresMártir o Libre y El Grito del Sud, en ArgentinaEl Censor de la Revolución en Chile, y El Pacificador en Perú.

    Monteagudo murió asesinado en Lima, a la edad de treinta y cinco años. Su figura ha sido y sigue siendo objeto de controversia.


    AMARILIS, LOPE DE VEGA Y DON MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO

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    http://www.larramendi.es/menendezpelayo/i18n/cms/elemento.cmd?id=ms/menendezpelayo/paginas/m_pelayo_

    Marcelino Menéndez Pelayo "Historia de la poesía hispanoamericana", C.IX, Perú

    Peruana era también la desconocida poetisa Amarilis, que antes de 1621 escribió a Lope de Vega, de quien era ferviente admiradora, una elegante epístola en silva, que con la respuesta de Lope de Vega en tercetos (Belardo a Amarilis), fué inserta a continuación de su Filomena. Persona muy docta y muy enterada de las cosas de Lope de Vega [1] ha insinuado alguna duda sobre la existencia de tal poetisa indiana, juzgando mera ficción poética su carta, y equivalente el nombre de Amarilis al de doña Marta de Nevares Santoyo, postrera amiga de Lope. Pero aun prescindiendo de que el Fénix de los Ingenios aplicó el nombre poético de Amarilis a diversas personas, como por sus cartas y versos parece, hay tal tono de verdad en la epístola, y son tales las señas que la encubierta poetisa da de su patria, y aun de su familia, que no sólo no puedo dudar de que tal carta fué dirigida real y efectivamente desde América a Lope, sino que me atrevo a señalar [p. 82] de acuerdo con La Barrera, el nombre probable de la encubierta Musa [1] que hace de este modo su autobiografía:


               Quiero, pues, comenzar a darte cuenta 
           De mis padres y patria y de mi estado, 
           
     Porque sepas quien te ama y quien te escribe: 
           Bien que ya la memoria me atormenta, 
           Renovando el dolor, que aunque llorado, 
           Está presente y en el alma vive... 
               En este imperio oculto que el sol baña, 
           Más de Baco piadoso que de Alcides, 
           Entre un trópico frío y otro ardiente, 
           A donde fuerzas ínclitas de España, 
           Con varios casos y continuas lides 
           Fama inmortal ganaron a su gente: 
           Donde Neptuno engasta su tridente 
           En nácar y oro fino: 
           Cuando Pizarro con su flota vino, 
           Fundó ciudades y dejó memorias, 
           Que eternas quedarán en las historias: 
           A quien un valle ameno, 
           De tantos bienes y delicias lleno, 
           Que siempre es primavera, 
           Merced del sueño de la cuarta esfera, 
            La Ciudad de León fué edificada, 
           Y con hado dichoso 
           Quedó de héroes fortísimos poblada. 
           Es frontera de bárbaros y ha sido 
           Terror de los tiranos, que intentaron 
           Contra su rey enarbolar bandera: 
           Al que en Jauja por ellos fué rendido 
           Su atrevido estandarte le arrastraron, 
           Y volvieron el reino a cuyo era. 
           Bien pudiera, Belardo, si quisiera, 
           En gracia de los cielos, 
           Decir hazañas de mis dos abuelos, 
            Que aqueste nuevo mundo conquistaron 
             Y esta ciudad también edificaron, 
            Do vasallos tuvieron 
            Y por su rey su vida y sangre dieron: 
           Mas es discurso largo, 
           Que la fama ha tomado ya a su cargo, 
           Si acaso la desgracia desta tierra, 
           Que corre en este tiempo, 
           Tantos ilustres méritos no entierra. 
                [p. 83] De padres nobles dos hermanos fuimos, 
           Que nos dejaron con temprana muerte 
           Aun no desnudas de pueriles paños. 
           El cielo y una tía que tuvimos 
           Suplió la soledad de nuestra suerte: 
           ........................................................... 
           De la beldad que el cielo acá reparte 
           Nos cupo, según dicen, mucha parte, 
           Con otras muchas prendas: 
           No son poco bastantes las haciendas 
           Al continuo sustento; 
           Y estamos juntas, con tan gran contento, 
           Que una alma a entrambas rige y nos gobierna, 
           Sin que haya tuyo y mío, 
           Sino paz amorosa, dulce y tierna. 
               Ha sido mi Belisa celebrada, 
           Que éste es su nombre, y Amarilis mío , 
           Entrambas de afición favorecidas: 
           Yo he sido a dulces musas inclinada; 
           Mi hermana, aunque menor, tiene más brío, 
           Y partes, por quien es, muy conocidas. 
           Al fin todas han sido merecidas 
           Con alegre himeneo 
           De un joven venturoso, que en trofeo 
           A su fortuna y vencedora palma, 
           Alegre la rindió prendas del alma. 
           Yo siguiendo otro trato, 
            Contenta vivo en limpio celibato, 
           Con virginal estado, 
           A Dios con gran afecto consagrado, 
           Y espero en su bondad y su grandeza 
           Me tendrá de su mano 
           Guardando inmaculada mi pureza.

    Las señas no pueden ser más explícitas. Si la incógnita dama había nacido en la ciudad de León de Huánuco (situada en el actual departamento de Junín, a cuarenta y tantas leguas al Norte de Lima) y descendía de los conquistadores de aquella tierra y fundadores de aquella ciudad, su apellido debía de ser el muy ilustre de Alvarado, puesto que el fundador de la ciudad de León de Huánuco, llamada también León de los Caballeros, fué el capitán Gómez de Alvarado, hermano del Adelantado D. Pedro, de inmortal memoria en los fastos de América. Y aunque es cierto que la primitiva fundación de Alvarado en 1539 quedó [p. 84]luego casi desierta, hasta que la reedificó Pedro Barroso y acabó de asentarla Pedro de Puelles, los términos en que la poetisa se explica, cuadran más bien al fundador primero y a su hermano, de quienes podía decirse con más razón que de Barroso,


           Que aqueste nuevo mundo conquistaron.

    Y si atendemos a que el nombre poético de Amarilis es, por lo común rebozo del de María , tendremos completos el nombre y apellido de la discreta doncella de Huánuco: D.ª María de Alvarado.

    No se tenga por inútil esta disquisición, porque quien tales versos hacía en América a principios del siglo XVII, y no en ninguno de los grandes emporios de cultura, como México o Lima, sino en uno de los más apartados rincones de los Andes, ofrecería un curioso fenómeno de historia literaria, aunque no tuviésemos en consideración su sexo. Apenas hay en su Epístola el menor vestigio de mal gusto, ni de amaneramiento; todo es natural, llano y decoroso, con cierta sencilla gravedad y no afectado señorío. La poetisa hace su corte literaria a Lope de Vega, pero con tanta discreción, con tan insinuante y cortés gentileza, con tacto tan femenino y delicado, que el gran poeta debió de quedar lisonjeado con la alabanza y no ofendido con las nubes del importuno incienso. Viene a declararse platónicamente enamorada de él, amor inofensivo a tan larga distancia, pero único que ella estima digno de su noble naturaleza:


           El sustentarse amor sin esperanza, 
           Es fineza tan rara, que quisiera 
           Saber si en algún pecho se ha hallado; 
           . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
           Mas nunca tuve por dichoso estado 
           Amar bienes posibles, 
           Sino aquellos que son más imposibles. 
           A éstos ha de aspirar mi alma osada, 
           Pues para más alteza fué criada 
           Que la que el mundo enseña; 
           Y así quiero hacer una reseña 
           De amor dificultoso, 
           Que sin pensar desvela mi reposo, 
           Amando a quien no veo, y me lastima: 
            [p. 85] ¡Ved qué extraños contrarios, 
           Venidos de otro mundo y de otro clima! 
               Al fin en éste donde el Sur me esconde 
           Oí, Belardo, tus conceptos bellos, 
           Tu dulzura y estilo milagroso, 
           . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
           Y admirando tu ingenio portentoso, 
           No pude reportarme 
           De descubrirme a ti, y a mí, dañarme. 
           . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
               Oí tu voz, Belardo; más ¿qué digo? 
           No Belardo, milagro han de llamarte: 
           Este es tu nombre, el cielo te le ha dado; 
           Y Amor, que nunca tuvo paz conmigo, 
           Te me representó parte por parte, 
           En ti más que en sus fuerzas confiado. 
           Mostróse en esta empresa más osado, 
           Por ser el artificio 
           Peregrino en la traza y el oficio, 
            Otras puertas del alma quebrantando. 
           No por los ojos míos, que velando 
           Están con gran pureza; 
           Mas por oídos, cuya fortaleza 
           Ha sido y es tan fuerte, 
           Que por ellos no entró sombra de muerte, 
           Que tales son palabras desmandadas, 
           Si vírgenes las oyen, 
           Que a Dios han sido y son sacrificadas. 
           Con gran razón a tu valor inmenso 
           Consagran mil deidades sus labores, 
           Cuando manijan perlas en sus faldas: 
           Todo ese mundo allí te paga censo, 
           Y éste de acá, mediante tus favores, 
           Crece en riquezas de oro y esmeraldas: 
           Potosí, que sustenta en sus espaldas 
           Entre el invierno crudo 
           Aquel peso, que Atlante ya no pudo, 
           Confiesa que su fama te la debe; 
           Y quien del claro Lima el agua bebe, 
           Sus primicias te ofrece, 
           Después que con sus dones se engrandece, 
           Acrecentando ofrendas 
           A tus excelsas y admirables prendas: 
           Yo que aquestas grandezas voy mirando, 
           Entretenida en ellas, 
           Las voy en mis entrañas celebrando.

    [p. 86] ¡Qué galano y qué exquisito elogio! Entre los innumerables panegiristas españoles, latinos e italianos de Lope, cuyos versos llenan volúmenes enteros, nadie alcanzó a este grado de admiración profunda y concentrada. Pero aún es más hermoso lo que sigue: Lope había escrito El Peregrino en su patria , y la docta poetisa le exhorta a buscar su verdadera patria en el cielo, donde ella espera unirse a él en amor santo e imperecedero:


           En tu patria, Belardo, mas no es tuya, 
           No sientas mucho verte peregrino... 
           . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
           Que otro origen tuviste más divino 
           Y otra gloria mayor, si la buscares. 
           ¡Oh, cuánto acertarás, si imaginares 
           Que es patria tuya el cielo, 
           Y que eres peregrino acá en el suelo! 
           . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
           Pues, peregrino mío, 
           Vuelve a tu natural: póngante brío, 
           No las murallas, que elevó tu canto 
           En Tébas engañosas, 
           Mas las eternas, que te importan tanto. 
           Allá deseo en santo amor gozarte, 
           Pues acá es imposible poder verte, 
           Y temo tus peligros y mis faltas: 
           Tabla tiene el naufragio, y escaparte 
           Puedes en ella de la eterna muerte, 
           Si del bien frágil al divino saltas; 
           Las singulares gracias con que esmaltas 
           Tus soberanas obras, 
           Con que fama inmortal continuo cobras, 
           Empléalas de hoy más en versos lindos, 
           En soberanos y divinos Pindos: 
           Tus divinos concetos 
           Allí serán más dulces y perfectos; 
           Que el mundo a quien le sigue, 
           En vez de premio al bienhechor persigue, 
           Y contra la virtud apresta el arco 
           Con ponzoñosas flechas 
           De la maligna aljaba de Aristarco. 
           . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    Con hechicero candor se declara Amarilis inexperta en sucesos amorosos, como quien emplea su tiempo en dulces coloquios con el cielo, y termina pidiendo a Lope un don poético

            [p. 87] Para bien de tu alma y mi consuelo.

    Le ruega, pues, que escriba en verso la vida y martirio de una santa de su particular devoción y de la de su hermana:


           Yo y mi hermana una santa celebramos, 
           Cuya vida de nadie ha sido escrita, 
           Como empresa que muchos han temido; 
           El verla de tu mano deseamos; 
           Tu dulce musa alienta y resucita, 
           Y ponla con estilo tan subido, 
           Que sea donde quiera conocido 
           Y agradecido sea 
           De nuestra santa virgen Dorotea. 
           ¡Oh, qué sujeto, mi Belardo, tienes, 
           Con que de lauro coronar tus sienes! 
           . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
           Desta divina y admirable santa 
           Su santidad refiere, 
           Y dulcemente su martirio canta.

    Engolosinado con la belleza de esta epístola, que es sin duda la mejor pieza poética del Perú en sus primeros tiempos, la he ido transcribiendo casi toda. Séame lícito añadir algunos versos más, notables unos por la gala, bizarría y aun despilfarro de la dicción poética, semejante a la del mismo Lope y a la de Valbuena, otros por la suave y afectuosa modestia:


           Finalmente, Belardo, yo te ofrezco 
           Una alma pura a tu valor rendida: 
           Acepta el don, que puedes estimallo; 
           Y dándome por fe lo que merezco, 
           Quedará mi intención favorecida. 
           . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
           Y para darte más, no sé si hallo. 
           Déte el cielo favores, 
           Las dos Arabias bálsamo y olores, 
           Cambaya sus diamantes, Tíbar oro, 
           Marfil Sofala, Persia su tesoro, 
           Perlas los orientales, 
           El Rojo mar finísimos corales, 
           Balajes los Ceilanes, 
           Áloe precioso Sárnaos y Campanes, 
           Rubíes Pegugamba, y Nubia algalia, 
            [p. 88] Ametistes Rarsinga, 
           Y prósperos sucesos Acidalia 
           . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
           Ya veo que tendrás por cosa nueva, 
           No que te ofrezca censo un mundo nuevo, 
           Que a ti cien mil que hubiese te le dieran; 
           Mas que mi musa rústica se atreva 
           A emprender el asunto a que me arrojo, 
           Hazaña que cien Tassos no emprendieran: 
           Ellos al fin son hombres, y temieran; 
           Mas la mujer, que es fuerte, 
           No teme alguna vez la misma muerte. 
           Pero si he parecídote atrevida, 
           A lo menos parézcate rendida; 
           Que fines desiguales 
           Amor los hace con su fuerza iguales; 
           Y quédote debiendo, 
           No que me sufras, mas que estés oyendo 
           Con singular paciencia mis simplezas, 
            Ocupado contino 
           En tantas excelencias y grandezas. 
               Versos cansados, ¿qué furor os lleva 
           A ser sujeto de simpleza indiana, 
           Y a poneros en mano de Belardo? 
           Al fin, aunque amarguéis, por fruta nueva 
           Os vendrán a probar, aunque sin gana, 
           Y verán vuestro gusto bronco y tardo: 
           El ingenio gallardo, 
           En cuya mesa habéis de ser honrados, 
           Hará vuestros intentos disculpados: 
           Navegad: buen viaje: haced la vela: 
           Guiad un alma que sin alas vuela.

    Lope de Vega contestó en la epístola de Belardo a Amarilis, que tiene buenos trozos y curiosas noticias de su persona y de su vida, pero que dista mucho de ser la mejor de las suyas. Por esta vez perdone Lope: la humilde poetisa ultramarina lleva la palma. Él, que tanto pecaba por el lado de la galantería, fácilmente hubiera perdonado este juicio, y aun se hubiera complacido en la derrota; ni quien es opulento en grado tan soberano y excepcional, pierde nada por algunos tercetos más o menos felices. De los requiebros que dirige a su encubierta admiradora, pondré alguna muestra, para completar este curioso capítulo de costumbres literarias:

                [p. 89] Bien sé que en responder crédito empeño; 
           Vos, de la línea equinoccial sirena, 
           Me despertáis de tan profundo sueño. 
               ¡Qué rica tela, qué abundante y llena 
           De cuanto al más retórico acompaña! 
           ¡Qué bien parece que es indiana vena! 
               Yo no lo niego: ingenios tiene España; 
           Libros dirán lo que su musa luce, 
           Y en propia rima imitación extraña; 
               Mas los que el clima antártico produce 
           Sutiles son, notables son en todo; 
           Lisonja aquí ni emulación me induce. 
               Apenas de escribiros hallo el modo, 
           Si bien me le enseñáis en vuestros versos, 
           A cuyo dulce estilo me acomodo. 
               En mares tan remotos y diversos, 
           ¿Cómo podré yo veros, ni escribiros 
           Mis sucesos, o prósperos, o adversos? 
               Del alma que os adora sé deciros 
           Que es gran tercera la divina fama; 
           Por imposible me costáis suspiros. 
               Amo naturalmente a quien me ama, 
           Y no sé aborrecer quien me aborrece; 
           Que a la naturaleza el odio infama. 
           Yo os amo juntamente, y tanto crece 
           Mi amor, cuanto en mi idea os imagino 
           Con el valor que vuestro honor merece. 
           A vuestra luz mi pensamiento inclino, 
           De cuyo sol antípoda me veo, 
            Cual suele lo mortal de lo divino. 
           .................................................................. 
               Que no son menester las esperanzas 
           Donde se ven las almas inmortales, 
           No sujetas a olvidos ni a mudanzas.

    Y cortésmente se excusa al fin de la epístola de no escribir el poema de Santa Dorotea, dejándolo a la devoción de la misma poetisa:


               Y pues habéis el alma consagrado 
           Al cándido pastor de Dorotea, 
           Que inclinó la cabeza en su cayado, 
               Cantad su vida vos, pues que se emplea 
           Virgen sujeto en casto pensamiento, 
           Para que el mundo sus grandezas vea. [1] 
           .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    [p. 90] ¿Es esta Amarilis la misma poetisa celebrada en el laurel de Apolo como fénix rara de Santa Fe de Bogotá? No es inverosímil que de Huánuco pasara a establecerse al Nuevo Reino de Granada, pero no me atrevo a afirmarlo.

    Ni menos a identificarla, porque diferencias de estilo lo vedan, con otra egregia poetisa peruana, discípula del sevillano Diego Mexía, cuyo Parnaso Antártico honró con su Discurso en loor de la Poesía, que íntegro va en nuestra colección académica, no sólo como precioso documento de historia literaria, por las noticias rarísimas que contiene de ingenios del Virreinato, sino como un curioso ensayo de Poética, como un bello trozo de inspiración didáctica, del cual ha dicho, no sin razón, el ilustre colombiano Pombo que «rara vez en verso castellano se ha discurrido más alta y poéticamente sobre la poesía». [1] Compárese, por ejemplo, con el Ejemplar Poético de Juan de la Cueva, que es del mismo tiempo y de la misma escuela y hasta del mismo metro. y se verá cuánto más excelsa concepción de la poesía tenía la grande anónima , y qué forma tan elegante y graciosa alcanzó a dar a sus nociones estéticas, a pesar de las sombras de pedantismo que empañan algunas páginas, y la flaqueza de versificación que se advierte en otras. [2]

    [p. 91] Quién fuera ella, parece hoy imposible adivinarlo. Mexía nos la presenta como «una señora principal de este Reino, muy versada en la lengua Toscana y Portuguesa, por cuyo mandamiento y por justos respetos no se escribe su nombre, con el qual discurso (por ser de una heroica dama) fué justo dar principio a nuestras heroicas epístolas». Ni era ella sola la mujer que honrase entonces las letras en el Perú, puesto que habla de otras tres, aunque sin nombrarlas:

           Y aun yo conozco en el Perú tres damas 
           Que han dado en poesía heroicas muestras...

    Una de ellas sería probablemente la Amarilis, que escribió a Lope; otra, quizá, la D.ª Jerónima, de Quito, que entonces se consideraba como parte del Perú. En cuanto a los poetas, fué la anónima más explícita, dándonos como el Laurel de Apolo o elCanto [p. 92] de Calíope de la colonia. 

    Fragmento de la Epístola a Belardo
    En su Epistola a Belardo, Amarilis escribe:

    Tanto como la vista, la noticia
    de grandes cosas suele las más veces
    al alma tiernamente aficionarla,
    que no hace el amor siempre justicia,
    ni los ojos a veces son jueces
    del valor de la cosa para amarla:
    mas suele en los oídos retratarla
    con tal virtud y adorno,
    haciendo en los sentidos un soborno
    (aunque distinto tengan el sujeto,
    que en todo y en sus partes es perfecto),
    que los inflama a todos
    y busca luego aficiosos modos,
    con el que pueda entenderse
    el corazón, que piensa entretenerse,
    con dulce imaginar para alentarse
    sin mirar que no puede
    amor sin esperanza sustentarse.
    El sustentarse amor sin esperanza,
    es fineza tan rara, que quisiera
    saber su en algún pecho se ha hallado,
    que las más veces la desconfianza
    amortigua la llama que pudiera
    obligar con amar lo deseado;
    mas nunca tuve por dichoso estado
    amar bienes posibles,
    sino aquellos que son más imposibles.
    A éstos ha de amar un alma osada;
    pues para más alteza fue criada
    que la que el mundo enseña;
    y así quiero hacer una reseña
    de amor dificultoso,
    que sin pensar desvela mi reposo,
    amando a quien no veo y me lastima:
    ved qué extraños contrarios,
    venidos de otro mundo y de otro clima.
    Al fin de éste, donde el Sur me esconde
    oí, Belardo, tus conceptos bellos,
    tu dulzura y estilo milagroso;
    vi con cuánto favor te corresponde
    el que vio de su Dafne los cabellos
    trocados de su daño en lauro umbroso
    y admirando tu ingenio portentoso,
    no puedo reportarme
    del descubrirme a ti, y a mí dañarme.
    Mas ¿qué daño podría nadie hacerme
    que tu valer no pueda defenderme?
    Y tendré gran disculpa,
    si el amarte sin verte, fuera culpa,
    que el mismo que lo hace,
    probó primero el lazo en que me enlace,
    durando para siempre las memorias
    de los sucesos tristes,
    que en su vergüenza cuentan las historias.
    Esto mi voluntad te da y ofrece
    y ojalá yo pudiera con mis obras
    hacerte prendas de mayor estima:
    mas dionde tanto se merece,
     
    de nadie no recibes, sino cobras
     
     

    lo que te debe el mundo en prosa y rima.
    He querido, pues viéndote en la cima
    del alcázar de Apolo,
    como su propio dueño, único y solo,
    pedirte un don, que te agradezca el cielo,
    para bien de tu alma y mi consuelo.
    No te alborotes, tente,
    que te aseguro bien que te contente,
    cuando vieres mi intento,
    y sé que lo harás con gran contento,
    que al liberal no importa para asirle,
    significar pobrezas,
    pues con que más se agrada es con pedirle.
    Yo y mi hermana, una santa celebramos,
    cuya vida de nadie ha sido escrita,
    como empresa que muchos han tenido:
    el verla de tu mano deseamos;
    tu dulce Musa alienta y resucita,
    y ponla con estilo tan subido
    que sea dondequiera conocido
    y agradecido sea
    de nuestra santa virgen Dorotea.
    ¡Oh, qué sujeto, mi Belardo, tienes
    con que de lauro coronar tus sienes,
    podrás, si no emperezas,
    contando de esta virgen las grandezas,
    que reconoce el cielo,
    y respeta y adora todo el suelo:
    de esta divina y admirable Santa
    su santidad refiere,
    y dulcemente su martirio canta!
    Ya veo que tendrás por cosa nueva
    no que te ofrezca censo un mundo nuevo,
    que a ti cien mil que hubiera te le dijeran;
    mas que mi Musa rústica se atreva
    a emprender el asunto a que me atrevo,
    hazaña que cien Tassos no emprendiera,
    ellos, al fin, son hombre y temieran;
    mas la mujer, que es fuerte,
    no teme alguna vez la misma muerte.
    Pero si he parecídote atrevida,
    a lo menos parézcate rendida,
    con fines desiguales
    Amor los hace con su fuerza iguales:
    y quédote debiendo
    no que me sufras, mas que estés oyendo
    con singular paciencia mis simplezas,
    ocupado continuo
    en tantas excelencias y grandezas.
    Versos cansados, ¿qué furor os
    lleva a ser sujetos de simpleza indiana
    y a poneros en brazos de Belardo?
    Al fin, aunque amarguéis, por fruta nueva,
    os vendrán vuestro gusto bronco y tardo;
    el ingenio gallardo,
    en cuya mesa habéis de ser honrados,
    hará vuiestros intentos deisculpados:
    navegad, buen viaje, haced la vela
    guiad un alma, que sin alas vuela
    .



    http://www.webhuanuco.com/amarilis.htm

    Martha de Nevares, amante de Lope de Vega; Marcelino Menéndez y Pelayo, dice que ella fue oriunda de Huánuco, hija de conquistadores y su nombre pudo ser María de Alvarado; Luis Alberto Sánchez, apoya la tesis de Menéndez y Pelayo y le da el nombre de María Tello de Lara y de Arévalo y Espinoza; Tamayo Vargas, cree que la autora de la Epístola sea la misma que escribió el "Discurso en loor de la Poesía"; José de la Riva Agüero le da diversos nombres, entre ellos María de la SernaMaria Tello o Maria Arias Dávila: Manuel Antonio Valdizán y Manuel de

    Mendiburu dicen que la autora pudo ser María de Figueroa: José Varallanos, el historiador huanuqueño, le da el nombre de María Fernández de Córdova y Falcón; Irving de Leónard, dice que pudo llamarse Maria del Castillo o Ana Morillo; Esteban Pavletich, afirma que el autor de la Epístola fue Fray Diego de Ojeda; Luis Jaime Cisneros dice que el autor pudo ser Francisco Fernández de Córdova; Ricardo Palma, cuya tesis comparten Javier Prado y Ventura García Calderón plantea que la autora de la epístola no fue mujer, sino varón. Frente a esta diversidad de tesis, aparecen con mayor credibilidad la tesis de Aurelio Miro Quesada Sosa, apoyada por Francisco Rubén Berroa y sustentada por el estudioso Lohmann Villena, quienes sostienen que la autora de la Epístola fue doña María de Rojas y Garay. La otra tesis es de Carlos Milla Bartres, quien lo llamaGerónima de Garay y Muchuy.

    Según Guillermo Lohmann Villena, su nombre real era María de Rojas y Garay (1594-1622). Con certeza se debe afirmar la teoría de Lohmann debido a sus fundamentos biográficos así como tomando en cuenta la Epístola a Belardo publicada en 1621. Huérfana, provenía de dos familias inquisidoras ilustres que fundaron la ciudad de León (antiguo nombre de Huánuco). Fue pupila seglar del beaterio de las Agustinas Recoletas deLima, donde recibiría una estricta y amplia formación renacentista. María de Rojas se exclaustraría en 1617, para no contraer matrimonio. Falleció en 1622, poco antes de que llegasen al Perú las primeras copias de La Filomena de Lope de Vega.

    * Que dos de sus abuelos figuraron entre los conquistadores y Fundación de Huanuco y en la captura del rebelde Hernández Girón.
    * Que escribió a Lope de Vega desde Lima, a donde sus padres trasladaron.
    * Que estos murieron dejando muy tiernas a nuestra autora y a 

       su hermana Isabel 
    * Que una tía se encargó de criarlas.
    * Que no obstante la belleza de Amarilis, prefirió consagrarse a Dios, en tanto que su
     hermana contraía matrimonio.
    * Que cultivaba la poesía y era devota de Santa Dorotea, cuya   vida deseaba rimase Lope.

    PUNCHAO, "ídolo del sol", según el P. José de Acosta

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    "Otro templo y adoratorio aun muy mas principal hubo en el Perú, que fué en la ciudad del Cúzco, adonde es ahora el Monasterio de Santo Domingo; y en los sillares y piedras del edificio, que hoy dia permanecen, se echa de ver que fuese cosa muy principal. Era este templo como el Panteón de los Romanos, cuanto á ser casa y morada de todos los dioses. Porque en ella pusieron los Reyes Incas los dioses de todas las provincias y gentes que conquistaron, estando cada Idolo en su particular asiento, y haciéndole culto y veneración los de su provincia con un gasto excesivo de cosas que se traían para su ministerio; y con esto les parecía que tenian seguras las provincias ganadas, con tener como en rehenes sus dioses.

    En esta misma casa estaba el Punchao, que era un Idolo del Sol, de oro finísimo, con gran riqueza de pedrería, y puesto al oriente con tal artificio, que en saliendo el Sol, daba, en él; y como era el metal finísimo, volvían los rayos con tanta claridad, que parecía otro Sol. Este adoraban los Incas por su dios, y al Pachayachachíc, que es el hacedor del Cielo. En los despojos de este templo riquísimo dicen, que un soldado[1] hubo aquella hermosísima plancha de oro del Sol; y como andaba largo el juego, la perdió una noche jugando. De donde toma origen el refrán que en el Perú anda de grandes tahúres, diciendo: juega el Sol, antes que nazca".

    José de Acosta Historia natural y moral de las Indias, Lib. V, Cap. 12

    http://bibliotecadigital.jcyl.es/i18n/catalogo_imagenes/grupo.cmd?path=10069168



    [1]Fue Mancio Sierra de Leguízamo, quien lo perdió en una noche durante una partida jugada a los dados.

    MILITANTES PARA TODO TIEMPO Y LUGAR El milagro de la Virgen de Gredos, 25 años después

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    MILITANTES PARA TODO TIEMPO Y LUGAR

    El milagro de la Virgen de Gredos, 25 años después

    Sucedió hace 25 años, un 8 de julio, en una de las peñas que circundan la Laguna Grande del Circo de Gredos, cuando Abelardo de Armas, director del Campamento y del Movimiento de la Milicia de Santa María "escondía" entre las rocas una diminuta imagen de la Virgen del Pilar, "sin nadie que te mire/ sin nadie que te cuide/ Estás y eso te basta/ esclava del Señor".  Meses después en una plática dirigida a los Cruzados en el marco de los Ejercicios Espirituales enfatizó proféticamente la trascendencia de aquel acontecimiento tan sencillo. "No tenéis ni idea del milagro obrado". Sí, "has convertido Gredos/ en un templo gigante/ donde se rinde culto/ al olvido del yo".

    Y 25 años después, cientos de acampados, amigos y familiares, hemos vuelto a encontrarnos. Dos momentos significativos: la Misa y Fuego de Campamento del Circo de Gredos  del viernes 8 y la convivencia familiar del domingo 10 en Aravalle. Rescato del primero la memorable homilía del P. Rafael Delgado en la que nos brindó los "cinco misterios del Rosario en Gredos" acompañados de "letanías" brotadas en la entraña de los campamentos: 1) Virgen de Gredos cimentada en el amor de Dios (Pilar de fortaleza, Madre de los forjados en roca…). 2) Virgen del Hágase (Consejera divina, Susurro del Circo…). 3) Virgen como flor escondida (Madre de la disponibilidad…) 4) Madre del Estar (Consuelo del militante, estrella de la montaña.,..). 5) Madre de los que no se cansan nunca de estar empezando siempre (Refugio eterno, consuelo en las miserias). Una Eucaristía reposada, al amparo de las rocas de la virgencita, con la participación encendida de los cientos de peregrinos (tras las 3 horas de caminata de la Plataforma hasta la Laguna), unidos en familia, alimentados por el Pan de los Fuertes. Vino después una sencilla cena con las viandas que cada uno había provisto pero que se compartieron a la par que nos íbamos saludando, muchos después de muchos años… Enseguida, un Fuego de Campamento especial, con canciones de siempre y muy en especial la compuesta por Abelardo y acompañada por todos "Adiós, Virgen de Gredos/ que oculta en la montaña/ como una flor del campo/ se abre solo a Dios" (https://www.youtube.com/watch?v=2mb4Vczkg90). Como plato fuerte y central, la canción compuesta e interpretada por Rogelio Cabado  y que te comparto: http://www.rogeliocabado.com/index.php/multimedia/56-25-anos-de-la-virgen-de-gredos. Luego, una tertulia inolvidable y que se quedó corta para intercambiar voces de varias generaciones hermanadas por la gratitud a Dios Padre, a través de Nuestra Madre de Gredos, en el estilo campamental de la Milicia. ¡Qué decir de la Salve Regina y los gritos ¡Por Cristo, por la Virgen, por la Iglesia, Más, más y más!  Y luego, a dormir, sin tiendas, arropados por  el silencio embriagador cara a cara con el cielo de millones de estrellas . Al día siguiente, tras la encantadora misa matutina seguida del ratito de oración, cada uno, cada grupo siguió su camino,  donde el corazón y sus fuerzas le indicaron, yo tuve la gracia de subir con otros tres hasta el Almanzor, la cima de la Península, 2.592 (¡magníficat!).

    El domingo fue desbordante. A los tres campamentos de alevines, juveniles, mayores, se fueron uniendo los familiares, los amigos…hasta llegar casi al medio millar. El centro lo marcó la Eucaristía, bien preparada en sus lecturas, canciones, peticiones, homilía, con ritmo tranquilo, como quien goza el Cielo en la Tierra, en familia, teniendo muy presentes las intenciones de nuestra Iglesia, de nuestro mundo, de nuestro Movimiento de Santa María. Y tras la misa, la mesa…Pregunten a Luis María García Rioja y a Juan Luis Benito como hicieron multiplicar platos y lograr que todos quedaran satisfechos. ¡Qué bello testimonio de los acampados sirviendo las mesas, sin olvidar el cafetito! No faltó la presencia de la Revista Hágase-Estar, cada vez más atractiva y con ganas de llegar a más y más familias. Si no estás suscrito no esperes…y hazlo al toque por correo.

    Y, por fin, la sobremesa con música de primera, la presentación del grupo de militantes "Oleaje" que nos hizo participar a todos con nuestras canciones y con la recreación de otras más…siempre animado por Javier Fernández Lorca. Nuevamente, la voz y el arte de Rogelio dio alma y vida a la velada. Por supuesto, los tres campamentos tuvieron su propia canción. Javier Segura, maestro de ceremonias, se las ingenió para dar arte y parte a todos.

     La guinda la pusieron las intervenciones de los representantes de los hijos, padres, abuelos y la intervención de nuestro director general José Luis Acebes. Se refirió al gesto carismático y simbólico de Abelardo de Armas y el cumplimiento en nuestro movimiento como en María de que "todas las generaciones proclamasen Bienaventurada a María". El Campamento es una Escuela para la vida. Nos toca a todos vivir el estilo practicado por la Virgen. El futuro de España y del mundo está en la educación, la familia. Confiemos en la Virgen del no cansarse nunca…Vuelve a Gredos, vuelve siempre a empezar. Por último nos animó a ¡volar!, somos enviados y necesitamos saber despegar y saber aterrizar.

    No hay que decir que no acertábamos en señalar la hora del adiós; fue como en el campamento el "inoportuno" pitido que reclamó a los acampados y a todos los invitados a volver a la vida del día a día; unos en España, otros en Francia, Polonia, Perú…porque el Campamento es para toda la vida y para todo el mundo.

     

    José Antonio Benito

    PABLO DE OLAVIDE: PERUANO ILUSTRADO, DESENGAÑADO FILÓSOFO, TRIUNFADOR CATÓLICO

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    PABLO DE OLAVIDE: EL PERUANO ILUSTRADO, DESENGAÑADO FILÓSOFO, TRIUNFADOR CATÓLICO

    Les comparto dos enjundiosos artículos de don Marcelino Menéndez Pelayo sobre el único peruano que ha merecido los honores de dar nombre a una Universidad en España.

     

    1.      Mi nota en el blog: http://jabenito.blogspot.com.es/2011/08/pablo-de-olavide-y-jauregui-1725-1803.html

    2.      PABLO DE OLAVIDE en "Historia de los Heterodoxos Españoles" (Libro VI, Cap. II) http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/historia-de-los-heterodoxos-espanoles/html/fee78e52-82b1-11df-acc7-002185ce6064_84.html#I_282_

    Proceso de Olavide (1725-1804) y otros análogos (2355).

      Don Pablo Olavide era peruano y hombre de toga. Habíase dado a conocer, siendo oidor de la Audiencia de Lima, en el horrible terremoto que padeció aquella ciudad en 1746. Al reparar los efectos de aquel desastre, mostró serenidad, aplomo y desinterés no vulgares, y por su mano pasaron los caudales de los mayores negociantes de la plaza, dejándole con mucha reputación de íntegro. Así y todo, no faltó quien murmurase de él, sobre todo por haber construido un teatro con el fondo remanente después de aquella calamidad. Se le mandó venir a Madrid y rendir cuentas. Propicia se le mostró la fortuna en España. Gallardo de aspecto, cortés, elegante y atildado en sus modales, ligero y brillante en la conversación, cayó en gracia a una viuda riquísima que decían D.ª Isabel de los Ríos, heredera de dos capitalistas, y logró fácilmente su mano (2356). [493]

         Desde entonces, la casa de Olavide en Leganés y en Madrid fue punto de reunión para lo que ahora llamaríamos buena sociedad o high life. En aquel tiempo, los salones eran raros y más fácil el monopolio del buen tono. Olavide, agradable, insinuante, culto a la francesa, con aficiones filosóficas y artísticas, que alimentaba en sus frecuentes viajes a París; ostentoso y espléndido, corresponsal de los enciclopedistas y gran leyente de sus libros, hacía ruidoso y vano alarde de su proyectos innovadores. Aranda se entusiasmo con él y le protegió mucho, haciéndole síndico personero de la villa de Madrid y director del Hospicio de San Fernando. Los ratos de ocio dedicábalos a las bellas letras; puso en su casa un teatro de aficionados, como era de moda en los chateaux de Francia y como lo hacía el mismo Voltaire en Ferney, y para él tradujo algunas tragedias y comedias francesas. Moratín (2357) le atribuye sólo la Zelmira, la Hipermnestra y El desertor francés, pero D. Antonio Alcalá Galiano (2358) añade a ellas una, que corrió anónima, de la Zaida («Zaire») de Voltaire, tan ajustada al original, que de ella se valió como texto D. Vicente García de la Huerta para su famosa Jaira (tan popular todavía entre los ancianos que recogieron algo de la tradición de aquel siglo), convirtiendo los desmayos y rastreros versos de Olavide en rotundo y bizarro romance endecasílabo. Realmente, Olavide nada tenía de poeta ni en lo profano ni en lo sagrado, que después cultivó tanto; sus versos son mala prosa rimada, sin nervio, ni color, ni viveza de fantasía. A veces, traduciendo a Voltaire, le sostiene el original, y, a fuerza de ser fiel lo hace mejor que Huerta. Así en estas palabras, casi últimas, de Orosman:

                                  

    Di que la amaba y di que la he vengado...

    (Dis que je l'adorais, et que je l'ai vengée.)

         Pero estos aciertos son raros. Era medianísimo en todo, de instrucción flaca y superficial, propia no más que para deslumbrar en las tertulias, donde el prestigio de la conversación suple más altas y peregrinas dotes. Con esto y con dejarse llevar del viento de la moda filosófica, no al modo cauteloso que Campomanes y otros graves varones, sino con todo el fogoso atropellamiento de los pocos años, de las vagas lecturas y de la [494]imaginación americana. Olavide cautivó, arrebató, despertó admiración, simpatía y envidia y acabó por dar tristísima y memorable caída.

     

         Pero antes la protección de Aranda le ensalzó a la cumbre, y en 1769 era asistente de Sevilla. De aquel tiempo (22 de agosto) data su famoso plan de reforma de aquella Universidad, el más radicalmente revolucionario que se formuló por entonces (2359). Todo él respira el más rabioso centralismo y odio encarnizado a todas las fundaciones particulares y libertades universitarias. Laméntase de que «España sea un cuerpo compuesto de muchos cuerpos pequeñas, en que cada provincia... sólo se interesa en su propia conservación, aunque sea con perjuicio y depresión de las demás, y en que cada comunidad religiosa, cada colegio, cada gremio, se separe del resto de la nación para reconcentrarse en sí mismo». «De aquí proviene aquel fanatismo con que tantos han aspirado a la gloria de fundadores, queriendo cada particular establecer una república aparte con leyes suyas y nuevas; vanidad que se ha introducido hasta en la religión y en la libertad de los que mueren... Por estos principios se puede hoy mirar la España como un cuerpo sin vida ni energía, como una república monstruosa, formada de muchas pequeñas que mutuamente se resisten.» Difundíase, por de contado, en largas invectivas contra los colegios mayores, pero aún trataba peor, y con supina ignorancia y ligereza, al escolasticismo. «Este es aquel espíritu de error y de tinieblas que nació en los siglos de ignorancia... Mientras las naciones cultas, ocupadas en las ciencias prácticas, determinan la figura del mundo o buscan en el cielo nuevos luminares, nosotros consumimos nuestro tiempo en vocear las cualidades del ente o elprincipium quod de la generación del Verbo.» ¿Para qué queremos teología ni metafísica? «Son cuestiones frívolas e inútiles -dice Olavide-, pues o son superiores al ingenio de los hombres, o incapaces de traer utilidad, aun cuando fuese posible demostrarlas... Así se ha corrompido la simplicidad y pureza de los principios evangélicos.»

         Olavide era un iluso de filantropía, pero con cierta cándida y buena fe, que a ratos le hace simpático. Allá en Sevilla protegió, a su modo, las letras, y sobre todo la economía política, y alentó y guió los primeros pasos de Jovellanos. De su tertulia, y con ocasión de una disputa sobre la comedia larmoyante de La Chaussée y la tragedia bourgeoise de Diderot, salió El delincuente honrado, drama algo lánguido y declamatorio, pero tierno y bien escrito, si bien echado a perder por la monotonía sentimental del tiempo, como que su ilustre autor se propuso «inspirar aquel dulce horror con que responden las almas sensibles al que defiende los derechos de la humanidad». Rasgos tan [495] inocentes como éste, y más cuando vienen de tan grande hombre como Jovellanos, no deben perderse ni olvidarse, porque pintan la época mejor que lo harían largas disertaciones. La Julia y el Tratado de los delitos y de las penas entusiasmaban por igual a aquellos hombres, y para que la afectación llegase a su colmo juntaban la mascarada pastoril de la Arcadia con la filantropía francesa, llamándose entre ellos el mayoral Jovino y el facundo Elpino. Este era Olavide, y su amigo le cantaba así, en versos sáficos bien poco afortunados:

       Cuando miraba del cimiento humilde

                                  

    salir erguido el majestuoso templo,

    el ancho foro, y del facundo Elpino

                la insigne casa.

       Cuando el anciano documentos graves

    daba, y al joven prevenciones blandas,

    y a las matronas y a las pastorcillas

    santos ejemplos.

         Jovellanos conservó siempre muy buen recuerdo de Olavide, por fortuna de éste, puesto que basta la amistad de tal varón para salvarle del olvido y hacer indulgente con él al más áspero censor, Ni en próspera ni en adversa fortuna flaqueó el cariño de Jovino, que aún describía en 1778 a sus amigos de Sevilla.

       Mil pueblos que del seno enmarañados

                                  

    de los marianos montes, patria un tiempo

    de fieras alimañas, de repente

    nacieron cultivados, do a despecho

    de la rabiosa envidia, la esperanza

    de mil generaciones se alimenta;

    lugares algún día venturosos,

    del gozo y la inocencia frecuentados,

    mas hoy de Filis (2360) con la tumba fría

    y con la triste y vacilante sombra

    del sin ventura Elpino ya infamados

    y a su primero horror restituidos (2361).

         Entre los mil proyectos, más o menos razonables o utópicos, que en aquella época de inconsciente fervor economista se propalaban para remediar la despoblación de España y abrir al cultivo las tierras eriales y baldías, era uno de los más favorecidos por la opinión de los gobernantes el de las colonias agrícolas, hoy tenido por remedio pobre e insuficiente. «Colonizar -ha dicho el vigoroso autor de la Población rural- en un pensamiento caduco que ni todos los disfraces de la ambición ni los afeites de la moda podrán rejuvenecer» (2362). [496]

         Pero en el siglo XVIII aún no había aclarado la experiencia lo que hoy vemos patente, y parecían muy bien las colonias, como todo medio artificial y rápido de población y cultivo. Ya Ensenada había pensado establecerlas, y en tiempo de Aranda volvió a agitarse la idea con ocasión de un Memorial de cierto arbitrista prusiano que se hacía llamar D. Juan Gaspar Thurriegel. Campomanes entró en sus designios, redactó una consulta favorable en 26 de febrero de 1767, y sin dilación tratóse de poblar los yermos de Sierra Morena, albergue hasta entonces de forajidos, célebres en los romances de ciego y terror de los hombres de bien. Thurriegel se comprometió a traer, en ocho meses, 6.000 alemanes y flamencos católicos; y la concesión se firmó el 2 de abril de 1767, el mismo día que la pragmática de expulsión de los jesuitas.

         Para establecer la colonia fue designado, con título de superintendente, Olavide, como el más a propósito por lo vasto y emprendedor de su índole. No se descuidó un punto, y con el ardor propio de su condición novelera y con amplios auxilios oficiales fundó en breve plazo hasta trece poblaciones, muchas de las cuales subsisten y son gloria única de su nombre. Fue aquél para Olavide una especie de idilio campestre y filantrópico, una Arcadia sui generis como la que Gessner fantaseaba en Suiza. Por desgracia propia, el superintendente no se detuvo en la poesía bucólica, y pronto empezaron las murmuraciones contra él entre los mismos colonos. Un suizo D. José Antonio Yauch, se quejó en un Memorial de 14 de marzo de 1769 de la falta de pasto espiritual que se advertía en las colonias, a la vez que de malversaciones, abandono y malos tratamientos. Confirmó algo de estas acusaciones el obispo de Jaén; envióse de visitadores al consejero Valiente, a D. Ricardo Wall y al marqués de la Corona, y tampoco fueron del todo favorables a Olavide sus informes. Entre los colonos habían venido disimuladamente varios protestantes, y, en cambio, faltaban clérigos católicos de su nación y lengua. De conventos no se hable; Aranda los había prohibido para entonces y para en adelante, en términos expresos, en el pliego de concesiones que ajustó con Thurriegel. Al cabo vinieron de Suiza capuchinos, y por superior de ellos, Fr. Romualdo de Friburgo, que, escandalizado, aunque extranjero, de la libertad de los discursos del colonizador, hizo causa común con los muchos enemigos que éste tenía dentro del Consejo y entre los émulos de Aranda. Las imprudencias, temeridades y bizarrías de Olavide iban comprometiéndole más a cada momento. Ponderaba con hipérboles asiáticas el progreso de las colonias, y sus émulos lo negaban todo. El se quejaba de los capuchinos que le alborotaban la colonia (2363), y ellos de que pervertía a los colonos con su irreligión. [497]

         Al cabo, Fr. Romualdo de Friburgo delató en forma a Olavide en septiembre de 1775 por hereje, ateo y materialista, o a lo menos naturalista y negador de lo sobrenatural, de la revelación, de la Providencia y de los milagros, de la eficacia de la oración y buenas obras; asiduo lector de los libros de Voltaire y de Rousseau, con quienes tenía frecuente correspondencia; poseedor de imágenes y figuras desnudas y libidinosas; inobservante de los ayunos y abstinencias eclesiásticas y distinción de manjares, profanador de los días de fiesta y hombre de mal ejemplo y piedra de escándalo para sus colonos. A esto se añadían otros cargos risibles, como el de defender el movimiento de la tierra y oponerse al toque de las campanas en los nublados y al enterramiento de los cadáveres en las iglesias.

         El Santo Oficio impetró licencia del rey para procesar a Olavide aprovechando la caída y ausencia de Aranda, y se le mandó venir a Madrid para tratar de asuntos relativos a las colonias. El temió el nublado que se le venía encima y escribió a Roda pidiéndole consejo. En la carta, que es de 7 de febrero de 1776 (2364), le decía: «Cargado de muchos desórdenes de mi juventud, de que pido a Dios perdón, no hallo en mí ninguno contra la religión. Nacido y criado en un país donde no se conoce otra que la que profesamos, no me ha dejado hasta ahora Dios de su mano por haber faltado nunca a ella; he hecho gloria de la que, por desgracia del Señor, tengo; y derramaría por ella hasta la última gota de mi sangre... Yo no soy teólogo, ni en estas materias alcanzo más que lo que mis padres y que maestros me enseñaron conforme a la disciplina de la Iglesia... Y estoy persuadido a que en las cosas de la fe de nada sirve la razón, porque no alcanza..., siendo la dócil obediencia el mejor sacrificio de un cristiano... Es verdad que yo he hablado muchas veces con el mismo Fr. Romualdo sobre materias escolásticas y teológicas y que disputábamos sobre ellas, pero todas católicas, todas conformes a nuestra santa religión... El podrá interpretarlas ahora como su necedad le sugiera; pero, aun dejando aparte mi religión, ¿qué prueba hay de que fuera yo a proferir discursos censurables delante de un religioso que yo sabía ser mi enemigo, que escribía contra mí a todos y que, hasta en las cartas que incluyo, me tenía amenazado con la Inquisición?»

        Roda, que quizá tenía en el fondo menos religión que Olavide, pero que a toda costa evitaba el ponerse en aventura, le dejó en manos del Santo Oficio, contentándose con recomendar la mayor lenidad posible al inquisidor general. Éralo entonces el antiguo obispo de Salamanca, D. Felipe Beltrán, varón piadoso y docto, no sin alguna punta de jansenismo, e inclinado, por ende, a la tolerancia con los innovadores. Así y todo, los cargos[498] eran graves, y tuvo que condenar a Olavide, pero le excusó la humillación de un auto público, reduciendo la lectura de la sentencia a un autillo a puerta cerrada, al cual se dio, sin embargo, inusitada solemnidad. Verificóse ésta en la mañana del 24 de noviembre de 1778, con asistencia de los duques de Granada, de Híjar y de Abrantes, de los condes de Mora y de Coruña, de varios consejeros de Hacienda, Indias, Órdenes y Guerra, de tres oficiales de Guardias y de varios Padres graves de diferentes religiones. Aquel acto tenía algo de conminatorio; recuérdese que entre los invitados estaba Campomanes. La Inquisición, aunque herida y aportillada, daba por última vez muestra de su poder ya mermado y decadente, abatiendo en el asistente de Sevilla al volterianismo de la corte y convidando al triunfo a sus propios enemigos.

         Olavide salió de la ceremonia sin el hábito de Santiago, con extremada palidez en el rostro y conducido por dos familiares del Santo Tribunal. Oyó con terror grande leer la sentencia y al fin exclamó: «Yo no he perdido nunca la fe aunque lo diga el fiscal.» Y tras esto cayó en tierra desmayado. Tres horas había durado la lectura de la sumaria; los cargos eran 66, confirmados por 78 testigos. Se le declaraba hereje convicto y formal, miembro podrido de la religión; se le desterraba a cuarenta leguas de la corte y sitios reales, sin poder volver tampoco a América, ni a las colonias de Sierra Morena, ni a Sevilla; se le recluía en un convento por ocho años para que aprendiese la doctrina cristiana y ayunase todos los viernes; se le degradaba y exoneraba de todos sus cargos, sin que pudiera en adelante llevar espada, ni vestir oro, plata, seda, ni paño de lujo, ni montar a caballo; quedaban confiscados sus bienes e inhabilitados sus descendientes hasta la quinta generación.

      Cuando volvió en sí, hizo la profesión de fe con vela verde en la mano, pero sin coroza, porque le dispensó el inquisidor, así como de la fustigación con varillas.

     Los enemigos de Olavide, que tenía muchos por el asunto de las colonias, se desataron contra él indignamente después de su desgracia. Corre manuscrita entre los curiosos una sátira insulsa y chabacana, cuyo rótulo dice: El siglo ilustrado, vida de D. Guindo Cerezo, nacido, educado, instruido y muerto según las luces del presente siglo, dada a luz para seguro modelo de las costumbres, por D. Justo Vera de la Ventosa (2365). Es un cúmulo de injurias sandias, despreciables y sin chiste. Por no servir, ni para la biografía de Olavide sirve, porque el anónimo maldiciente estaba muy poco enterado de los hechos y [499] aventuras del personaje contra quien muestra tan ciego ensañamiento.

     A muchos pareció excesivo el rigor con que se trató a éste, y quizá lo era, habida consideración al tiempo, en que las penas de infamia iban cayendo en desuso. Sobre todo, parecía poco equitativo que se castigasen con tanta dureza las imprudencias de un subalterno, mientras que seguían impunes, no por mejores, sino por más disimulados o más poderosos, los Arandas y los Rodas, enemigos mucho más pestíferos de la Iglesia.

    Olavide era una cabeza ligera, un enfant terrible, menos perverso de índole que largo de lengua, y sobre él descargó a tempestad. Comenzó por abatirse y anonadarse, pero luego vino a mejores pensamientos, no cayó en desesperación y la fe volvió a su alma. Retraído en el monasterio de Sahagún, sin más libros que los de Fr. Luis de Granada y el P. Señeri, tornó a cultivar con espíritu cristiano la poesía, que había sido recreación de sus primeros años, y compuso los únicos versos suyos que no son enteramente prosaicos. Llámanse en las copias manuscritas Ecos de Olavide(2366), y vienen a ser una paráfrasis del Miserere, que luego incluyó, retocada, en su traducción completa de los Salmos del real profeta:

       

    Señor: misericordia; a tus pies llega

                                  

    el mayor pecador, mas ya contrito,

    que a tu infinita paternal clemencia

    pide humilde perdón de sus delitos.

    A mis oídos les darán entonces

    con tu perdón consuelo y regocijo,

    y mis huesos exámines y yertos

    serán ya de tu cuerpo miembros vivos.

    Porque, si tú quisieras otra ofrenda,

    ninguna te negará el amor mío,

    pero no quieres tú más holocausto

    que un puro amor y un ánimo sumiso.

    Señor, pues amas y deseas tanto

    a tu siervo salvar, dispón benigno

    que en la inmortal Jerusalén del alma

    se labre de tu amor el edificio.

         El arrepentimiento de Olavide ya entonces parece sincero, pero aún no había echado raíces bastante profundas. Era necesario que la desgracia viniera a labrar en aquella alma superficial [500] y distraída no como sobre arena, sino como sobre piedra. Burlando la confianza del inquisidor general, y no sin connivencia secreta de la corte, huyó a Francia, y allí vivió algunos años con el supuesto título de conde del Pilo (2367), trabando amistad con varios literatos franceses, especialmente con el caballero Florián, ingenio amanerado y de buena intención, discreto fabulista y uno de los que acabaron de enterrar la novela pastoril. Olavide le ayudó a refundir la Galatea, de Cervantes, mereciendo que en recompensa le llamase «español tan célebre por sus talentos como por sus desgracias».

         Los enciclopedistas recibieron en triunfo a Olavide, y aunque de España se reclamó su extradición, el mismo obispo de Rhodez, en cuya diócesis vivía, le dio medios para refugiarse en Ginebra. La revolución le abrió de nuevo las puertas de Francia y le declaró ciudadano adoptivo de la república una e indivisible, con lo cual, tornado él a su antiguo vómito, escribió contra los frailes (2368) y compró gran cantidad de bienes nacionales. La conciencia no le remordía aún y esperaba vivir tranquilo en cómodo aunque inhonesto retiro. Pero no le sucedió como pensaba. Dejémosle hablar a él mismo en mal castellano, pero con mucha sinceridad:

         «La Francia estaba entonces cubierta de terror y llena de prisiones. En ella se amontonaban millares de infelices, y los preferidos para esta violencia eran los más nobles, los más sabios o los hombres más virtuosos del reino. Yo no tenía ninguno de estos títulos, y, por otra parte, esperaba que el silencio de mi soledad y la oscuridad de mi retiro me esconderían de tan general persecución. Pero no fue así..En la noche del 16 de abril de 1794, la casa de mi habitación (2369) se halló de repente cercada de soldados, y por orden de la Junta de Seguridad General fui conducido a la prisión de mi departamento (2370). En aquel tiempo, la persecución era el primer paso para el suplicio. Procuré someterme a las órdenes de la divina Providencia... ¡Pero pobre de mí! ¿Qué podría hacer yo? Viejo, secular, sin más instrucción que la muy precisa para mí mismo y encerrado en una cárcel con pocos libros que me guiasen y ningunos amigos que me dirigiesen» (2371).

         Y más adelante, Olavide se retrata en la persona de «aquel filósofo que no dejaba de tener algún talento y que nació con muchos bienes de fortuna. Pero, habiendo recibido en su niñez la educación ordinaria, había aprendido superficialmente su religión; no la había estudiado después, y en su edad adulta casi no la conocía, o, por mejor decir, sólo la conocía con el [501] falso y calumnioso semblante con que la pinta la iniquidad sofística... Un infortunio lo condujo a donde pudiera escuchar las pruebas que persuaden su verdad, y, a pesar de su oposición natural y, lo que es más, de sus envejecidas malas costumbres, no pudo resistir a su evidencia, y, después de quedar convencido, tuvo valor, con la asistencia del cielo, para mudar sus ideas y reformar su vida (2372).

         Dudar de la buena fe de estas palabras y atribuirlas a interés o a miedo, sería calumniar la naturaleza humana, mentir contra la historia y no conocer a Olavide, alma buena en el fondo y de semillas cristianas, aunque hubiese pecado de vano, presumido y locuaz.

         No dudo, pues, aunque lo nieguen los viejos, por la antigua mala reputación de Olavide, y lo nieguen algunos modernos, por repugnarles que el espectáculo de la libertad revolucionaria fuera bastante medicina para curar de su envejecida impiedad a un filósofo incrédulo, víctima de los rigores inquisitoriales; no dudo, repito, que la conversión de Olavide fue sincera y cumplida y no una añagaza para volver libremente a España. Léase el libro que entonces escribió, El Evangelio en triunfo o historia de un filósofo desengañado, donde, si la ejecución no satisface, el fondo por lo menos es intachable, sin vislumbres, ni aun remotos, de doblez e hipocresía. Ya lo veremos al analizar más adelante esta obra entre las demás impugnaciones españoles del enciclopedismo. Dicen, y con alguna apariencia de razón, que expone con mucha fuerza los argumentos racionales de los incrédulos y que se muestra flojo en la defensa, acudiendo a razones históricas o a impulsos del sentimiento, pero esto no arguye mala fe, sino medianía de entendimiento, como la tuvo Olavide en todo, y poca habilidad y muy escasa teología, que él reconoce y deplora. Así y todo, a fuerza de ser tan buena la causa y tan firme el arrepentimiento del autor, no ha de tenerse por vulgar su libro, y fue además buena obra, por ser de quien era, volviendo al redil mucha oveja descarriada.

         Del éxito inmediato tampoco puede dudarse; publicada en Valencia en 1798 sin nombre de autor, se reimprimió cuatro veces en un año, y llegó hasta el último rincón de España, provocando una reacción favorable a Olavide. De ella participó el egregio inquisidor general D. Francisco Antonio Lorenzana, y aquel mismo año le permitió volver a España. Llorente dice que entonces le conoció en Aranjuez, y que tendría unos setenta y cuatro años. Para la mayor parte de los españoles, su nombre y sus fortunas eran objeto de admiración, de estupor. Los vientos corrían favorables a sus antiguas ideas; pero Dios había tocado en su alma y le llamaba a penitencia. Desengañado de las pompas y halagos del mundo, rechazó todas las ofertas de Urquijo y se retiró a una soledad de Andalucía, donde vivió como filósofo cristiano, pensando en los [502] días antiguos y en los años eternos, hasta que le visitó amigablemente, y no digamos que le salteó, la muerte en Baza el año 1804, dejando con el buen olor de sus virtudes edificados a los mismos que habían sido testigos o cómplices de sus escandalosas mocedades.

         Además de El Evangelio en triunfo, publicó Olavide una traducción de los Salmos, estudio predilecto de los impíos convertidos, como lo mostró La Harpe, haciendo al mismo tiempo que Olavide, y en una cárcel no muy distante, el mismo trabajo. Pero en verdad que, si La Harpe y Olavide trabajaron para su justificación y para el buen ejemplo de sus prójimos, ni las letras francesas ni las españolas ganaron mucho con su piadosa tarea. Ni uno ni otro sabían hebreo, y tradujeron muy a tientas sobre el latín de la Vulgata, intachable en lo esencial de la doctrina, pero no en cuanto a los ápices poéticos. De aquí que sus traducciones carezcan en absoluto de sabor oriental y profético y nada conserven de la exuberante imaginativa, de la oscuridad solemne, de la majestad sumisa y de aquel volar insólito que levanta el alma entre tierra y cielo y le hace percibir un como dejo de los sagrados arcanos cuando se leen los Salmos originales. Además, Olavide no pasaba de medianísimo versificador; a veces acentúa mal, y siempre huye de las imágenes y de cuanto puede dar color estilo, absurdo empeño cuando se traduce una poesía colorista por excelencia, como la hebrea, en que las más altas ideas se revisten siempre de fantasmas sensibles. El metro que eligió con monótona uniformidad (romance endecasílabo) contribuye a la prolijidad y al desleimiento del conjunto. No sólo queda inferior Olavide a aquellos grandes e inspirados traductores nuestros del siglo XVI, especialmente a Fr. Luis de León, alma hebrea y tan impetuosamente lírica cuando traduce a David como serena cuando interpreta a Horacio. No sólo cede la palma a David Abenatar Melo y otros judíos, crudos y desiguales en el decir, pero vigorosos a trechos, sino que, dentro de su misma época y escuela de llaneza prosaica, queda a larga distancia del sevillano González-Carvajal, no muy poeta, pero grande hablista, amamantado a los pechos de la magnífica poesía de Fr. Luis de León, que le nutre y vigoriza y le levanta mucho cuando pensamientos ajenos le sostienen. A Olavide ni siquiera llega a inflamarle el calor de los Libros santos. Véase algún trozo de los mejores. Sea el salmo 109: Dixit Dominus Domino meo:

       

    Dijo el Señor al que es el Señor mío:

                                        

    Siéntate a mi derecha hasta que haga

    que, puestos a tus pies tus enemigos,

    servir de apoyo puedan a tus plantas.

    Hará el Señor que de Sión augusta

    de tu ínclita virtud salga la vara,

    que en medio de tus mismos enemigos

    los venza, los domine y los abata. [503]

    Esta vara es el cetro de tu imperio,

    y lo empuñó tu mano soberana

    cuando todo el poder, toda la gloria,

    de mi eterna virtud mi amor te pasa.

    En medio de las luces y esplendores

    que en el cielo a mis santos acompañan,

    pues te engendré en mi seno antes que hiciera

    al lucero magnífico del alba.

    El Señor lo afirmó con juramento,

    y nunca se desmiente su palabra;

    tú eres, le dice, Sacerdote eterno,

    Melchisedech el orden te prepara.

    El Señor que te tiene a tu derecha,

    en el día fatal de su venganza,

    redujo a polvo y convirtió en ceniza

    a los más grandes reyes y monarcas.

    Juzgará las naciones. De ruinas

    al universo llenará su saña,

    porque destrozará muchas cabezas

    que su ley violan y su culto atacan.

    En el torrente que el camino corta

    se detendrá para beber de su agua,

    y por eso de gloria revestido,

    alza la frente y su cabeza exalta (2373).

    Además de los Salmos, tradujo Olavide todos los cánticos esparcidos en la Escritura, desde los dos de Moisés hasta el de Simeón, y también varios himnos de la Iglesia, v. gr., el Ave Maris Stella, el Stabat Mater, el Dies irae, el Te Deum, el Pange lingua y el Veni Creator; todo ello con bien escaso numen. Y ojalá que se hubiera limitado a traducir tan excelentes originales; pero, desgraciadamente, le dio por ser poeta original y cantó en lánguidos y rastreros versos pareados El fin del hombre, El alma, La inmortalidad del alma, La Providencia, El amor del mundo, La penitencia y otros magníficos asuntos hasta dieciséis, coleccionados luego con el título de Poemas christianos (2374). Olavide serpit humi en todo el libro; válgale por disculpa que quiso hacer obra de devoción y no de arte; para eso anuncia en el prólogo que ha desterrado de sus versos lasimágenes y los colores. Así salieron ellos de incoloros y prosaicos. El desengaño le hizo creyente, pero no llegó a hacerle poeta. [504] Increíble parece que quien había pasado por tan raras vicisitudes y sentido tal tormento de encontrados efectos, no hallase en el fondo de su alma alguna chispa del fuego sagrado, ni se levantase nunca de la triste insipidez que denuncian estos versos elegidos al azar, porque todos los restantes son de la misma ralea:

       

    En la tierra los míseros mortales

                                  

    están llenos de penas y de males,

    que el turbulento mundo les produce,

    y, con todo, este mundo les seduce.

    A muchos atormenta, a otros engaña,

    o bien los alucina, o bien los daña.

    A unos trata con ásperos rigores,

    a otros vende muy caros sus favores,

    y estos mismos favores que les vende,

    los trueca presto en mal que los ofende.

    Harto nos hemos alejado del asunto para completar la monografía de Olavide

     

    3.      Marcelino Menéndez Pelayo Historia de la poesía hispanoamericana", C.IX, Perú

    http://www.larramendi.es/menendezpelayo/i18n/cms/elemento.cmd?id=ms/menendezpelayo/paginas/m_pelayo_enlaces_recomendados.html

    [p. 149]Así también se hizo famoso en España y en Francia, no menos por sus talentos que por sus desgracias, D. Pablo de Olavide, en quien, por decirlo así, se encarnó el espíritu innovador en tiempo de Carlos III. Sus obras son inseparables de su vida, y por eso conviene indicar algo acerca de los sucesos capitales de su azarosa existencia. [1]

    Olavide, nacido en Lima en 1725, discípulo aventajado de la Universidad de San Marcos, donde recibió el grado de doctor en Cánones a los diez y siete años de edad, opositor a cátedras, oidor de aquella Real Audiencia y auditor general de Guerra del virreinato del Perú, hubiera envejecido tranquilamente en su carrera de hombre de toga, si de repente no viniera a sacarle de la oscuridad el horrible terremoto de 1746. Cuando se trató de reparar los efectos de aquel desastre, mostró serenidad, aplomo y desinterés, y por su mano pasaron los caudales de los mayores negociantes de la plaza, dejándole con mucha reputación de íntegro. Pero no faltó quien murmurase de él, sobre todo, por haber aplicado a la construcción de un nuevo teatro el fondo remanente después de aquella calamidad. Se le mandó venir a Madrid a rendir cuentas. Propicia se le mostró la fortuna en España. Gallardo de aspecto, cortés, elegante y atildado en sus modales, ligero y brillante en su conversación, cayó en gracia a una viuda riquísima, heredera de dos capitalistas, y logró fácilmente su mano. Desde entonces la casa de Olavide, en Leganés y en Madrid, fué una especie de salón, de los primeros que se conocieron en España. Olavide, agradable, insinuante, culto a la francesa, con aficiones filosóficas y artísticas, que alimentaba en sus frecuentes viajes a París, ostentoso y espléndido, corresponsal de los enciclopedistas y gran lector de sus libros, comenzó a hacer ruidoso alarde de sus tendencias [p. 150]innovadoras, que frisaban con la impiedad declarada. El Conde de Aranda se entusiasmó con él y le protegió mucho, haciéndole síndico personero de la villa de Madrid y director del Hospicio de San Fernando. Los ratos de ocio los dedicaba a las bellas letras: puso en su casa un teatro de aficionados, como era moda en Francia, y como le tenía el mismo Voltaire en Ferney, y para él tradujo algunas tragedias y comedias francesas. Moratín [1] le atribuye sólo la Zelmira (traducción de Du Belloy), laHipermenestra (de Lamierre) y El desertor francés (de Sedaine); pero don Antonio Alcalá Galiano [2] añade a ellas una que corrió anónima de la Zaida («Zayre») de Voltaire, tan ajustada al original, que de ella se valió como texto D. Vicente García de la Huerta para su famosa Jaira, convirtiendo los desmayados y rastreros versos de Olavide en rotundo y bizarro romance endecasílabo. Realmente Olavide poco tenía de poeta, ni en lo profano, ni en lo sagrado, que después cultivó tanto: sus versos suelen ser mala prosa rimada, sin nervio ni calor ni viveza de fantasía. Aunque dotado de cualidades brillantes, era de instrucción flaca y superficial, y sin resistencia se dejó arrastrar por el torrente de la filosofía del siglo XVIII, no al modo cauteloso que Campomanes y otros graves varones, sino con todo el fogoso atropellamiento de los pocos años, [p. 151] de las vagas lecturas y de la imaginación americana. Olavide cautivó, arrebató, despertó admiración, simpatía y envidia, y acabó por dar tristísima y memorable caída.

    Pero antes la protección de Aranda le ensalzó a la cumbre, en 1767 era ya Asistente de Sevilla e Intendente de los cuatro reinos de Andalucía. De aquel tiempo data su famoso plan de reforma de aquella Universidad, el más radicalmente revolucionario que se formulase por entonces, respirando todo él rabioso centralismo y odio encarnizado a las libertades universitarias, no menos que a los estudios de Teología y Filosofía, «cuestiones frívolas e inútiles, pues o son superiores al ingenio de los hombres, o incapaces de traer utilidad, aun cuando fuese posible demostrarlas...». Al lado de esto, el plan contenía muy sanas advertencias para la reforma de los estudios de Matemáticas y Física, de Lenguas e Historia, las cuales, puestas en práctica, fueron elevando aquella célebre escuela al grado de prosperidad que alcanzaba a fines del siglo XVIII. En todas las reformas de aquel reinado hay que distinguir la parte verdaderamente útil y positiva, de los muchos sueños y temeridades infecundas que se mezclaron con ella. [1]

    Olavide era un iluso de filantropía, pero con cándida y buena fe, que a ratos le hace simpático. En Sevilla protegió a su modo las Letras y todavía más la Economía Política, y tuvo la gloria de alentar y guiar los primeros pasos de Jovellanos. De la tertulia de Olavide, y con ocasión de una disputa sobre las innovaciones dramáticas de la Chausée y Diderot, salió la comedia de El Delincuente honrado, tierna y bien escrita, aunque algo lánguida y declamatoria; como que su ilustre autor se propuso por principal fin en ella «inspirar aquel dulce horror con que responden las almas sensibles al que defiende los derechos de la humanidad». Rasgos tan candorosos como éste, y más cuando vienen de tan grande hombre como Jovellanos, no deben perderse ni olvidarse, porque pintan la época mejor que lo harían largas disertaciones. La Julia y el Tratado de los delitos y de las penas entusiasmaban por [p. 152] igual a aquellos hombres; y para que la afectación llegase a su colmo, juntaban la mascarada pastoril de la Arcadia con la filantropía de los discípulos de Rousseau, llamándose entre ellos «el mayoral Jovino» y«el fecundo Elpino». Este último era Olavide, de quien Jovellanos conservó siempre muy buen recuerdo, bastando la amistad de tal varón para hacer indulgente con él al más áspero censor. Ni en próspera ni en adversa fortuna le flaqueó el cariño de Jovino, que aun en 1778 describía en la epístola a sus amigos de Sevilla


           Mil pueblos que del seno enmarañado 
           De los Marianos montes, patria un tiempo 
           De fieras alimañas, de repente 
           Nacieron cultivados, do a despecho 
           De la rabiosa envidia, la esperanza 
           De mil generaciones se alimenta: 
           Lugares algún día venturosos, 
           Del gozo y la inocencia frecuentados. 
           Y con la triste y vacilante sombra 
           Del sin ventura Elpino ya infamados 
           Y a su primer horror restituídos,

    Entre los mil proyectos, más o menos razonables o utópicos, que en aquella época de furor económico se propalaban para remediar la despoblación de España y abrir al cultivo las tierras eriales y baldías, era uno de los más favorecidos por la opinión de los gobernantes el de las colonias agrícolas. Ya Ensenada había pensado establecerlas, y en tiempo de Aranda volvió a agitarse la idea con ocasión de un Memorial de cierto arbitrista prusiano, D. Juan Gaspar Thurriegel. Campomanes entro en sus designios, redactó una consulta favorable en 27 de febrero de 1767, y sin dilación comenzó a tratarse de poblar los yermos de Sierra Morena, albergue hasta entonces de forajidos, célebres en los romances de ciegos, y terror de los hombres de bien. Thurriegel se comprometió a traer, en ocho meses, seis mil alemanes y flamencos católicos, y la concesión se firmó el 2 de abril de 1767, el mismo día que la pragmática de expulsión de los jesuítas.

    Para establecer la colonia fué designado, con título de Superintendente, Olavide, como el más a propósito por lo vasto y emprendedor de su índole. No se descuidó un punto, y con el ardor propio de su condición novelera y con amplios auxilios oficiales, [p. 153] fundó en breve plazo hasta trece poblaciones, muchas de las cuales subsisten para gloria imperecedera de su nombre. Por desgracia propia, el Superintendente no se detuvo en la poesía bucólica, y pronto empezaron las murmuraciones contra él entre los mismos colonos. Un suizo, D. José Antonio Yauch, se quejó, en un memorial de 14 de marzo de 1769, de la falta de pasto espiritual que se advertía en las colonias, a la vez que de malversaciones, abandono y malos tratamientos a los nuevos pobladores. Confirmó algo de estas acusaciones el Obispo de Jaén: envióse de visitadores al Consejero Valiente, a D. Ricardo Wall y al Marqués de la Corona, y tampoco fueron del todo favorables a Olavide sus informes. Entre los colonos habían venido disimuladamente algunos protestantes, y en cambio, faltaban clérigos católicos de su nación y lengua. De conventos no se hable: Aranda los había prohibido para entonces y para en adelante, en términos expresos, en el pliego de condiciones que ajustó con Thurriegel. Al cabo vinieron de Suiza capuchinos, y por superior de ellos Fr. Romualdo de Friburgo, que escandalizado de la libertad de los discursos del colonizador, hizo causa común con los muchos enemigos que éste tenía dentro del Consejo y entre los émulos de Aranda. Las imprudencias, temeridades y bizarrías de Olavide iban comprometiéndole más a cada momento. Ponderaba con hipérboles asiáticas el progreso de las colonias, y sus émulos lo negaban todo. Él se quejaba de que los capuchinos le alborotaban la colonia, y ellos de que pervertía a los colonos con su irreligión manifiesta. Al cabo, Fr. Romualdo de Friburgo delató en forma a Olavide, en septiembre de 1775, por hereje, ateo y materialista, o a lo menos naturalista y negador de lo sobrenatural, de la Revelación, de la Providencia y de los milagros, de la eficacia de la oración y buenas obras; asiduo lector de Voltaire y de Rousseau, con quienes tenía frecuente correspondencia; poseedor de imágenes y figuras desnudas y libidinosas; inobservante de los ayunos y abstinencias eclesiásticas y distinción de manjares; profanador de los días de fiesta, y, finalmente, hombre de mal ejemplo y piedra de escándalo para sus colonos. A estos graves cargos se añadían otros enteramente risibles, como el de defender el movimiento de la tierra y oponerse al toque de las campanas en días de nublado.

    [p. 154] El Santo Oficio impetró licencia del Rey para procesar a Olavide, aprovechando la caída y ausencia de Aranda. Se le mandó venir a Madrid para tratar de asuntos relativos a las colonias. Él temió el nublado que se le venía encima, y escribió a su amigo Roda pidiéndole consejo. En la carta, que es de 7 de febrero de 1776, le decía: «Cargado de muchos desórdenes de mi juventud, de que pido a Dios perdón, no hallo en mí ninguno contra la religión. Nacido y criado en un país donde no se conoce otra que la que profesamos, no me ha dejado hasta ahora Dios de su mano por haber faltado nunca a ella: he hecho gloria de la que, por gracia del Señor, tengo; y derramaría por ella hasta la última gota de mi sangre... Yo no soy teólogo, ni en estas materias alcanzo más que lo que mis padres y maestros me enseñaron conforme a la doctrina de la Iglesia... Y estoy persuadido de que en las cosas de la fe de nada sirve la razón, porque nada alcanza..., siendo la dócil obediencia el mejor sacrificio de un cristiano...»

    Que Olavide ocultaba o desfiguraba aquí una parte de la verdad parece claro, no sólo por las resultas del proceso, sino por el valor autobiográfico que unánimemente conceden sus biógrafos a las confesiones de El Evangelio en Triunfo, donde se leen pasajes como éste: «La lectura de los libros filosóficos había pervertido enteramente mis ideas. Yo había concebido, no sólo el más alto desprecio, sino también la aversión más activa contra todo lo que pertenecía a la Iglesia. Creyendo que el cristianismo era una invención humana, como todas las religiones, no podía mirar la Iglesia sino como el hogar o centro de sus principales ministros, que abusaban de la credulidad en favor de sus intereses. Todas sus sociedades me parecían cavernas de impostores, sus creencias ridículas, sus ritos irrisorios...» (Carta segunda.)

    Roda, que tenía en el fondo tan poca religión como Olavide, pero que a toda costa evitaba ponerse en aventura, le dejó en manos del Santo Oficio, contentándose con recomendar la mayor lenidad posible al Inquisidor general. Éralo entonces el antiguo Obispo de Salamanca, D. Felipe Beltrán, varón piadoso y docto, no sin alguna punta de regalismo, e inclinado por ende a la tolerancia con los innovadores, aunque en este caso no lo mostró mucho. De grado o por fuerza, tuvo que condenar a Olavide, pero le excusó la humillación de un auto público, reduciendo la [p. 155] lectura de la sentencia a un autillo a puerta cerrada, al cual se dió, sin embargo, inusitada solemnidad. Verificóse ésta en la mañana del 24 de noviembre de 1778, con asistencia de varios grandes de España, consejeros de Hacienda, Indias, Órdenes y Guerra, oficiales de guardias y padres graves de diferentes religiones. Aquel acto tenía algo de conminatorio: la Inquisición; aunque herida y aportillada, daba por última vez muestra de su poder, ya mermado y decadente, abatiendo en el Asistente de Sevilla al volterianismo de la corte y convidando al triunfo a sus propios enemigos.

    Olavide salió a la ceremonia sin el hábito de Santiago (de cuya Orden era caballero), con extremada palidez en el rostro y conducido por dos familiares del Santo Oficio. Oyó con grandes muestras de terror la lectura de la sentencia, y al fin exclamó: «Yo no he perdido nunca la fe, aunque lo diga el fiscal.» Y tras esto cayó en tierra desmayado. Tres horas había durado la lectura de la sumaria: los cargos eran sesenta y seis, confirmados por setenta y ocho testigos. Se le declaraba hereje convicto y formal, miembro podrido de la religión; se le desterraba a cuarenta leguas de la corte y sitios reales, sin poder volver tampoco a América, ni a las colonias de Sierra-Morena, ni a Sevilla; se le recluía en un convento por ocho años para que aprendiese la doctrina cristiana y ayunase todos los viernes; se le degradaba y exoneraba de todos sus cargos, sin que pudiese en adelante llevar espada, ni vestir oro, plata, seda ni paños de lujo, ni montar a caballo; quedaban confiscados sus bienes e inhabilitados sus descendientes hasta la quinta generación. Cuando volvió en sí, hizo la profesión de fe, con vela verde en la mano, pero sin coroza, porque le dispensó de ello el Inquisidor, lo mismo que de la fustigación con varillas.

    Los enemigos de Olavide (que tenía muchos por su rápido encumbramiento y por el asunto de las colonias) se desataron contra él indignamente después de su desgracia. Corre manuscrita entre los curiosos una sátira insulsa y chabacana, cuyo rótulo dice:El Siglo Ilustrado, vida de D. Guindo Cerezo, nacido, educado, instruído y muerto según las luces del presente siglo, dada a luz para seguro modelo de las costumbres, por D. Justo Vera de la Ventosa. [1] [p. 156] Es un cúmulo de injurias sandias, despreciables y sin chiste. Por no servir, ni para la biografía de Olavide sirve, porque el anónimo maldiciente estaba muy poco enterado de los hechos y aventuras del personaje contra quien muestra tan ciego ensañamiento.

    Olavide era una cabeza ligera, menos perverso de índole que largo de lengua, y sobre él descargó la tempestad, mientras que por más disimulados o más poderosos seguían impunes sus antiguos protectores los Arandas y los Rodas, enemigos mucho más peligrosos de la Iglesia. Comenzó por abatirse y anonadarse bajo el peso de aquella condenación infamante; pero luego vino a mejores pensamientos, y la fe volvió a su alma. Retraído en el Monasterio de Sahagún, sin más libros que los de Fr. Luis de Granada y el P. Segneri, tornó a cultivar con espíritu cristiano la poesía, que había sido recreación de sus primeros años, y compuso los únicos versos suyos que no son enteramente prosaicos. Llámanse en las copias manuscritas Ecos de Olavide , y vienen a ser una paráfrasis del Miserere , que luego incluyó retocada en su traducción completa de los Salmos del Real Profeta.[1]

    El arrepentimiento de Olavide ya entonces parece sincero, pero aún no había echado raíces bastante profundas. Burlando [p. 157] la confianza del Inquisidor general, no sin connivencia secreta de la corte, huyó a Francia, y allí vivió algunos años con el supuesto titulo de Conde del Pilo, trabando amistad con varios literatos franceses, especialmente con el caballero Florián, ingenio amanerado, discreto fabulista y uno de los que acabaron de enterrar la novela pastoril. Olavide le ayudó a refundir laGalatea de Cervantes, mereciendo que en recompensa le llamase «español tan célebre por sus talentos como por sus desgracias».

    Los enciclopedistas recibieron con palmas a Olavide. Diderot escribió una noticia de su vida. [1] Marmontel le saludó en sesión pública de la Academia Francesa con estos enfáticos versos:


           Le citoyen flêtri par l'absurde fureur 
           D'un zèle mille fois plus affreux que l'erreur, 
           Au pied d'un tribunal que la lumière offense, 
           Accusé sans témoins, condamné sans défense, 
           Pour avoir méprisé d'infâmes délateurs, 
           En peuplant les déserts d'heureux cultivateurs; 
           Qu'il regarde ces monts où fleurit l'industrie, 
           Et fier de ses bienfaits, qu'il plaigne sa patrie. 
           Le temps la changera, comm'il a tout changé: 
           D'une indigne prison Galilée est vengé.

    Estas injurias en acto solemne exasperaron al Gobierno español, y Floridablanca reclamó la extradición de Olavide en 1781; pero el Obispo de Rhodez, en cuya diócesis se había refugiado, le dió medios para huir a Ginebra. El Cardenal de Brienne volvió a abrirle poco después las puertas de Francia, y la Convención le llamó a la barra para decretarle una corona cívica y el título de ciudadano adoptivo de la República una e indivisible. Dicen (aunque no he podido comprobarlo) que entonces, volviendo a hacer alarde de sus antiguas ideas, escribió contra las ordenes monásticas, y compró gran cantidad de bienes nacionales. La conciencia no le remordía aún y esperaba vivir tranquilo en cómodo, aunque inhonesto retiro, lejos del tumulto de París, en una casa de campo de Meung-sur-Loire que había pertenecido a los obispos [p. 158] de Orleans. Pero no le sucedió como pensaba. Dejémosle hablar a él en mal castellano, pero con mucha sinceridad:

    «La Francia estaba entonces cubierta de terror y llena de prisiones. En ellas se amontonaban millares de infelices, y los preferidos para esta violencia eran los más nobles, los más sabios o los hombres más virtuosos del reino. Yo no tenía ninguno de estos títulos, y, por otra parte, esperaba que el silencio de mi soledad y la obscuridad de mi retiro me esconderían de tan general persecución. Pero no fué así. En la noche del 16 de abril de 1794, la casa de mi habitación se halló de repente cercada de soldados. y por orden de la Junta de Seguridad general fuí conducido a la prisión de mi departamento. En aquel tiempo la persecución era el primer paso para el suplicio. Procuré someterme a las órdenes de la divina Providencia... Pero ¡pobre de mí!, ¿qué podría yo hacer? Viejo, secular, sin más instrucción que la muy precisa para mí mismo, y encerrado en una cárcel con pocos libros que me guiasen, y ningunos amigos que me dirigiesen.» [1]

    Y más adelante Olavide se retrata en la persona de aquel «filósofo que no dejaba de tener algún talento y que nació con muchos bienes de fortuna. Pero habiendo recibido en su niñez la educación ordinaria, había aprendido superficialmente su religión; no la había estudiado después, y en su edad adulta casi no la conocía, o, por mejor decir, sólo la conocía con el falso y calumnioso semblante con que la pinta la iniquidad sofística... Un infortunio lo condujo a donde pudiese escuchar las pruebas que persuaden su verdad; y a pesar de su oposición natural y, lo que es más, de sus envejecidas malas costumbres, no pudo resistir a su evidencia, y después de quedar convencido, tuvo valor, con la asistencia del cielo, para mudar sus ideas y reformar su vida».

    Dudar de la buena fe de estas palabras y atribuirlas a interés o a miedo, sería calumniar la naturaleza humana y no conocer a Olavide, alma buena en el fondo y con semillas cristianas, por mucho que hubiese pecado de vano, presumido y locuaz.

    No dudo, pues (aunque lo negasen los viejos por la antigua [p. 159] mala reputación de Olavide), que su conversión fué sincera y cumplida y no una añagaza para volver libremente a España. Léase el libro que entonces escribió, El Evangelio en triunfo o historia de un filósofo desengañado , donde si la ejecución no satisface, el fondo, por lo menos, es intachable, sin vislumbres, ni aun remotos, de doblez o de hipocresía.

    Pocos leen hoy este libro, pero conserva nombradía tradicional por circunstancias no dependientes de su mérito. El autor era un impío convertido, penitenciado por el Santo Oficio, espectador y víctima de la Revolución francesa. Sus extrañas fortunas hacían que unos le mirasen con asombro, otros con recelo, achacando el extraordinario y súbito cambio de sus ideas, éstos a propio interés y móviles mundanos, aquéllos a la dura lección del escarmiento. Acertaban estos últimos, como luego lo mostró la vida austera y penitente de Olavide y su muerte cristianísima. Dios había visitado terriblemente aquella alma, que no hubiera podido levantarse sin un poderoso impulso de la gracia divina. Todas las páginas de El Evangelio en triunfo, libro, por otra parte, mediano, porque no alcanzaba a más el talento de su autor, respiran convicción y fe. Fué, sin duda, obra grata a los ojos de Dios, expiación de anteriores extravíos, y buen ejemplo, que por lo ruidoso de quien le daba hizo honda impresión en el ánimo de muchos, y trajo a puerto de salvación a otros infelices como el autor. Así debe juzgarse El Evangelio en triunfo, más como acto piadoso que como libro. Fué la abjuración, la retractación brillante de un incrédulo, la reparación solemne de un pecado de escándalo. Imagínese el poder de tal ejemplo a fines del siglo XVII, y cuán hondamente debió de resonar en las almas aquella voz que salía de las cárceles del Terror, adorando y bendiciendo lo que toda su vida había trabajado por destruir. El éxito fué inmenso: en un solo año se hicieron tres ediciones de los cuatro voluminosos tomos de El Evangelio en triunfo.

    Con todo eso, la malicia de algunos espíritus suspicaces no dejó de cebarse en las intenciones del autor. Decían que exponía con mucha fuerza los argumentos de los incrédulos contra la divinidad de Jesucristo y la autenticidad de los libros santos, y que se mostraba frío y débil en la refutación. Algo de verdad puede haber en esto, pero por una razón que fácilmente se alcanza; [p. 160] Olavide había vuelto sinceramente a la fe, pero con la fe no había adquirido la ciencia teológica ni el genio de escritor que nunca tuvo. Su lectura predilecta y continua durante la mayor parte de su vida, habían sido las obras de Voltaire y de los enciclopedistas: aquello lo conocía bien, y estaba muy al tanto de todas las objeciones. Pero en teología católica y en filosofía cristiana claudicaba, porque jamás las había estudiado (como él mismo confiesa) ni leído apenas libro alguno que tratase de ellas. Así es que su instrucción dogmática, a pesar de las buenas lecturas en que se empeñó después de su conversión, no pasaba de un nivel vulgarísimo, bueno para el simple creyente, pero no para el apologista de la religión contra los incrédulos. Además, como su talento, aunque lúcido y despierto, no se alzaba mucho de la medianía, tampoco pudo suplir con él lo que de ciencia le faltaba; así es que resultaron flojas algunas partes de su apología, si bien, a fuerza de sinceridad y de firmeza, y de ser tan burda la crítica religiosa de los volterianos, fácilmente suele lograr la victoria.

    Literariamente, el libro de Olavide vale poco, y está escrito medio en francés (corno era de recelar, dadas sus lecturas favoritas y su larga residencia en París); no sólo atestado de galicismos de palabras y de giros, sino de rasgos enfáticos y declamatorios de la peor escuela de entonces. Pero también tiene en muchos pasajes unción y fervor, y aunque siempre sea peligrosa la excesiva intervención del sentimiento en tesis dogmáticas, no hay duda que lo que en el libro interesa principalmente es el drama psicológico de la conversión del impío, la historia de los combates de su propia alma, de la cual el autor levanta todos los velos. Es cierto que a la fuerza teológica de los argumentos del libro daña esta especie de novela lacrimosa, en que están como ahogadas la preparación y la demostración evangélicas. Quizá Olavide debió escoger entre escribir una defensa de la religión, o escribir sus propias Confesiones. Prefirió mezclar ambas cosas, y resultó una producción híbrida; pero que tal como está, fué de las primeras en que el espíritu de restauración religiosa invocó los auxilios de la imaginación y del sentimiento, uno de los precedentes indudables de El Genio del Cristianismo; razón bastante poderosa para que no se la pueda olvidar en la cronología literaria.

    [p. 161] Del éxito inmediato tampoco puede dudarse. Publicada en Valencia en 1798, sin nombre de autor, llegó hasta el último rincón de España, provocando una reacción favorable a Olavide. Aquel mismo año se le permitió volver a la Península, después de diez y ocho de expatriación, y no sólo se le reintegró en todos sus honores, sino que llegó la munificencia de Carlos IV hasta conferirle una pensión anual de 90.000 reales, extraordinaria para aquellos tiempos y aun para éstos, pero que se consideró sin duda como indemnización de anteriores quebrantos y confiscaciones. Para la mayor parte de los españoles, su nombre y sus aventuras eran objeto de admiración y de estupor. Los vientos empezaban a correr favorables a sus antiguas ideas; pero Dios había tocado en su alma, y le llamaba a penitencia. Desengañado de las pompas y halagos del mundo, rechazó todas las ofertas del ministro Urquijo y de Godoy, y se retiró a una soledad de Andalucía, donde vivió como filósofo cristiano, pensando en los días antiguos y en los años eternos, hasta que le visitó amigablemente la muerte en Baeza el año 1804, dejando con el buen olor de sus virtudes edificados a los mismos que habían sido testigos o cómplices de sus escandalosas mocedades, que él quizá con demasiada severidad llamaba infames.

    Además de El Evangelio en triunfo, publicó Olavide una traducción de los Salmos, estudio predilecto de los impíos convertidos, como por aquellos días lo mostraba La Harpe, haciendo en una cárcel no muy distante de la de Olavide el mismo trabajo. Pero en verdad, que si La Harpe y Olavide trabajaron para justificación propia y para buen ejemplo de sus prójimos, ni las letras francesas ni las españolas ganaron mucho con su piadosa tarea. Ni uno ni otro sabían hebreo, y tradujeron muy a tientas sobre el latín de la Vulgata, intachable en lo esencial de la doctrina, pero no en cuanto a los ápices literarios. De aquí que sus traducciones carezcan en absoluto de sabor oriental y profético, y nada conserven de la exuberante imaginativa, de la oscuridad solemne, de la majestad sumisa, y de aquel volar insólito que levanta el alma entre tierra y cielo, y le hace percibir un como dejo de los sagrados arcanos, cuando se leen los Salmos originales. Por otra parte, Olavide no pasaba de medianísimo versificador: a veces acentúa mal, y siempre huye de las imágenes y de cuanto puede [p. 162] dar color al estilo; absurdo empeño cuando se traduce una poesía colorista por excelencia, como la hebrea, en que las más altas ideas se revisten siempre de figura sensible. El metro que eligió con monótona uniformidad (romance endecasílabo) contribuye a la prolijidad y desleimiento del conjunto, además de ser poco apto para la poesía lírica. No sólo resulta inferior Olavide a aquellos grandes e inspirados traductores nuestros del siglo XVI, especialmente a Fr. Luis de León, alma hebrea y tan impetuosamente lírica cuando traduce a David, como serena y clásica cuando interpreta a Horacio; no sólo cede la palma a David Abenatar Melo y a otros judíos, crudos y desiguales en el decir, pero vigorosos a trechos, sino que dentro de su misma época y escuela de llaneza prosaica queda a larga distancia del sevillano González Carvajal, no muy poeta, pero sí grande hablista amamantado a los pechos de la magnífica poesía de Fr. Luis de León, que le nutre y vigoriza y le levanta mucho cuando pensamientos ajenos le sostienen. A Olavide ni siquiera llega a inflamarle el calor de los libros santos, ni el carbón que tocó y purificó los labios de Isaías, deja ninguna huella al pasar por los suyos.

    Tradujo Olavide, además de los Salmos, todos los Cánticos esparcidos en la Escritura, desde los dos de Moisés hasta el de Simeón, y también varios himnos de la Iglesia, v. gr., el Ave Maris Stella, el Stabat Mater, el Dies Irae, el Te Deum, el Pange lingua y el Veni Creator: todo ello con bien escaso numen. Y ojalá que se hubiera limitado a trasladar tan excelentes originales; pero desgraciadamente le dió por ser poeta original, y cantó en lánguidos y rastreros versos pareados El Fin del hombre, El Alma, La Inmortalidad del alma, La Providencia, El Amor del mundo, La Penitencia, y otros magníficos asuntos hasta diez y seis, coleccionados luego con el título de Poemas Christianos. Olavide serpit humi en todo el libro: válgale por disculpa que quiso hacer obra de devoción y no de literatura; para eso anuncia en el prólogo que ha desterrado de sus versos las imágenesy los colores. Así salieron ellos de incoloros y prosaicos. El desengaño le hizo creyente, pero no llegó a hacerle poeta. Increíble parece que quien había pasado por tan raras vicisitudes y sentido tal tormenta de encontrados afectos, no hallase en el fondo de su [p. 163] alma alguna chispa del fuego sagrado, ni se levantase casi nunca de la triste insipidez que caracteriza sus versos. [1]

    Mientras Olavide llenaba a Europa con el ruido de sus andanzas y fortunas, continuaba en el Penú el movimiento literario, promovido eficazmente por la Sociedad de Amigos o Amantes del País, de la cual fué presidente Baquíjano y Carrillo, e individuos Unanue, [2] Rodríguez de Mendoza, Arrese, Morales y Duares, el oidor Cerdán, Egaña, Calero y Moreira, el Obispo Pérez Calama, los canónigos Bermúdez y Millán de Aguirre, el Jeronimiano Fr. Diego de Cisneros, gran propagador de los libros de los enciclopedistas; el Mercenario Calatayud, y otros varios eclesiásticos, tales como Laguna, Romero, Girval y Sobreviela. Bajo sus auspicios comenzó a publicarse en 1791 el Mercurio Peruano, revista importante que llegó a constar de doce tomos, y que Humboldt parece haber estimado en mucho. Por el mismo tiempo apareció el Diario Erudito, Económico y Comercial de Lima,que sólo duró tres años.

    [pp.149 164] C

     

    D:/Documents%20and%20Settings/Administrador/Mis%20documentos/Downloads/Dialnet-PabloDeOlavide17251803ATravesDeSusEscritos-2153133.pdf

    Olavide y Jaúregui, Pablo Antonio de, 1725-1802

    Poemas christianos, en que se exponen con sencillez las verdades mas importantes de la Religion / por el autor del Evangelio en triunfo ; publicados por un amigo del autor En Madrid : en la imprenta de Joseph Doblado, 1799

     

    AL FIN, 80 AÑOS DESPUÉS, SEIS HIJOS DE ROLLÁN DESCANSAN EN PAZ

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    80 años después, el cementario de Rollán acaba de acoger este sábado, día 16 de julio del 2016, los restos de los seis hijos de la villa que un 8 de agosto de 1936 fueron represaliados en el Monte Gargavete por el Bando Nacional por el delito de sabotear el Puente del Pasadero. Sus cuerpos fueron enterrados en el cementerio de Pelabravo, posteriormente en una fosa común en Nuevo Naharros y, tras una exhaustiva investigación en la Universidad Complutense de Madrid, debidamente identificados, llevados al Cementerio Municipal de Salamanca y hoy, gracias a la Asociación Memoria y Justicia y el Ayuntamiento de Rollán, han recibido el merecido homenaje y digno entierro.

    Las palabras centrales del homenaje fueron pronunciadas por el historiador local y autor de varios libros sobre el Rollán contemporáneo, Mateo Martín Berrocal, quien rememoró el luctuoso acontecimiento y destacó el esperanzador homenaje, no para reabrir heridas sino para cerrarlas, con perdón pero sin olvidar[1].

    Luisa Vicente, presidenta de la Asociación "Memoria y Justicia"  presentó emotivas imágenes de la prensa local para contextualizar el tiempo vivido por los seis homenajeados. Posteriormente se dio cumplida información acerca de los estudios arqueológicos para la identificación de los cadáveres, así como el oneroso proceso seguido. Tres canciones populares interpretadas por el cantautor Miguel Ángel Gómez Naharro pusieron el punto final al emotivo homenaje y dispusieron para la familiar y popular peregrinación hasta el cementerio donde dimos el caluroso adiós a nuestros paisanos. Recuerdo sus nombres:

    - ALONSO ALONSO, DAVID

    - CRESPO REGALADO, LUIS
    - HERRERO DÍEZ, CAYETANO
    - PÉREZ PÉREZ, BALDOMERO
    - RODRÍGUEZ PÉREZ, AGUSTÍN
    - RODRÍGUEZ PÉREZ, RAFAEL

    Considero una suerte poder ser testigo de este significativo acto. A pesar de estar 25 años fuera de Rollán, por mi presencia en el Perú, providencialmente ha coincidido con mi estancia este fin de semana.

    Debo añadir que minutos antes, en la iglesia parroquial se celebró la fiesta de Nuestra Señora del Carmen y se recordó a todos los fieles difuntos. Por mi parte, dediqué una oración por eterno descanso de sus almas. Así, la obra de misericordia acometida por las instituciones queda completa: "Enterrar a los muertos" y "Rogar a Dios por los vivos y difuntos".



    [1]En breve compartiré su texto completo.


    Memorias con esperanza Cardenal Fernando Sebastián (Ediciones Encuentro, Madrid, 2016, 469 pp).

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     Memorias con esperanza Cardenal Fernando Sebastián (Ediciones Encuentro, Madrid, 2016, 469 pp). 

     

    "En este apacible rincón de Málaga vivo los últimos años de mi terrestre con verdadera paz, con auténtica felicidad. He descubierto el valor de la vejez como un gran don de Dios. Es el coronamiento y la auténtica plenitud de la vida humana en la tierra. Necesitamos llegar a la ancianidad para ser enteramente hombres. Los hombres en los 20 primeros años somos dependientes y bastante ignorantes. De los 20 a los 40 somos bastante arrogantes; de los 40 a los 60 nos hacemos realistas; de los 60 a los 80 somos prudentes; pero sólo a partir de los 80 llegamos a ser sabios. Sabios con la sabiduría de la humildad, de la piedad y de la misericordia" (p.460).

    Un párrafo magistral como toda la obra en la que Monseñor Sebastián, Don Fernando, - autor- nos recuerda (pasa por su corazón) lo que bulle en su mente –aquí y ahora-, sin acudir a hemerotecas ni álbumes, y se confiesa en verdad, por tanto, "humildad, piedad y misericordia", poniéndolo todo "con paz y confianza en las manos del Señor y de la Virgen María" (p.20).

    Tras una breve y confidencial presentación (pp. 13-20), las casi 500 páginas nos brindan una larga trayectoria espacio temporal (Calatayud, 14-XII-1929, Cataluña, Salamanca, Roma, León, Málaga, Granada, Navarra), vivida al compás de los latidos de la Iglesia universal y de España, así como de la sociedad global y local. El primer capítulo titulado "Calatayud" (pp.21-65) nos presenta su patria natal, su familia, su infancia, su vocación, en medio del trauma de la guerra civil. El segundo, "Largos años de formación" (pp.66-121), se refiere a su vida como religioso claretiano en Vic, Solsona, Roma, Lovaina, Valls, su ordenación sacerdotal, sus primeros apostolados. El tercero, "Salamanca" (pp.122-233) corresponde a su docencia y rectorado en la Pontificia de Salamanca así como en los decisivos años de la transición política española en la que estuvo como secretario de la Conferencia Episcopal. El cuarto, "Obispo" (pp.234-314), se centra en su misión pastoral en León, la visita del Papa Juan Pablo a España, las relaciones con el Gobierno socialista, Granada. El quinto, "Navarra" (pp.315-415), el más extenso y plenamente episcopal misionero, aborda los numerosos frentes cuidados en su dilatada archidiócesis: Seminario, Cabildos, sacerdotes, enfermos, vida consagrada, zonas rurales, seglares, piedad popular, los templos, encuentros con los Reyes, los sanfermines… Por último, el sexto, lo dedica a la "jubilación" (pp.416-463), Málaga, comisario pontificio de "Lumen Dei", sus libros, muertes de familiares, los Papas, la elección como cardenal, el don de la vejez. El "Epílogo" (pp.464-469) viene a ser una suerte de magníficat o nunc dimitis, lleno de sabiduría, belleza y bondad.

    En varios momentos trascendentales, le tocó actuar en primera línea como fue su "entretenido" Rectorado en la "Ponti" de Salamanca (1971-1979), tan cercano al Cardenal Tarancón, con la Asamblea Conjunta, el caso Añoveros,…y de los que nos ofrece tantos detalles y tantas claves, aportándonos documentos sobresalientes de los que fue gestor como la "homilía de los Jerónimos" en la primera Misa Te Déum tras la proclamación de los Reyes de España.

    Otro momento destacado es el primer viaje del Papa Juan Pablo II (pp.266-273) y en el que -como secretario de la Conferencia Episcopal Española- le corresponde ser "responsable del viaje", teniendo que "garantizar el buen orden y la coordinación de todos los preparativos" ; las páginas de Don Fernando nos brindan un sinfín de pormenores valiosísimos para la memoria de esta visita trascendental; transcribo el párrafo de sus conclusiones: "El viaje del Papa me permitió conocerle un poco de cera. No viajé nunca con él. En el helicóptero del Papa iba solo el Presidente de la Conferencia. Yo viajaba con el séquito. Pero pude acompañarle a la mesa varias veces y mantener breves encuentros con él al principio o al fin de nuestros desplazamientos. Me pareció un hombre sencillo, afable, de una gran fuerza espiritual y moral, con una sorprendente capacidad de concentración y recuperación, muy piadoso, muy firme, con un permanente buen humor con el que parecía querer disimular y proteger su intimidad; una gran personalidad. Visitábamos dos o tres ciudades cada día. El Papa tenía que hacer cuatro o cinco discursos en un mismo día. En aquellas jornadas volvíamos todos agotados, y él volvía entero, como si no hubiera hecho nada. Se recuperaba de manera sorprendente en los pequeños descansos de los traslados. Aquella visita nos hizo mucho bien. Los católicos españoles nos sentimos fortalecidos, más firmes y seguros para comenzar a vivir nuestra fe en unas circunstancias diferentes y bastante más exigentes" (p.273)

     Un acápite fundamental es la valoración ofrecida acerca de las relaciones de la Iglesia con el Estado. Sorprende la libertad, franqueza y hondura de sus declaraciones. Por ejemplo, en relación con el PSOE:

    "Pronto me di cuenta de que el Gobierno del PSOE, con calma y prudencia, comenzaba a manifestar su tendencia hacia la secularización de la sociedad y de la vida de los españoles. No actuaban directamente contra la Iglesia pero sí favorecían cualquier cosa que significase un paso hacia la privatizaci8ón de la fe y de la religión, a favor del secularismo y de la laicización de la vida. Los gobernantes eran hombres prudentes y sabían que en este camino no podían ir muy deprisa. Habíamos tenidos unos años de buenas relaciones en los que parecía que podríamos superar las antiguas desavenencias. En los tiempos de la transición era fácil estar de acuerdo en algunas cosas importantes, respeto a los derechos y libertades de todos los ciudadanos, respecto a la libertad religiosa, igualdad de todos ante la ley, reconciliación de todos los españoles, libertad polí8tcia y justicia social para todos. Pero la verdad es que cuando llegaron al poder vimos con claridad que nuestros criterios y nuestros objetivos eran muy diferentes, y a veces incompatibles. Algunas palabras importantes, como libertad, bien común, no significaban loó mismo para ellos y p0ara los cristianos Y no podía ser de otra manera, pues la tradición del Socialismo español es una tradición no cristiana y profundamente laica" (pp.288-289)

    El cuerpo de las memorias lo ocupa su misión pastoral como obispo (León, Conferencia Episcopal, Granada y, sobre todo, Navarra, con 27 apartados).  Destaca la desbordante acción magisterial docente, apostólica sacramental, guía de sacerdotes y fieles. Rescato agradecido un texto de mi movimiento en el que se aprecia la cercanía mantenida con los laicos: "En Navarra [además del Opus Dei y el Camino Neocatecumental] estaban también presentes otros Movimientos menos numerosos y menos influyentes como los Focolares, CL, matrimonios de Nuestra Señora, MFC, etc...Otro sector importante en la vida diocesana eran los Institutos Seculares que trabajaban en la enseñanza o en la pastoral juvenil. Quiero recordar la presencia y el trabajo de la Milicia de Santa María, fundada por el jesuita P. Morales. Eran un grupo excelente, con personas muy bien formadas y de unavida espiritual intensa, con un celo apostólico admirable" (p.385). Sin embargo, sale a la palestra cuando tiene que defender la ortodoxia; a veces en situaciones delicadas como frente a su amigo y hermano de congregación Monseñor Pedro Casaldáliga, teólogo liberacionista, u otros del mismo sentir: "Mantuve una pequeña polémica con Ignacio Ellacurría, entonces profesor de la UCA y ahora mártir de la fe cristianas. Él venía con frecuencia a España y aparecía a menudo por los medios de comunicación. No era hombre de medias verdades. Un día publicó un artículo acusando a la Iglesia española de inmovilista y cautiva de los poderes del dinero y de la política. A mí me pareció demasiado. A los pocos días le respondía desde la revista Ecclesia con una Carta Abierta. En ella le decía que no me parecía justo ni prudente juzgar a la Iglesia española desde la mentalidad hispanoamericana y desde una visión pastoral y teológica difícilmente universalizable. Estas diferencias no me dificultaban reconocer su trabajo y el valor de su testimonio" (p.297)

    De los afectuosos testimonios sobre los Papas (Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI), transcribo el dedicado a Francisco: "Con el Papa Francisco me siento especialmente vinculado a él y a su ministerio desde que me creó cardenal. Le estoy muy agradecido, admiro y agradezco a Dios su sencillez, su genio pastoral, su pasión por la autenticidad y la acción misionera de la Iglesia. Pido por él cada día para que el Señor le asista y no le falte la fortaleza que necesita" (p.413). "Conocía al cardenal Bergoglio en enero de 2006 cuando él nos dirigió los Ejercicios Espirituales a los obispos españoles. Me gustó su manera de hacerlo. Entonces pudimos conocer su estilo personal, sencillo, directo, persuasivo, exigente. Su aspecto era bastante serio, casi severo. Mediado el tiempo de los Ejercicios, me acerqué a su despacho para saludarlo y agradecerle su servicio. Me sorprendió su reacción al presentarme. Como si me hubiera visto otras veces exclamó: "Hombre, Mons. Sebastián, me alegro de saludarlo". Un poco sorprendido por su manera de reaccionar, le dije: "¿De qué me conoce, Sr. Cardenal?". Y su respuesta fue: "¿De qué le conozco? ¡Pero si es usted mi maestro! Desde hace tiempo que he leído todo lo que usted escribe". Aquella visita me dejó para siempre un recuerdo grato. Pocas veces tiene uno la oportunidad de conocer la influencia de los propios escritos y de encontrarse de repente con una persona tan importante que se te presenta tan amablemente" (p.446)

    El último apartado dedicado a su jubilación es realmente delicioso y aporta toda una lección magistral de vida intensamente vivida, cerrada a cualquier asomo de acritud o conformismo, totalmente abierto al perdón y, sobre todo, a la gratitud esperanzada. No me resisto a compartir sus palabras acerca de la Iglesia deseada: "Pienso que la Iglesia vive ante todo en el corazón de los cristianos. Por eso mi primer deseo es el de una renovación espiritual de los cristianos, de todos los cristianos, renovación en la fe personal, en la coherencia de vida, en la primacía del amor sobrenatural en la vida personal y comunitaria, en todos los aspectos y entresijos de la vida personal, familiar, profesional, social y política…Me gustaría poder ver una Iglesia unidad, unidos los católicos y unidos todos los cristianos, en la fe y en la comunión del amor, una Iglesia menos clerical, menos centralizada, más abierta al trato real con los hombres, con todos los hombres del mundo, más misionera, más responsabilidad del bien de la humanidad, en el nombre y con el Espíritu de Jesús. Una Iglesia verdaderamente testimoniante, inquietante, que ayudara a los jóvenes a superar la frivolidad y preguntarse por el verdadero sentido de la vida, a descubrir en Jesucristo el Camino y la Verdad de su vida personal y de la sociedad entera. Me gustaría poder ver que la sociedad española es capaz de superar sus reticencias frente al Cristianismo y reconocer a Jesucristo como fuente de valores, cimiento de la convivencia y estímulo permanente para un progreso integral y justo" (pp.459-460)

    Concluyo mi reflexión muy gozoso de saborear tantas confidencias, que siento tan verdaderas y tan útiles para provecho espiritual de cualquier lector deseoso de entender la compleja sociedad e iglesia de la España de nuestro tiempo. Muy agradecido por el tiempo y pasión del autor, invito a que se encuentren con él a través de su formidable obra.  

    José Antonio Benito (19.julio.2016)

    TORERO ANDRÉS ROCA REY: Jugarse la vida no tiene precio

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    El torero peruano se convierte en el triunfador absoluto de los Sanfermines logrando cinco orejas en dos tardes impactantes. En apenas un año de alternativa (19 de septiembre de 2015, Nimes), Andrés Roca Rey ha conquistado además las plazas de Madrid y Valencia, y sus puertas grandes.
    Encuentros



    19 de julio de 2016, respondió en directo:

    Roca Rey


    1. ¿Cómo se afronta una temporada tan larga y tan cargada de festejos para un "recién llegado" a lo alto del escalafón? ¿Le preocupa ser poco selectivo a la hora de elegir festejos y que ello le repercuta negativamente?
    Hola. Muchas gracias a todos por su interés. Espero que las respuestas sean de su agrado. 

    Es dificil a veces que en tprimer año de alternativa estés en ferias tan importantes, por la presión, por la responsabilidad, por el miedo que se pasa... Creo que con las ganas y la ambición se superan muchas cosas.
    2. Buenos días Andrés ¿Cómo crees que afecta su irrupción en el panorama taurino peruano? Y ligado con la pregunta anterior ¿Qué condiciones ve a su compatriota Joaquín Galdós? Muchas gracias, y muchísima suerte en la temporada
    En el Perú cada día hay más afición, se habla más de toros y hay más interés por la tauromaquia. Y gracias a Dios estamos Joaquín y yo representándolos en España. Joaquín me parece un gran torero y le deseo toda la suerte del mundo.
    3. Enhorabuena por tu temporada Andrés. Mi pregunta es : ¿toreas para el público o para el aficionado?. Me explico, te basas en el absoluto valor, sin embargo no te recuerdo un quite de verónicas y media o unas tanda de naturales templados clásicos. Muchas gracias
    Toreo para mí. Hago lo que siento que debo de hacer en cada momento. Creo que el toreo no tiene que tener rewglas de verónicas ni de chicolinas ni de naturales, es lo que surge en cada momento. Y si le llega al público y hay emoción mucho mejor.
    4. Se ha juntado todo en 2016: su año de eclosión y el 250 aniversario de Acho. Va a ser una gran temporada para el toreo en Perú.
    Si, un año importante. Me hace muchísima ilusión torear en mi tierra este año por los 250 años.
    5. Volverá a Madrid en Otoño?
    Me gusta mucho torear en Madrid porque es una plaza a la cual tienes que ir con toda la verdad del mundo. Y tienes que darlo todo. Y eso depende de los que me llevan. A mí siempre me hará ilusión.
    6. De los maestros veteranos, a quien admira más. Circula siempre por internet una fotografía suya de niño con el Juli, así que suponemos que ese es su ídolo.
    De chiquito me identificaba mucho con él porque ví que él comenzó también a torear muy jóven y era lo que me llamaba la atención. Ahora mismo respeto a cada uno que se pone delante de un toro.
    7. ¿Te dolió cómo te trató la plaza de Madrid a la que has venido de novillero a diferencia de otros, has triunfado, has vuelto a venir, has vuelto a triunfar...? Te vapulearon como a una figura sin serlo. Así lo sentí. Ahí quedaron tus dos puertas grandes (2015 y 2o16) y las que vendrán...
    Me dolería si no lo hicieran. Significaría que no voy avanzando en mi carrera. Creo que mientras pasan las tardes y vienen los triunfos, todo se pone con más exigencia. Pero es una axigencia obviamente buscada por mí y estoy feliz de ser capaz de sobreponerme.
    8. Señor Roca Rey, me tiene sorprendido cómo se arrea usted cada vez que torea con las figuras. ¿No teme en convertirse en un torero incómodo para ellos?
    Creo que es bueno para la fiesta que aparezcan toreros nuevos. No creo que les sea incómodo. Ellos son figuras y por algo han llegado ahí.
    9. Dicen que la suerte es vital en el toreo. Pero si repasamos su temporada 2016 le han embestido muy pocos toros. De hecho, recuerdo el de Olivenza y el de Fuente Ymbro dañado de Pamplona. Poco más de esa calidad. ¿Cuándo no embisten los toros le toca "embestir" al torero? ¿En esta etapa de su carrera valen los triunfos a toda costa por encima del toreo clásico? Le agradezco su sinceridad.
    La verdad que no me han embestido muchos toros, pero gracias a Dios los que nome han embestido han transmitido. Quizá los que no embisten y tratas de torearlos con un toreo clásico no llegan al triunfo. Tienes que recurrir a arrimarte todos los días. En cuanto embista uno, me gusta sacar loq ue llevo dentro, mi concepto de verdad. Para llegar a donde todos queremos, hace falta a veces buscar el triunfo.
    10. Hola, buenos días: enhorabuena por todo, matador. Vaya campaña. Mi pregunta es con cuál de todos sus triunfos de queda. Fallas, Madrid en su confirmación o San Fermín. Gracias y que siga la racha.
    Todos los triunfos son importantes. Creo que la puerta grande de Madrid ha sido la que más me ha emocionado.
    11. Buenos días Andrés, Querría que me detallaras ¿cuál es tu sensación al ponerte en la cara del toro?. Gracias maestro, Un saludo desde Ojos Negros (Teruel).
    Siempre miedo, a veces más responsabilidad que otras, igual que la presión. Pero cuando llegas a conseguir lo que quieres delante de los toros, te sientes vacío por dentro y es lo más bonito del mundo para mí.
    12. Buenos días maestro y gracias por prestarse a acercarse a la afición a través de esta entrevista. Dos preguntas. 1, Cuales son las fuentes de las que bebe su concepto del toreo? 2, cuál es el momento de la fiesta en Perú y que perspectivas de futuro aprecia en general en Latinoamérica. Muchas gracias y mucha suerte para el resto de temporada.
    Me gusta mucho cuando sale un toro bravo, exigente y en los muletazos se ralentiza. Ese toreo despacio y asentado es el que busco. 

    En el Perú se están dando muchísimas corridas de toros, este año que ha pasado se han dado como 700. Es un país que va creciendo taurinamente y las plazas se llenan.
    13. ¿Donde vives normalmente
    En Gerena, Sevilla.
    Avatar simao_mv
    14. ¿Qué fue lo primero que compraste con el primer dinero que ganaste?
    Me pagué el primer viaje a España para prepararme. Fue a los 14 años.
    15. ¿Tienes alguna costumbre antes de salir al ruedo?
    Sí, muchísimas. Son como cábalas, como superstición. Me visto por el lado derecho, salgo de la habitación con el pie derecho... cada vez tengo más.
    16. ¿Cuál es tu película favorita?
    Entouradge
    Avatar JuezDredd
    17. Buenos días, enhorabuena por la temporada que está haciendo desde un aficionado que le vio salir a hombros de Las Ventas. Teniendo en cuenta que está siendo una temporada en general muy dura (Victor Barrio, El Pana, Renatto Motta) se han oído voces pidiendo que se mejore la seguridad en los trajes de los toreros. ¿Qué opina al respecto?
    Lastimosamente, hay veces que pasa lo que ha pasado este año. Creo que el toreo es verdad y si hubiese un tipo de seguridad en los trajes se perdería ese misterio. No sería lo mismo.
    18. ¿Que le parece que los maestros del pasado fueran considerados de este modo por que eran capaces de someter a todo tipo de toros, y las "figuras" de ahora se acomoden toreando solo 4-5 ganaderías que vienen de lo mismo (domecq) y que en general no transmiten nada de poder? Muchas gracias y enhorabuena por la temporada que está cuajando
    Creo que el toreo siempre ha consistido en un animal que transmita lo que es, tanto peligro como nobleza. El torero tiene que hacer lo posible por crear arte y estar por encima de ellos. Me hace mucha ilusión torear muchos encastes en mi carrera.
    19. ¿Cree que con el crecimiento del activismo animalista en Europa y España, la fiesta taurina va a quedar como fiesta exclusivamente sudamericana?
    La fiesta taurina es española y aunque ahora se esté escuchando muchas protestas también estamos todos los taurinos apoyando.
    20. Cuando te da un buen susto el toro durante la faena ¿Con que mentalidad/sensaciones te vuelves a poner inmediatamente ante sus astas?
    Creo que todos tenemos una filosofía de vida y hay que usarla para esos casos. Saber que cuando pasan esos momentos ya no hay vuelta atrás y tenemos que aprovechar cada circunstancia. Esta de más decir que no podemos dejarnos ganar la pelea.
    21. Buenos días Torero, en primer lugar enhorabuena por los triunfos cosechados. Mi pregunta es dónde está el techo de su toreo, si es que lo hay, cuál es su faena soñada?
    Creo que en el toreo ni en ningún tipo de arte hay techo. De un momento surge inspiración o motivación y cambias. Creo que la faena soñada no existe. Cuando alguien hace las cosas con sentimiento, todo es imperfecto.
    22. Buenas noches. Maestro!!! torearas este año en la Monumental de México? En que fechas? Gracias y enhorabuena por la temporada.
    Es una ilusión muy grande que tengo, regresar a La México y poder triunfar.
    Avatar simao_mv
    23. ¿Cuál de tus vestidos te gusta más o con cuál crees tener más suerte y por qué?
    De vez en cuando con algunos y otras veces con otros. Es por rachas. Es con el que te sientas más cómodo. Aunque al fin y al cabo delante del toro ni te acuerdes.
    24. ¿Qué es lo que más te gusta hacer cuando regresas a casa al Perú?
    Me gusta encontrarme con personas que quiero que no veo hace mucho tiempo. Y estar sólo con ellos.
    Avatar simao_mv
    25. ¿Cuál es tu canción favorita?
    La vida es una copa de licor, de Vicente Fernández. Pero me gusta mucho el reggaetón también.
    26. Hola torero, ¿Cómo lleva tu familia el hecho de poner en riesgo tu vida? ¿y tú novia, si la tienes?
    A veces les cuesta mucho, sobre todo cuando ven lo que está pasando, como el caso de Víctor Barrio, El Pana, Renatto Motta, pero luego disfrutan los triunfos cuando salen bien las cosas. No tengo novia, me costaría el doble y me divertiría la mitad jajajaja
    27. Buenos días Andrés, me gustaría preguntarte cómo siendo de una familia bien acomodada económicamente decides jugarte la vida como haces existiendo otras posibilidades de vivir más fácilmente. Gracias
    Jugarse la vida no tiene precio y cuando estás delante del toro no piensas en el dinero, piensas en lo que sientes. Y a mí me llena ser torero.
    28. Buenas días torero, después de la muerte de Víctor Barrio, ¿ha cambiado algo tu perspectiva profesional como torero?
    La verdad que me ha impactado muchísimo su muerte. Decían que los toreros ya no morían en la plaza, y no tenían razón. En esos días, te lo piensas mucho y más si tienes que poner delante de los toros enseguida. Pero tienes que cogerte de tu filosofía y saber qué es lo que quieres en tu vida. Tomar decisiones y seguir para delante.
    29. ¿Qué es lo más difícil que has tenido que pasar como torero?
    Que tenga muchísima ilusión en un principio y no tener ningún festejo para torear.
    30. ¿Que se le vino a la cabeza al cruzar la puerta grande de Madrid? Pablo Rivas
    Felicidad e ilusión por lo que venía después de eso.
    31. ¿Fue dificil abandonar su tierra en busca de nuevos sueños?
    Sí, muy difícil. Sobre todo a tan temprana edad queriendo hacer tu vida en un país que ni siquiera conocías. Ahora me siento parte de él.
    32. Enhorabuena por sus triunfos, Andrés. ¿Qué opina de los comentarios antitaurinos tras el fallecimiento de su compañero Víctor Barrio?
    Me parece ridículo que haya gente que ampare a un ser vivo y se burle y se ponga feliz de la muerte de un hombre.

    Despedida

    Muchas gracias por sus preguntas. Ha sido un gusto responderlas. Espero verlos pronto. Un abrazo a todos.


    Visita Guiada a Rollán, Salamanca

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    Visita Guiada a Rollán

     

    Amigos: Para cuantos tengan la dicha de visitar nuestra Villa, les comparto el estupendo texto de mi primo Mateo Martín Berrocal, historiador local, a quien agradecemos de veras por tan estupendo servicio. Que la disfrutéis, JAB

     

     

    1. Breve reseña histórica

     

    Del topónimo: "Rollán", hay dos versiones sobre su procedencia:

    -       'Rollo'(en latín = rotulus): significa canto rodado. Indica que sería un lugar de cantos rodados. Es un topónimo de origen prerromano, como la mayoría de los topónimos de los alrededores.

    -       'Roldán': Es la opinión de Llorente Maldonado. Basándose en que su repoblación fue llevada a cabo por ultrapirenaicos; más concretamente por francos.

     

    La primera referencia histórica escrita sobre Rollán se remonta al 14 de marzo de 1194, cuando el Rey Alfonso IX de León incauta la iglesia de San Juan a Pedro Pérez de Villafranca (del Bierzo). Es una cita de Julio González en su libro: "Regesta de Alfonso IX" perteneciente a las Cartas Reales de dicho Rey.

     

    Se admite que la repoblación de Rollán se llevó a cabo por los francos. Bajo la protección de Ramón de Borgoña y su esposa Urraca y, posteriormente, de su hijo Raimundo de Borgoña.

     

    En 1218, según Francisco Rades y Andrada, se produce un acuerdo entre las Ordenes Militares de Calatrava y Alcántara, por el que la primera cede a ésta

    la Encomienda
    de
    la Magdalena.

     

    Alonso de Torres y Tapia, en su "Crónica de

    la Orden
    de Alcántara" (1763), dice que es probable que Alfonso IX –en el año 1219- en
    la Carta
    del Fuero dado a los pobladores de la parroquia de
    la Magdalena
    (de Salamanca), se hiciese merced también de la villa de Rollán.

     

    Así pues, resulta muy probable que Rollán pertenezca a

    la Orden
    de Alcántara, y más directamente a
    la Encomienda
    de
    la Magdalena
    , desde principios del siglo XIII. Se sabe que, ya en s. XV, existe un convento de franciscanos con un hospital anexo, ambos ubicados en la entrada norte de Rollán (algunos hemos llegado a conocer los restos del convento. Era la antigua "Botica" de D. Francisco Sequeros y, actualmente, de los hermanos Álvarez Parriego). Hay quien considera la posibilidad de que este convento fuera, en un principio, de la propia Orden de Alcántara. Otros, incluso, no descartan que -si tenemos en cuenta algunos vestigios que aún pueden verse en la iglesia del pueblo, como cruces paté con pintura roja- antes hubiera pertenecido a los Templarios u Orden del Hospital.

     

    En Rollán

    la Orden
    de Alcántara estableció un Priorato, ¿desde cuándo? no se sabe. Los autores sólo se limitan a decir que "desde muy antiguo". Tenía jurisdicción civil y eclesiástica, pero no la criminal. Fue el Maestre nº 33 de dicha Orden, D. Juan de Sotomayor, quien la consiguió del Rey Juan II de Castilla, en julio de 1429. Parece que el Rey le pidió ayuda al Maestre en su guerra contra Aragón y Navarra; como premio le expidió una Carta de Privilegio Rodado, concediéndole también la jurisdicción criminal. Según Torres y Tapia el propio Maestre vino a Rollán para comunicarles a los Alcaldes la adquisición de dicha jurisdicción para la villa (Hay un topónimo en el término de Rollán denominado "La horca". Está ubicado en un teso junto al camino  –ahora de Cojos- que conducía a Salamanca. Por supuesto que sería aquí donde ajusticiaban a los reos).

     

    Se producen algunos pleitos entre el Priorato de Rollán y los Obispos de Salamanca por el derecho a visitar las iglesias. Probablemente, el más importante ocurrió en 1591 con el Obispo Jerónimo Manrique, y cuya sentencia, contra éste, es emitida por el Rey Felipe II.

     

    La villa de Rollán también tuvo varios pleitos con el propio Comendador de

    la Magdalena
    , sobre todo durante el s. XVI.

     

    Había dos alcaldes. El Alcalde Mayor lo ponía el Comendador, y el otro era elegido por el pueblo de entre sus hombres buenos.

     

    La administración de la villa estaba sometida a la supervisión de

    la Orden
    de Alcántara que, regularmente, enviaba a un Visitador para controlar las actividades de: Alcaldes, Regidores y Mayordomo de la localidad. Esta visita se aprovechaba también para hacer un Apeo de todas las fincas e inmuebles de
    la Orden
    , con su descripción y límites.

     

    La operación del Catastro de Ensenada que se efectúa en Rollán (libros

    2002 a
    2006) comienza el 1 de noviembre de 1752. En la respuesta a la 2ª pregunta del Cuestionario se dice: "Esta villa es de señorío y pertenece al Serenísimo Infante Cardenal" (Se trata del futuro Rey Carlos III). A la 10ª pregunta se responde que el término municipal de Rollán tiene 3.092 Has., de las que: a Rollán le corresponden 2.297; a Cojos: 408 y a Garcigrande: 387 Has. Concretamente Rollán sólo (es decir, sin Cojos y sin Garcigrande) tiene 3302 fanegas de terreno explotable. De ellas:

    -       20 fanegas, para cortinas de herrén.

    -       2.490 fanegas para trigo y centeno; en 3 hojas: Abajo, Palomares y El Tocón.

    -       150 fanegas para prados de guadaña de particulares.

    -       142 fanegas para eras, ejidos comunes y valles.

    -       500 fanegas en el monte comunal.

    En la respuesta 33ª se dice que hay 20 labradores, 15 sastres, 9 zapateros, 10 tejedores de lana y 5 tejedores de lino.

    Y en la 35ª se relacionan 21 puros jornaleros, 8 pastores y 5 guardas.

     

    En la guerra de la independencia, durante algún tiempo, estuvo en Rollán la partida del famoso guerrillero Julián Sánchez "El Charro" o alguna fracción importante de ella, pues conocemos dos hechos en los que se constata esta afirmación. El primero ocurrió en 1810, en el paraje de "

    La Madroña
    ", donde se produjo una refriega con un destacamento de soldados franceses a los que derrotaron causándoles varias bajas. Y el segundo -según cuenta el historiador Villar y Macías- sucede el día de San Pedro de 1811, cuando se celebra una gran merienda en Salamanca, en el Zurguén, donde se reúnen más de 2000 personas, y también acuden franceses. Entonces, varios hombres de la partida de Julián Sánchez "El Charro" aparecieron de repente creando un gran alboroto. Se retiraron a Rollán, después de haber conseguido que los franceses huyeran llenos de miedo.

     

    En el año 1869, debido a un sensible aumento demográfico de la población, Rollán se encuentra en una situación casi revolucionaria de las clases más pobres, porque pasan hambre. Se decide la roturación de terrenos en

    la Guedija
    y Maribáñez, y también en el Monte Comunal. De éste último nacerían las "partes chicas" (porciones de terreno denominadas "quiñones") que se asignaron a la clase obrera.

     

    Rollán deja de pertenecer a

    la Orden
    de Alcántara en el año 1873. El 17 de diciembre de ese año el Obispado de Salamanca pone fin al Priorato de Rollán, nombrando como primer ecónomo de
    la Villa
    al sacerdote D. Nicolás Hernández. Terminan así más de 650 años de historia dependiendo de una Orden Militar. Deja de ser "nullius diócesis"

     

    Otro acontecimiento histórico singular de Rollán tiene lugar en diciembre de 1895, cuando con bastante publicidad se inaugura

    la Escuela
    de Adultos. En 1900, de los 1324 habitantes del pueblo el 41% no saben leer ni escribir. La escuela de adultos estuvo funcionando varios años, comenzando sus clases el 15 de octubre y terminando el 15 de marzo.

     

    No menos interesante para la vida del pueblo resultó el alumbrado de un pozo artesiano en el año 1910, y los lavaderos públicos en el año siguiente. Pocos años tardó la población en saber que el agua del artesiano quitaba el blanco de los dientes. Su agua producía la fluorosis dental. Sin embargo, por problemas estrictamente económicos,  no pudo ser remplazado su consumo hasta que, en 1954, se logró traer al pueblo desde el paraje de la "Guedija"

     

    Durante

    la II
    República
    , Rollán es el primer pueblo de la provincia de Salamanca que, en aplicación de
    la Ley
    de Reforma Agraria (del 9 de septiembre de 1932), realiza un asentamiento de campesinos en Cojos, finca perteneciente a un miembro de
    la Grandeza
    de España: D. Luis Patiño y Mesa, Marqués de Castelar. El 4 de octubre de 1934, dicha finca, se le entregará a
    la Comunidad
    de Campesinos para su explotación.

     

    Pero, anteriormente, se había producido la ocupación temporal y parcial de las fincas de Cojos, Torrecilla de Miranda y Garcigrande (estas dos últimas, aunque no fueran de

    la Grandeza
    ) en aplicación del Decreto sobre Intensificación de Cultivos de fincas rústicas (del 1 de noviembre de 1932). Estas ocupaciones se hicieron en el año 1933.

     

    A mediados de julio de 1936 se produce el levantamiento militar de Franco que iniciaría una sangrienta Guerra Civil, con consecuencias trágicas también para nuestro pueblo. En efecto, en Rollán se dan todos los hechos desgraciados que trae consigo una guerra: represión (también en mujeres), hambre, miedo, prisioneros políticos, prisioneros de guerra, "paseados", mutilados de guerra, muertos en combate…

     

    Después de un intento ocurrido en los primeros años del siglo XX (año 1917),

    la Concentración Parcelaria
    llega en el año 1967. El cambio se empezará a notar inmediatamente y, junto a las ventajas de mayor mecanización y producción, llegará la despoblación y emigración. Lenta e inexorablemente, comienza el despoblamiento.

     

    En 1975 se realiza

    la Ampliación
    y Mejora del Abastecimiento de Aguas y Red de Alcantarillado, consiguiendo así tener agua corriente en domicilios y otros inmuebles. Pocos años después, en 1982, comenzarán a pavimentarse las calles.

     

    Por último la gran obra realizada en Rollán corresponde a

    la Canalización
    y Cubrición del Regato que terminó en el año 2001.

     

     

     

    1. La Iglesia

     

    La primera referencia histórica escrita sobre Rollán se refiere precisamente a su iglesia. Consta en uno de los Documentos Reales de Alfonso IX de León, que recoge Julio González en su libro <Regesta de Alfonso IX>. Es del 14 de marzo de 1194, y en ella se dice que el Rey incauta a Pedro Pérez de Villafranca (del Bierzo) la iglesia de San Juan de Rollán. Sin duda se trata de una iglesia románica de la que aún se conservan restos como: frescos -que aún deja ver el retablo actual a sus lados- y varios sillares repartidos por sus muros en los que se aprecian: cruces "paté" (con restos de pintura), cruces de pétalos y también símbolos geométricos que identificaban a los canteros.

     

    Hay una piedra invertida o sillar fundacional con una inscripción incompleta donde puede leerse "Era (símbolo de mil) CCXX"; es decir, año 1220. Pero esta datación es de la "era hispánica", que cuenta 38 años más que la "era cristiana" (por la que nos regimos); luego, estaríamos hablando del año 1182.

     

    Desde principios del siglo XIII y hasta diciembre de 1873, que pasa a

    la Diócesis
    de Salamanca, Rollán perteneció a
    la Orden
    Militar
    de Alcántara ("nullius diócesis"), con importancia dentro de ella, pues fue un Priorato, dependiente de
    la Encomienda
    de
    la Magdalena.

     

    La iglesia actual se construyó a principios del s. XVI. Probablemente con la denominación, que aún conserva, de San Lorenzo Mártir. Tenía un retablo central y dos laterales, todos ellos de madera. Pervive su estilo gótico inicial en el ábside o capilla mayor con: un frontal semicircular, dos bóvedas de terceletes que arrancan –a mitad de los muros laterales y frontal- de nueve columnas adosadas. Éstas se corresponden con nueve contrafuertes exteriores. El ábside termina con un gran arco ojival. A partir de él arranca la nave, donde sólo queda de esa iglesia gótica parte de los muros laterales. Al sur una puerta de entrada precedida por un atrio (Éste desapareció dejando en su lugar el Centro Parroquial (año 1951))

     

    En 1679 se produce una reforma en la sacristía donde se encuentra el archivo parroquial al que, en el año 1703 (la noche del 11 de septiembre), un incendio causará una importante pérdida de sus libros.

     

    En 1735, se construye

    la Capilla
    de San Antonio. En ella se ubicó el baptisterio durante casi todo el siglo XX.

     

    Entre el año 1774 y 1784 se cambia el retablo central y se eliminan los laterales. El nuevo retablo, neoclásico, es el actual. Conserva en su parte alta los escudos de Monroy y Rodríguez de las Varillas; y más arriba el escudo de

    la Orden
    de Alcántara con la corona real.

     

    En el año 1898, y debido a un sensible incremento demográfico, se produce una gran reforma consistente en ampliar la nave hacia el oeste, y en darle más altura a dicha nave. Con este motivo desaparecen la puerta ubicada bajo el campanario y el baptisterio que se encontraba al norte. La nueva puerta en la parte trasera de la nave se ubica al norte (la actual).

     

    Como ya dije anteriormente, en enero de 1951 se hace un Centro Parroquial de Acción Católica, en el lugar del atrio. Con ello, el acceso por la puerta sur, que era la principal, queda eliminado casi por completo.

     

    La última semana de marzo de 1990 se realiza el apeo de la parte superior de la espadaña que, desde hacía tiempo, presentaba un desplome con riesgo de venirse al suelo. Hasta abril de 1993 no vuelven a sonar las campanas en la nueva espadaña levantada.

     

    En noviembre de 1993 se realiza el rejuntado del muro norte, después de quitarle el mortero de cal que tenía.

     

    Por último, destacar entre el conjunto de imágenes (la mayor parte de ellas ahora ubicadas en la denominada Capilla de San Antonio), unas cuantas tallas, entre ellas: San Lorenzo, Santa Águeda y Santa Bárbara.

     

     

    1. La Ermita de los Santos Mártires

     

     

    Situada junto a

    la Calzada
    de los Mártires (que transcurre de Salamanca a San Felices), así denominada por el Padre César Morán, lo que demuestra su importancia.

     

    La iglesia actual está levantada, con toda probabilidad, sobre las ruinas de otra iglesia anterior con mesón y hospedería de peregrinos que, desde Portugal, se dirigían a Santiago de Compostela. Es una ruta jacobea secundaria de las que arrancaban desde el vecino país.

     

    El inmueble está formado por 4 cuerpos: ábside o capilla mayor con sacristía aneja, y 3 cuerpos de nave. Totalizan

    27 metros
    de largo por
    9,5 m
    . de ancho, exteriores.

     

    Tiene bóveda de medio cañón, decorada, y apoyada sobre arcos de medio punto (excepto los dos del ábside, que son ojivales) que reposan en 8 contrafuertes exteriores.

     

    Su construcción está datada en el año 1791, según una inscripción que recorre su friso interior. Inscripción ocultada, en parte, en el último cuerpo de la nave por haberse construido en él, con posterioridad, un coro alto.

     

    El muro este sirvió de frontón de pelota hasta el año 1905, cuando se levantó el que actualmente posee el pueblo.

     

    La ermita, actualmente se encuentra rodeada por el cementerio, excepto por su lado norte; pero el cementerio original sólo ocupaba la zona sur.

     

    En el año 1995 se produjo una reparación que consistió en: poner una cubierta nueva a toda la nave y a la sacristía. Además de suprimir el que durante bastante tiempo fue depósito de cadáveres. Y, para no se sabe cuándo, quedaría pendiente el reforzamiento de la cimentación de sus muros; pues hay zonas donde la humedad es un problema nada despreciable.

     

     

    1. La Capilla del Humilladero

     

     

    Su importancia le viene dada por tener una imagen de un Cristo crucificado de bastante valor artístico. Se trata de la imagen del Santo Cristo del Amparo (vulgarmente llamado por los rollaneses: Cristo del Humilladero). Una talla -en madera estofada y policromada- de un Cristo gótico, esbelto (casi

    2 m
    .), de estilo italiano de, aproximadamente, finales del s. XIII ó principios del s. XIV. Seguramente no sería un escultor importante, sino un principiante.

     

    También tiene cierto valor un "vía crucis", de principios del s. XIX, colocado en ambos muros laterales. Con indicación de las distintas estaciones del calvario inscritas en tres idiomas: español, francés e inglés.

     

    Se sabe de la existencia de esta capilla ya en el año 1739. Como consecuencia de uno de los apeos que, cada cierto tiempo, efectuaba

    la Encomienda
    de
    la Magdalena.
    Pero
    la actual se construyó en abril y mayo del año 1993, después de haber derribado la anterior.

     

     

    1. El Frontón de Pelota

     

    Se construye en el año 1905. Sin lugar a dudas que fue uno de los mejores frontones abiertos de toda la provincia de Salamanca… y continúa siéndolo.

     

    Tiene de particular que los sillares son de piedra arenisca extraída de canteras del mismo pueblo, y que están colocados unos sobre otros sin argamasa de ningún tipo.

     

    Su inauguración de llevó a cabo con un partido que jugaron los "ceperos" contra los "patatos", todos ellos de Valdecarros, y pelotaris afamados en esa época.

     

     

    1. El Grupo Escolar

     

    Costó mucho conseguir su construcción que se intentó durante

    la II
    República.
    Eran tiempos agitados y sin recursos. La mediación de Filiberto Villalobos fue decisiva para conseguirlos. Hasta el punto de haberse decidido denominarlo así en reconocimiento de dicho médico/político. Como cayó en desgracia ante los vencedores de
    la Guerra
    Civil
    , el grupo escolar quedó sin nombre, hasta que –entrada la democracia- se le asigna el nombre de Trinidad Vicente.

     

    Su construcción se inicia poco antes de la sublevación militar de julio 1936, inaugurándose con el curso 1937-1938. Es decir, en plena Guerra Civil; de tal manera que varias veces se produjo una alarma de bombardeo aéreo y los niños y maestros salieron al campo. En realidad fueron falsas alarmas, pues sólo se trataba del paso de los aviones nacionales hacia el aeródromo, próximo, de San Fernando (Matilla de los Caños).

     

    Ahora tiene otra distribución con más aulas, pero en su inicio se trataba de 4 aulas, dos de ellas orientadas al norte: las de niños, y otras dos al este: las de niñas.

     

     

    1. La Casa del Pueblo

     

    Se construye a finales del verano de 1931, con los ardores de la recién estrenada II República y después de constituirse la <Sociedad de Trabajadores de

    la Tierra
    y Oficios Varios> (
    La Sociedad
    Obrera
    ). Puede considerarse como un edificio dedicado a
    la República
    : el "monumento" republicano de Rollán. Su construcción vino exigida por la necesidad de
    la Sociedad
    Obrera
    de tener un lugar para sus reuniones; y en ella participaron también los agricultores donando y acarreando la piedra desde la cantera.

     

    Sobre el dintel de su puerta de acceso aún se conservan los símbolos de los trabajos de obreros y, por encima, los pequeños bustos, semidesbastados, de: Mariana Pineda y, a sus lados, Fermín Galán y Ángel García Hernández, los capitanes que sublevaron la guarnición de Jaca el 12 de diciembre de 1930.

     

    Actualmente, es la sede del Centro Social.

     

     

    1. El Cuartel de
      la Guardia
      Civil

     

    Ya en un acta de sesión del ayuntamiento, con fecha 17 de abril de 1875, se constata la existencia de

    la Guardia
    Civil
    en Rollán.

     

    Su primer emplazamiento fue una vivienda sita en la calle del Ejido (familia de Gabriel Hernández: "el carnicero"). Después estuvo en otra vivienda de c/Honda (en la actualidad, de Andrés Gallego). El alquiler lo pagaba el ayuntamiento (constaba en los Presupuesto Anual); pero, a veces, no cumplía con esta obligación y, en 1890, el propietario de la vivienda llegó a "interponer desahucio". Durante la última década del s. XIX estos problemas de falta de pago llevaron a su alojamiento, provisional, en casas particulares e, incluso, a la supresión temporal de

    la Guardia
    Civil
    en el pueblo.

     

    Se construyó el Cuartel en el actual emplazamiento en el año 1900. Por supuesto que ha tenido varias reformas. También ha sido objeto de algunas inundaciones de importancia, al estar construido en una zona bastante baja y próxima al regato.

     

     

     

    1. El Regato de Las Regueras

     

    Ha recibido varios nombres: Las Regueras,

    La Roma
    ,
    La Guedija
    , El Espinal (o Espinar) y de El Comandante Franco. Esta última denominación ha sido menos usada.

     

    Con frecuencia causaba problemas sanitarios, por lo que –en varias ocasiones- se intentó su canalización, pero se tropezaba siempre con la falta de fondos públicos. Durante

    la II
    República
    se consiguió la canalización definitiva.

     

    La Canalización
    y Cubrición que presenta en la actualidad se comenzó al final de la primavera de 1997. Sin embargo, la empresa constructora paró las obras por falta de rentabilidad. Después de varios años, y ya con un nuevo proyecto, en abril de 2001 se reinician, terminándose la primera semana de diciembre del dicho año.

     

     

    1. El Pozo Artesiano

     

    El abastecimiento de agua del pueblo procedía de dos pozos: el Grande y el Chico; además de algunas fuentes. Entre ellas, la de

    La Golpejera
    que -según parece- surgió con el terremoto de Lisboa (año 1755) y donde también se llegó a lavar ropa.

     

    Las obras del Proyecto de "Alumbramiento de un pozo artesiano" en

    la Pza.
    de
    la Constitución
    , efectuado por el Arquitecto: Joaquín de Vargas y Aguirre, comienzan en julio de 1908. Los primeros
    50 m
    ., de los
    100 m
    . de perforación acordados, se hacen con normalidad; pero, al aparecer la capa de roca, que al final resultó ser de
    25 m
    ., se tienen que conceder varias prórrogas, hasta junio de 1909. Los
    25 m
    . restantes se consiguieron en un mes. La perforación acordada se terminó, pero el agua no subió hasta la superficie, se quedó a sólo
    60 cm
    . de ésta.

     

    Así pues, se cambió la ubicación, perforando en

    la Pza
    del Frontón. Aquí resultó fácil perforar los
    100 m
    ., pues el día 3 de diciembre de 1909 ya se efectúa la recepción provisional de las obras. Sin embargo la recepción definitiva de las obras no se firmó hasta el 28 de julio de 1910.

     

    El caudal de agua que surgía se aforó en

    300 litros
    por minuto y, durante bastantes años, los estuvo expulsando por sus dos caños.

     

    La fuente decorativa de hierro se colocó a finales de 1911, cuando ya se habían hecho los lavaderos.

     

     

    1. "Las pozas". Lavaderos públicos

     

    Se había proyectado su ejecución junto con el alumbramiento del pozo artesiano y, poco tiempo después, se abordó su construcción junto a él.

     

    Las obras comienzan el 15 de abril de 1911, y el 10 de octubre del mismo año se efectúa la recepción provisional.

     

    Se trata de unos lavaderos de

    30 m
    . de largo, por
    6 m
    . de ancho y
    1 m
    . de altura. Divididos en dos compartimentos iguales, y con posibilidad de dar servicio para 300 mujeres al mismo tiempo.

     

    En principio, quedan al aire libre, hasta que en octubre del año 1932 se hacen las obras de cerramiento y cubrición.

     

     

    1. El Problema de
      la Fluorosis
      Dental

     

    El agua tan deseada del pozo artesiano producía un grave problema sanitario con su consumo. Poseía exceso de flúor en su composición, lo que producía  "fluorosis dental"; es decir, se destruía el esmalte dental. Como consecuencia los dientes perdían el color blanco llegando –en no pocos casos- a ponerse negros completamente ("dientes pochos" nos llamaban los de los pueblos de alrededor). En efecto, este es el signo de identidad que caracterizaba a los rollaneses.

     

    A pesar de ello se siguió consumiendo esta agua. Pasaron más de cuatro décadas hasta que, en julio de 1951, se elabora un nuevo proyecto para "la traída de aguas de

    La Guedija
    ", que no se haría efectiva hasta octubre de 1954.

     

    Por este motivo, y para conseguir la subvención de dicho proyecto, D. José Hernández Castellano, médico del pueblo, redacta una <Memoria sobre

    la Fluorosis
    Dental
    Endémica>, de fecha 26-7-1952, donde se dice que "produce infecciones bucales y, consecuencia de ello, aumento de poliartritis, reumas y algias en general"

     

     

    Noviembre 2012

     

    TRASLADO DE RESTOS Y HOMENAJE DE SEIS ROLLANESES, 16 de julio 2016

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    TRASLADO DE RESTOS Y HOMENAJE DE SEIS ROLLANESES, 16 de julio 2016

     

    Agradezco a Mateo Martín Berrocal el texto completo pronunciado en el emotivo acto

     

    "¿De qué sirve un país que no permite enterrar dignamente a sus muertos?" El escritor griego Sófocles –en el s.V antes de nuestra era- ponía esta frase en boca de Antígona. Forma parte del tenso diálogo que tiene con su tío Creonte, el tirano rey de Tebas, cuando Antígona intenta enterrar a su hermano Polinices ante la prohibición de su tío. Más de setenta años se han tardado en el caso que nos ocupa ahora, para que los restos de estos seis rollaneses recibieran un enterramiento digno. Se ha esperado demasiado tiempo una Antígona familiar o, en su defecto, un Ayuntamiento o Parroquia que se enfrentase al tirano Creonte, causante del régimen de terror que los atenazaba.

     

    Hoy el pueblo de Rollán quiere reparar una muy antigua deuda de ingratitud y olvido con seis de nuestros paisanos muertos en la ya lejana fecha del 4 de agosto de 1936. Cayeron vilmente asesinados en un monte, lejos de su pueblo, en donde fueron abandonados como si de perros rabiosos de tratase.

     

    Nuestros paisanos a los que me refiero, fueron los siguientes:

     

    -          Rafael Rodríguez Pérez, de 29 años, jornalero.

    -          Agustín Rodríguez Pérez, de 26 años, jornalero.

    -          David Alonso Blanco, de 26 años, albañil.

    -          Luis Crespo Regalado, de 23 años, jornalero.

    -          Cayetano Herrero Díez, de 20 años, hojalatero.

    -          Baldomero Pérez Pérez, de 19 años, jornalero.

     

    Un grupo de falangistas llegado de Salamanca, con un camión, se los llevó el día 3 de agosto de 1936, por la tarde. Todos ellos fueron fusilados la madrugada del día siguiente, 4 de agosto, en el monte de Gargabete, un lugar perteneciente al término municipal de Pelabravo. El montaraz de la finca había oído los disparos. Por la mañana, montado en su burra, recorrió la finca presintiendo que no tardaría en encontrar el resultado de la sanguinaria escena de la madrugada. Allí estaban cinco cadáveres juntos; pero el del más joven lo encontró separado de éstos un centenar de metros, aproximadamente. Tenía una gran herida en un hombro, probablemente consecuencia de un golpe de bayoneta dado por uno de los miembros del pelotón de ejecución, cuando alcanzó al fugitivo, que intentó huir al quedar solamente herido en la primera descarga de fusilería. Después, el montaraz se dirigió a Pelabravo para dar cuenta de su hallazgo al Alcalde, quien dispuso que se diese sepultura a los cuerpos en el cementerio del pueblo.

     

    De este modo, seis rollaneses pasaron a formar parte de la multitud de detenidos "no oficiales" que, horas después de su detención, figurarían entre los desaparecidos. Otro pequeño grupo de vidas jóvenes que se vio engullido por la maquinaria de terror asesino que los falangistas pusieron en marcha, desde los primeros días de la sublevación militar.

     

     

    Pues bien, arrogándome el sentir de los familiares y de todo el pueblo de Rollán me parece de justicia agradecer su actuación, previa a este enterramiento y homenaje, a los colectivos siguientes:

     

    - Al Ayuntamiento de Pelabravo: primero, por recoger los cadáveres del campo, a las pocas horas de su fusilamiento, y enterrarlos en una fosa en su cementerio municipal. Después, autorizando y facilitando su exhumación y el traslado de sus restos.

     

    - A

    la Asociación
    "Salamanca, Memoria y Justicia" que, después de una interesante labor de investigación para localizar las fosas y averiguar la identidad de los cadáveres, decidió proceder a la exhumación de éstos. Y por el homenaje que les rindió el día 6 de octubre de 2007, al que asistieron algunos familiares de Rollán, junto con su alcalde y algún concejal.

     

    - Al Grupo de Trabajo "Memoria y Dignidad", del PSOE, que fue quien realizó los trabajos de exhumación de los cadáveres. Una exhumación dirigida por José María Collados, historiador y arqueólogo, y realizada con la rigurosidad exigida, hasta el punto de quedar identificados, y debidamente separados, los restos de cada uno de ellos.

     

    Por mi parte, también me parece de justicia agradecer, de manera más especial, a Luis Calvo Rengel sus gestiones para tenerme al tanto de todo lo relacionado con este tema, al que colaboré modestamente facilitando la identidad, edad y profesión de los seis rollaneses.

     

     

    No puede negarse que los actos de hoy en Rollán tienen relación con el tan debatido tema de

    la Memoria
    Histórica
    , que algunos sectores de población, si no son capaces de verlo bajo un punto de vista de justicia hacia los "paseados" (tanto de un bando como de otro), al menos debieran de hacerlo en aras de una auténtica reconciliación. No pueden empeñarse en que se debe olvidar, sino que se debe recordar y conocer mejor todo aquel periodo de horror y desgracia para no repetirlo. Estamos de acuerdo con el perdón, pero no queremos el olvido de unas atrocidades de nuestro pasado; nos haría cómplices de sus opresores y asesinos. Queremos y debemos saber también la versión de las víctimas. Crearemos un futuro mejor si partimos de la verdad del pasado. Recordar y no olvidar, pero también perdonar y trabajar juntos para que nunca más volvamos a consentir que la defensa de ideas conduzca a la muerte de nadie. Ninguna idea, por grande que nos pueda parecer, puede valer la vida ni de una sola persona.

     

    Creo, y es mi opinión estrictamente personal, que hemos dejado pasar demasiado tiempo para haber realizado lo que hoy pretendemos. Que ha habido demasiado silencio y cobardía por parte de todos: familiares y vecinos; pero también, y tal vez con menos motivo, de las dos instituciones representativas del pueblo:

    la Corporación Municipal
    y
    la Parroquia. Tan
    grande ha sido el silencio, que daba la sensación de que se había llegado a "pasar página" demasiado pronto. Tal vez avergonzados por haber callado durante tanto tiempo. Como si se hubiera forzado el olvido de una acción tan trágica. Cierto que los vencedores de nuestra Guerra Civil se encargaron de inculcar el suficiente terror, para que el resultado de "aquello" se olvidara lo más pronto posible, pero esto es una excusa nunca válida para tanto tiempo, como el que ha pasado.

     

    Pues bien, ahora, después de este largo periodo, el pueblo de Rollán quiere reparar dicho olvido. Desde hoy, los restos de los seis rollaneses reposarán juntos de nuevo, pero en el cementerio del lugar donde, estoy seguro, hubieran querido reposar hasta la eternidad.

     

     

     

    Mateo Martín Berrocal

    Julio de 2016

     

    MIRANDO HACIA EL BICENTENARIO EN EL AÑO DE LA MISERICORDIA. Te Deum 2016, Lima, Cardenal J.L. Cipriani

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    http://www.arzobispadodelima.org/blog/2016/07/28/caminemos-unidos-reconciliados-al-bicentenario/


    HOMILÍA DEL EMINENTÍSIMO SEÑOR
    CARDENAL JUAN LUIS CIPRIANI THORNE
    ARZOBISPO DE LIMA Y PRIMADO DEL PERÚ

     

    Basílica Catedral de Lima

    Jueves 28 de julio de 2016

    Excelentísimo Señor Presidente Constitucional del Perú, Ollanta Humala Tasso; saludo a su esposa, Nadine; excelentísima Señora Presidenta del Poder Legislativo, Luz Salgado; excelentísimo Señor Presidente del Poder Judicial, doctor Víctor Picona; excelentísimos señores embajadores, congresistas, señores obispos concelebrantes, distinguidas autoridades civiles y políticas, militares; hermanos todos en Cristo Jesús.

    1. Acción de gracias por los 200 años de Independencia del Perú

     Se presenta ya en el horizonte de nuestra historia y de nuestros corazones, la celebración de los 200 años de nuestra independencia: El Bicentenario

    Escribió el Dr. Víctor Andrés Belaúnde: "Si nosotros nos sentimos unidos a nuestros antepasados, es no sólo porque tenemos la misma sangre, sino principalmente porque tenemos la misma fe; y si nos sentimos unidos a compatriotas que no conocemos, ni vemos, ni tal vez veremos nunca, es no sólo porque habitamos la tierra y compartimos las mismas tradiciones, sino porque elevamos con las mismas palabras nuestro espíritu a Dios"1.

    Hoy elevamos nuestro espíritu participando en el acto mayor de amor a Dios en el que podemos hacerlo, en la Santa Misa. Esto es así porque cada vez que el sacerdote celebra la Santa Misa, en nombre del mismo Cristo, renueva la acción infinita de su perdón y de su amor misericordioso a sus criaturas por medio del Sacrificio de la ofrenda de la vida de su Hijo Jesucristo Nuestro Señor en el altar.

    "La Eucaristía es el corazón y la cumbre de la vida de la Iglesia, pues en ella Cristo asocia su Iglesia y todos sus miembros a su sacrificio de alabanza y acción de gracias ofrecido una vez por todas en la cruz"2.

    Por eso, en esta ocasión, de acción de gracia –en este Te Deum- elevamos este acto sublime de amor, la Santa Misa, por el nacimiento de nuestra Patria independiente, el Perú.

    En esta ocasión ocurre el hecho político del cambio de Gobierno. Por ello, me permito saludar y agradecer al Señor Presidente Ollanta Humala, que termina hoy estos años de servicio a la Patria y agradecerle su respeto y defensa de la familia como institución fundamental al servicio de la sociedad, la defensa de la vida y del matrimonio.

    Es muy importante, es previo a todo planteamiento político, la necesidad de una estabilidad de la institución familiar.

    2. Mirando hacia delante. Año de la Misericordia

    Mirando hacia adelante quiero recordarles que la Iglesia está viviendo el Año Jubilar de la Misericordia.  "Tal vez por mucho tiempo nos hemos olvidado de indicar y de andar por la vía de la misericordia -nos enseña el Papa Francisco-. Por una parte, la tentación de pretender siempre y solamente la justicia ha hecho olvidar que siendo ella el primer paso, necesario e indispensable, la Iglesia no obstante necesita ir más lejos para alcanzar una meta más alta y más significativa (…). Es triste constatar cómo la experiencia del perdón en nuestra cultura se desvanece cada vez más (…) parece evaporarse… sin embargo el perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza."3.

    ¡Qué oportuna ocasión es esta, camino hacia el Bicentenario, para recordar la aplicación práctica de la Misericordia en la vida de nuestra sociedad!

    Enseñar al que no sabe, una de estas obras espirituales de la misericordia.  Enseñar en primer lugar a ser una buena persona, respetando la ética natural y las normas de convivencia, la honradez, los deberes cívicos y la solidaridad de unos con otros. No exagerar la carga ideológica del uso de los medios tecnológicos actuales y mirar con más seriedad el campo de las humanidades para hacer mejor al estudiante, en su ser persona libre y responsable. Por supuesto, es importante enseñarles las técnicas adecuadas para su futuro desempeño. Tenemos que recuperar al ser humano libre y responsable, con un marco ético y moral. No es caro, es muy barato. Hace falta que el país, cara al bicentenario, quiera llegar más unido y más humano.

    Por eso, también quiero recordar, Perdonar las ofensas, que es otra dimensión de la misericordia, es algo que con urgencia debe sembrarse en el corazón, especialmente en los más jóvenes. Una cultura que frecuentemente se expresa con el odio y la violencia no es humana.

    Las campañas para dañar la dignidad de la mujer en su ser mujer y madre queriendo imponer la llamada ideología de género no son humanas. El accionar de los  medios de comunicación que confunden a la niñez y juventud con la constante difusión de la violencia y el abuso del sexo en horarios inapropiados y de maneras indignas del respeto que todos merecemos, tampoco es humano.

    Estas reflexiones, a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia, quieren iluminar el camino de esta familia peruana en la que todos somos hermanos, pero en la que verificamos, pese a todo nuestro esfuerzo, enormes desigualdades, situaciones de injusticia, que deben ser afrontadas y resueltas con mayor eficiencia y rapidez.

    Nos dice una obra de misericordia –dar de beber al sediento que es una necesidad de primer orden para cuidar la salud y para llevar la vida y el progreso a todos los rincones. Por lo tanto, requiere el acceso de todos los peruanos al agua. Así como por las carreteras se facilita la comunicación de las personas a través del transporte generando un rico intercambio de bienes materiales y espirituales, de  manera análoga, el acceso al agua facilita la higiene, la salud, la vida, trasmitiendo y reforzando la dignidad en la vida en familia especialmente la atención a los niños, ancianos y enfermos.

    Una mirada a los enfermos dignifica una sociedad. Una sociedad que cuida a los enfermos hace una obra de misericordia. Que no se limite solo a la construcción de infraestructura; sino, sobre todo, a la presencia de personal médico y asistencial calificado en todos los rincones de nuestra geografía. Da miedo enfermarse. En los rincones del país la gente se muere porque no tiene acceso a la salud. Se ha iniciado un camino de acceso a las prestaciones de salud integral a través del sistema del SIS, un punto de partida que debe ser reforzado y perfeccionado.

    Igualmente nos preocupamos de la seguridad. El hacinamiento y degradación en las cárceles es inaceptable y muchas veces origen de nuevos delitos.

    Son obras de misericordia que ayudan, a quienes tienes responsabilidades, a saber escoger los puntos fundamentales para adquirir una mayor unidad.

    3. La Iglesia experta en humanidad

     La Iglesia, experta en humanidad4, nos enseña a contemplar estas situaciones no con la frialdad de un problema económico de un hecho presupuestal. No basta el dinero para resolver las grandes desigualdades que hay en nuestro país. Hace falta un suplemento de fe en Jesucristo y una tensión solidaria; una nueva sensibilidad.

    1. Una cultura de la solidaridad:

    "La globalización, nos acerca a los demás, pero no nos hace hermanos"5. Como dice el Papa Francisco, fomenta esa mentalidad del descarte, que lleva al abandono de los más débiles.

    1. La necesaria participación de los medios de comunicación:

    Así mismo, una mirada de nuestra realidad hacia el bicentenario nos hace ver la importancia que tiene los medios de comunicación. Podemos calificarlos sin temor a equivocarnos, como el primer poder, no el cuarto poder, como se decía hace unas décadas. La rápida revolución tecnológica ha puesto a los medios de comunicación en el centro del poder y eso exige una responsabilidad muy grande. "Es necesario asegurar un pluralismo real en este delicado ámbito de la vida social"6. La tendencia del llamado "pensamiento único" debilita la democracia y disminuye la fuerza creadora de los ciudadanos que se sienten limitados y, en ocasiones, impedidos de manifestarse con libertad. Con el respeto que se merece, pero todos debemos sumarnos en estos años que el Perú llega al bicentenario con tanta emoción.

    1. La gratuidad del amor:

    Todos esto hermanos, la Iglesia nos enseña el amor. Si el amor no está presente en todos en estos temas, si la caridad cristiana es como una mística o como algo que dice ese sacerdote o comenta el  cardenal, pero no es realmente lo que mueve a todos, el amor. "Es mi hermano". Cuando ejerzo poder, sea de justicia o legislativo, el otro es mi hermano, es parte de nuestra familia y por eso, la caridad es un antídoto seguro contra el egoísmo que invade el Perú.

    1. La promoción de la familia como centro del cambio:

    "De hecho, la fraternidad es una dimensión esencial del hombre, que es un ser relacional. Sin ella, es imposible la construcción de una sociedad justa, de una paz estable y duradera. Y es necesario recordar que normalmente la fraternidad se empieza a aprender en el seno de la familia. La familia es la fuente de toda fraternidad, y por eso es también el fundamento y el camino primordial para la paz, pues, por vocación, debería contagiar al mundo con su amor"8.

    Hermanos el elevo en esta ocasión unido a toda la familia cristiana, reconciliados unos con otros mi oración a Dios para que nos guíe por caminos de paz y de gozo, de prosperidad y de esperanza.

    Y me permito desde aquí saludar al nuevo Presidente del Perú, que estos momentos juramentará, el Señor Pedro Pablo kuczynski. Que el Señor lo ilumine en esta difícil tarea de servir al pueblo peruano. Felices Fiestas Patrias a todos. Así sea.

    ________________________________________________________________________

    1 Víctor Andrés Belaúnde, La Síntesis Viviente. Palabras de Fe,  Pág. 152.

    2 Catecismo de la Iglesia Católica  n° 1407

    3 Papa Francisco, Bula Misericordiae vultus n° 10.

    4 Cfr. Beato Pablo VI,  Discurso en las Naciones Unidas,  4 de octubre de 1965.

    5 Papa Francisco, Mensaje para la XLVII jornada mundial de la paz, 2013.

    6 Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia  n° 414.

    7 Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia  n° 581.

    8 Papa Francisco, Mensaje para la XLVII jornada mundial de la paz, 2013.

     

    SABER MIRAR con el magisterio de SANTIAGO ARELLANO

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    Santiago Arellano Hernández.Catedrático de Literatura. Ha sido Director General de Educación del Gobierno de Navarra y Director del INECSE (Instituto Nacional de Evaluación y Calidad del Sistema Educativo).



    Revista Hágase Estar, Madrid
    Revista LA VERDAD, Pamplona
    + Actualidad del patio de Monipodio
    + Aunque no siempre parezca útil
    + BENITO PÉREZ – GALDÓS: Misericordia
    + Blas De Otero
    + Casa de muñecas
    + Claves para comprender la necesidad de recuperar una mirada de misericordia
    + De l' infinit i del límit en l' art
    + Don Quijote de La Mancha
    + El coloquio de los perros
    + El coloquio de los perros - 2
    + El coloquio de los perros - 3
    + El Greco en la poesía
    + El Griego
    + El Principito
    + Encrucijadas de la carne y del espíritu
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    + La virginidad, un bien que transforma la vida en don
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    + Luis Rosales
    + Naturaleza de la Literatura
    + Nicolás Maquiavelo: La astucia del príncipe
    + Pedro Salinas
    + Poesías varias
    + Sociedad del bienestar: ¿sociedad feliz?
    + Trato de Argel
    + VICTOR HUGO: Los Miserables
    + VINTILA HORIA: Un sepulcro en el cielo (1987)

    José de la Serna, Conde de los Andres, El último Virrey español, intento de paz en Punchauca

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    Me complace presentar la tesis doctoral sobre josé de la serna "El último virrey, jose de la serna, conde los andes", uNIVERSIDAD REY JUAN CARLOS, Madrid 2008, y que cuenta con una casa muSeo en JEREZ. Su autor, iñigo moreno y de artega. DEDICA EL CAPÍTULO XIV A PUNCHAUCA, UN NUEVO INTENTO DE PAZ, pp.383-429El último Virrey español

    El jerezano José de la Serna.

    ANTONIO MARISCAL TRUJILLO, JEREZ | ACTUALIZADO 10.08.2015 - 09:19
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    José de la Serna, retrato al óleo existente en su palacio.

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     A Jerez le cabe el honor de haber sido cuna de grandes e ilustres hombres que con su vida y su ejemplo dejaron escritas páginas gloriosas en la historia de España. Uno de estos personajes fue sin duda el jerezano José de la Serna y Martínez de Hinojosa, el cual llegó a alcanzar el título de Virrey. Un intrépido militar que vivió a lo largo de su dilatada existencia las más increíbles aventuras, desventuras y peligros que imaginarse pueda. Pero conozcamos aunque sea someramente quien fue este interesante personaje. 
    José de la Serna nació en Jerez en el año 1770. Fue hijo de D. Álvaro de la Serna y de Dª Nicolasa Martínez de Hinojosa, esta última descendiente de una rancia y linajuda familia asentada en Jerez desde los tiempos de la Reconquista. Su nacimiento tuvo lugar en la calle Pozuelo, actual palacio del virrey La Serna también conocido como palacio del Conde de los Andes. Siendo muy joven se inclinó por la carrera militar, por lo que ingresó en la Academia de Artillería de Toledo. Terminados sus estudios con el grado de Alférez y, con tan sólo 20 años de edad, se distinguió de forma heroica en 1790 en la defensa de Ceuta, asediada por las tropas del rey de Marruecos. En esta defensa pudo demostrar su arrojo al atacar valientemente a las baterías enemigas fuera de la plaza fortificada. Al año siguiente participó con el ejército de Cataluña en las hostilidades contra Francia en la Guerra del Rosellón, siendo ascendido a teniente. Como curiosidad histórica, tras combatir a los franceses en la Guerra de los Pirineos, en su nuevo destino como oficial de artillería de la Marina de Guerra, combate junto a estos a los ingleses, para posteriormente enfrentarse de nuevo a los franceses en la Guerra de la Independencia.

    Héroe del sitio de Zaragoza
     
    Al estallar la Guerra de la Independencia y con el grado de teniente coronel, entró a formar parte de un improvisado ejército con el ánimo de hacer frente a las tropas invasoras a las que combatió en Valencia, Navarra y Aragón, siendo ascendido por méritos de guerra al grado de brigadier y trasladado a Aragón. Allí tuvo el honor de ser uno de los heroicos defensores de Zaragoza en su legendario Sitio. No es difícil poder imaginar al patriota teniente coronel La Serna disparando sus cañones contra las tropas napoleónicas junto a la legendaria Agustina de Aragón. Al rendirse la plaza fue hecho prisionero y trasladado a Francia, permaneciendo cautivo y en estrecha vigilancia hasta 1812 que logró escapar por la frontera de Suiza y, evitando los territorios dominados por el enemigo, atravesó en un periplo increíble Baviera, Austria y Bulgaria, Moldavia y Macedonia, logrando llegar a Grecia, donde pudo embarcar hacia Malta y desde allí, a Mahón en las Baleares donde al desembarcar en su puerto fue sometido a una rigurosa cuarentena. A su vuelta y por méritos de guerra fue ascendido a coronel de Artillería.

    Rumbo a Perú
     
    Ascendido a Mariscal en 1815, fue enviado a Perú como General del Estado Mayor del ejército con la misión de evitar la rebelión separatista que en aquel virreinato se había declarado. Llegó a las costas americanas del Pacífico el 1 de septiembre de 1816, teniendo que atravesar con sus tropas un territorio hostil de más de doscientas leguas desde Arica en el norte de Chile hasta Catagaita donde se hallaba el cuartel general. Con unas tropas escasas y mal pertrechadas consiguió una rápida pacificación de aquellos territorios con ventajosos resultados, hecho que permitió pensar en una pronta resolución del conflicto. Durante cuatro años tuvo que desempeñar su cargo con gran escasez de recursos económicos y militares, manteniendo un enfrentamiento constante con el virrey Pezuela. Laserna tenía ideas militares avanzadas por haber participado en la guerra en Europa y Pezuela se negaba a seguir sus consejos. 
    Durante todo ese tiempo, debido al clima y las enfermedades endémicas de aquellas tierras, su salud se quebrantó, aunque su diligencia y patriotismo pudieron vencer dificultades, momentos difíciles y situaciones arriesgadas. Su resentida salud y la difícil situación en la que se hallaba el virreinato le hicieron tomar la decisión de volver a España, decisión que Pezuela rechazó. La desastrosa política del virrey Pezuela condujo a la emancipación de Chile y el posterior desembarco del general San Martín en  Perú. El pronunciamiento de Aznapuquio en enero de 1821, en el que los militares obligaron a Pezuela a renunciar proclamando a La Serna como virrey modificó radicalmente la situación. A los separatistas les permitió ocupar Lima y proclamar la independencia del Perú, y a los realistas retirarse a Cuzco y cambiar las derrotas por victorias.
    El resurgir del ejército español en el Cuzco y la secuela de victorias fue tanto más meritoria cuanto que el aislamiento del Perú realista, especialmente a partir de 1820, fue de tal magnitud que incluso las noticias llegaban a través del territorio emancipado. Además, La Serna nunca recibió los prometidos refuerzos que quedaron en  España tras el pronunciamiento de Riego en las Cabezas de San Juan en enero de 1820. Venció en las batallas de Torata, Moquegua y Zepita contra a las fuerzas independentistas chilenas, peruanas, colombianas, venezolanas y ecuatorianas superiores en número, y pudo haber acabado con Bolívar sino hubiera sufrido la traición de Olañeta, su General del ejército del Sur que lo quiso derrocar por liberal. Venció a Olañeta pero su ejército quedó exhausto y dividido, momento que aprovechó el General Sucre para derrotarle en Ayacucho el 9 de diciembre de 1824. En dicha batalla, La Serna llegó a batirse cuerpo a cuerpo con los independentistas hasta caer herido y hecho prisionero, situación en la que permaneció hasta la firma de la capitulación definitiva.

    El regreso

     
    En 1825 regresa a España, donde se le comunica que un año antes había sido ascendido a teniente general y recompensado además con el título de Conde de los Andes. Como paradoja diremos que al llegar le adeudaban todos los sueldos de sus diez años de servicio en América, unos doscientos mil pesos que nunca llegó a cobrar. Estuvo condecorado con las medallas de San Hermenegildo, de San Fernando y de Isabel la Católica. Falleció en Cádiz en 1832, un año antes de la ascensión al trono de la reina Isabel II. Al morir sin descendencia directa heredó su título nobiliario una de sus sobrinas, Nicolasa de la Serna, hija de su hermano mayor Pedro Nolasco. José de La Serna fue el último Virrey español, ya que con la independencia de los países que pertenecían a los virreinatos de Nueva España, Nueva Granada y de La Plata quedó extinguido dicho título. Una calle de la zona sur de nuestra ciudad está rotulada con el nombre de "General La Serna", aunque bien hubiera merecido una estatua en la Alameda Vieja o al menos un busto en la cercana plaza Monti. Ahora que se ha puesto de moda rescatar del olvido a otros héroes españoles como Blas de Lezo o Bernardo de Gálvez, muy bien podíamos los jerezanos reivindicar la figura de este insigne General y patriota. No a todas las ciudades les cabe el honor de haber sido cuna de un virrey que por demás prestó grandes servicios a su patria, a veces de forma heroica como hemos podido ver.
    Actualmente, el magnífico palacio donde naciera el último Virrey español se encuentra abierto a los visitantes. Conservado con exquisitez por sus descendientes, es un palacio de gran riqueza arquitectónica, exquisita decoración, mobiliario y obras de arte; transmitido de padres a hijos desde el repartimiento hecho por Alfonso X el Sabio cuando la reconquista de Jerez y su incorporación a la Corona de Castilla. Una verdadera joya de nuestra ciudad que merece la pena conocer, les asombrará. 
     
    FUENTES: Parada y Barreto, D.I. Hombres ilustres de la ciudad de Jerez de la Frontera. Imp. El Guadalete, Jerez 1878. Mariscal Trujillo, A. Jerezanos para la historia, Ed. El Laberinto, Jerez 2006.  Moreno y Arteaga I, El último virrey español, Editorial Akrón Historia, 2010.

    Biografías y estudios

    ALBI DE LA CUESTA, Julio. El último virrey. - Madrid : Ollero y Ramos, 2009. - 734 p. [12/597719]

    MORENO Y DE ARTEAGA, Íñigo. El último virrey : José de la Serna, conde de los Andes : tesis doctoral / autor, Iñigo Moreno y de Arteaga ; director, Luis Palacios Bañuelos. - Madrid : Universidad Rey Juan Carlos, Departamento de Ciencias Histórico-jurídicas y Humanísticas, 2008. - 667 p. : il. [9/283867]
     

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